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20 de abril de 2011

Bitácora de viaje


Como si salieran flores, ramas y crocantes frutos de las hojas al cerrar el libro. La misma inesperada sensación que abrir la puerta una mañana y encontrarse a Sinatra cantando mientras poda el césped vecino. Botar la basura en el poste de la esquina y en medio de los residuos tirados por el resto de personas que viven en el barrio hallar un unicornio de bolsillo con el don de descifrar los pronósticos deportivos de los siguientes cincuenta años. Una sonrisa difícil de cerrar, casi una lágrima por la nostalgia de que lo bueno se acabó y varias emociones encontradas al leer los últimos párrafos de Los autonautas de la cosmopita. Ese atemporal, fantástico y absurdo viaje que emprendieron Julio Cortázar junto a su esposa Caroline Dunlop, que tiene algo de Facebook prehistórico con fotos etiquetadas, comentarios y cambios de estado. Un mes recorriendo la autopista entre París y Marsella (la del Sur, la del atasco infinito de un cuento de 33 páginas), visitando cada paradero de la misma forma en que lo hacían los expedicionarios. Una travesía que únicamente pueden emprender aquellos que no toman en serio la vida y han encontrado ahí la alegría y felicidad. Detenerse un minuto y dilatar ese momento ante lo obvio, describir lo que se ve a diario. El Cronopio se comporta igual que uno de sus personajes, juega a ser parte de un cuento de Cortázar (¿o tal vez él fue el que les puso algo suyo al crearlos?). Imposible no disfrutar de haber caído en la trampa; ante la burla de una bitácora que se ríe de lo establecido.

Cuanto más avanzamos, mayor parece la libertad de que gozamos. Y no, de ninguna manera, porque nos estemos acercando a Marsella. Al contrario, probablemente el hecho de habernos alejado del punto de partida y de haber perdido de vista a la vez y completamente el fin del viaje, es lo que da esa calidad. Poco a poco aprendemos no sólo a mirar el espacio del que hablaba el hipotético filósofo indio, sino a serlo con todo lo que somos. Y este espacio entre los objetos, desde el momento en que la mirada los deja fuera, a un lado y otro de su campo de visión, ¿no es por definición sin límites?

Toda expedición supone que de alguna manera Marco Polo, Colón o Shackleton no habían perdido del todo al niño que llevaban dentro. El mío, en todo caso, está sumamente avispado y despierto a la hora en que cada parking le abre su cola de pavorreal (a veces un poco desplumada, a veces irisada y suntuosa) para llenarlo de maravilla, gusanos, hormigas y camiones con leyendas llenas de encanto, como por ejemplo el de la SOPA SPEEDY que acabo de ver pasar mientras termino esta frase.


También yo jugué ese último juego antes de las naranjas y el café y el agua fresca, un juego que viene de la infancia y que es taparse con la sábana, desaparecer en esas aguas de aire espeso y entonces de espaldas doblar poco a poco las piernas levantando la sábana con las rodillas para hacer una tienda, y dentro de la tienda establecer el reino y allí jugar pensando que el mundo es solamente eso, que por fuera de la tienda no hay nada, que el reino es solamente el reino y que se está bien en el reino y nada más hace falta. Dormías dándome la espalda, pero cuando digo que me la dabas estoy diciendo mucho más que una mera manera de decir, porque tu espalda se bañaba en el resplandor de acuario que nacía del sol filtrándose por la sábana vuelta cúpula traslúcida, una sábana de finas rayas verdes, amarillas, azules y rojas que se resolvían en un polvo de luz, oro flotante donde tu cuerpo inscribía su oro más sombrío, bronce y mercurio, zonas de sombra azul, pozas y valles.

La autopista un río rosa, sobre el cual flota una bruma violeta apenas perceptible, y los autos y los camiones pasan como fantasmas, su estrépito esfumado por la noche, por la niebla que todo lo suaviza, por la distancia que entre ellos y nosotros delimita los mundos que vivimos, como si no fuéramos ni pudiéramos ser viajeros de un mismo camino. Extraño silencio lleno de murmullos, roto de tiempo en tiempo por el arrancar de un camión, por los frenos estrepitosos de un tren, silencio hecho de sonidos y rumores y cuya existencia —de la que participa cada uno de nuestros gestos— nos confirma de algún modo que estamos ahí donde creemos estar, que el objetivo del viaje ha sido alcanzado, y sólo nos queda por decirnos, con esa sonrisa que acaso sin saberlo significa que darás otro paso adelante y que me encontraré de nuevo en tus brazos, que ese objetivo que no es más fijo que los paraderos, que el mundo o las estrellas, lo estamos viviendo con una naturalidad cada día.

10 de abril de 2011

Mi rutinaria vida de estrella de cine


Salinger mencionaba (a través de quien más que Holden Caulfield) que sería lo mejor del mundo tener el número telefónico de un escritor que en realidad te gusta leerlo. Para llamarlo en las noches y hacerle preguntas, hablar libros. Después de haber visto sus vírgenes suicidas, quisiera tener el teléfono de Sofia Coppola (directora, no escritora). ¿Por qué? Porque mientras mi madre dice que le desesperan esas escenas donde los personajes no hacen nada, como el inicio de la segunda temporada de los Sopranos cuando Tony y Carmella antes que termine el episodio se quedan comiendo pastas y viéndose uno al otro en el comedor, yo disfruto esos secos y minimalistas segundos donde se dice todo sin decir nada, donde se conocen a los personajes y se los ve como a seres humanos, y no semidioses o extraterrestres. Sofia es parte del clan. Hasta luego, querida. Que te vaya todo bien.

Con Historias de Cronopio y famas Cortázar trato de jugarle una broma a la monotonía, burlarse de ella. Al principio de su manual de instrucciones habla de negarse al acto delicado de girar el picaporte, “ese acto por el cual todo podría transformarse”. La misma mujer el mismo reloj. No imposible pero muy difícil. Ni siquiera Jonhy Marco (un excelente Stephen Dorff) en su calidad de estrella de cine puede vencer a esa medusa llamada rutina. De la piscina a conducir el Ferrari, fumar cada vez que se pueda, beber algo de alcohol, piropos, alguna tipa mostrándole los pechos, acostarse con otra, fiestas en su propio departamento que no organizó, visitar una vez a la semana a su hija, gemelas bailarinas de caño haciendo sus shows ya preparados y practicados, dormir mucho. Un detrás de la cámara de la vida de glamour, a ratos pudiendo ver ruedas de prensa con preguntas sin sentido y sesiones de fotos en que se aparente ser feliz. El personaje de la hija de Francis Ford parece salido de un cuento de Bret Easton Ellis, sólo que en una versión más edulcorada, neutra. En Somewhere la película se abre con un auto dando vueltas una y otra vez a la pista. Ése es el ritmo a seguir.
Los primeros minutos son casi una película muda. Johny es un personaje inaccesible, al que no le molesta nada de lo que le rodea. En un momento le piden quedarse quieto por 30 minutos. Lo cubren con una máscara. Una mirada introspectiva de quién en realidad es. Imposible de descifrarlo. Todo sigue en cero hasta que llega su hija, con quien deberá permanecer unos días porque su madre se ha dado a la fuga, y el tipo que tenía algunos rasgos de sociópata se convierte en un padre modelo de una niña muy autosuficiente (notable Ellen Fanning). Jugar Guitar Hero, viaje a Italia, paseos en limusina, una siesta en el salón de un hotel, clases de ballet. La felicidad de una vida cómoda, entre palmeras y amplias carreteras. Las secuencias y dirección de arte parecen un video musical, una canción de The Strokes. Una bella y estilizada melancolía de tres minutos donde los acordes se repiten una y otras vez. En Johnny se despierta algo. Imágenes con toques de cine independiente y europeo que se dejan disfrutar. No importa el qué o cuándo, sino el cómo.

Sofia Coppola no llena de cursilerías a sus personajes, ni de momentos melodramáticos, ni los quiere perdonar o redimir. Los pone frente a la cámara como simples seres que hacen su trabajo, que tratan de llevar una vida semejante a la de los demás. Y los sigue, permite que los espectadores los acompañen durante una jornada cotidiana. Una lástima que al final se haya decidido por liberar a Marco y querer convertirlo en el héroe que no es. Porque al final Johnny, jugando a ser James Dean, es la representación de lo que cualquier sujeto hubiera hecho bajo su situación.



19 de diciembre de 2010

La belleza del suicidio

Compro la última SoHo al pelado de la esquina, al mismo que me pasó un billete de cinco dólares falso, y veo de reojo las palabras “suicidas” y ”Leila Guerreiro” en la incestuosa portada censurada. De una asocio y pienso que por fin leeré la crónica de la escritora argentina sobre el pueblo que durante una temporada vio a sus adolescentes quitarse la vida; un lugar de la Patagonia cercano al fin del mundo con un nombre musical. Nada. No se trataba de la pieza periodística que luego se convirtió en libro y terminó en un documental lleno de silencios, de vacíos, de soledad y desierto, de enfoques a árboles agitándose, la brisa ininterrumpida por algún ruido. Lo que había adentro era otra cosa, pero a la vez lo mismo.

Lo que había adentro era nuestro pueblo de suicidas, de un sitio de la provincia de Chimborazo en el que muchos niños se quedan sin sus padres que tienen el sueño de migrar, que mandan plata para el entierro de sus pequeños pero no vuelven. Quien la escribe es Marcela Noriega y todo bien, muy bien. Aunque sigo con las ganas de leer la crónica de la Guerreiro – que en esta SoHo apareció con una historia de anos y pezones –, disfruté mucha de la criolla.

He pasado por Chunchi en varias ocasiones, por ese lugar que está luego del desierto de Palmira, donde todavía existen internados para las niñas de otras ciudades que se portan mal, con su eterna y angustiante neblina. Nunca me detuve pero desde la primera vez sabía que escondía algo, que sus habitantes no eran iguales a las personas que uno normalmente conoce. Bacán por Marcela Noriega que fue hasta allá para descubrirlo, y mejor aún cómo lo cuenta, que más que describir si posee un estilo colonial, republicano, y mencionar las influencias para construir la casa, la de Usher, lo que hace es hablar sobres sus habitantes, sus anécdotas, sobre los que pasaron por ahí y la historia de esa gran mancha de humedad que es lo único que queda.

Un viaje por la Ruta 40 argentina, haber leído Los Detectives Salvajes de Bolaño y un amigo mostrándome una quebrada en Loja donde muchos despechados terminan con sus penas, me dieron la idea de un cuento. Un tipo que a dedo, en bus o en bicicleta recorre desde México hasta Ushuaia porque en el fin del mundo quiere quitarse la vida, y otro que lo conoce en Bolivia y decide acompañarlo, sin tratar de convencerlo de cambiar de idea, con las ganas de estar en primera fila para presenciar el acto. Un año después y sigue ahí. En pocas líneas. Qué cagada… A veces creo no avanzar porque poseo esa misma característica de muchos ecuatorianos, de todo explicarlo políticamente correcto, a manera de tesis de grado, de ensayo académico, o de forma populista para las tribunas; como los comentarios del Dr. Arguello que aparecen en la misma SoHo referentes a las cartas de suicidas, del tipo: «lo más probable es que la persona haya sufrido de algún evento traumático y no cree poseer los recursos para superarlo». Atrás de esas hojas escritas, llenas de desesperación y faltas ortográficas habían historias, vidas, situaciones, reacciones más grandes que un cuadro clínico. Hubiera sido mejor eso, hubiera calado en los huesos. Y de buena manera.

Marcela – no Noriega sino una amiga –, después de haber leído los papeles inesperados de Cortázar, me mencionaba las ganas de llorar que le quedaban con las cartas que el Cronopio le enviaba a su amor, ambos enfermos de cáncer pero separados, ambos sabiendo que en algún rato la muerte los iba a abrazar. Las palabras de alguien que no tiene nada que perder, infectadas de la verdad pura y dura, de un hombre asustado que por fin puede decir lo que quiere. Hemingway, Foster Wallace, Caicedo, Medardo Ángel Silva, las ficticias Vírgenes suicidas de Coppola, Ed Harris lanzándose al vacío frente a los ojos de Meryl Streep en The hours. En la muerte puede haber mucha belleza… Al final de Rayuela el buen tipo de Horacio Holiveira no se lanza de la ventana de quinto piso del manicomio, Gretchen en el hospital lo llena de comida…

3 de diciembre de 2010

Portafolio literato II


Otra vez diciembre. De nuevo se vienen las compras compulsivas, los peatones apurados, las colas de tráfico, los taxistas cobrando las carreras más caras, las fiestas de fin de año, las malas noches. La ciudad en llamas. Todo se repite cada año, incluso un portafolio literato, que en esta ocasión no está a cargo de Vasco Szinetar – aunque de igual manera estas fechas son época de camaleones, sintiéndose otro, llevando un ritmo que no se practica en los restantes once meses –, sino del argentino radicado en París Daniel Mordzinski; que además de practicar periodismo investigativo y haber cubierto varias guerras se dedica a fotografiar a los escritores que ha tenido oportunidad de conocer. Ha publicado un libro, y en Mar del Plata, en la cumbre de Jefes de Estado, expondrá su obra. Está consciente que por cada nuevo novelista, poeta del que obtenga una imagen, un millar le faltará. Esperanzas para las letras de que no morirán. Página 12 le hizo un especial.

Un año que se va y que en cuanto a lo leído ha sido un corte al cordón umbilical de la literatura en español en la que siempre estuve inmerso, en los conocidos. Después de Roberto Bolaño y Andrés Caicedo fue hora de jugar de visitante, de decirle hola a Stephen King, a Jim Harrison, a Arthur Miller, a Rimbaud, a Baudelaire y más. Las fotos, a pesar de que no he sido presentado con varios de los ilustres como Bryce Echenique, Bioy Casares y otros, son un reencuentro.


Borges es un asunto pendiente que no debería estar en la lista; sin embargo me parece tan familiar, común, presente en la naturaleza. Por temor a parecer estúpido al no entenderlo o por falta de sincronización no lo he leído aún. ¿En la foto alguien le muestra luz? Por lo que he escuchado de él creo que no lo necesita. Espero algún día finalmente ponerme en posición decúbito dorsal, en el escalón correcto con el Aleph en la mano, brillando entre la oscuridad.


Oliveira se podía pasar horas recordando los detalles al extremo, la forma en que iban atados los zapatos y la marca de la lata de verduras que utilizaba su madre aquella vez en el mesón diez años atrás. Con el Cronopio aprendí a valorar lo que no tiene importancia, comprender que en las nimiedades están encerradas muchas respuestas. Disfrutar del ritmo de las letras, del sentido del humor en los relatos, del jazz mientras Perico le bufaba un Coltrane al resto del Club de la Serpiente, que el orden es un invento y no una regla. En la foto por su talla puede ser confundido con un boxeador peso pesado. Leerlo es descubrir a un genio. Siempre quise escribir como Cortázar. En serio hay que estar loco para que te salga natural.



Sabato es una cuestión más de sentimiento que de estilo, de crítica. No hay libro que más disfrute que “Sobre héroes y tumbas”. Nadie me lo recomendó, lo descubrí en el momento preciso, por casualidad y junto a Rayuela tengo que leerlo todos los años. Encontrar cada vez algo nuevo. Saber que sigo por ahí, recorriendo el Parque Lezama en mi imaginación. En la foto esa soledad de un centenario que siente haber vivido más de lo que debía.




Cuando pienso en Gabo la primera palabra que se me viene a la mente son adjetivos. Nadie puede describir un rostro como él. Nadie puede recrear el escenario republicano y colonial de la misma forma. Creador de mundos, del pasado contado como lo hacían los abuelos. En sus libros está impregnado el olor a tierra mojada de la lluvia, el aroma del cacao, el sonido de las hojas moviéndose por la brisa. La hojarasca llevándose todo a su paso, lo que queda es la imaginación de GGM. Al igual que sus obras la imagen refleja nostalgia.




El nuevo Nobel. Poco he leído de Vargas Llosa. Puede que no sea su obra más profunda, pero Los Cachorros es un cuento genial; ese estilo desordenado y la castración del pobre Pichulita, quitándole su derecho a crecer, es algo que a cualquiera le hubiera gustado escribir. La huella más inmadura de uno de los tipos más serios de lo que se puede hablar. Una imagen donde el peruano parece estar perdiendo la cabeza, presto a realizar una crítica.



Nos sobran los motivos para escuchar Sabina. Esa mezcla de ritmos, de instrumentos que acompaña a su talento para poner una frase donde debe. La vida de la calle, las putas, los perros y los gatos. Todo es un eterno poema convertido en canción, a cualquier cosa se la puede volver bohemia. Habla como le da la gana y sin embargo tiene tantos amigos. Contradicción porque sus melodías son excelentes para ratos de soledad, como en esta foto donde se niega aparecer en el centro.


Si Paulo Coelho es el profeta, Saramago es el anticristo. El pesimismo prevalece, el pesimismo enseñando tanto. Se puede vivir con la tristeza y desesperanza del mundo. Sus novelas son best – sellers que compiten con el Código Da Vinci. Un misántropo a medio camino que está en la boca y en el recuerdo de muchos. La foto es para ciegos.



En Argentina , en un pueblito llamado Tafí del Valle, sin nada que hacer en un hostal, un tipo de Bélgica me presentó a Amelie Nothomb, me dijo que la leyera. Días después JFA en su blog comentaba de ella. Me hice de un par de sus libros en el Ateneo ya más domesticado en Buenos Aires. Prefiero a la persona que a la escritora. No es hermosa ni tiene buenas piernas. Por alguna razón atrae, es alguien a quien se quiere conocer. Se desnuda en su obra. Un cementerio para una foto ya es algo trillado, aunque esa palidez es de vampireza.

Los pendientes:


Claude Levi – Strauss es un genio del que he tenido advertencias. Quedaré como loco. Habrá que correr el riesgo. En la foto con paso apurado, esperando ganar alguna discusión.



Bioy Casares es una leyenda que por respeto propio tengo que leer. La foto es una imagen del pasado. De conversaciones de café.


Para mí Bryce es el tipo que se subió a un yate con Fidel mientras Guayasamín trataba de venderles un cuadro - o algunos -. El sentido del humor de su obra es algo por descubrir. En la foto algo más serio, pensativo, inventando…



Javier Cercas ha comentado dos veces en este blog. Tengo listo Soldados de salamina para disfrutar en algún rato de mayor tranquilidad. Lo publicaban en El Telégrafo. Una buena columna fue aquella de la teta, de meterse al cine a escondidas para encontrarse con la imagen de un pezón. En la foto mucho menos serio de lo que parece.



Antonio Neuman es una máquina de escribir. Altamente recomendado por el detective salvaje Bolaño. Ganador de varios premios. La imagen de un hombre exhausto.


Villoro = fútbol. Sé que hay más cosas, más serias, menos banales. Varios artículos en Soho y otras revistas. Es hora de agarrar una de sus obras. La imagen es la de un fervoroso creyente. Un tipo enamorado.

25 de enero de 2010

Un ovillo, una fiesta (al menos me queda Sevilla)

«Muchos de nosotros habíamos vivido en Rayuela, y por tanto en la París de Cortázar» escribe Juan Cruz para diario EL UNIVERSO en el especial publicado en La Revista acerca de las ciudades de los escritores (en las próximas semanas alguien escribirá acerca de la Buenos Aires de Borges, la Cartagena de García Márquez, etc.). Y es verdad. Yo visité y viví en París leyendo Rayuela y pienso que todos los años tengo que volver. Al menos por un mes visitar las rue, caminar al lado del Sena, ver pasear a los clochards debajo de los puentes, escabullirme entre los callejones fumando galoises, detenerme en mitad de la calle a mirar algo como La Maga que sólo ella sabía que desde ahí las cosas se aprecian mejor, escuchar jazz con el club de la Serpiente en algún cuartucho del centro, y leer y buscar a Morelli.



Se suponía que de Sevilla iba a ir a Barcelona 4 días, luego hacer un tour rápido por la Costa de Oro en Francia y agarrar un tren o un bus que me lleve a París. Con suerte encontraría algo de la París de los sesentas de Rayuela y tendría una excusa para quedarme entre esa ciudad de final de comedia estadounidense que es ahora como lo mencionaba Ana Laura Lissardy cuando trataba de encontrar a un personaje de Cortázar con magros resultados. Creo que no buscaría a Horacio ni a La Maga, pero si esperaría encontrármelos por casualidad. Que me inviten a tomar un mate o a ir a una de las librerías donde dejaban entrar a los gatos. Tres cosas fallaron para no quedarme en París: el western – unión nunca llegó y en Barcelona el dinero se va mucho más rápido de lo previsto, a los franceses sólo les gusta hablar en francés, y en Madrid la cuestión se veía más prometedora después de un correo. Por esas cosas uno no va a París. Son parte de las coincidencias, de las Rayuelas.

No pude vivir en París, ni siquiera tocarla. Al menos estuve tres meses en Sevilla, que no inspira a escribir algo como Rayuela; pero tiene sus aires de pasado, de novela medieval. Tiene su encanto, sus gitanas queriéndote leer la mano a toda hora del día, los almuerzos extremadamente caros por lo que los bares de tapas son un refugio ante el hambre, sus parques llenos de naranjos incluso en invierno, su catedral de oro, el sol que no se esconde, las plazas con sus mesitas atiborradas de cerveza que se bebe todo el día, su torre de oro donde llegaban los buques de América, su antigua fábrica de tabaco con obreras que trabajaban en paños menores y que inspiraron las novelas eróticas del siglo XVII, las calles llenas de marroquíes, senegaleses y latinos. Al menos estuve por Sevilla.

El escrito de Juan Cruz en La Revista es para la nostalgia de un lugar que no he pisado. Pero tengo ganas de volver allá, así que como todos los años, después de terminar estas letras corro a volver a leer Rayuela.

La París de Cortázar por Juan Cruz comienza así:
Cuando se hace tarde en París muchos escritores enfilan hacia Saint André des Arts, donde hay un restaurante al que iba Pablo Neruda. Me lo contó un día Mario Vargas Llosa, que fue allí algunas veces con el maestro chileno; en ese momento Mario cenaba con nosotros, regocijado ante la comida y ante los recuerdos.
Es un restaurante muy parisino y también muy latino; allí se encuentra uno como si hubiera salido, por ejemplo, de Rayuela. Mientras comíamos aquellas viandas simples, servidas con un pan exquisito, el pan de París, me pregunté si Julio Cortázar alguna vez habría estado allí. Se lo pregunté a Mario y me dijo que no lo sabía; se había encontrado con él en muchos sitios de París, pero no recordaba haber estado allí precisamente… (Leer más).










15 de noviembre de 2009

Agarre un ticket (o haga cola), espere su turno y no se moleste porque podemos meterlo preso

«Siempre se fuma demasiado cuando se tiene que esperar» decía el muchacho. «La vida es una sala de espera» fueron las palabras del señor calvo mientras pisaba su cigarrillo. «Estos lugares deprimen» mencionaba María Elena que era la última en llegar.



Las frases son de los personajes del cuento Segunda vez, que describen el ambiente que generan esos sitios ajenos al paso del tiempo, reticentes al progreso, llamados oficinas burocráticas y que continua Julio Cortázar describiéndolos de «un silencio que por momentos parecía demasiado, como si las calles y la gente hubieran quedado muy lejos», y donde «todo el mundo tenía un aire más joven y más ágil al salir, como un peso que les hubieran quitado de encima, el trámite acabado, una diligencia menos y afuera la calle… realmente al otro lado de la sala de espera y los formularios.»

Sin hacer un barroco inventario, las peores oficinas donde he estado son una Subsecretaría de Trabajo cerca del malecón, con un grupo de huelguistas con sus delgados colchones y sus protestas escritas con marcador desgastado, ubicados en la entrada, y adentro, después de subir las escaleras con tenues luces y paredes marchitas, una empleada del lugar te gritaba «¿y usted qué me cree?, ¿portera?.. Vaya busque por allá», cuando le preguntabas por algún abogado que firme un acta de finiquito; y en el Consulado español esperando mi visa de estudios, después de haber viajado toda la noche hacia Quito y desde las 9 AM hacer la kilométrica cola, cuando finalmente llegué a la ventanilla, la persona del otro lado del vidrio me decía con sorna que «su visa no está, vuelva la próxima semana». Sin olvidar el antiguo Registro Civil con sus pasillos olor a orina y tramitadores a la entrada, o ahora las largas esperas en el Banco Guayaquil, cuando el ticket señala 60 números después del que aparece en el marcador y la señora a tu lado te mira y sin necesidad de palabras te pregunta «¿es en serio esto?»

Ambiente lúgubre, que siempre muestra la cara más fea de una ciudad, como en Sevilla, entre la Giralda y el Alcázar, está una oficina de migración oscura, con pocas personas atendiendo, y una larga fila que parecía una horizontal Torre de Babel; y en Buenos Aires, en las estaciones de policía, detrás de Congreso, en los despachos se pueden ver gatos dormir sobre los escritorios. Por algo Sabina canta en Y sin embargo, que una casa sin ella es una oficina.

En Perú, en el primer Gobierno de Alan García, hacer cola era un sinónimo de protesta, de solidaridad ante la escasez de todo. En Ecuador es la venganza del destino por no pagar impuestos y no exigir mejores servicios. Y algo bueno del actual gobierno era que para realizar estos trámites, las oficinas se habían mejorado (modernos edificios y personal más capacitado), todo sea para mantener la imagen que pretende dar. Lástima que todo eso se vaya al traste cuando uno va al IECE a pagar su crédito, y en ventanilla uno encuentra pegado el artículo 132 del Código Penal que dice que el que insultase a algún burócrata puede pasar entre 3 y 30 días en prisión. Mejor servicios, pero este tipo de leyes, al igual que las de separatismo y las que permiten enjuiciar a editorialistas, persisten desde la época de dictadura y varias se aplican.




30 de agosto de 2009

Bird

“There are no second acts in american lives” (F. Scott Fitzgerald).


Fue uno de los creadores del bebop junto a Bud Powell y Dizzy Gillispie. Uno de los músicos más influyentes de la primera mitad del siglo XX junto a Louis Amstrong y Duke Ellington. Un genio que constantemente se reinventaba al igual que Mile Davis y Thelonious Monk (con quienes grabó discos y compartió escenario). Antes de Charlie Parker, lo que se escuchaba eran las bandas de Glenn Miller, música favorita del abuelo Simpson, pero con su aparición al fin se pudo oír ese brrr pu pa tu ta chrrr que es hijo de la pura genialidad de la creatividad y la improvisación del jazz. Quien mejor describe a Bird es ese gran cronopio, Julio Cortázar, en el cuento El perseguidor: alguien que no vivía en el tiempo, o al menos en este tiempo: “La música me sacaba del tiempo, aunque no es más que una manera de decirlo. Si quieres saber lo que realmente siento, yo creo que la música me metía en el tiempo. Pero entonces hay que creer que este tiempo no tiene nada que ver con... bueno, con nosotros, por decirlo así.” Era un hipster, como lo describe Robert Reisner en el excelente libro Nostalgia a Charlie Parker: “Es alguien amoral, anárquico, amable y tan educado que resulta decadente. Siempre va diez pasos por delante porque sabe de qué van las cosas… Ansía algo que trascienda toda esa mierda y encuentra la respuesta en el jazz”.

Esa improvisación, esa genialidad, ese desequilibrio, no sólo estaba en su música, como lo sigue contando Reisner: “Durante su breve existencia, Charlie Parker vivió más vidas que cualquier otro ser humano. Era un tipo de unos apetitos físicos desmedidos. Comía como una bestia, bebía como un cosaco y tenía la libido de un conejo. Él y el mundo eran todo uno, y todo le interesaba… Nadie amó la vida como Bird, y nadie puso tanto empeño como él en matarse.” Tenía varias personalidades y todas querían aparecer al mismo tiempo; y la mayoría de sus biografías no pueden describirlas porque a él lo quieren retratar de una manera lineal, desde sus inicios en Kansas, tocando por un dólar y algo más, hasta su muerte frente a un televisor. Charlie Parker no pasó por el mundo como el resto: Humilde al vivir en un barrio pobre judío pese a ser una estrella y capaz de estafar a su propio público contratando pésimos cantantes en los intermedios; regalaba melodías a amigos y desconocidos, y al mismo tiempo no asistía a presentaciones donde tenía un contrato y terminaba tocando en bares a cambio de tragos; un suicida que intentó absurdamente envenenarse con yodo luego de que le impusieran una multa, y un optimista que pensaba realizar un ballet con música de jazz; de un carácter insoportable que terminaba siempre en peleas con sus managers, pero que el resto de músicos se lo perdonaban porque podía pasar horas tocando sin parar y entonar sus mejores repertorios únicamente frente a un grupo de amigos o de camareros en un restaurante cerrado; podía ser tan amable y encantador que a las personas tímidas él mismo se les acercaba y se presentaba, y a la vez ser alguien cruel capaz de derramar la dosis de heroína, de sus amigos adictos, después de él haberse inyectado; un excéntrico que en ocasiones se presentaba al Bidrland, donde tocaba, vestido como campesino y al ver a alguien con ropas elegantes le decía: “músico de jazz, supongo”, y un genio capaz de hacer sonar cualquier instrumento como él quisiese; elogiaba a otros músicos (a Elle Fitzgerald le expresó: “Es fantástico que no toques un instrumento de viento. Nos quitarías muchos bolos”), y un autocrítico perfeccionista que siempre mencionaba que su mejor trabajo estaba por venir.



Perdía sus saxofones. Nunca creyó ver 1955. Esa búsqueda de emociones finalmente acabó con su vida. El genio más ingobernable desde Van Gogh según Steve Choice. Sú música era su más fiel biografía. Ayer hubiera cumplido 89 años. Todo lo que salió del saxofón de Charlie traspasa el tiempo y desde su aparición todos los músicos de la época cambiaron la forma en que tocaban. Como El perseguidor de Cortázar: “Esto lo estoy tocando mañana.”

P.D. Aunque la literatura y la música no van de la mano, pero caminan más juntas de lo que parece, acá dejo algunos links acerca de la vida y la inspiración que dejó Bird.

La primera parte de “Nostalgia de Charlie Parker” de Robert Reisner:
http://www.elboomeran.com/upload/ficheros/obras/recuerdo_a_bird.pdf

“El perseguidor” de Julio Cortázar:
http://www.bibliotecasvirtuales.com/biblioteca/LiteraturaArgentina/Cortazar/elperseguidor.asp

Una breve biografía de Bird de el diario EL UNIVERSO:
http://archivo.eluniverso.com/2004/05/17/0001/259/CE3A0826AB3F411195F39FF353F1790B.aspx




23 de julio de 2009

Crónica de lector

Después de visitar la semana pasada la Feria del libro de Guayaquil, y después también de leer la crónica de Juan Bonilla: “La calle de los libros”, donde describe de forma nostálgica y que genera envidia, las librerías más bizarras pero a la vez encantadoras que ha podido encontrar en sus viajes, como aquella en Quito que a la vez funcionaba como un cabaret, así como los patios de muchas casas en La Habana (cuenta que incluso te ofrecen un café), me ponen a pensar que en Guayaquil no hay una calle (ni una esquina, por lo menos, de un día a la semana) para escarbar, sumergirse entre montones de obras, esperando encontrar algo de interés o para pasar el rato, algún clásico. Nunca he podido ver un conjunto de personas buscando novelas o ensayos en un espacio más grande que un hermético local, por lo que mi historia con una lectura menos esporádica (con meses de lapso entre el fin de un libro y el inicio de otro), comienza con las publicaciones que venían en los diarios y con el estreno de mi vida laboral. Todos los días me tocaba viajar al cantón Durán en tiempos en los que el puente entre Samborondón y Guayaquil era de dos carriles, y colas de una hora o más se armaban desde el Imperio, el chongo más famoso del cantón al otro lado del manso Guayas. Ahí, entre largas esperas, leí “Sobre heróes y tumbas” de Ernesto Sábato (además “Gracias por el fuego” de Benedetti, “Frankeistein” de M. Shelley y otros en dos años de viajes), con su delirante e iluminador (ante la penumbra de las seis de la tarde) informe para ciegos en medio de los ruidos de claxon y el fondo de música del Grupo Niche de los buses de la línea Panorama.


En otros paisajes, cuando fui a trabajar y vivir en una comunidad a dos horas de Quito, pude disfrutar de Rayuela de J. Cortázar, frente al volcán Cayambe y mientras hacía cola para obtener una visa de estudiante, recuerdo a Horacio junto a Traveler y a Talita armando un puente de tablones entre sus departamentos, arriesgando la vida de Talita que al mismo tiempo, a varios niños, les daba una peluda vista, desde arriba, por su (in)oportuna falta de calzones; y el sábado de feria de los ponchos en Otavalo, en la plaza que tiene un busto de Rumiñahui, Adoum restregaba en mi cara lo profundo y diverso que es el Ecuador. Ya al otro lado del charco, en España (además de las lecturas académicas), sólo lleve de Gilles Chatelet: “Vivir y pensar como puercos”. Ensayo sociológico que por poco interesante no lo leí entre visitas al museo El Prado, el parque Retiro ni la avenida Castellana (fue sólo peso en mi maleta durante caminatas por Lisboa, Barcelona, Córdoba y Sevilla), y en la Cuesta Moyano lo dejé en medio de otros libros usados. Su lugar lo ocupó aquel cuento de Vargas Llosa que relata la castración sufrida por el joven Cuéllar a dientes de un perro, que horrorizado leí en Barajas.

El año que víví en Cuenca, ante mi falta de liquidez (dinero ahorrado al máximo para un viaje), releí a Hemingway, Cortázar, Vargas Llosa, Onetti, Bryce Echenique, García Márquez y otros que anteriormente los había leído mientras realizaba otras actividades (a manera de pausa); pero como novedad recuerdo el atroz y maloliente mundo de “Ensayo sobre la ceguera”, y atras de una ventana, en las noches, donde se ve la estatua de un Cristo decapitado, podía sentir los aromas de la podredumbre, y en mis pies los fétidos desechos, que se pegaban en las separaciones de mis dedos, dejados por la historia de Saramago que transcurre en un abyecto manicomio. Se completa la lista de novedades en Cuenca con la historia de los Buendía de García Márquez y el Abaddón de Sábato entre trayectos por el Cajas. Y en Argentina (y Montevideo), de los libros (todos nuevos) que pretendí leer, varios corrieron la misma suerte de quedarse olvidados en los asientos de buses que tomaba para viajar entre provincias. En el inventario de bajas estuvieron “Atacames Tonic” de Esteban Michelena, “El guardián entre el centeno” de J.D. Salinger (no lo pude terminar), “La máquina de follar” del maldito de Bukowski, además de dos revistas Soho con suculentas modelos colombianas en la portada. “Antes del fin” de Sábato y “El área 18” de R. Fontanarrosa se salvaron y llegaron a Guayaquil, además de los ejemplares que compré la última tarde en Buenos Aires. Que se añaden a las decenas de obras que he leído y faltan en esta lista. Los nombrados son los que me han acompañado por un rato en viajes y en mis inicios leyendo.



Pero volviendo a la no existencia de una ruta de los libros en Guayaquil (traducida en una seguidilla de librerías dentro de una calle, cuadra o esquina), esta ausencia, tal vez, no sea tan cierta, y dicha ruta podría estar conformada por las esquinas de ventas de periódicos (debajo de los semáforos), en las afueras de la terminal de buses, en estériles sitios como farmacias y supermercados (además de las dos grandes librerías ubicadas en los centros comerciales, porque las del centro parecen más tiendas de útiles escolares), entre jeringuillas, pañales, frutas, embutidos y lácteos. Lástima que en estos lugares sólo se vendan obras de Paulo Coelho, la culpa es de la vaca (aunque en la Fybecca me hice de “Cien años de soledad” y algo de Javier Marías) y el resto de populares ediciones light de bolsillo fáciles de leer ante la modorra que produce el calor acá, porque cada vez que uno toma un libro en esta ciudad, el sopor inmediatamente te invade y hace que la cabeza te pese, ver a través de la bruma que se ha formado por el calor es otra dificultad, además de un sol que castiga afuera y se introduce pesadamente en las casas, generando una ola de sueño que se pega y adhiere a uno, como lo hace el efecto del sudor en las camisetas embadurnadas; así la lectura se vuelve una actividad física y los Ulises de Joyce son más difíciles de entender en el húmedo trópico. Razones por las que sólo faltaría encontrarle un sentido al caótico croquis de la ruta de tiendas donde se venden libros en la ciudad y comprar toallas húmedas, ahora que pretendo quedarme viviendo en Guayaquil, y mientras encuentro empleo: enviar carpetas a indiferentes jefes de recursos humanos y empezar a leer nuevas obras (posiblemente no encuentre todo lo que busque) serán las principales actividades que tenga en las calurosas tardes de semana.

12 de febrero de 2009

Veinticinco años y no mueren

Veinticinco años atrás era un casi sietemesino sin interés por salir al mundo bullicioso, de fumadores de la década del 80, y con Febres – Cordero como presidente; y veinticinco años atrás, también, en la ciudad de París, Julio Cortázar dejaba de existir. Aquel tipo con fama de bonachón, generoso e infantil atrapado en el cuerpo de un gigante, por naturaleza solitario y que nos decía que “la literatura no se puede enseñar, hay que vivirla” moría dejándonos un legado.


Julio con su pinta de intelectual siempre en blanco y negro, totalmente alejado del snobismo, de aquellos que ven las cosas cotidianas con otros ojos y que trataba a esa sencillez como su musa para describir el mundo fantástico de sus cuentos, los relatos de microcosmos en autopistas del sur embotelladas por años camino a París o casas tomadas que debemos abandonar, echando la llave por un acaso cualquier idiota quisiese entrar; ese Julio era el que nos enseñaba que todas nuestras posibles verdades tenían que ser invención (“todas las turas del mundo”) y uno como lector inexperto toma a Rayuela y se ven inmiscuido en circunstancias contradictorias, a veces sin sentido para finalmente darnos cuenta que esa realidad de un día, meses o años ya no vuelve a ser igual.

“Toco tu boca, con un dedo toco el borde tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabiera… la boca que mi mano elige y se dibuja en tu cara” eran los consejos que Cortázar daba para conquistar a nuestras magas que “entre dos medialunas nos contaban un gran pedazo de sus vidas”, así también nos enseño a dibujar nuestro mundo, “en un tiempo que corremos el engaño entre ecuaciones infalibles y máquinas de conformismo”, y nos mostraba lo que somos porque exactamente él nos daba la pista de saber lo que no somos, a no calzar en moldes ya establecidos; a escuchar de otra manera a Charlie Parker, a no solo oír lo del momento sino todo las tragedias, catástrofes, engaños, pasiones que debieron suceder para que en ese momento Blue bird entonara esas notas; y a estar tranquilos solos para en un futuro poder comunicarnos con el resto de soledades, que como satélites con y sin importancia nos rodean.



En el año y en el mismo día que murió Cortázar, Ricardo Bada que se encontraba en Colonia, Alemania escribe para su programa de radio, tal vez uno de los póstumos homenajes más hermosos que existen para el Gran Cronopio, y en la revista Soho no cuenta como con un inmenso dolor relataba que "Ya no vendrá. Ya no volveremos a escuchar su voz en el contestador automático, cuando llamábamos a su apartamento de París… "Pero el mensaje te lo dejo igual, Julio, que te quedaste anclao en París. El mensaje es el de siempre. Los cronopios no mueren. Vos, Julio, tan solo saltaste una casilla más en la rayuela de tu vida. Del infierno tan temido, te marchaste a la gloria para siempre".

Y así con esas palabras a uno le dan ganas de agarrar de su estante todas esas rayuelas, cronopios y fama, finales del juego, todos los cuentos y modelos para armar pero nunca para desarmar que forman junto a conversaciones con amigos y pocos viajes, ya parte de la vida de uno; y es que Cortázar es de aquellos que con su honestidad y buena onda lo invitas a pasar a casa, y uno pone algo de jazz, esperando que Ronald salté un John Coltrane que haga bufar a Perico y tal vez también al resto del club de la serpiente que nos acompaña en estos veinticinco años en que también le dejamos un mensaje a Julio, entre botellas de alcohol y algo de literatura, diciéndole que los cronopios nunca mueren.

3 de enero de 2009

2009

Heredando una botella de ron de un clochard moribundo pero sin poder escribir la canción más hermosa del mundo, en este frenético feriado que da inicio a un cambio de época, entre etílicos vasos y arena de playa, hago una pausa para mencionar vagas ilusiones que espero, desde este granito de arena, se cumplan en el 2009, para continuar en lo que queda de estos festejos, como dijo el escritor colombiano Oscar Collazos, en esa exaltación de la lucidez llamada ebriedad y a riesgo de que esto no se publique repito las palabras del maestro Cortázar en un bohemio congreso: ¿Existiría la escritura sin alcohol? (la palabra original es literatura en lugar de escritura, pero es de reconocer que el cambio amerita la ocasión).


Una de las escenas más memorables del “cine ecuatoriano” (llamémoslo así a falta de otro término) debe ser, en la mejor película ecuatoriana que se ha rodado: “Ratas, ratones y rateros”, cuando Ángel, protagonista principal, le da de comer a su decrépita y moribunda abuela. Para el nativo o extranjero que ha pasado largo tiempo en Ecuador, encontrará en estas imágenes del film la metáfora de que son los ladrones, pillos, pipones y esclavos de la corrupción (inclúyase aquí: los malos Políticos, burócratas, empresarios y el resto de seres que componen esta despreciable especie de todas las etnias, razas, ideologías y género) los que le dan diariamente de comer a esta decrépita y moribunda patria.

Y estos tragi - comunes hechos no tienen únicamente ese aire abstracto, lejano e inalcanzable que poseen los que brumosamente detectamos en el Ministerio de Deportes, la Corte de Justicia o las compañías que fumigan plantaciones aledañas a las comunidades con Mancozeb y también las que se dedican a talar los bosques de Esmeraldas (entre un millar de otras), sino que estas actividades también tienen expresiones terrenales que el ciudadano común práctica y sufre. A todo trabajador, en el país, mensualmente se le descuenta el 9.35 por ciento de su salario (sin olvidar el 11.15 por ciento que paga el empleador) por concepto de seguridad social, ¿y cuál es el servicio que recibimos? (mencionando algunos tenemos el mal trato en las instalaciones por parte del personal, la casi nula atención que se da y unas magras pensiones); cuando nos dirigimos a un cajero de cualquier banco en una aleatoria ciudad, los costos de sacar nuestro dinero son estrepitosos, mientras que en otros países los clientes no permiten que se haga esto y si los bancos insisten en llevarlo a cabo las personas se dirigen a retirar el dinero de sus cuentas; vigilantes corruptos y organizados con tarifas de coimas para la ocasión; entre múltiples cotidianeidades que en algunos casos pueden estar tan arraigadas a una cultura y ser tan comunes como las guaguas de pan en noviembre o los stickers de camiones: No se pegue que no es bolero que aparecen en otra excelente película ecuatoriana: “Que tan lejos”.


Y así como los alcohólicos anónimos con su un día a la vez, todos deberíamos tratar de denunciar, condenar y erradicar estas prácticas que son los cimientos para corruptas atrocidades de esfera alta. La solución: Tal vez sea un romántico o un Quijote pero creo que está en fomentar la democracia, moldear ciudadanía y unirse como colectivo, exigiendo lo correcto y sin dejarse amenazar por élites de toda clase de poder, y no escoger la vía de escapar (migrar), y ya que estábamos hablando de Cortázar, no hacer como sus incestuosos personajes de cuento: Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.

28 de octubre de 2008

Jazzología

Jazzología, ciencia deductiva, facilísima de entender después de las 4 A.M.

Como concepto, descripción, analogía, o como se entienda, las palabras de Cortázar, que pueden encontrarse en la página 107 de la Rayuela, que finalmente terminé el día de ayer (así que tomo nota para comenzar a escribir de otros libros), es en palabras, la mejor referencia (junto a la que escuché viendo Sex & The city, donde el personaje de Sarah Jessica Parker mencionaba que el jazz le parecía un Pim Bum Bam Pom Pam Pum, mientras su pareja del rato la abrazaba por la espalda tocándole el estómago, simulando que ella era un contrabajo) que he escuchado sobre esa música que yo la defino simplemente como libertad.

La verdad es que mi historia con el jazz no puede estar alejada de la Rayuela de Cortázar, ambas son compartidas: Las descubrí al mismo tiempo y me acompañaron por decisión unánime durante varios pasajes de mi recorrido. Miguel, un amigo saxofonista, alumno de Lucho Silva y que ha compartido algunas veces escenario con Bolaños Jazz (lo que da una vaga idea de que no es un novato en la jazzología), me ayudo a dar los primeros pasos, escuchando a Groover Washington, Kenny G y algo de Norah Jones (ustedes saben: con los novatos siempre se comienza con lo pop, él no iba a profanar a los ídolos mostrándolos de buenas a primeras). Y yo, en ese entonces, un hippie en gustos del oido, que años atrás había sido un grundge, que empezó su historia musical escuchando Nirvana, Pearl Jam, Soda Stereo, Guns ´n roses, Fito Páez, Charly García, Héroes del silencio y el resto de moda noventera; para después avanzar (pero retrocediendo en tiempo) con Metallica, Yngwie, Ozzy, The Outfield y el resto de moda ochentera; y finalmente haber creído que por fin iba a encontrar algo de estacionalidad musical con Pink Floyd (los mejores discos del mundo: El wish you were here y the dark side of the moon), The doors, Dylan, The Rolling Stones…

Y yo (volviendo en las líneas), en ese entonces, un hippie en gustos del oído, que años atrás… (etc., etc., etc.), tuve que librarme de mi maestro jazzologo (Miguel un saludo a la distancia) y empezar a conocer mi propia adicción musical, y si sobraba el tiempo: a mí mismo. Y así el jazz como un pájaro que migra o emigra o inmigra o transmigra (gracias otra vez Cortázar) me fue introduciendo en su mundo sin orden, anarquía de New Orleans color negro, que es la mezcla de todos los colores (como el jazz es la mezcla de todos los ritmos), y entonces en ese mundo sin control, sin partituras y sin guías cayó de forma bizarra, Rayuela; libro que es un caos, pero al final a mí me sirvió como tutoría, y mientras Ronald les saltaba un John Coltrane (y otros grandes que eran preferencia de la Maga, Babs Oliveira, Etienne, Wong y al resto del Club de la Serpiente), que hacía bufar a Perico, desde la página 62 hasta la 109, yo en varios viajes y diferentes hogares, tenía la compañía de Duke Ellington, Satchmo, Charlie Parker y otros genios (inclúyase a Cortázar en esta lista). A Sonny Rollins, apoyándome con sus melodías mientras caminaba por el volcán Cayambe, a Nina Simone mientras jugaba al truco (y me daban una paliza) con Inti (uruguayo de Rocha), Jorge (argentino de Córdoba) y María Laura (argentina misionera); a Ray Charles en Madrid, ya solo y a un día de volver a casa, en el Populart (bájense del metro en Tirso de Molino o Anton Martín y avancen hasta la calle Huertas, o si no se dan, simplemente sigan la melodía) un grupo de dominicanos, cubanos y del resto del Caribe, tocaban what i´ve said y un repertorio propio de invenciones maravillosas, donde con una cerveza de 8 euros disfruté una de las mejores noches de mi vida; y en Cuenca, por ahora me acompaña Mile Davis y Amy Winehouse.

La verdad es que al jazz, con la excepciones de Fitzgerald, Sinatra y otro que no recuerdo, nunca ha necesitado de palabras, así que mejor dejo de escribir y comparto a estos genios de la libertad, porque ya son las 4 A.M. y la ciencia deductiva ya se deja entender.

- Nina Simone: Sinnerman



- Sonny Rollins: St. Thomas



- Ray Charles: What i´ve said



- Amy Winehouse: Tears dry on their own


21 de octubre de 2008

En un café

En un café se vieron por casualidad, cansados en el alma de tanto andar, ella tenía un clavel en la mano. Él se acercó y la preguntó si andaba bien, llegaba a la ventana en puntas de pie y la llevó a caminar por Corrientes.

Miren todos, ellos solos pueden más que el amor y son más fuertes que el Olimpo. Se escondieron en el centro y en el baño de un bar sellaron todo con un beso.

En un café – Fito Páez.

Café: El territorio neutral para los apátridas del alma.

Rayuela – Julio Cortázar.

Entre sueño y realidad y otro sueño mezclado con realidad, una vieja gitana viene hacia mí, me agarra la mano y se hace de mi futuro. Yo no se lo comparto, sino que ella me lo brinda por un instante, como un voyeur en mi mano, drogado por sus palabras, a través de esas líneas, creo que voy a conocer todo mi destino, pero ella solo egoístamente me dice: Veo un café.

Entonces un nuevo sueño entra y no me apuñala con un botella rota, como lo hacen la mayoría de estos engendros, esperando que uno reencarne en la realidad que el subconsciente desea, este sueño se presenta como un tren que me embarca en un viaje de primera clase, lo hace amablemente para que no se pierda el yo del sueño de la gitana y la mano, y al final del recorrido me empuja a ese nuevo laberinto que no ha sido conquistado.

Las primeras nuevas imágenes son del café inventado por la Gitana, palabra Gitana con aires de vieja, que comienza con mayúsculas porque dejó de ser objeto – adorno y ahora se convierte en ser, en parte de mi memoria. El local no tiene paredes, solo largos pretiles para evitar que aventureros caigan al limbo, mesas con patas de caballo, sillas hechas de cannabis. Quien atiende es la Gitana, que cobra una rupia para acceder a tu futuro, y con su milenaria magia puede reproducirse y atender a los clientes que entran y salen de mi nuevo sueño con aires de añagaza.

En una de las mesas está sentado Sartre con Danny “el rojo”, hablan de la pasividad y la falta de lugares para conversar de los guayaquileños y como lenta y tácitamente se van convirtiendo en corderitos de un pastor que no recuerda el nombre pero comienza con N y termina en T, y mientras continua con el discurso, Van Gogh lo interrumpe entrando a tropezones al local con su otra oreja en la mano, buscando a Paris Hilton para dársela como regalo. La música es animada por la chica tatuada Winehouse con nariz judía. Janis Joplin la aplaude y Satchmo se enamora de ella, y al lado Charly García discute con Mozart del por qué las personas están obstinadas con la repetición y que con la música del hoy, basta con ir una canción y ya lo habrás escuchado todo.

Sábato y Borges llegan juntos y la Gitana les ofrece una mesa, pero ellos prefieren sentarse en las barandillas porque es un mejor lugar para continuar sus charlas sobre el suicidio, Virginia Wolf que bastante experiencia tienen en estas situaciones, los escucha y decide unirse, pero Sarah Palin la muerde, cual pitbull con lápiz de labio, representando a las buenas mujeres, para que no siga cometiendo vergüenzas de la que las vivas, preocupados en el buen nombre, tienen que hacerse cargo quemando sus libros.

Con la quema de libros aparece Marx, que al escuchar las conversaciones entre Friedman y Goldwin, que lleva en sus brazos a una pequeña Mary Shelley, y por tanto a un Frankestein de peluche, solo se limita a decir: Enajenados y su tocayo Groucho le sirve un vodka de Siberia, que lo tomó el mismo Trotsky con Dostoievsky en alguna de mis pesadillas de Gran Inquisidor.

Allan Poe se emborracha con Pisco y Ron que Hemingway trajo después de pescar en Cabo – Blanco y Cuba, y Tim Burton le ruega un autógrafo al primero. Marilyn Monroe sale de un pastel y le canta cumpleaños feliz a Saddam Hussein, que en una silla alejada se siente solo y triste hasta que llega su compadre de caos, Marulanda. Attila el Huno se une al dúo y Bram Stoker se inspira para escribir Drácula, y Rembrandt, el padre de la luz e hijo de un ciego, enfurecido con Saramago, le reclama el por qué de su fascinación con los no videntes. García Lorca huyendo de España, se refugia en el café con ayuda de Walt Whitman y Oscar Wilde. Y García Lorca, al creador de Dorian Grey, le pinta un cuadro, con el auxilio de sus compatriotas: Picasso, Miro, Goya y Dalí, en el cual no morirá apreciándolo

Entonces yo, harto de solo ser un voyeur, quiero también entrar, pero la misma Gitana no me deja pasar, así me convierto en un esclavo de ella y de mis propios sueños, y la realidad poco a poco va muriendo entre fantasías y pesadillas que comienzan en un café.

4 de octubre de 2008

Morelliana III

Apenas él la amalaba la noema, a ella se le agolpaba el clemiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al novalo, sintiendo como poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas filulas de cariaconcia....

Este párrafo, con tintes eróticos, corresponde a un capitulo imposible de entender, aparentemente inane de la Rayuela de Cortázar; así de incompresibles son los discursos de políticos ecuatorianos (sin el erotismo aquí descrito), pero de esos políticos o personajes de renombre y de facilidad de palabra, adictos al maniqueo, donde todos lo que ellos proclaman es lo bueno y lo correcto, mientras las ideas de la oposición, para él no son más que deyecciones.

Así son las disposiciones del presidente de la República, cuando señala que la mitad de los asambleistas, para conformar el congresillo, es lo que el pueblo quiere, como si solo sus palabras reflejaran el sentir ciudadano. Ahhh es que debe ser que como alguien un día dijo que la voz del pueblo es la de Dios (Velasco Ibarra), y como el Correa se cree Dios, entonces en una de sus divinas interpretaciones hizo conjeturas y en su magnánima posición proclamó que todo lo que él dice es el sentir de la nación. Pero ahora que recuerdo, el Nebot es igualito, él se autoproclama portavoz de Guayaquil y que el No ganó en la ciudad y que su modelo de desarrollo no se puede tocar, sin importarle el cuarenta por ciento de la ciudad que avaló la actual Carta Magna; para él esos son la minoría y no son guayaquileños de corazón. Y ahora que hablamos del burgomaestre porteño, en una entrevista para revista Vistazo, él dijo que los alcaldes no necesitaban leyes para cumplir con su mandato, sino cojones (agallas en caso de ser mujeres), entonces para qué tanta campaña a favor del No. Hes que no Hentiendo Ha Hestos políticos la verdad.

Pero en Ecuador no nos quedamos ahí, los mismos ex asambleistas que participaron apoyando y promocionando la actual Constitución, nos dicen que por ahora no se podrán tener elecciones primarias (que consta en la nueva carta política) en los partidos políticos por falta de tiempo, además de que nos comentan de cómo va a ser elección a una sola vuelta del flamante Consejo Nacional Electoral, porque la premura no permite algo más transparente (no me queda espacio para comentar la “diáfana” forma de elegir a los jueces de la Corte de Justicia). Y los diarios de Guayaquil que durante la campaña electoral rezongaban la inseguridad de la ciudad en las primeras planas, ahora no prestan mayor atención a estos problemas (parece que estas galimatías no solo pertenecen a los políticos).

Las iglesias católicas, evangélicas y los laicos comprometidos que se reconocían a si mismos como enviados de Dios, por el momento no tienen nada para proponer y encontrar (esta vez junto al resto de grupos que buscan el bienestar del país) un modelo de sociedad, quedando comprobado su egoísmo e individualismo a la hora de defender solo sus derechos y demandar únicamente sus necesidades. Incluso algunos dejamos de entender a Jefferson Pérez, que por el momento se dedicar a reclamar el por qué el Gobierno no le hace una cena exclusiva para él, declarando con sus palabras de mediocres al resto de la delegación olímpica ecuatoriana (la mayoría con poca experiencia), que comió junto a él y de seguro mantuvieron alguna tertulia, como si cenar con el presidente fuera su principal razón para competir y ganar.

Debe ser que las palabras entre ecuatorianos son conversaciones de sordos a la hora de construir un país incluyente, justo y solidario.

Morelliana II

En uno de sus libros Morelli habla del napolitano que se paso años sentado a la puerta de su casa mirando un tornillo en el suelo. Por la noche lo juntaba y lo ponía debajo del colchón. El tornillo fue primero risa, tomada de pelo, irritación comunal, junta de vecinos, signo de violación de los deberes cívicos, finalmente encogimiento de hombros, la paz, el tornillo fue la paz, nadie podía pasar por la calle sin mirar de reojo el tornillo y sentir que era la paz. El tipo murió de un sincope, y el tornillo desapareció apenas acudieron los vecinos. Uno de ellos lo guarda, quizá lo saca en secreto y lo mira, vuelve a guardarlo y se va a la fábrica sintiendo algo que no comprende, una oscura reprobación.

Por segunda ocasión me encuentro leyendo Rayuela de Julio Cortázar, hace un año que cayó en mis manos por primera vez, y ahora en la repetición me continúa deslumbrando con su desalmado anarquismo, como dice la contraportada: el escritor lleva hasta las últimas consecuencias la voluntad de transgredir el orden tradicional. No es la primera vez que encuentro analogías en las Morellianas de Cortázar, ya había escrito una en el 2007 (http://raulfa.blogspot.com/2007/11/pesadilla-orwelliana.html) y ahora en estos días, en el primer párrafo, me he encontrado con otra.

Pienso que todos en la vida, así como el napolitano con el tornillo, tenemos alguna actividad, persona o interés que nos representa la paz, la intranquilidad, un mundo o una pasión. Para un pintor debe ser culminar una obra plasmando todas las emociones en ella, para un profesor su tornillo debe estar en sentirse entendido al final del día por alguno de sus estudiantes. Para mí, en estos momentos, mi tornillo está en los libros, la escritura y alguna guayaquileña a cuatro horas de distancia.

En los momentos tensamente políticos en el país, que estamos viviendo, para la mayoría de ecuatorianos, ese tornillo seguramente estuvo representado en la Constitución que se aprobó el fin de semana pasado. En ella para algunos está concebida toda la esperanza de la nación; la salud, educación, empleo y vivienda que muchos necesitan. Para la oposición representaba el diablo, el principio de todos los males, el nuevo autoritarismo. Para el Gobierno y sus simpatizantes, ganar es el cumplimiento de la principal promesa de campaña, una prueba más de aceptación de la forma en que se encuentran dirigiendo al país. Pero ahora que ya tenemos una nueva carta política. ¿Cuál es el siguiente tornillo?

Para el partido de Gobierno debe estar en conseguir la reelección en febrero del 2009 y seguir acumulando poder, alcanzar algunas dignidades seccionales más, y contar con la aprobación de la sociedad ecuatoriana en su gestión. Para los opositores, el nuevo tornillo es quitarle algo de poder a la actual Presidencia y al montado aparato legislativo, algunos querrán recuperar sus privilegios de antaño, y unos pocos trabajar para un verdadero cambio.

Pero en ese nuevo tornillo no consta el combate a la corrupción, la transparencia en la toma de decisiones, los consensos, la verdadera democracia participativa, el equilibrio en los poderes, la independencia de cada función del Estado y la mejora de servicios básicos, salud y educación. Fue esperanzador ver como el presidente Correa hablaba de unir al país, una vez conocidos los resultados el domingo pasado, pero con sus acciones en esa forma de elegir al congresillo, algunos nos decepcionamos otra vez.

¿Y el nuevo tornillo para el resto de ecuatorianos? Por el momento exijamos las últimas líneas escritas y después busquemos, en conjunto, como hacer posibles las maravillas y utopias que nos promete la nueva Carta Magna.
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