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19 de junio de 2011

Ciudad de pobres corazones

«¡Cha, que este hijueputa sigue hablando!» me dice, ayer, el taxista, buscando en la radio salsa o algo de música para la tarde, a la altura de la Estatal cuando le pido ir a Pedro Pablo Gómez y Babahoyo esperando recuperar un teléfono celular perdido en batalla. Correa despotricaba contra la prensa. Citaba a Vargas Llosa en una de sus críticas al comercio de Lima. El enlace continuaba y de largo…

Media hora antes trepado en la 82, cogida en Urdaneta y Machala – cerca del edificio de la licuadora –, después de cancelar unas facturas, se trepan los dos típicos vendedores de caramelos que en realidad buscan otras cosas. (En pleno centro de Guayaquil). Amenazas. Insultos al chofer por parte de los pasajeros. Por suerte alguien se pone pilas y le hace señas a un patrullero que pasaba por la zona. Los bajan. Los ponen contra la pared. Les quitan un cuchillo y un revólver.

Casi pierdo el invicto de cuatro años sin asaltos.

Hoy en el periódico Correa habla de que los delitos han bajado 15% en el país mientras un primo también cuenta que ayer casi le roban con escopolamina en el Mall del Sur, y la conversación continua de largo con los comentarios de evitar hablar con la gente en bancos y la historia de algún conocido que evitó un secuestro express.

Parece que hay cosas que no cambian. Puede que en Loja, en Vinces, en Macas o en cualquier otra parte los índices de delitos disminuyan. En Guayaquil lo que se tienen son temporadas: altas y bajas. ¿Seguridad? Difícil. A rato parece una historia para David Simon. Igual toca seguir caminando, andando, buscando, tratando de pescar algo… con ladrones o sin ellos.

27 de enero de 2011

Caminando, apurado, temeroso

Confieso que hasta hace poco las noticias que abomban las primeras planas de los diarios y los titulares de los noticiarios, acerca de la inseguridad y violencia que vive la ciudad, me resultaban semejantes a un lejano eco, algo que no iba conmigo. No es que viva en una ciudadela burbuja o no salga de casa, pero la última vez que pasé un susto fue cuando me robaron hace cuatro años. Me creía curado. Ya no. Al desayuno, el miércoles, como si se tratara de algo que era de esperar, me encuentro con la noticia que a un vecino, al que no tuve oportunidad de conocer, fue víctima de secuestro express y falleció el día de hoy como consecuencia de los golpes recibidos en el atraco.

Un choque contra el duro muro de la realidad. La entrada del hoyo negro que lleva a esa oscura y deshumanizada dimensión, que sólo parecía para los que se la buscaban, saluda desde la esquina al salir de la casa. Muestra su afilada uña. Las líneas de algunos columnistas escribiendo que nos jugamos la vida al salir de casa, de que pueden violar a nuestras mujeres en cualquier momento, que me sonaban más a querer vender mayor cantidad de ejemplares que a real preocupación, ahora no parecen descabelladas. Los malos empiezan a ganar y agrandar su territorio mientras Correa grita que los delincuentes son víctimas de la pobreza y nos pide que nos dejemos robar. La muerte del vecino no fue lo único: el martes en la noche, volviendo de pelotear, en el carro de un amigo, a la altura de EL UNIVERSO escuchamos un fuerte ruido; de una el acelerador, pasándonos la roja y virando. Falsa alarma. No paranoia. A la tarde del miércoles, volviendo de ese trabajo que muchas veces desconecta de la realidad, dos patrulleros estacionados, un montón de curiosos y tres asaltantes esposados en el suelo que anteriormente en la misma esquina de EL UNIVERSO se habían subido a un bus para cometer un robo. El paisaje del día. El recordatorio del nuevo estilo de vida nada tímido.

Al salir en la mañana el día resultaba demasiado tranquilo, excesivamente brillante. La ciudad parecía un ángel dormido, como si nada hubiera pasado; sin embargo en el interior empezaba a entender que ya nada es igual. Un inquietante aroma que no deja respirar cubre a Guayaquil y una molestosa inquietud se siente con cada paso. No estamos solos, nos vamos convirtiendo en potenciales presas de feroces chacales...

En ese momento, ni un alma los oyó en el pueblo dormido... cuatro disparos que, en total, terminaron con seis vidas humanas. Pero después, la gente del pueblo, hasta entonces suficientem ente confiada como para no echar llave por la noche, descubrió que su imaginación los recreaba una y otra vez... esas sombrías explosiones que encendieron hogueras de desconfianza, a cuyo resplandor muchos viejos vecinos se miraron extrañamente, como si no se conocieran.

A sangre fría, Truman Capote.

2 de septiembre de 2009

De pasquines violentos

La novela, La mala hora, del escritor colombiano Gabriel García Márquez, cuenta, a través de sus páginas, como los habitantes de Macondo viven una tranquilidad desagradable. Los conservadores, ganadores de la guerra civil, persiguen cruelmente a sus opositores los liberales, y en las puertas de las casas amanecen pegados pasquines con chismes acerca de verdades que hasta entonces no habían sido públicas. Un día, al alba, mientras el padre Ángel llamaba a misa, un sonido de arma despierta a los habitantes. Un campesino ha matado al presunto amante de su esposa después de haber leído uno de los panfletos. También morirá el hijo de un coronel que no tiene quien le escriba, desatándose la violencia en el pueblo.

Una semana atrás me encontraba en el sur de la ciudad, caminando por la calle con un amigo; mientras conversábamos, él por una extraña razón (la misma por la que cuando uno pregunta una dirección, de un tiempo acá, muchos siguen caminando como si no existieras), que puede deberse al asalto que sufrió recientemente, me señalaba los buses, para al más puro estilo Nueve Reinas mostrarme lo que estaba por suceder: “¡Mira como en esa Cayetano se subieron cuatro carameleros!” (Para exigirles, en grupo, a las personas que les ‘compren’ sus mercancías); “¿viste a ese man que se trepó en el bus con los ojos rojísimos?” (Mendigo presuntamente drogado que le pide a los pasajeros que lo ‘apoyen’ porque recién salió de la Peni); “viste ese hijueputa, que se baja de la 42, guardándose algo en los pantalones, ¿de ley era un cuchillo, no?”, fueron algunas de sus observaciones en los veinte minutos que estuvimos andando por la Av. 25 de julio, y mi respuesta en la mayoría de los casos fue: “La plena, loco” porque desarrollé el mismo ojo clínico desde la época en que iba a la universidad, aunque la paranoia recién apareció cuando me fui a vivir a Cuenca y veía las noticias diarias relacionadas con la inseguridad de Guayaquil. Cada vez que venía estaba totalmente once a cada persona que se me acercaba y a quien tenía movimientos sospechosos. Empecé a entender el terror y los consejos que tienen las madres cuando sus hijos de provincia vienen a estudiar acá. Suerte que hasta ahora he podido esquivar a la delincuencia, pero eso no implica que estemos seguros en Guayaquil.

Una semana atrás llegó a mi correo el pasquín, que está en la foto, firmado por la BADG (Barriada Anti Delincuencial de Guayaquil). Grupo del cual no conozco sus miembros, pero ellos mencionan que tienen nexos en Colombia, están entrenados militarmente y muy bien armados. Señalan que a partir de las diez de la noche “no hay excusa para no estar en casa. Esta amenaza directa va a dirigida a toda clase delincuencial. Los [sic] demás personas honradas están a salvo…” El mismo aviso u otros con similar tono han rondado, como en La mala hora sin saber quien los pego, en cantones del Guayas y otras provincias, provocando que a las diez de la noche las calles estén silenciosas y desiertas, que estudiantes salgan más temprano de clases para dirigirse a sus casas, como lo relata el Informe del diario EL UNIVERSO del pasado domingo. No creo que en Guayaquil suceda algo parecido y espero que el correo no pase más allá de una mala broma. Pero este tipo de actos, en lugar de generar tranquilidad, son un multiplicador del temor y la inseguridad que ya se sienten en las calles. Por ejemplo, ahora tendré que cortarme el cabello porque me podrían confundir con un fumón marihuanero. Es uno de esos casos en que el remedio es peor que la enfermedad. Violencia trae más violencia. ¿No es así como nacen los grupos paramilitares? Aunque seguramente es una utopía para quienes siempre sugieren que a los ladrones se les debería cortar las manos o colgarlos de las bolas.




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