Mostrando entradas con la etiqueta Guayaquil. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Guayaquil. Mostrar todas las entradas

19 de junio de 2011

Ciudad de pobres corazones

«¡Cha, que este hijueputa sigue hablando!» me dice, ayer, el taxista, buscando en la radio salsa o algo de música para la tarde, a la altura de la Estatal cuando le pido ir a Pedro Pablo Gómez y Babahoyo esperando recuperar un teléfono celular perdido en batalla. Correa despotricaba contra la prensa. Citaba a Vargas Llosa en una de sus críticas al comercio de Lima. El enlace continuaba y de largo…

Media hora antes trepado en la 82, cogida en Urdaneta y Machala – cerca del edificio de la licuadora –, después de cancelar unas facturas, se trepan los dos típicos vendedores de caramelos que en realidad buscan otras cosas. (En pleno centro de Guayaquil). Amenazas. Insultos al chofer por parte de los pasajeros. Por suerte alguien se pone pilas y le hace señas a un patrullero que pasaba por la zona. Los bajan. Los ponen contra la pared. Les quitan un cuchillo y un revólver.

Casi pierdo el invicto de cuatro años sin asaltos.

Hoy en el periódico Correa habla de que los delitos han bajado 15% en el país mientras un primo también cuenta que ayer casi le roban con escopolamina en el Mall del Sur, y la conversación continua de largo con los comentarios de evitar hablar con la gente en bancos y la historia de algún conocido que evitó un secuestro express.

Parece que hay cosas que no cambian. Puede que en Loja, en Vinces, en Macas o en cualquier otra parte los índices de delitos disminuyan. En Guayaquil lo que se tienen son temporadas: altas y bajas. ¿Seguridad? Difícil. A rato parece una historia para David Simon. Igual toca seguir caminando, andando, buscando, tratando de pescar algo… con ladrones o sin ellos.

22 de marzo de 2010

Por Los Ríos (no es una crónica de viaje)

Se supone que la provincia tiene su acuoso nombre después de que García Moreno pasó por la misma y viendo su hidrografía la llamó Los Ríos. Se supone que también era el lugar donde mayor cantidad de cacao, en el siglo XIX, se producía para la exportación. También de donde provienen los montubios más arraigados (que no sueltan el machete y tienen los rodeos de mayor fama) y de donde son originarias las historias de seres que penan, como la llorona, porque mataron a su hijo y ahora vagan en el mundo de los vivos. Y suponiendo que “La patria ya es de todos”, aprovechando que ahora trabajo en una consultora que asesora proyectos estatales y empresas públicas, durante dos semanas, de lunes a sábado, he ido y venido (y viceversa) a Babahoyo, cuento algo de lo que es la capital de la provincia, aclarando que esta no es una crónica de viaje ni que me he dedicado esos días netamente a caminar por la ciudad. Sólo lo que he visto. In my face.


Si se tiene vehículo propio el trayecto desde Guayaquil dura aproximadamente una hora y pocos minutos más, sino el transporte directo y símbolo de la ciudad es el F.B.I. (Flota Imbabura de Babahoyo), un bus verde, al igual que le follaje que uno va viendo mientras recorre el camino, que en una hora y veinte minutos, escuchando radio Canela (la radio de los choferes costeños), pasando por Yaguachi, Juján , el desvío hacia Milagro, Mata de cacao, el Rey Park (una especie del Trucusucus de la infancia en versión extra-grande, lleno de esculturas de dragones, Piratas del Caribe y tiburones entre piscinas) y otros pueblitos donde se pueden ver a los ganaderos arriando sus reses, gaviotas entre los charcos, cultivos de arroz, cacao y café, gente bañándose en los ríos los fines de semana, los típicos accidentes de carretera con los tráileres o buses a un lado y las decenas de mirones, y los vendedores del Extra , de colas y aguas, tortas de choclo, muchines, panes de yuca y fritadas (que son mas chifle que carne) que pegan si uno no ha desayunado bien (se recomienda comprar los muchines de veinticinco centavos a la altura del peaje de Yaguachi), te dejará en el centro de la ciudad. Dato aparte: se le puede decir al cobrador en el terminal que uno es viajero frecuente para que pagues $ 1.00 en lugar del $ 1.40 que es el precio del pasaje original.





La imagen que siempre tuve de Babahoyo era la de agua, un islote en medio de la inundación, pero estando acá la cosa se parece más al lugar donde el Pantaleón Pantoja de Vargas Llosa inicia sus operaciones para saciar las necesidades de los soldados del Ejército peruano: muchas – en serio muchas - mujeres caminando por todos lugares, en holgada ropa por un calor y sobre todo una humedad que provoca que la camisa se te pegue y sea un estorbo. Todo con un aire a Guayaquil, que recuerda el pasear por el centro de Babahoyo a recorrer la Av. 10 de agosto o el resto de calles aún no regeneradas y llenas de puestos comerciales de comida, discos piratas, ropa, vendedores de colas y caramelos. Aunque la regeneración también existe en Babahoyo: los mismos adoquines, las mismas farolas, algunas palmeras e incluso en hay un malecón (en este sí te dejan andar en bicicleta) con iguales rejas color verde y vista al río. Sin ser esa, pero tratando de serlo, una justificación para creer que mi comparación no sale de una mente obtusa que cree que fuera del puerto principal cualquier ciudad costeña es una copia del mismo (imitando su estético “modelo de desarrollo”); pero notando esas diferencias o singularidades de Babahoyo en su gente y en su forma de vida como el saber que casi todas las personas con las que hablé menores de 30 años tienen al menos un divorcio, que aunque parece el pueblo de Pantaleón sólo hay un chongo en la ciudad y que lo chévere es ir en auto hasta alguno de Durán o Milagro, avenidas llenas de motos y bicicletas que son la aspiración de las personas para llegar temprano a sus lugares de trabajo, que el recreo de los sábados es irse a bañar a algún río, que comer en un chifa del centro es algo de caché y símbolo de dinero, y que el dinero es lo principal de la ciudad, pero a diferencia de Guayaquil aquí se nota mucho más. Algunos arriesgarían su integridad y te mentan a la madre por diez centavos, y en restaurantes si pides un vaso de agua te dicen que no tienen pero te pueden vender botellas a $ 0.30 cada una.

Me hubiera gustado ir a algún río, ver una cosecha de cacao y acompañar a quien lo seca en la carretera... Eso no era parte del trabajo así que será para la próxima vez.

2 de septiembre de 2009

De pasquines violentos

La novela, La mala hora, del escritor colombiano Gabriel García Márquez, cuenta, a través de sus páginas, como los habitantes de Macondo viven una tranquilidad desagradable. Los conservadores, ganadores de la guerra civil, persiguen cruelmente a sus opositores los liberales, y en las puertas de las casas amanecen pegados pasquines con chismes acerca de verdades que hasta entonces no habían sido públicas. Un día, al alba, mientras el padre Ángel llamaba a misa, un sonido de arma despierta a los habitantes. Un campesino ha matado al presunto amante de su esposa después de haber leído uno de los panfletos. También morirá el hijo de un coronel que no tiene quien le escriba, desatándose la violencia en el pueblo.

Una semana atrás me encontraba en el sur de la ciudad, caminando por la calle con un amigo; mientras conversábamos, él por una extraña razón (la misma por la que cuando uno pregunta una dirección, de un tiempo acá, muchos siguen caminando como si no existieras), que puede deberse al asalto que sufrió recientemente, me señalaba los buses, para al más puro estilo Nueve Reinas mostrarme lo que estaba por suceder: “¡Mira como en esa Cayetano se subieron cuatro carameleros!” (Para exigirles, en grupo, a las personas que les ‘compren’ sus mercancías); “¿viste a ese man que se trepó en el bus con los ojos rojísimos?” (Mendigo presuntamente drogado que le pide a los pasajeros que lo ‘apoyen’ porque recién salió de la Peni); “viste ese hijueputa, que se baja de la 42, guardándose algo en los pantalones, ¿de ley era un cuchillo, no?”, fueron algunas de sus observaciones en los veinte minutos que estuvimos andando por la Av. 25 de julio, y mi respuesta en la mayoría de los casos fue: “La plena, loco” porque desarrollé el mismo ojo clínico desde la época en que iba a la universidad, aunque la paranoia recién apareció cuando me fui a vivir a Cuenca y veía las noticias diarias relacionadas con la inseguridad de Guayaquil. Cada vez que venía estaba totalmente once a cada persona que se me acercaba y a quien tenía movimientos sospechosos. Empecé a entender el terror y los consejos que tienen las madres cuando sus hijos de provincia vienen a estudiar acá. Suerte que hasta ahora he podido esquivar a la delincuencia, pero eso no implica que estemos seguros en Guayaquil.

Una semana atrás llegó a mi correo el pasquín, que está en la foto, firmado por la BADG (Barriada Anti Delincuencial de Guayaquil). Grupo del cual no conozco sus miembros, pero ellos mencionan que tienen nexos en Colombia, están entrenados militarmente y muy bien armados. Señalan que a partir de las diez de la noche “no hay excusa para no estar en casa. Esta amenaza directa va a dirigida a toda clase delincuencial. Los [sic] demás personas honradas están a salvo…” El mismo aviso u otros con similar tono han rondado, como en La mala hora sin saber quien los pego, en cantones del Guayas y otras provincias, provocando que a las diez de la noche las calles estén silenciosas y desiertas, que estudiantes salgan más temprano de clases para dirigirse a sus casas, como lo relata el Informe del diario EL UNIVERSO del pasado domingo. No creo que en Guayaquil suceda algo parecido y espero que el correo no pase más allá de una mala broma. Pero este tipo de actos, en lugar de generar tranquilidad, son un multiplicador del temor y la inseguridad que ya se sienten en las calles. Por ejemplo, ahora tendré que cortarme el cabello porque me podrían confundir con un fumón marihuanero. Es uno de esos casos en que el remedio es peor que la enfermedad. Violencia trae más violencia. ¿No es así como nacen los grupos paramilitares? Aunque seguramente es una utopía para quienes siempre sugieren que a los ladrones se les debería cortar las manos o colgarlos de las bolas.




23 de julio de 2009

Crónica de lector

Después de visitar la semana pasada la Feria del libro de Guayaquil, y después también de leer la crónica de Juan Bonilla: “La calle de los libros”, donde describe de forma nostálgica y que genera envidia, las librerías más bizarras pero a la vez encantadoras que ha podido encontrar en sus viajes, como aquella en Quito que a la vez funcionaba como un cabaret, así como los patios de muchas casas en La Habana (cuenta que incluso te ofrecen un café), me ponen a pensar que en Guayaquil no hay una calle (ni una esquina, por lo menos, de un día a la semana) para escarbar, sumergirse entre montones de obras, esperando encontrar algo de interés o para pasar el rato, algún clásico. Nunca he podido ver un conjunto de personas buscando novelas o ensayos en un espacio más grande que un hermético local, por lo que mi historia con una lectura menos esporádica (con meses de lapso entre el fin de un libro y el inicio de otro), comienza con las publicaciones que venían en los diarios y con el estreno de mi vida laboral. Todos los días me tocaba viajar al cantón Durán en tiempos en los que el puente entre Samborondón y Guayaquil era de dos carriles, y colas de una hora o más se armaban desde el Imperio, el chongo más famoso del cantón al otro lado del manso Guayas. Ahí, entre largas esperas, leí “Sobre heróes y tumbas” de Ernesto Sábato (además “Gracias por el fuego” de Benedetti, “Frankeistein” de M. Shelley y otros en dos años de viajes), con su delirante e iluminador (ante la penumbra de las seis de la tarde) informe para ciegos en medio de los ruidos de claxon y el fondo de música del Grupo Niche de los buses de la línea Panorama.


En otros paisajes, cuando fui a trabajar y vivir en una comunidad a dos horas de Quito, pude disfrutar de Rayuela de J. Cortázar, frente al volcán Cayambe y mientras hacía cola para obtener una visa de estudiante, recuerdo a Horacio junto a Traveler y a Talita armando un puente de tablones entre sus departamentos, arriesgando la vida de Talita que al mismo tiempo, a varios niños, les daba una peluda vista, desde arriba, por su (in)oportuna falta de calzones; y el sábado de feria de los ponchos en Otavalo, en la plaza que tiene un busto de Rumiñahui, Adoum restregaba en mi cara lo profundo y diverso que es el Ecuador. Ya al otro lado del charco, en España (además de las lecturas académicas), sólo lleve de Gilles Chatelet: “Vivir y pensar como puercos”. Ensayo sociológico que por poco interesante no lo leí entre visitas al museo El Prado, el parque Retiro ni la avenida Castellana (fue sólo peso en mi maleta durante caminatas por Lisboa, Barcelona, Córdoba y Sevilla), y en la Cuesta Moyano lo dejé en medio de otros libros usados. Su lugar lo ocupó aquel cuento de Vargas Llosa que relata la castración sufrida por el joven Cuéllar a dientes de un perro, que horrorizado leí en Barajas.

El año que víví en Cuenca, ante mi falta de liquidez (dinero ahorrado al máximo para un viaje), releí a Hemingway, Cortázar, Vargas Llosa, Onetti, Bryce Echenique, García Márquez y otros que anteriormente los había leído mientras realizaba otras actividades (a manera de pausa); pero como novedad recuerdo el atroz y maloliente mundo de “Ensayo sobre la ceguera”, y atras de una ventana, en las noches, donde se ve la estatua de un Cristo decapitado, podía sentir los aromas de la podredumbre, y en mis pies los fétidos desechos, que se pegaban en las separaciones de mis dedos, dejados por la historia de Saramago que transcurre en un abyecto manicomio. Se completa la lista de novedades en Cuenca con la historia de los Buendía de García Márquez y el Abaddón de Sábato entre trayectos por el Cajas. Y en Argentina (y Montevideo), de los libros (todos nuevos) que pretendí leer, varios corrieron la misma suerte de quedarse olvidados en los asientos de buses que tomaba para viajar entre provincias. En el inventario de bajas estuvieron “Atacames Tonic” de Esteban Michelena, “El guardián entre el centeno” de J.D. Salinger (no lo pude terminar), “La máquina de follar” del maldito de Bukowski, además de dos revistas Soho con suculentas modelos colombianas en la portada. “Antes del fin” de Sábato y “El área 18” de R. Fontanarrosa se salvaron y llegaron a Guayaquil, además de los ejemplares que compré la última tarde en Buenos Aires. Que se añaden a las decenas de obras que he leído y faltan en esta lista. Los nombrados son los que me han acompañado por un rato en viajes y en mis inicios leyendo.



Pero volviendo a la no existencia de una ruta de los libros en Guayaquil (traducida en una seguidilla de librerías dentro de una calle, cuadra o esquina), esta ausencia, tal vez, no sea tan cierta, y dicha ruta podría estar conformada por las esquinas de ventas de periódicos (debajo de los semáforos), en las afueras de la terminal de buses, en estériles sitios como farmacias y supermercados (además de las dos grandes librerías ubicadas en los centros comerciales, porque las del centro parecen más tiendas de útiles escolares), entre jeringuillas, pañales, frutas, embutidos y lácteos. Lástima que en estos lugares sólo se vendan obras de Paulo Coelho, la culpa es de la vaca (aunque en la Fybecca me hice de “Cien años de soledad” y algo de Javier Marías) y el resto de populares ediciones light de bolsillo fáciles de leer ante la modorra que produce el calor acá, porque cada vez que uno toma un libro en esta ciudad, el sopor inmediatamente te invade y hace que la cabeza te pese, ver a través de la bruma que se ha formado por el calor es otra dificultad, además de un sol que castiga afuera y se introduce pesadamente en las casas, generando una ola de sueño que se pega y adhiere a uno, como lo hace el efecto del sudor en las camisetas embadurnadas; así la lectura se vuelve una actividad física y los Ulises de Joyce son más difíciles de entender en el húmedo trópico. Razones por las que sólo faltaría encontrarle un sentido al caótico croquis de la ruta de tiendas donde se venden libros en la ciudad y comprar toallas húmedas, ahora que pretendo quedarme viviendo en Guayaquil, y mientras encuentro empleo: enviar carpetas a indiferentes jefes de recursos humanos y empezar a leer nuevas obras (posiblemente no encuentre todo lo que busque) serán las principales actividades que tenga en las calurosas tardes de semana.

20 de septiembre de 2008

Sobredosis

En los dos meses que llevo viviendo en Cuenca, la propaganda electoral para el referéndum sobre el proyecto de Constitución ecuatoriana es casi nula. Se ven algunas camionetas con fotos de Lucio Gutiérrez y con altavoces que dicen No al aborto, No al alza de precios; en el parque Calderón cuelga un letrero, como de heladería, que dice Si, pero en el resto de calles, nada más que llame la atención. Muy aparte de lo que leo en los diarios a través del internet, o veo en los noticieros y la constante propaganda gubernamental, la única dosis de política que he tenido en esta ciudad fue la semana que pasó, en el teatro del Banco Central, donde asistí a una presentación de Carlos Michelena (ese mismo, el toque del Miche), todo sea por apoyar a la Liga de Cuenca con sus problemas financieros. El Miche se vistió de juglar, habló como juglar y se comportó como juglar. Se disfrazó del presidente Correa, pidió plata como Abdala y cantó música protesta. Al final dio un consejo, sobre el voto, a todos y unos posters de caricaturas de los últimos presidentes ecuatorianos. En una ciudad inclinada a la izquierda y al ser el Miche un hombre de la misma dirección, sus palabras fueron apreciadas.

Con esas palabras y algunas risas que deje flotando en el frio ambiente cuencano, me dirigí a lo que por ahora llamo mi casa, satisfecho de la glotonería cómica, pensando en que al día siguiente cuatro horas de trémulo viaje me esperaban para llegar a Guayaquil. Fueron casi cinco de tembloroso aburrimiento, pero al fin ya asomaba el manso Guayas. Me recibió con un cartel gigante de fondo blanco y escrito En Guayaquil decimos No. Así comienza esta travesía por el lugar que me vio nacer y que aun me parece tan familiar, aunque con muchos cambios en su atmósfera.

Es medio día de sábado, el sol en su cenit, y decido con una amiga ir a comer al malecón del salado esos mariscos que tanto extraño. Tomo el bus que me deja más cerca de destino y recorrido un par de metros, leo un letrero en la ciudadela alborada que reza Regeneración urbana: Una obra más de Nebot. Ni dos minutos y en la misma calle otro cartel avisa, NO mientras Juan Pueblo se desgarra la camisa. Un par de metros más y observo como los autos exclaman en sus vidrios: No al aborto; Soy pelucón y qué; Yo voto por el Sí, porque el pasado ya lo viví y otras perlas que ahora no recuerdo. El chofer entretenido escuchando Juanito Alimaña, Soy el cantante y otros clásicos de la salsa, se ve interrumpido por la cadena del Ministerio de Educación que nos explica que es el buen vivir, el as del volante, por supuesto, trata de cambiar la emisora y no verse impedido de su diversión, pero se resigna ante lo imposible, y en el mismo instante, en el centro comercial San Marino, unas jóvenes, presuntamente estudiantes universitarias, con gafas Gucci o DKNY, con globos en las manos nos gritan: VOTE NO, PITE SI VA A VOTAR NO, etc. Creía que por la Universidad Estatal de Guayaquil me venía lo peor, imaginaba caravanas, protestas y otros populismos disfrazados de proselitismo, pero por suerte solo me encuentro con una pancarta bramando en la afueras de una facultad. Nosotros estamos con el Sí. Después de tanta locura, al llegar, a duras penas disfruto mis camarones y no me dan ganas de salir más.

Esquirlas sobre el recorrido: Francamente, no me sorprendió esta actitud súper política del puerto principal, después de ver el sinnúmero de mensajes en mi correo electrónico de amigos y sus nicks en el MSN. Mis únicas preocupaciones o diferencias con las personas que van por el No, es que no proponen ningún cambio o propuesta. Así: ¿A quién pretenden convencer? Con ese individualismo de: por un lado autonomistas, por otro conservadores, por otro estudiantes; profesores por el Si solo por un articulo que los beneficia, religiosos por el No porque solo velan por sus intereses, etc. Nadie se ha preocupado por establecer consensos y nuevas reglas de juego. En mi estadía en Guayaquil, solo recibí una sobredosis de intereses y algo de inconformismo, pero nada de cambio.

23 de julio de 2008

Guayaquil

Un par de meses atrás, una asambleísta ecuatoriana propuso realizar modificaciones a los símbolos patrios. Aunque muchas personas se burlaron, la verdad es que yo le di rienda suelta a mi imaginación en ese acto considerado profano por algunos. Así como la vocera de la idea explicaba que el nuevo himno nacional tendría relación con la tan famosa Patria, tierra sagrada..., yo me preguntaba que canción podría reemplazar al himno oficial guayaquileño.

Hace tiempo que quería cantarle a Guayaquil (bis), cantarle al cerro Santa Ana y al Carmen donde nací (bis)… así comienza la Guajira a Guayaquil de Héctor Napolitano. Mi favorita y la más representativa, a criterio personal, y no es que me olvide de Guayaquileño madera guerrero o Guayaquil de mis amores, pero la del viejo Napo tiene ese algo especial que no se llama patriotismo o cualquier otro amor impuesto (heredado) por parte de viejas generaciones. La canción es un viaje a través del tiempo, por los lugares tan familiarmente transitados y por todas las emociones que dejan las costumbres guayaquileñas.

Las cantinas estaban llenas y había un clima como de alborozo trágico, como si una angustia jubilosa fuera tomándose las calles… porque era que no se podía creer, porque aunque se sabía que estaba grave, que se iba a morir de todos modos, una sobrevivencia como ajena, nos había dado la nota de que la muerte no existía, de NO pararle Bola, de que lo único que tenía derecho entre nosotros era la VIDA... Mónica se vino desde la "Yoni" (U.S.) para contarle después de muerto: todo lo que lo había querido. Un borrachito con la botella de trago en la mano temblorosa decía: "ahora solo nos queda Barcelona, ahora solo nos queda Barcelona".

Fragmentos del poema de Fernando Artieda que habla de dos emblemas guayaquileños. Barcelona y Julio Jaramillo. Símbolos que junto al barrio Las Peñas, el clásico del astillero, las parejas caminando por el río Guayas y otros que no me vienen a la memoria, reflejan más “guayaquileñismo” que cualquier escudo de armas.

Pensé en un principio, escribir algo algo sacado de mi imaginación para el lugar que me vio nacer y crecer. Pero después, recordando todas las palabras que salieron de la tinta y voz de Medardo Ángel Silva, Julio Jaramillo, Miguel Donoso Pareja y otros autores, me eché para atrás. Preferí rendirles tributo y agradecerles por el sinnúmero de adjetivos, situaciones y vivencias locales, escritas en sus libros . Recuerdo la curiosidad con la que empece a leer La muerte de Tyrone Power en el monumental de Barcelona y como desde el primer momento, me trasladó por un Guayaquil que había pisado pero no conocido. Y por el mismo camino pero en una época distinta, nos guía Joaquín Martínez Amador que dice: llegar a Guayaquil por río era ser testigo de las hermosas vistas de pájaros, campanarios, altas palmeras y árboles frutales. Me gustaba ascender al cerro Santa Ana y desde allí observar el tráfico en el río y las orillas llenas de embarcaciones y de gente.

Así, acompañado de frases que no puedo seguir escribiendo, dedico estas líneas, que en su mayoría no son mías, a todos mis amigos que no creen que existe cultura en la ciudad. Justificándose en que aquí no hay skin heads u otros movimientos importados. Yo por mi lado, espero celebrar en el barrio Las Peñas, viendo el río Guayas, con una cerveza y escuchando las canciones de Julio Jaramillo interpretadas por una mujer al ritmo del Jazz. Por ahora ¿qué más cultura puedo pedir?

Fuentes:
La muerte de Tyrone Power en el monumental de Barcelona, por Miguel Donoso Pareja.
Los caminos del tiempo, por Joaquín Martínez Amador.
Pueblo, fantasma y clave de JJ, por Fernando Artieda.
http://www.ecuaworld.com/ecuablog/index.php?itemid=687
Guajira a Guayaquil, por Héctor Napolitano.
http://www.youtube.com/watch?v=YriKrRiKr4I

21 de junio de 2008

La necesidad de la crítica

Salvo algunos artistas o críticos de arte (Rodolfo Kronfle, Santiago Toral, entre otros) o articulistas como Xavier Flores Aguirre, debatir sobre la regeneración urbana y, como los habitantes se apoderan e integran a los espacios públicos, no se ha dado dentro de la ciudad. "Pareciera que es políticamente incorrecto" señala La Buseta de Papel en su blog. Diario LA NACIÓN de Argentina en diciembre del año pasado, realizó un reportaje sobre este proceso arquitectónico, del que se pueden obtener planteamientos interesantes:

- Se escribe y cuestiona de por qué toda la obra del municipio de Guayaquil debe tener la firma del alcalde Nebot. Entonces esto no solo se limita a la presidencia de la República.

- También existen declaraciones del Alcalde, donde señala: Además de transformaciones en la infraestructura de la ciudad, parte del presupuesto va para educación, salud y vivienda, con los planes “Más”. Analizando el presupuesto municipal, las inversiones señaladas, solo representan el 12 por ciento del total.

- La metrovia también tiene un espacio, y se explica cómo este medio de transporte masivo, ha sido el principal ordenador de la fluidez vehicular. Pero también existen críticas de que la metrovia a su paso, deja comercios muertos en la ciudad.

- Dentro de lo más polémico, está el caso de los vendedores informales y como afectan a la regeneración urbana: El método consistió en quitarlos de las áreas turísticas y, reinsertarlos en mercados bajo techo. Quejándose la mayoría de comerciantes ambulantes porque a los nuevos espacios, los clientes no se molestan en ir (por su falta de organización temática, sirviendo únicamente para aglutinar a informales).

- Pero la crítica más importante es al toque de modernidad que quiere dársele a la ciudad, especialmente en espacios como el Malecón, con el pitido de silbatos en todas partes: Por entrar mascotas, por patear un balón, por hacer olas con el agua, por entrar en bicicleta, por una pareja besándose “inmoralmente” según las normas del alcalde, para grabar con cámaras se necesita permiso municipal, etc.


No tengo idea de los comentarios que tuvo el alcalde respecto a este reportaje. Espero que no hayan sido parecidos a los que tuvo con el señor Ramón Sonnenholzner (presidente de radio Tropicana). Lo mando a callar y a hablar solo de Alemania y nazis, aunque él nació aquí.

Apreció la obra arquitectónica que las últimas administraciones han llevado a cabo, aunque tengo mis críticas. Pero me resulta más imperante, espacios para el debate público dentro de la ciudad, donde las protestas como las de la metrovia, el año pasado, no sean denunciadas como actos de terrorismo por la alcaldía, o la recientes manifestaciones de informales donde se los trato de criminales, pero el alcalde no atendió sus pedidos. Y así reclama por como en la Asamblea se ha tramitado su mandato.

Personalmente cuando vote Sí por una nueva constitución, mi objetivo, además de nuevas leyes, fue que los ciudadanos con este proceso adquirieramos madures política y no sea una guerra civil o alguna dictadura, lo que nos haga entender la democracia, escuchar a las minorías, y llegar a consensos. De igual forma debe suceder en esta ciudad.

Esquirlas finales: Autonomía no es solo la descentralización de recursos, sino adquirir competencias como el desarrollo económico y social. Por ahora se ve como la marginalización de unos es beneficioso para otros. / A los informales debe dárseles algún espacio, siendo consientes de los perjuicios, al turismo, que traería su vuelta total a las zonas regeneradas. En Madrid existe la feria del Rastro todos los domingos, algo parecido puede hacerse acá. / La obra del alcalde no solo debe darse para el turismo, sino para que los ciudadanos se apropien de lo público, por lo que son necesarios espacios de expresión, y que la administración municipal acepte críticas de las minorías e incluya sus reclamos en el plan de gobierno.

Fuentes:

Argumentos sobre Guayaquil, por Xavier Flores Aguirre.
Guayaquil: La regenerada, por Leila Guerreiro en el diario LA NACIÓN de Argentina.
La regeneración urbana vista desde Argentina, por La Buseta de Papel.
Guayaquil solidario, por Raúl Farias.

29 de abril de 2008

Guayaquil solidario

A Guayaquil en la actualidad se la podría considerar como la pionera en los movimientos autonómicos. Autonomías que además de descentralizar recursos, con el paso del tiempo permitirán (o ya sucede esto), hacerse de responsabilidades y competencias como el desarrollo económico, vivienda, salud, educación, etc. Por lo que en las siguientes líneas pretendo explicar cómo la ciudad puede convertirse en una pionera en la cooperación interna del país, desde las autonomías, ayudando a otras provincias o cantones a mejorar su actual situación, promoviendo y apoyando en lo que más sabe Guayaquil; esto basado en una cooperación al desarrollo directa e indirecta en distintos proyectos y, a través de una educación para el desarrollo que permita conocer realidades y sensibilizar a sus habitantes.
Dentro de la cooperación directa o indirecta, el municipio podría asignar un porcentaje de su presupuesto a actividades solidarias que beneficien a otras poblaciones del país. La diferencia con respecto al impuesto solidario que se contempla en la propuesta de autonomía, entregada por el Alcalde la ciudad a la Asamblea, está en que el dinero proviene directamente del presupuesto local, que para el año 2008 es de 477.478 millones de dólares y 61 millones de estos corresponde a planes de acción social (salud, educación, nutrición y desarrollo social).
Las Naciones Unidas dentro de los ODM, piden que los países más desarrollados otorguen el 0.7 por ciento de su PIB como ayuda para el desarrollo, por lo que la municipalidad debería proponerse lograr esta meta; además que estos proyectos deben ser coherentes con las políticas que se manejen (compras públicas éticas, universalidad de la educación, etc.).

En lo correspondiente a educación para el desarrollo, el objetivo se define en sensibilizar a la población de la realidad actual del país, además de permitir y alentar movilizaciones de la población para señalar distintos abusos, situaciones o propuestas que se dan en otras regiones del Ecuador. También deberán promoverse estudios o carreras universitarias que ayuden a lograr un verdadero desarrollo humano en todos sus ámbitos, además de una orientación en todos los niveles educativos que haga conocer a fondo los problemas latentes.

Guayaquil puede contribuir directamente para el desarrollo de zonas menos favorables. Esto no solo le compete a la administración pública, también deben participar los movimientos sociales, empresarios, universidades y todos los interesados, con propuestas en problemas que la ciudad haya podido superarlos, brindando su aporte y las claves de éxito. Es verdad que los guayaquileños somos solidarios ante desgracias, sin embargo no existe una política que lo haga constante y que no sea como nos mostraba una historieta de Mafalda, donde Susanita quería ofrecer grandes banquetes con los más exquisitos manjares para con eso poder darles cualquier cosa a los pobres.


Fuentes:

La cooperación autonómica: Avances y retos, por Antonio Zurita.

Presupuesto de la acaldía de Guayaquil, por el Muy Ilustere Municipio de Guayaquil.


Proyecto: Fortalecimiento del Municipio de Guayaquil, por El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

Powered By Blogger