30 de agosto de 2009

Bird

“There are no second acts in american lives” (F. Scott Fitzgerald).


Fue uno de los creadores del bebop junto a Bud Powell y Dizzy Gillispie. Uno de los músicos más influyentes de la primera mitad del siglo XX junto a Louis Amstrong y Duke Ellington. Un genio que constantemente se reinventaba al igual que Mile Davis y Thelonious Monk (con quienes grabó discos y compartió escenario). Antes de Charlie Parker, lo que se escuchaba eran las bandas de Glenn Miller, música favorita del abuelo Simpson, pero con su aparición al fin se pudo oír ese brrr pu pa tu ta chrrr que es hijo de la pura genialidad de la creatividad y la improvisación del jazz. Quien mejor describe a Bird es ese gran cronopio, Julio Cortázar, en el cuento El perseguidor: alguien que no vivía en el tiempo, o al menos en este tiempo: “La música me sacaba del tiempo, aunque no es más que una manera de decirlo. Si quieres saber lo que realmente siento, yo creo que la música me metía en el tiempo. Pero entonces hay que creer que este tiempo no tiene nada que ver con... bueno, con nosotros, por decirlo así.” Era un hipster, como lo describe Robert Reisner en el excelente libro Nostalgia a Charlie Parker: “Es alguien amoral, anárquico, amable y tan educado que resulta decadente. Siempre va diez pasos por delante porque sabe de qué van las cosas… Ansía algo que trascienda toda esa mierda y encuentra la respuesta en el jazz”.

Esa improvisación, esa genialidad, ese desequilibrio, no sólo estaba en su música, como lo sigue contando Reisner: “Durante su breve existencia, Charlie Parker vivió más vidas que cualquier otro ser humano. Era un tipo de unos apetitos físicos desmedidos. Comía como una bestia, bebía como un cosaco y tenía la libido de un conejo. Él y el mundo eran todo uno, y todo le interesaba… Nadie amó la vida como Bird, y nadie puso tanto empeño como él en matarse.” Tenía varias personalidades y todas querían aparecer al mismo tiempo; y la mayoría de sus biografías no pueden describirlas porque a él lo quieren retratar de una manera lineal, desde sus inicios en Kansas, tocando por un dólar y algo más, hasta su muerte frente a un televisor. Charlie Parker no pasó por el mundo como el resto: Humilde al vivir en un barrio pobre judío pese a ser una estrella y capaz de estafar a su propio público contratando pésimos cantantes en los intermedios; regalaba melodías a amigos y desconocidos, y al mismo tiempo no asistía a presentaciones donde tenía un contrato y terminaba tocando en bares a cambio de tragos; un suicida que intentó absurdamente envenenarse con yodo luego de que le impusieran una multa, y un optimista que pensaba realizar un ballet con música de jazz; de un carácter insoportable que terminaba siempre en peleas con sus managers, pero que el resto de músicos se lo perdonaban porque podía pasar horas tocando sin parar y entonar sus mejores repertorios únicamente frente a un grupo de amigos o de camareros en un restaurante cerrado; podía ser tan amable y encantador que a las personas tímidas él mismo se les acercaba y se presentaba, y a la vez ser alguien cruel capaz de derramar la dosis de heroína, de sus amigos adictos, después de él haberse inyectado; un excéntrico que en ocasiones se presentaba al Bidrland, donde tocaba, vestido como campesino y al ver a alguien con ropas elegantes le decía: “músico de jazz, supongo”, y un genio capaz de hacer sonar cualquier instrumento como él quisiese; elogiaba a otros músicos (a Elle Fitzgerald le expresó: “Es fantástico que no toques un instrumento de viento. Nos quitarías muchos bolos”), y un autocrítico perfeccionista que siempre mencionaba que su mejor trabajo estaba por venir.



Perdía sus saxofones. Nunca creyó ver 1955. Esa búsqueda de emociones finalmente acabó con su vida. El genio más ingobernable desde Van Gogh según Steve Choice. Sú música era su más fiel biografía. Ayer hubiera cumplido 89 años. Todo lo que salió del saxofón de Charlie traspasa el tiempo y desde su aparición todos los músicos de la época cambiaron la forma en que tocaban. Como El perseguidor de Cortázar: “Esto lo estoy tocando mañana.”

P.D. Aunque la literatura y la música no van de la mano, pero caminan más juntas de lo que parece, acá dejo algunos links acerca de la vida y la inspiración que dejó Bird.

La primera parte de “Nostalgia de Charlie Parker” de Robert Reisner:
http://www.elboomeran.com/upload/ficheros/obras/recuerdo_a_bird.pdf

“El perseguidor” de Julio Cortázar:
http://www.bibliotecasvirtuales.com/biblioteca/LiteraturaArgentina/Cortazar/elperseguidor.asp

Una breve biografía de Bird de el diario EL UNIVERSO:
http://archivo.eluniverso.com/2004/05/17/0001/259/CE3A0826AB3F411195F39FF353F1790B.aspx




27 de agosto de 2009

Portafolio rosarino

Somos creativos, a falta de paisaje, Rosario tiene lindas minas y buen fútbol/. ¿Qué más puede pretender un intelectual?/. Esa es mi respuesta cada vez que me preguntan por qué vivo en Rosario. Hecho que, por otra parte, no es demasiado curioso. Un millón doscientas mil personas han tomado la misma determinación. (Rosario, mi ciudad; Roberto Fontanarrosa).

Estuve tan sólo dos días en Rosario. Tal vez sea lo necesario para recorrerla. Sin embargo me quedaron ganas de mudarme ahí en algún rato. Tiene un aire a Guayaquil al estar a las orillas de un río y ser este parte importante de Rosario, y siempre hay sol. Como Barcelona en España. La ciudad te pide que no te quedes en casa y ¡qué mujeres!

1. Edificios de estilo Art Noveau en la peatonal Córdoba y sus alrededores (en estos edificios funcionan cuerpos de bomberos o antiguas imprentas, pero parecen palacios).







2. Monumento a la Bandera a las orillas del Paraná y Rosario vista desde la cima del monumento.







3. Ramblas (malecón) de la ciudad frente al Paraná.








4. Parque de la Independencia.







5. Estación de trenes y Plaza Guevara.

6. Gigante de Arroyito

25 de agosto de 2009

Por una cabeza

“El equipo de todos los tiempos [de la copa libertadores] arranca con un ecuatoriano y diez más”. Las palabras de Jorge Barraza definen su capacidad en la cancha, a lo que podría añadírsele los comentarios del flaco Menotti que lo señalan como un “jugador con enorme capacidad goleadora, además hombre acostumbrado a jugar solo contra el mundo. Dotado físicamente como muy pocos… un jugador reconocido en todo el mundo… cuando había que jugar bien era capaz y cuando había que ganar de guapo también lo sabía hacer”; y en una entrevista a Juan Vicente Lezcano, zaguero del mítico Peñarol de la década del sesenta, lo resalta como una gran persona también fuera de la cancha (su familia y amigos podrían resaltarlo más), en un equipo con un gran compañerismo.


Escribir sobre Alberto Spencer Herrera podría tomar centenares de páginas y varios años detallando sus jugadas, como le pegaba con la frente y los largos trancos que corría, con esa capacidad de en los momentos inesperados aparecer con una jugada y definir en minutos la historia de un partido. Spencer es una leyenda, y que no haya sido considerado por la FIFA dentro de los mejores jugadores del siglo que pasó no hace olvidar todas sus proezas dentro de la cancha, que en un nada barroco inventario, pero sin detalles, comenzaría con sus 510 goles oficiales, con el Andes de su Ancón natal, luego en el Everest (además le dio muchas alegrías a otros equipos vistiendo sus camisetas y marcando en Barcelona, Emelec, Olmedo, Liga de Quito y otros), Peñarol (equipo con el que fue siete veces campeón y estaba formado también por estrellas como Luis Cubillas, Joya, Lezcano, Rocha) y la selección ecuatoriana; 54 goles en la Copa Libertadores (el trofeo al goleador lleva su nombre), para ser campeón en la primera edición de 1960, y repetir el título en 1961 y 1966 (además de un subcampeonato contra el Santos de Pelé en 1963), marcando en todas las finales (destacando esa remontada al River que tenía a Carrizo en el arco); el primer gol marcado por un ecuatoriano en Europa, contra el Real Madrid en la Final de la Intercontinental que perdieron, pero en el 63 y 66 serían campeones, anotando también en esas finales, Spencer, contra el Sporting de Lisboa de Eusebio y el Real Madrid; enfrentar a rivales de la talla de San Filippo del San Lorenzo y Pelé del Santos; anotar en África, Italia, España y en Wembley (primer gol de la selección charrúa en ese estadio); y volviendo antes de su retiro a jugar en Barcelona y dar el pase gol al padre Basurco en la gesta contra el invencible Estudiantes de la Plata. Sin olvidar su lado fuera de la cancha, la vida con sus diez hermanos en Ancón, su casamiento con María Teresa, sus tres hijos, su humildad, su aparición en el cine y su designación como cónsul en Uruguay.

Los hechos los recuerdo y algunos los descubro después de haber leído el libro “Spencer Goleador Universal” del periodista ecuatoriano Freddy Alava. Y destaco del mismo la recopilación de palabras de varios futbolistas y reportajes de la época sobre las hazañas del goleador, porque después de terminarlo me deja la sensación de que la obra fue hecha al apuro, sin edición, con muchas faltas ortográficas y después del prólogo y la introducción de Menotti, la redacción se queda y la fluidez desaparece. Como si la blanca pluma que relata la vida de Forrest Gump no se elevara más que unos segundos, aunque mejor paro aquí porque este blog no lo utilizo, a excepción de los políticos, para hablar mal de alguien (por eso no escribo sobre Arjona, Paulo Coelho o Ricardo Montaner). Al final la lectura me sirvió para rememorar la figura de Spencer. Alguien que siempre estuvo en el momento correcto para marcar historia.

P.D. Quise ponerle como banda sonora, a una lectura sobre el fútbol, la victoria inicial de Barcelona contra Emelec, pero luego del empate y el domingo lo mismo contra Nacional, sólo puedo decir que cada día nos estamos yendo más hacia la casa de la v…, es decir a la B.


Carlos Salvador Bilardo:

Me parece que fue en el año sesenta cuando tuve el primer contacto con Spencer, era un jugador elegante, buen físico, además muy técnico. Él y Joya eran dos altísimo valores del ataque peñarolense, retrocedían unos metros y entraban a definir. Recuerdo que en las charlas técnicas me decían: cuidado que viene el centro desde la derecha y entra Spencer. Era terrible, era un gigante, arriba andaba muy bien y aparte una virtud, que él siempre daba un paso atrás para arremeter, además era muy buena gente, yo después lo conocí en persona.

Revista El Gráfico de 1966: “El hombre que ganó una copa”.

Es un jugador “que no dice nada”…
Pero cuando entra en juego “lo dice todo”…
Es el sprinter que sólo pica cuando llega…
Pero cada vez que llega la alcanza. Y cada
vez que pica llega…

Es nada más que un velocista. Pero es
el más veloz de los velocistas…
Es nada más que un jugador de contraataque.
Pero es uno de los mejores
jugadores para el contraataque.

Es nada más que fuerte arriba. Pero
fuerte arriba y abajo. Porque de arriba
“mata” y abajo “vuela”. Porque hay muy
pocos que saben elevarse con esa fuerza
y muy pocos que pueden apilar gente con
el eslalon endiablado que tiene su pique.

Es “un pescador”, pero ¡cómo pesca!
Todo sabe aprovecharlo.
No bien un defensor deja botar la pelota
ya se la robó Spencer.
Su mirada denota tranquilidad pero
en un segundo la troca en vértigo demoledor.

Los goles bonitos, los hace cualquiera,
los goles importantes, los que valen
campeonatos, lo que llenan vitrinas
los hace Spencer.

Es un jugador que no dice nada…
las siete letras de su apellido lo
dicen todo SPENCER…

¡Oh… coincidencia! El mismo número que tienen:
Everest, Ecuador, Peñarol, Uruguay, campeón,
América…




24 de agosto de 2009

Agua y sed, serio problema...

El domingo comenzó con viento recorriendo las calles. Se supone que en septiembre los días son menos calurosos. Uno duerme con una sábana para evitar el frío de la noche; pero es mediodía y en el cielo ya no hay nubes, aunque su color es más blanco que celeste, y el sol ya asesina en la calle junto a una pesada e insoportable humedad.



Se había avisado en los periódicos y en la televisión que casi el 70% de Guayaquil no tendría agua desde el viernes. En el mapa la ciudadela La Alborada, donde vivo, estaba dentro del grupo de zonas exentas del corte, pero a las once de la mañana, aparte de un fino hilo que desapareció a los dos segundos, nada más salió de la canilla. Fuckin´ Interagua. No cumplió lo que avisó y quién sabe cuanto dure el corte. Lo hicieron sin ningún comunicado y ante nuestra inocente credulidad, la de toda la familia, no recogimos agua en tanques, tampoco dejamos agua hervida en la refrigeradora, ni limpiamos la cisterna. Los vegetales para cocinar tuve que guardarlos, bebía agua por sorbitos, de lo que quedaba en una jarra, ante la sed que me quemaba la garganta. No podía volver a acostarme en la cama porque el cuerpo, sin tomar ducha desde el día anterior, húmedo por el sudor, se adhería a cualquier superficie, por lo que uno debía estar sentado todo el día, tratando de no hacer esfuerzos para no sudar más y con el ventilador en la cara. Había que evitar que el almuerzo comprado te deje melosas las manos. El calor te vuelve egoísta, no quieres que nadie se te acerque y te malhumora. En un día domingo donde normalmente veo a las personas lavando sus autos a punta de manguera, la sed y malos olores se sentían cada vez más.

En estos momentos, huérfano del agua, sin poder bañarme o mojarme la cabeza, pienso en como una gran parte de guayaquileños viven así todos los días. Años atrás leía como el cantón estaba en el puesto veinte entre las ciudades con cobertura al agua potable y alcantarillado a nivel nacional. Superada por cantones como Limones. Situación semejante al 40% (2800 millones de seres humanos) de la población mundial que vive sin acceso al líquido vital. Como en la crónica de Elías Urdánigo de la revista Soho (con Mirelly Barloza en la portada, que de volver a imaginarla se me hubiera hecho agua la boca si no tuviera tanta sed): “un baño en Guayaquil pobre”, en la que recorre Bastión Popular, barrio de 50 mil habitantes, donde el abastecimiento se da por los tanqueros que llegan cada quien sabe cuando y una red de mangueras unidas a algún pozo desconocido.


Hace mucho tiempo que no me había quedado sin agua en Guayaquil. En Punta Blanca, playa de la península, ahora privatizada para ricos pero que hace diez años carecía de agua potable, en la casa que teníamos, el baño era con balde y tarrina; y cuando vivía cerca de Otavalo, justo llegué en temporada de sequía y las canillas servían sólo dos horas al día para cocinar, bañarme y lavar. Suerte que en la primera tenía el mar al frente para cualquier cosa y en la segunda el frío disminuía mis ganas de bañarme. En Guayaquil la falta de agua pinta a tortura. Por suerte sólo fueron cuatro horas y cuando el calor ya lo tenía pegado y empezaba a despedir olores, pude bañarme. Salí donde unos amigos y en el encuentro también estaba una desconocida, que hablando del tema me salió con comentarios (si así se los puede llamar) de que desconocía el tema y que si eso le pasa a alguien es por mediocre y vago. Es cuando pienso que estas situaciones deberían ser obligatorias de vez en cuando y al estilo Clockwork Orange, con los párpados sujetos, recordarle y mostrarle a todo el mundo como viven otros; aunque dudo que esta persona en particular lo sepa algún día, porque cuando fuimos a dejarla, vi que vivía en una urbanización con nombre de agua, a orillas del río y con sistema de riego para el jardín.


23 de agosto de 2009

De buenas intenciones...

En enero del 2008 John Carlin escribía, en el diario EL PAÍS, acerca de la compra de equipos de fútbol ingleses por magnates norteamericanos (pero podría aplicarse para todas las acciones de la poderosa nación) que “la tendencia de Estados Unidos a meterse en líos en todo el mundo, y de complicar la vida terriblemente a los demás, parte de la fe, compartida por la casi totalidad [de] sus ciudadanos, de que la American Way of Life es la mejor way of life vista sobre el planeta Tierra desde los tiempos de Adán y Eva. O, en el caso de que hubieran sucumbido a la herejía darwiniana, antes”. En Ecuador las injerencias de Estados Unidos (además del Estado, organismos a su cargo como el Banco Mundial y el FMI, y empresas multinacionales) han traído perjuicios en asuntos como la deuda externa, débiles legislaciones laborales y ambientales, sin olvidar de que sirven como excusa de los gobiernos ante reclamos por el incumplimiento en las metas de bienestar y desarrollo. Sin embargo: que durante los últimos años, esa dependencia casi colonial haya disminuido (aunque la clase media y alta siga yendo de vacaciones a New York y el alcalde de Guayaquil quiera darle la apariencia de Miami a las calles principales de la ciudad), no implica que debamos adoptar una nueva way of life. Porque con varias de las acciones y declaraciones del presidente Correa (su ataques desmedidos en contra de los medios de comunicación y el anuncio por parte de Chávez y no del presidente ecuatoriano sobre el ingreso al ALBA del país son sólo un par de ejemplos) parece que estamos recorriendo el mismo camino que ya ha recorrido Venezuela la última década, que a la vez espera emular al sendero cubano (caso aparte: se felicita que el vicepresidente Moreno haya declarado que no le pretende seguir el juego a Chávez en una guerra contra Colombia).


Por eso el 10 de agosto pasado no fue exactamente el anuncio de la conformación de comités de defensa de la revolución, para proteger el proyecto político de Alianza País, lo que levantó tanta polémica (la mayoría de los partidos de países demócratas tienen organizados a sus simpatizantes), sino el que lo haya hecho de la mano de Hugo Chávez y de Raúl Castro, utilizándolos como ejemplo y modelos a seguir, fue el motivo de las sospechas y temores. Y aunque comparaciones con el nazismo, el fascismo y Stalin, que muchos columnistas de diarios del país han hecho, resultan exageradas (acá en Ecuador no tenemos gulags, desaparecidos políticos, ejecuciones o casos de torturas), no podemos olvidar que estas organizaciones (Círculos Bolivarianos) han sido utilizadas como fuerzas de choque en Venezuela para enfrentar, con violencia últimamente, a la oposición; y en Cuba además de sus funciones superficiales como mantener la limpieza de barrios, vigilancia nocturna, evacuaciones ante la llegada de huracanes, organización en las campañas de vacunación, también han sido denunciados como centros de espionaje (para detectar disidentes) y de alienación ideológica.

Sin embargo si el deseo con estos comités es de promover una verdadera democracia participativa, también sería recomendable aplicar otras formas de la misma como la creación y promoción de cabildos abiertos, la descentralización de funciones a los distintos niveles de gobiernos, presupuestos participativos, consultas populares, revocatorias de mandatos, participación de la ciudadanía en la fiscalización y en la elección de las dignidades de todos los poderes, controles y democratización dentro de los partidos políticos, entre otros mecanismos que den poder de decisión a los ciudadanos; de los cuales algunos ya están incorporados en la constitución actual y se han aplicado, otros faltan por aplicarse, y otros como la no obligatoriedad en participar en las elecciones y la conformación de distritos electorales son tareas pendientes para el debate.

21 de agosto de 2009

Breves encuentros con la porcina

Transcurría el mes de abril y en Cuenca, en un mediodía nublado y frío, que estaba más para dormir que para trabajar, algo había cambiado en el ambiente. Desconfianzas en la mirada. Psicosis colectiva ante las noticias que se transmitían en los televisores. Una inusitada cantidad de muertes en México por una enfermedad con nombre común y apellido de cerdo. Con mi hermano y con una amiga sospechábamos de que no se veía ningún cadáver en la televisión, ni imágenes apocalípticas de cuarentenas y personas vestidas con trajes herméticos, nosotros tan acostumbrados a las películas del tipo 28 days later o cualquiera en la que una plaga amenace a la humanidad. Lanzábamos al aire ideas, como si fueran afirmaciones, de que seguramente todo era un fraude para elevar las ventas de las farmacéuticas; y desconfiábamos de que Obama, casualmente, días antes del inicio de la pandemia, haya estado reunido en México con su homólogo Calderón. Sospechábamos también que muy pronto muchos se reportarían enfermos para no acudir a sus trabajos. Como en México se cerrarían escuelas y la misa se daría por radio, mientras escuchábamos y leíamos las recomendaciones de no saludarse con besos y que en las ciudades calurosas el riesgo es menor. Suerte que en menos de un mes volvería a Guayaquil. Sin embargo ya era parte de los murmuros en una ciudad asustada ante la ineptitud de las explicaciones de los médicos.


Días antes de viajar en avión un temor me invadía. No era por el contagio sino por la posibilidad de que se suspendan los vuelos. Suerte que la peste usaba sombrero de charro, y en los aeropuertos los empleados sólo discriminaban los pasaportes mexicanos. En la espera en el Yei Yei Olmedo, pude ver la nueva apariencia de las bellas vendedoras convertidas en enfermeras con sus guantes y barbijos, además de responder a nuevas interrogantes, aparte de los formularios de siempre, sobre dolores de ojos, malestares del cuerpo y solicitudes de números de teléfono y hoteles. Una foto, para reconocerme por las calles, en caso de ser un ignorante portador de la peste, fue como me recibieron en Ezeiza. A los dos días de haber llegado ya se detectaba el primer caso de influenza en Buenos Aires. En cada traslado de ciudad en ciudad, los desconocidos que acababa de conocer me preguntaban de donde era y si había pasado por territorio azteca. Después de responderles que todavía no había llegado la porcina al Ecuador y que México está a miles de kilómetros, ya compartíamos el mate, cigarrillos y nos dábamos besos de despedida. Regreso cuarenta días después a Buenos Aires y con un invierno ya instalado, en la casa donde me quedaba, un adolescente, al igual que la mayoría de los infectados, sentía tiritar su cuerpo y la fiebre lo envolvía. Suerte que no había estado días antes cuando llegó gente del Ministerio de Salud para añadirlo a las estadísticas. En esos días había pescado un catarro y seguro me hubieran puesto en cuarentena.

Antes de regresar a Ecuador, en los estrechos pasillos y salas del aeropuerto de Ezeiza, los barbijos y el gel para lavarse las manos se vendían frenéticamente, sin importar que tuvieran precios de aeropuerto. Por eso el avión parecía una luminosa sala de operaciones y el vino derramado en la blanca tela, ante las peripecias de los viajeros para comer y beber sin quitárselos, pintaba de realidad al asunto. A la llegada a suelo ecuatoriano, una cámara infrarroja te recorría de pies a cabeza y determinaba si eras un infectado más. En Guayaquil, el calor me hizo sentir a salvo hasta hace dos viernes, cuando después de un concierto me encontré con el Ministro Ricardo Patiño y hablé un par de palabras con él sobre unos proyectos (a veces te toca bailar con el diablo). El mismo día mi hermana llegó con los ojos reventados, la garganta inflamada y con malestar de cuerpo. Dos días después me enteré que Patiño era portador de la gripe AH1N1 al igual que el presidente de Costa Rica. La cagada, esta gripe no tiene preferencias, me dije enseguida… Ya han pasado quince días desde el último encuentro con la plaga y no hay síntomas. Si esta es una pandemia al estilo I am legend, donde perecerá una parte importante de la raza humana, después de algunos roces con la enfermedad, creo estar entre los elegidos para salvarse. Eso pienso mientras un moco se me sale de la nariz.

P.D. Los links son excelentes crónicas porcinas. Recomiendo principalmente la de la revista mexicana LETRAS LIBRES.

18 de agosto de 2009

Buenos Aires, cuando lejos me vi

Oír un tango es dejarnos ir en el pasado. (Francisco Febres - Cordero, Soy el que pude).
Desde que llegué he pensado en regresar constantemente. Anualmente. Tengo familia y amigos. Una excusa más. Lo más probable es que vaya en vacaciones o por alguna beca. Sin embargo espero en algún rato ahorrar suficiente dinero para quedarme al menos tres meses. Alquilar algo junto a las Barrancas de Belgrano, en los antiguos arrabales, cerca de las vías del tren para nunca dormir, y en los días caminar por el barrio chino, hablar con los paseadores de perros, avanzar por la calle Virrey Vertiz y seguir por los bosques de Palermo cuando se convierte en Avenida del Libertador hasta cansarme, me imagino, cuando llegue a Santa Fe, después de haberme sentado y fumado varios cigarrillos en el Parque Las Heras; y en la Plaza Italia tomar el metro que me lleve al centro, para entre sus millares de cafés, escribir historias que hablen del carácter ambiguo de sus mujeres, el porqué de tantos psicoanalistas, las leyendas de sus barrios, que describan su arquitectura y utilizar palabras típicas de sus grandes novelistas: zaguán, balaustrada: “Sus ojos color celeste desaparecieron mientras cerraba la puerta cancel” es algo que quisiera escribir. Y en las noches o fines de semana, cuando pueda ver a mis amigos, antes o después de un mate, un asado, copas de vinos, volver a sus museos y sus plazas, y visitar aquellos lugares que me faltaron: Chacaritas, Villa Almagro, Boedo, y el resto de mini – ciudades que conforman Buenos Aires.
“Salvo Jena Franco y Richard Foley, todos los personajes de esta novela son imaginarios, aun aquellos que parecen reales” son las palabras de advertencia en la última página del libro “El cantor de tango” de Tomás Eloy Martínez. De advertencia porque quizá, después de leer la novela, muchos turistas de todas partes, y ante los casos de promociones de tours para japoneses con la rutas de Amelie por París o del par de amigos de Sideways por los viñedos de California, quisieran recorrer Buenos Aires según el mapa que detalla las palabras de El cantor… Aunque siempre existe una excusa para ir y para volver a Buenos Aires. Como lo es la búsqueda de un mítico cantor de tango, incluso mejor que Gardel para algunos, llamado Julio Martel, para que Tomás Eloy Martínez, un escritor adicto a la realidad, autor de célebres obras como “La novela de Perón” y “Santa Evita”, nos dé un paseo por la ciudad - laberinto, enredándonos en el presente y pasado, como diapositivas superpuestas, de lo que sucedió en sus calles: palacios y bellísimos edificios llenos de detalles, que en realidad eran la fachada de empresas potabilizadoras de agua, sociedades helénicas o taquillas para la venta de lotería; extraños personajes como bibliotecarios que se encierran veinte años, sin que nadie sepa de que medios viven, dedicados a escribir la obra de sus vidas; historias de tangueros anónimos y mujeres que se enamoran de ellos; secuestros a dictadores, torturas en clubes atléticos y crímenes con cadáveres encontrados en riachuelos; y parques circulares donde es casi imposible salir sin que haya obrado el azar. Ahí, Bruno Cadogan (apellido que mutará varias veces) llega un día de septiembre del 2001 buscando un cantor que entona aquellos tangos de mediados de siglo XIX. De esos que entre sus estrofas tienen frases inentendibles como: En cuanto te zampo el zumbo/ se me alondra un leporino… Un cantor cuya voz sin la necesidad de las letras despierta sentimientos. Una voz que parece un aleph de Borges (que se encuentra en el sótano de una casa de la calle Garay, debajo del escalón diecinueve y para verlo hay que colocarse en posición decúbito dorsal) que contiene la historia y el futuro, todos los momentos de una ciudad en un solo segundo. Una ciudad a punto de quebrarse.

El libro está escrito sin prosa rimbombante, a manera de diario, y se podría hacer una bellísima película con él (a diferencia de “El Pasado”). Y aunque no soy un amante del tango y no se me piante un lagrimón después de leerlo (para mi Argentina es más Fito Páez, Charly García, Soda Stereo), tal vez sea la guía (siempre he odiado las guías de viajes) que necesito para volver a recorrer la ciudad.

P.D. A Trolio y su bandoneón se los puede encontrar en el paseo de la Avenida de Mayo, después de cruzar la avenida 9 de julio.








Apenas alzaba la vista, descubría palacios barrocos y cúpulas en forma de paraguas o melones, con miradores inútiles que servían de ornamento. Me sorprendió que Buenos Aires fuera tan majestuosa a partir de las segundas y terceras plantas, y tan ruinosa a la altura del suelo, como si el esplendor del pasado hubiera quedado suspendido en lo alto y se negara a bajar o a desaparecer. Cuando más avanzaba la noche, más se poblaban los cafés. Nunca vi tantos en una ciudad, ni tan hospitalarios. La mayoría de los clientes leía ante una taza vacía durante largo tiempo – pasamos más de una vez por los mismos lugares –, sin que los obligaran a pagar la cuenta y retirarse, como sucede en Nueva York y París. Pensé que esos cafés eran perfectos para escribir novelas. Allí la realidad no sabía que hacer y andaba suelta, a la casa de autores que se atrevieran a contarla.

Con el paso de los días, fui aprendiendo que Buenos Aires, diseñada por sus dos fundadores sucesivos como un damero perfecto, se había convertido en un laberinto que sucedía no sólo en el espacio, como todos, sino también en el tiempo. Con frecuencia trataba de ir a un lugar y no podía llegar, porque lo impedían cientos de personas que agitaban carteles en los que protestaban por la falta de trabajo y el recorte de los salarios… Lo que sucede con las personas sucede también con los lugares: mudan a cada momento de humor, de gravedad, de lenguaje. Una de las expresiones comunes del habitante de Buenos Aires es “Acá no me hallo”, que equivale a decir “Acá yo no soy yo”. A los pocos días de llegar visité la casa situada en la calle Maipú 994, donde Borges había vivido más de cuarenta años, y tuve la sensación de que la había visto en otra parte o, lo que era peor, que se trataba de una escenografía condenada a desaparecer apenas me diera vuelta. Tomé algunas fotos y, al regresar del revelado rápido, adevertí que el zaguán se había transformado de manera sutil y las baldosas del piso estaban dispuestas de otra manera.

Ya todos saben lo que sucedió durante los días que siguieron, porque los periódicos no hablaron de otra cosa: de las víctimas de una policía feroz, que dejó más de treinta muertos y de las cacerolas que tremolaban sin cesar. Yo no dormí ni volví al hotel. Vi al presidente fugarse en un helicóptero que se alzó sobre una muchedumbre que le mostraba los puños, y esa misma noche vi a un hombre desangrarse en las escalinatas del congreso mientras apartaba con sus brazos la desgracia que se le venía encima, revisándose los bolsillos y los recuerdos para saber si todo estaba en orden, la identidad y los pasados de su vida en orden. No nos dejés, le grité, aguantá y no nos dejés, pero yo sabía que no era él a quien se lo decía. Se lo decía al Tucumano, a Buenos Aires, y también me lo decía a mí mismo, una vez más.

16 de agosto de 2009

Una presente mirada del pasado

Dos escenas y una película: El Che Guevara, en “Diarios de Motocicleta”, en algún lugar de la Patagonia, encuentra a un señor algo mayor para pedirle comida y refugio. Al enterarse el hombre que el viajero es doctor, pide primero que le revise un ganglio. Cáncer es el veredicto y el galeno le recomienda que vaya a Buenos Aires urgentemente, lo que provocó que el asustado hombre no les ofrezca ninguna ayuda, para disgusto de Alberto Granados, su compañero de viaje. La segunda transcurre en Lima, en el puerto: al despedirse del Che la persona que lo acogió en la capital peruana, le pide su opinión sobre la novela que a su llegada le entregó y le confió como la obra de su vida. Ernesto Guevara le responde con críticas que desazonarían a cualquiera. El doctor peruano agradeció su sinceridad.



Los escritores, biógrafos y quienes han conocido o creen conocer la figura del revolucionario argentino, ven en su honestidad su principal característica (también lo recuerda el coro de Chico Buarque: Aquí se queda la clara,/ la entrañable transparencia/ de tu querida presencia/ Comandante Che Guevara…). Y de una manera honesta, o al menos real, es como lo ha querido retratar el periodista Juan Pablo Meneses en su libro “Crónicas argentinas”. “Lo que dice la gente es historia…. Lo que antes considerábamos historia –reyes y reinas, tratados, inventos, batallas, decapitaciones, César, Napoleón…– es mera historia formal y en gran medida falsa. Por mi parte, o pongo por escrito la historia informal de los de a pie –lo que esa gente tiene que decir sobre sus trabajos, amores, juergas, apaños, apuros y penas–, o muero en el intento", es la introducción de Crónicas… y resume como su autor concibió al libro, citando las palabras de Joseph Mitchell. Su propuesta consiste en no volver a los textos escritos décadas atrás, consultar a biógrafos e historiadores, sino preguntarle a las personas que quisieron participar, “los de a pie” (que manejan taxis, migraron, trabajan en camales), y que tienen presente, para bien o para mal, la imagen del Che: ¿cómo lo ven al día de hoy?, además de contestar la interrogante: “¿cómo llega un comandante de la revolución cubana a convertirse en protagonista de un pin universal?”, esperando de esta manera dejar un testimonio sobre lo que piensan hoy los argentinos de sus mitos. Y Crónicas… no solamente está dedicado al Che (su capítulo se puede leer en: http://etiquetanegracompe.siteprotect.net/wp-content/w1/data/Libros/Crnicas%20argentinas_p1-40.pdf) sino también a otros mitos argentinos que perduran hasta el día de hoy. En sus páginas se puede leer lo que sus habitantes piensan de: Maradona, Evita, los taxis, el psicoanálisis, el tango, la educación, la Patagonia y los inmigrantes.



Juan Pablo Meneses es un practicante del periodismo portátil (en palabras de JPM): “poder escribir desde todos los sitios y de cualquier tema”; y más allá de la publicación de su obra, lo destacable de su idea es que empezó con un blog (http://weblogs.clarin.com/cronicas/). Un medio que aunque al día de hoy no es accesible para la mayoría de ecuatorianos, puede servir de herramienta para recibir y transmitir información, y conocer el pensamiento de las personas. Ya sé que a JPM se le hace más fácil llevar este tipo de iniciativas porque sus crónicas se publican en revistas como Etiqueta Negra, Soho y se traducen a distintos países en varios idiomas, pero que el texto haya comenzado con una bitácora virtual y su contenido sea casi absolutamente proveniente de los comentarios dejados por los internautas, permiten ver que este tipo de iniciativas son posibles (en revista de crónicas como Soho o en esporádicos especiales de canales de televisión han existido intentos). Tal vez utilizar el mismo medio, en el Ecuador, no demuestre una visión general de lo que piensa el país, por ejemplo: ¿Cómo creemos que fue la relación de Bolívar con Guayaquil?, pero sería importante conocer y poner al tanto, a través de estos medios o de otros, de cómo los ecuatorianos vemos nuestros mitos, nuestra historia... Y no sólo es tarea del Estado, aunque casi no existen otras instituciones que les den un fuerte apoya a estas iniciativas, pero ya que estamos en bicentenario...

P.D. El primer trío de fotos corresponde a tres revolucionarias campañas de marketing inspiradas en el Che; y el otro par son de mi autoria: En Rosario y Altagracia.

14 de agosto de 2009

Portafolio montevideano

En Montevideo por fin pude sentir el otoño. Un clima húmedo, con muchas ganas de lluvia, totalmente gris el cielo y árboles que de verde pasan a ser rojos. Ciudad rodeada por playas y con gente, a diferencia de Buenos Aires, que se la veía más sencilla, sin tanto arreglo, abrazando al mate como su único compañero. Parecía que su estado de ánimo dependía mucho del tiempo, lo que se reflejaba en su algo gris vestimenta.

1. Mercado del puerto: en ningún otro lado he comido mejor. Carne al vacío con largo sorbos del adictivo y espumoso "medio y medio".



2. Caminando hacia el Palacio Taranco, por la zona bancaria, se puede ver un conjunto de edificios que creo haberlos visto en películas hollywoodenses. "Blindness" creo que es una.






3. Esté gris o no el cielo en la tarde, el crepúsculo tenía esa tonalidad rosa y un aire nostálgico invadía el lugar. La locación es cerca del edificio del Congreso. En Montevideo no existen semáforos. La amabilidad en los montevideanos es algo innato.

4. Edificio del Congreso durante el atardecer. Dos días después, durante un feriado de día lunes, el edificio estaría lleno de personas y rosas despidiendo al maestro Mario Benedetti. Yo estuve ahí.

5. La ciudad está rodeada por Ramblas. Se puede ver tanto el atardecer como el amanecer. Yo me quedaba en Pocitos, gracias a la amabilidad de Virginia, una amiga. Caminando por el club de golf, en playa Ramírez, se podía ver el centro de la ciudad y el edificio del Mercosur.

6. Al otro lado de Pocitos está el club de Buceo. Me imaginó que aquel hombre pescando fue uno de las tantas postales que vio Ramón Budiño, el personaje de "Gracias por el fuego" de Benedetti, que entre las únicas satisfacciones que tenía día a día, era volver a su casa por las Ramblas.

7. En Carrasco, los edificios parecen pequeños castillos de otras épocas y lugares. El barrio luce deshabitado y parecería que el tiempo ahí se estanca. Un otoño perpetuo.

8. Playa de Punta Carretas. Cerca de donde me quedaba. Sitio de reunión para dedortistas, paseadores de perros y gente con el termo mate entre los brazos, como cargando a un bebé. Pero en realidad creo que es su mejor amigo.

9. El antiguo casino de Carrasco. Frente a la playa, ahora abandonado. Antes un sitio cotizado por ricos, matones, y putas. De Gaulle se supone que un día iba a pasar ahí la noche. No encontraron camas de su tamaño.

10. El Palacio Salvo tiene un gemelo en Buenos Aires: El Palacio Barolo. Inpirados en la divina comedia de Dante.

11. Osos en la Plaza Artigas (casi todo en Uruguay tiene el nombre de Artigas). El oso argentino tenía una foto de Gardel. Los montevideanos lo destruyeron y levantaron su propio oso uruguayo con la foto de Gardel.

12 de agosto de 2009

Óleo de mujer con sombrero

Continuamente me la encontraba en la puerta, a la entrada o a la salida, de una película en el Maac Cine (ahora, con nuestra manía de resaltar héroes, llamado: Centro Cultural Simón Bolívar o algo así); digamos, después de ver por ejemplo: EL TOPO de Jodoroswky, o alguna función de los EDOC (Encuentros De Otro Cine). También la recuerdo en la fila de atrás, mientras en los incómodos sillones de la Casa de la Cultura, veía una proyección brasileña. Trataba sobre un viejo que había sido galán en la década de los setentas y ahora vivía en un mundo de sueños, en el pasado, enamorándose de la hija, que era el vivo retrato, del amor de su juventud. Una de las mejores películas que he visto pero cuyo nombre no recuerdo. La vi también a ella, siempre acompañada por un hombre algo mayor, de pelo largo y canoso, con cola de caballo y pose de intelectual, mientras compraba el boleto para ver la adaptación de la novela de Margarita Duras: Hiroshima mon amour. Ella estaba atrás mío y le decía a su acompañante que hace cuarenta años fue la última vez que vio la proyección francesa. No resistí más, me viré e ignorando al encargado de la taquilla, que pretendía entregarme los boletos, embadurnado por su encanto, tal vez el mismo que proyecta seres como Sofía Loren y uno, pobre mortal, sometido a aquellas pócimas, no puede creer la atracción que todavía mantiene, le dije que me parecía una de las más hermosas mujeres que había visto. Me sonrió y me contestó que se sentía halagada. Un leve rubor que no se notaba en su oscura piel la invadió por unos segundos. Unas semanas después la volví a encontrar en el festival “un cerro de cuentos”, en el barrio Las Peñas. Me reconoció y me volvió a sonreír. Pasaron un par de años y no la he visto otra vez, y no sé si me recuerde, en caso de darse la ocasión de volver a encontrarla.


Se llama Hilda Thomas y tiene más de setenta años, pero su hermosura y esa intriga que despierta perdura con el tiempo. Nunca pasa desapercibida. Siempre la reconocerán por su atuendo de largos vestidos floreados y turbantes en la cabeza. Su porte imponente de más de un metro y setenta y cinco centímetros, que mantiene aún un garbo mezcla de juventud con experiencia, su piel brillosa por el sol, su nariz de nudo de corbata y su amplia sonrisa. Fue la primera mujer que posó desnuda para artistas en una ciudad aún mojigata bañada por el manso Guayas. Recorrió el mundo junto a su marido, artista él y ella su musa, y tuvo la oportunidad de posar para el maestro Picasso. Ahora se la ve siempre apoyando a pintores y proyectos culturales. Forma parte de esa sazonada mezcla, así como lo es Héctor Napolitano, con sus frases “llorando en el chifa Taiwán”, como lo mencionaba Xavier Flores Aguirre, de ingredientes del plato de bandera de irreales, urbanas y exóticas estampas vivas de la ciudad. Lo que más disfrutamos al recorrerla.

Desde meses atrás, que estoy de vuelta en Guayaquil, he tenido ganas de encontrarmela. No he tenido oportunidad pero mi imaginación la ve en todas partes, y ahora con este retrato de diario EL TELÉGRAFO de Fredda Moreno, la vuelvo a recordar. Así como ella, me recuerda con su vestimenta y sus historias, la historia negra que ya está incorporada a Guayaquil con sus colores, ritmos y leyendas. Cultura que me transporta a Atacames y al resto de la provincia de Esmeraldas, y a las palabras que Esteban Michelena le dedica a esa playa llena de cocoteros, calles sin asfaltar, calentadas por un sol que castiga:



… Como en los últimos diez años de mi vida, miro lentamente, una y otra vez, queriendo entender a mi amada playa Las Palmas. Me viene una puñalada nostálgica. Tanta vibra y embale, tanto feeling, vértigo, buena onda y gozadera, en esta Esmeraldas, en este malecón impredecible y bárbaro…

En la mañana repleta de peloteros, tarde y noche saturada de bomberos. He aquí playa Las Palmas, sede mayor de esta Esmeraldas, guarachera, punta en blanco, caliente, ansiosa, pura finta. Desde acá te veo, mi tierra, que nadie me la dio ni prometió ni nada de vainas. Esmeraldas, Perla del olvido. Con tus negros. Los que andan volando bajo, aguantando cerca de los bailaderos o vacilándose el rap que se cae de las flamantes Dodge Ran. Y los que han levantado algún billete, orondos y ostentosamente felices, apoyándose en las caderas de sus negras coquetas y radiantes.

Pasan mulatas, miembros de la Latin King buscando pleito, marines en pos de estos, rateros ubicando un candidato. El clásico cuentero, drogadote, ofreciendo la enloquecedora yohimbina y la clásica, venerable y potenciadota brocha china. O el bazuco de rigor, para salir de la juma de ayer. Niños de nadie, decenas de negritos silvestres paseando de la mano de la muerte. Siempre agazapados, entre su sonrisa cada vez más inexplicable y ese charolito de tabacos, donde camuflado, el afilado chuzo espera. Listo pa´ que lo libre de todo mal.

De pronto, tipo doce de la noche, el mar cae en quiebra, baja la marea y la rumba, como seducida por una fuerza inexorable, se baraja mar abajo, cielo adentro. Siempre me pasa estos por unos segundos en los que, paradójicamente, el tiempo también se me escapa. Es cuando desembarca la hora parda. De súbito, por instantes, Esmeraldas se me cae en un silencio funerario. A lo lejos, los pitos de un barco saludando al puerto, el ronquido de los borrachos, una bala perdida, una guitarra mal rasgada, los cien metros planos de un choro en ley de fuga. Y ese jadeo de los que no llegaron al motel ni al callejón ni a la camioneta ni bajo los bailaderos. Y se aman urgentes, bestiales, entre jaibas, mosquitos y vasitos de prensados.

Por el puerto, de un mar lejano va entrando una tristeza de segunda, tibia y lamentable como una cama recién usada; larga como las piernas de La Niña, espesa y malherida como las selvas de Borbón. Va llegando la hora parda. Densos, sordos y eternos minutos que toda Esmeraldas recala y desaparece de pronto, como un coletazo de lagarto. O se queda quieta, con la boca abierta, como animal cazado. Como recién muerta por olvido o causa natural, velada solo por fantasmas que resoplan bajo los toldos, ríen por las hendijas de guadúa y espían entre los techos de hojalata. Ahí se oyen de lejos los lamentos, los alabaos. Va llegando la hora parda. Por La Boca, por el Pampón, por Isla Piedad, Puerto Limón, por La Rivera. Sonando grave, tenaz, distante. Como un bajo eléctrico, con el músico muerto. Y el dedo quieto para siempre. En clave de re.

11 de agosto de 2009

Lo que quedó de un viernes de trova

Días atrás escribí sobre el agrado que me provoca que Bono (vocalista de U2) tenga una columna en el NY Times. Sin embargo no concuerdo con él cuando en un su primer editorial – Notes from a chairman – señala que al igual que la voz de Bob Dylan, Nina Simone, Pavarotti, la voz de Sinatra “mejora con la edad”. Y compara una grabación que Frankie blue eyes hizo en 1969 de My way y otra, mucho mejor para Bono, que grabó décadas después, a los 78 años. No concuerdo con esta generalización porque para muchos de los que coreamos y aún escuchamos canciones de Silvio Rodríguez, y sobre todo para aquellos que pude conocer, como una hermandad cósmica o por lo menos latinoamericana, concordamos en que lo mejor del trovador cubano es como aún mantiene esa voz. Esa voz de niño, con gusto a hombre de campo que endulza sus letras poéticas, letras que subrayan y embellecen las cosas sencillas.


Suerte que por conocidos que trabajan en el gobierno me regalaron una de esas entradas amarillas que te dan acceso a las sillas, y pude estar a diez metros de Silvio Rodríguez. Suerte también que fui a las cuatro de la tarde (el concierto empezó puntual a las 7 y 30) y alcancé un buen puesto porque las sillas estaban repletas de quiteños y personas de otras provincias que habían pagado avión o viajaron por carretera las ocho horas de ley, cuidándoles los puestos a amigos que llegarían más tarde, sobre la hora. Había gente de todas partes del país, además de venezolanos, peruanos que manejaron cerca de dieciséis horas, colombianos, cubanos, chilenos y otros más que tuve oportunidad de hablar un rato o al menos ver. Habían comunistas con boinas rojas, jóvenes sentados en la cancha, coreando canciones, haciendo el respectivo calentamiento, parejas que se abrazaban, hombres de terno salidos de sus trabajos, y chicas con un celular pasando el tiempo sin saber lo que hacían ahí. Suerte también y resalto de que no hubo propaganda del Gobierno, ni himnos, ni políticos hablando de sus obras tomándose el escenario. Y casi puntual (además habría que destacar el orden y el sonido casi impecable) empezó el espectáculo con la voz dramática y afinada por una cantidad considerable de aguardientes de Hugo Idrovo. Carlos Prado tocó la flauta. Les siguieron Beatriz Gil y Héctor Napolitano El viejo Napo se llevó una ovación de pie al finalizar la clásica Gringa loca junto a Hugo Idrovo. Y quince minutos después, sin ninguna presentación, con sombrero de paja toquilla, apareció cantando Silvio Rodríguez para regalar un repertorio de dos horas y media. Muchas canciones que no conocía, mezcladas con las clásicas, con ritmos y descripciones de paisajes de su tierra, inspiradas en melodías que seguramente escuchaba de niño, pero que en la mayoría de ocasiones, ante la belleza y simplicidad de las letras, quería que se estiraran lo máximo posible. Mi favorita: Te doy una canción estuvo para el final, cuando ya salió sin el grupo Trovarroco y sin su esposa, la flautista, Niurka González que lo acompañaron el resto de la noche. En ese momento de intimidad, él solo y su público. Pero en este concierto me quedo con la tercera canción de las veintitantas que cantó, la primera que todo el estadio comenzó a corear y en la que Silvio se quedó callado, encandilado ante un estadio lleno que repitió aquella melodía que vino inesperadamente después de Quién fuera y que habla (y suena igual desde 1970) de una mujer con sombrero, como un cuadro del viejo Chagall.

En este año que se celebra el aniversario doscientos del primer grito de independencia; en realidad una proclamación de apoyo al rey español y de rechazo al hermano de Napoleón Bonaparte, y no la mecha que encendió la llama en América Latina (además de que en esta gesta únicamente participaron personas de hidalgas familias, mientras que los negros e indígenas todavía eran sometidos a la esclavitud), que la celebración además de recordar el pasado también incluya cultura en los actos hacen que se ponga realmente bueno y valga la pena el Bicentenario.

A la salida del estadio caminé hasta la 9 de octubre, tomé un taxi como si nada hubiera pasado, y recién a la mañana siguiente en mi cabeza seguían entreveradas estrofas de Ojalá, La masa, Unicornio azul, Sueño con serpientes, La era está pariendo un corazón, pero sobre todo aquella (que me acompañará por un buen tiempo) que habla de una mujer con sombrero como un cuadro del viejo Chagall.

P.D. Abajo dos links de buenos posts que encontré sobre el concierto y también un video informal del concierto y los coros de la gente.

http://manusava.blogspot.com/2009/08/bicentenario-musical-silvio-rodriguez.html
http://lanocheguayaca.blogspot.com/2009/08/silvio-rodriguez-en-guayaquil.html







8 de agosto de 2009

El pasado: una novela de Alan Pauls

Fito Páez canta: “el amor después del amor, tal vez, se parezca a este rayo de sol...” En EL PASADO, novela, premio Herralde 2003, escrita por Alan Pauls (elogiado por Roberto Bolaño y hermano de Gastón Pauls: Juan en la buenísima NUEVE REINAS) puede que eso sea una afirmación para Rímini pero no tanto para Sofía. La historia va más o menos así:

Rímini es traductor y Sofía psicoterapeuta o fisioterapeuta (eso no me queda claro todavía), y después de doce años de relación, desde el cuarto año de colegio, en la década de los setentas, deciden separarse de una manera pacífica, casi tomados de las manos, a diferencia de lo traumático que resulta para el resto de mortales. Por eso duraron tanto: se dedicaban a hacer lo totalmente opuesto que el resto de relaciones. Inclúyanse celos, desconfianzas, mentiras. El relato se concentra en su mayoría en la separación. Una historia de amor después del amor. Pero al rato del rompimiento, para Sofía, la vida sin Rímini no tiene ningún sentido. Por lo que continua persiguiéndolo, enviándole cartas (llenas de paréntesis las ellas, al igual que las mías, seguramente seríamos el uno para el otro), metiéndose en sus pensamientos, en sus temores, armando un club de mujeres desesperadas en búsqueda del amor imposible, queriendo que él vea unas fotos, el resumen de su vida juntos, los instantes más felices para que un mar de sentimentalismo lo desborde y vuelva a sus brazos y la armonía se restaure, o tal vez como un último recuerdo, para evitar el olvido; mientras que Rímini se siente liberado, vivo otra vez, dedicándose a olvidar. Y aunque en blogs que leí, para conocer las impresiones de otros sobre EL PASADO, la mayoría escribieron que Rímini también la pasó muy mal sin Sofía; sin embargo, a mi parecer, Riminí disfruta su vida sin Sofía, así esto signifique volverse cocainómano, masturbarse cuatro veces al día, traducir sin parar durante cuatro horas, en medio de inhalaciones de coca sobre el retrato de Sofía, conseguirse una novia diez años menor, después una colega y después una vieja pelucona, y diluirse en el masoquismo. Volviéndose un autómata como había sido su relación con Sofía.


Son más de quinientas páginas de difícil lectura que las asimilas según tu estado de ánimo. En las últimas tres semanas leí tres veces el libro y las tres veces lo disfruté, porque son de esas novelas, que como a un miope que nunca ha usado lentes, te dan una nueva y mejor visión de las cosas, y por eso lo repetí tanto, porque me gustó esa nueva concepción de la realidad. Aquí la historia, la trama, al estilo Rayuela de Julio Cortázar, no importa tanto (como sí en los libros de García Márquez, por ejemplo), sino los pensamientos de cada personaje (en este caso exclusivamente dos: él y ella) y como responden ante cada situación que viven en solitario y juntos: entre caminatas, comer helados, conversaciones en cafeterías, sexo con cincuentonas, viajes a Austria, remembranzas que se prolongan por varias páginas, analogías, pensamientos disparatados, irónicos, sarcásticos, y en medio la historia de Riltse, un pintor homosexual inventado por Alan Pauls que juega con el arte y con su cuerpo, tratando de fusionarlos, y que quizá para muchos nada tiene que ver con la historia, pero el capítulo dedicado a él, de más de cincuenta páginas, tiene su toque de genialidad. Letras, palabras, párrafos que permiten descubrir el amor de Pauls por las letras y su detallismo en describirnos al máximo un pensamiento o un suceso. Por eso sentí estupor al enterarme que existe una película sobre este libro. Sería imposible. Una voz en off que nunca se cansa debería describirnos todas las emociones que despierta cada situación; y los diálogos serían internos, casi no habría interacción entre los personajes. Hay que ser un genio y un loco para arriesgarse.

Veinte años después del inicio, ocho después de la separación, la relación no se ha terminado, sino que ha mutado en todas las formas posibles y para suerte de Sofía, la historia no se queda en las primeras estrofas de la canción de Fito, sino que continúa aunque sin tanto ritmo: “y ahora que busqué/ y ahora que encontré/ el perfume que lleva el dolor/ en la esencia de las almas/ en la ausencia del dolor/ ahora se que ya no/ puedo vivir sin tu amor”.



Creían en el modo en que se amaban, y esa creencia era más fuerte que cualquier naturaleza, que cualquier signo del mundo les dirigiera para desmentirlos o ridiculizarlos… Todos: los que cada primero de enero les auguraban el final en secreto, los que trataban desesperadamente de copiarlos, los equidistantes, que aprobaban el prodigio per cada tanto les exponían sus «reservas» - y también sus padres, sedientos de la claridad y la sabiduría que sus propios modos de amarse, al parecer, no estaban en condición de proporcionarles. Jamás juzgaban: escuchaban. Eran amplios, tolerantes, de una ecuanimidad intachable.

Lo habían hecho todo. Se habían desflorado y raptado de sus respectivas familias; habían vivido y viajado juntos; juntos habían sobrevivido a la adolescencia y luego a la juventud y asomado la cabeza a la vida adulta; juntos habían sido padres y llorado el muerto diminuto que nunca llegaron a ver; juntos habían conocido maestros, amigos, idiomas, trabajos, placeres, lugares de veraneo, decepciones, costumbres, platos raros, enfermedades – todas las atracciones que podía ofrecerles una versión prudente pero versátil de esa mezcla de sorpresa y fugacidad que normalmente se llama vida, y de cada una habían conservado algo, el rastro singular que les permitía recordarla y volver a ser por un momento los mismos que la habían experimentado. Y para que la colección estuviera completa, completamente definitiva, ellos mismos agregaron la pieza cumbres: la separación… La separación no era el más allá del amor: era su límite, su colmo, el borde intenso de su confín…

… No es de muerte natural como muere un amor genuino, sino bañado en sangre, bajo los golpes que le asesta otro, no necesariamente genuino – porque allí las leyes del amor, ciegas a los títulos de nobleza, no tienen ninguna misericordia – pero sí oportuno y, sobre todo, impulsado por esa crueldad entusiasta que anima a todas las emociones jóvenes.


PD: Juan Fernando Andrade describe sublimemente y dos veces el libro. Vale la pena leer ambos posts:
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