31 de diciembre de 2009

Portafolio literato para fin de año

Es el primer diciembre que paso en Gkill desde hace un par de años. En el 2007 estuve, trabajando y obteniendo una visa, entre Quito y Otavalo, y el año pasado en Cuenca también camellando. Había olvidado el apuro de los peatones, las colas de tráfico, la irritabilidad de las personas, el San Marino convertido en un infierno, las compras compulsivas, las excesivas luces en los centros comerciales (con apagones y todo), los taxistas cobrando más caro, las fiestas de fin de año de los trabajos, de los compañeros de la universidad, del colegio, los reventones en la casa del vecino porque algún familiar que vive en España o EUA llegó, cargado de regalos, a pasar las fiestas y hay que botar la casa por la ventana (es decir contratar al DJ que pone reggetón hasta las 12, salsa hasta las 2 y después Julio o un José - José para que los asistentes acaben las últimas gotas de whisky), los años viejos a lo largo de las calles, los tipos que aparentemente venden inciensos pero que en corto te dicen: «tengo camaretas, tumbacasas» y otros explosivos que la ciudad ha tomado como fuegos artificiales, la humedad que empieza a aparecer, el sol asesino que despierta y ese olor a lluvia que llama a los grillos y los mosquitos.

La ciudad es una locura y algunos de los que estamos acostumbrados a pasar puertas adentro, leyendo, escuchando música, viendo alguna película, lo más lejos posible del frenetismo, sin ver como Guayaquil afuera está casi en llamas, no podemos escapar de ese Maelstrom que se lleva todo a su paso: vienen familiares de otras ciudades y debes acompañarlos a algún mall, a comer, o de paso a la bahía para que compren bueno–bonito–barato; toca también hacer las filas en los bancos o esperar 40 puestos para cobrar cheques y estar ahí parado, fumando, esperando que avance la cola o toque el turno de pararse frente a la ventanilla y tener el alivio de estar pronto a salir (por suerte no tengo auto que matricular y no tengo que estar desde las madrugadas haciendo la eterna fila anual). Me siento como otra persona en estas fechas, leyendo menos, yendo menos al dealer de confianza y casi no posteando, ni escribiendo. Lo que me recuerda un portafolio del fotógrafo (uno de los mejores empleos del mundo, o al menos uno de los que más te dan), Vasco Szinetar, publicado en la revista Etiqueta Negra, quien siempre aparece en sus retratos, junto a algún escritor (él siembre detrás), frente a un espejo en hoteles, salas de convenciones o ferias del libro. Una doble vida, como este traje que sólo volveré a utilizar en este mes de diciembre, que parece no acabar, del año que viene.

Lo dejo para despedir el año y agradecer a toda persona que pasó por aquí, por casualidad, interés, curiosidad o como quieran llamarlo. Dejando un año agridulce, con contratos que se acabaron, infructuosa búsqueda de empleo, andar peloteado por varios meses; pero también con viajes a Argentina, Bolivia y Uruguay, concierto de Charly García y verlo a centímetros de distancia, de Silvio Rodríguez, y escribiendo y leyendo más de lo que pensé. Esperando que en el próximo año pueda leer más blogs, comentarlos y seguirlos. Por ahora se viene el invierno y algo de playa, aunque el 1/01/10 toque trabajar hasta la noche, deseando ver una ciudad ruidosa y a punto de colapsar.
De la serie El escritor, el fotógrafo y el espejo:


Esta foto de Vasco Sznietar es un éxito porque revela tres fracasos. No me gusta que nadie esté a mis espaldas. Mucho menos un hombre, mucho menos en el baño de mi habitación de un hotel de Cartagena de Indias. Pero mi vanidad me venció: a cambio del retrato de un fotógrafo famoso, aparezco en un baño con un hombre a mis espaldas. ése es el primer fracaso que esta foto revela. Para seguir, uno de mis oficios es el de humorista en prosa. En la foto, mientras yo sonrío, el fotógrafo ?a quien he visto reír o hacer muecas en otros retratos? permanece serio. Tengo la certeza de que estoy haciendo algún chiste en esa escena, con el cepillo de dientes en la mano; pero mi interlocutor permanece impávido. ése es el segundo fracaso. Para terminar, mis ojos apuntan hacia arriba, hacia una suerte de luz que el espectador puede adivinar pero no ver. Seguramente, como siempre, estoy buscando a Dios: ése es mi tercer fracaso en esta foto. (Marcelo Birmajer)



Es extraordinario cuán feliz soy cuando estoy en el Caribe. Aun después de todos estos años, aquél es el único lugar donde me siento normal, en todo el sentido loco del término. Me tomaron esta foto en Cartagena, Colombia, y fue una experiencia rara. Pero ahora que veo todas las fotos de Szinetar juntas, su poder es innegable. ¡Vamos, Szinetar! En la foto estoy muy flaco, tan físicamente en forma, que casi no puedo soportar verme ahora. Otra razón por la que, imagino, estuve tan feliz fue que había terminado mi novela de una maldita vez y eso me quitó un gran peso de encima. Créanme. (Junot Díaz)



Era 2006, era un hotel y era Caracas. Hacía calor, pero él usaba una camisa de franela gruesa, zapatones. Tenía una simpatía de pocas palabras, una forma de estar como si no estuviera. No recuerdo el tono de su voz, y es raro: yo recuerdo cosas como ésa. Enseguida entramos al baño. Entornó la puerta, se puso a mi lado y me pidió que no mirara: que no lo mirara. Entendí esto: entendí que para mirar estaba él. Después, me hizo algunas tomas en el cuarto: en un sillón, en el borde de la cama. Me hablaba, pero no puedo recordar qué me decía. Cuando se iba le pregunté ?al que había fotografiado a Allen Ginsberg, Bryce Echenique, Arthur Miller, Roa Bastos? por qué quería fotos mías. Fue amable: quiero decir que me mintió. Me dijo: ?Tengo que pensar en mi futuro?. Yo le dije (o pensé): Ya no se consiguen elogios como esos. Le escribí meses más tarde. Como debe ser, no me contestó. (Leila Guerriero)




En la repisa de mi biblioteca donde atesoro los libros de Borges, tengo una postal de 1982 donde el maestro sonríe divertido delante del espejo, mientras un pelucón Vasco Szinetar es incapaz de reprimir una descacharrante expresión de felicidad. Muchos años más tarde, en la Feria del Libro de Guadalajara dedicada a Andalucía (2006), Vasco Szinetar me ha regalado una foto como la de Borges y por eso la expresión de felicidad es mía (y el pelo largo también), mientras Vasco sonríe divertido. No he seguido los consejos de mi madre, pero ha merecido la pena: a veces sí hay que entrar al baño con extraños. (Fernando Iwasaki Cauti)



Yo estaba en el hotel en Cartagena, era parte del jurado del Premio Garcia Marquez y en diez minutos saldriamos a deliberar. Antes de saltar a la calle pense: debo ir al baño a retocarme y tambien a hacer pipi, como te enseñan en Cuba desde pequeña. Cuando me retocaba entro Szinetar y me propuso un trato a cambio de nada. (Wendy Guerra.)


Este retrato es como ningun otro retrato mio. Me obliga a mirarme a la propia cara reflejada, y lo que veo ahora no esperaba verlo, porque luzco inusualmente triste. (Jon Lee Anderson.)



Como tantas de sus fotografias, esta de Vasco Szinetar muestra un rostro, un espejo, un acontecimiento cualquiera. El rostro lo pongo yo (joven todavia en el 2001), el espejo es de un hotel de Caracas y Paula de Parma esta en la habitacion de al lado, el acontecimiento esta en ese lavabo pero tambien esta por venir: por la tarde me otorgan el Romulo Gallegos. (Enrique Vila-Matas.)

Bonus track:

Fernando Savater.



Umberto Eco.



Marcel Marceau.



Arthur Miller.




Gabriel García Márquez.




Roberto Bolaño.





Jorge Luis Borges.



Emil Cioran.



Vasco, gracias por las fotos.
El diablo se reconoce en la locura
triunfal de vuestros ojos, mientras
que en los mios,
apagados y petrificados,
vuelve a hallar el
hocico de un asesino cansado detodo,
incluso del Mal.
¡Abajo el espejo!
Al no tener fondo
ni limites,
éste nos revela lo que demás íntimo y lejano hay en
nosotros:nuestros temibles secretos,
nuestras ocultas demencias.
CioranParis,5 de Octubre de 1983

25 de diciembre de 2009

Quince cuentos de Caicedo

Los cuentos inéditos de Andrés Caicedo, que se presentan en el libro Calicalabozo, no son la típica historia del baúl, cofre, cajón, oportunamente encontrado por alguna segunda esposa, hija o amante de un escritor consagrado. Tan de moda ahora como la colección que está pronta a publicarse de los escritos encontrados en la villa que tenía Hemingway en Finca Vigía, Cuba; o los Papeles inesperados de Julio Cortázar (El Cronopio no ha muerto) que ahora son un best-seller publicados por Alfaguara.



Porque gran parte de lo que escribió Andrés Caicedo vio la luz después de su muerte (a los 25 años). Claro que sin mencionar sus artículos de cine, guiones, piezas teatrales, su excelente novela ¡Que viva la música! (la sigo escribiendo en cursivas porque así se la debe escribir) y varios cuentos, su obra permanecía en obesos folios, que no reventaban por las cintas elásticas, anónima, hasta que Sandro Romero Rey y Luis Ospina empezaron a desenterrarla, como una necesidad generacional (él que supo descifrar tan pronto a su generación), en sus propias palabras (aunque Caicedo es un autor que los jóvenes no lo leen en clases de literatura o los padres lo obsequian como regalo de navidad o cumpleaños, sino que sus palabras, sus líneas son devoradas en los ratos de oscuridad, de soledad).

Y al final el escritor caleño es un escritor juvenil, alguien que siempre se resistió a crecer, que desde los 14 años empezó a escribir como desquiciado, sin freno hasta que su cabeza reventó. Poniendo en medio siempre a Cali, con sus calles, su gente, su clima tropical, su pasado, su presente, su futuro, sus jóvenes; y volviendo a los mismo temas, sus tormentos, sus obsesiones (que terminan en personajes convertidos en caníbales, mujeres devoradoras de hombres, vampiros y otros seres que no habitan a la luz del día con el resto de gente común), el rock, Los Rolling Stones, la salsa, Ray Barreto, la literatura no convencional (lejos de García Márquez, quien se dice que los asesinó porque él, Andrés, no se sentía dentro de los convencionalismos), Edgar Allan Poe, el cine y el mundo underground, completando no un sinnúmero de obras, sino una sola, fraccionada, redactada en diferentes momentos, pero que en el fondo transmiten el mismo feeling, el mismo delirio y después la calma o al menos el final apocalíptico (que es The end, my friends), donde las luces se apagan y los créditos no corren porque la sala empieza a incendiarse.

Hacer una lista de mis favoritos de los quince cuentos, que contiene la obra de Calicalabozo, resulta algo innecesario, son diferentes mundos donde habitan los mismos personajes; sin embargo no puedo sacarme de la cabeza a Lalita Das Ríos que sigue esperando que Cali otra vez se convierta en la meca del cine y los grandes estudios vuelvan a filmar allá; ni a la asesina de Graciela, enamorada del italiano. Personajes, así como muchos dicen que María del Carmen Huerta, Miguel y Angelita deambulan por las calles, que están vivos. Al menos en mi mente, mientras estoy solo, escuchando a los Stones y con algún vaso lleno de whisky y dos dados de hielo. ¡Hay fuego en el 23!

Del cuento Infección:

Cali a estas horas es una ciudad extraña. Por eso es que digo esto. Por ser Cali y por ser extraña, y por ser a pesar de todo una ciudad ramera.

No sé, pero para mí lo peor de este mundo es el sentimiento de impotencia. Darse cuenta uno que todo lo que hace no sirve para nada. Estar uno convencido de que hace algo importante, mientras hay cosas más importantes por hacer, para darse cuenta que se sigue en el mismo estado, que no se gana nada, que no se avanza terreno, que estanca, que se patina. Rrrrrr… No poder uno multiplicar talentos, estar uno convencido de que está en este mundo haciendo un papel de estúpido, para mirar a Dios todos los días sin hacerle caso.
Del cuento Vacío:
Me hubiera gustado treparme al techo, caminar hasta su cuarto y despertarla de un beso en la mejilla, juntarle mi cara, respirarle en las orejas, preguntarle por mí, que si me había pensado mucho. Me hubiera gustado eso.
Del cuento Besacalles:

Pero yo no quise pensar en nada, pues todo iba muy bien y muy rico hasta que él metió la mano debajo de mi falda sin que yo pudiera evitarlo. Entonces quedó paralizado. Pero antes de que yo reaccionara me levantó agarrándome de los hombres y me arrancó la blusa y sacó los papeles y los algodones gritando que su vida era la vida más puta de todas las vidas, y dándome patadas en los testículos y en la cabeza hasta que se cansó. Cuando se fue, no sé si estaba llorando o se estaba riendo a carcajadas.
Del cuento El espectador:

Es triste estar sentado sin nadie alrededor, pero si no voy a cine ¿qué otra cosa me pongo a hacer, después de todo? Muchas veces, un lunes, he pensado en salirme del teatro, cuando junto a mí no hay sino dos o tres personas de mirada amarga. Pero un día de estos voy a salir a la ciudad a buscar a la gente que yo sé le gusta el cine…
Del cuento Felices amistades:
Para mí era un perfecto y divertidísimo cínico, pero si ella fue la que lo mató debe tener razón en cuanto a que era tímido ¿no?

…Y me apreté la mano y me repita una vez más que tuvo que matar a Angelita porque ya se estaba metiendo demasiado conmigo, y yo le digo que no me tiene por qué pedir disculpas, que la vida es así y que si ella lo hizo pues está bien hecho.
Del cuento ¿Lulita que no quiere abrir la puerta?:
En lo primero que pienso es en Lulita. Porque nunca sueño con ella. Al principio me extrañaba, pero qué. Quién va a soñar con ella sino corta flores con Anjanette Comer, viaja en el mismo asiento de la máquina del tiempo con Tuesday Weld, cae, cae en un pozo sin fondo cogido de la mano de Lee Remick. Que tal la onda. Lulita existe de día. Yo existo de noche y de día.
Del cuento Patricialinda:
Pobre Gutiérrez. Pobre papá Patricio que lo cogieron los liberales en un día de sol y después de hacerlo camina dos días enteros por lomas y montañas lo volvieron mierda: lo metieron en un costal con un gallo y un perro, y lo tiraron al río Cauca.

Del cuento Calibanismo:
…cómo hubiera escrito Poe si hubiera conocido el cine, eso es lo que me pregunto yo, qué cosas hubiera escrito, digo, después de que ha entrado a una sala a la que después de una señal se le apagan las luces y entonces uno entra en ese sueño, en ese viaje colectivo de búsqueda de recuerdos que es el cine.
Del cuento Los dientes de caperucita:
…y sin vacilar le lambe el sexo entonces es cuando él los siente entonces fue cuando sentí aquel ronquido que no sé de qué parte del cuerpo le salí un ronquido cómo de perra como de hiena te digo y aquel brillo en los ojos y el mordisco el mordisco y Eduardo que es consciente de la magnitud de su berrido tuvo que oírme el mayordomo y de sus patadas ella tiene ahora un pedazo de carne en la boca Eduardo la ve mascar y relamerse y de pronto una sonrisa carne y sangre y pelos pidiendo más comida Eduardo se lleva las manos al sexo y se pone a llorar diciendo mamá.

Del cuento Los mensajeros:
…les digo que aquí donde yo estoy acostada mirando al cielo se alzaba hermosa y radiante, un día, la Fuente de los Bomberos, donde Caroly O´Connor se bañó desnuda un 27 de julio a las doce de la mañana y de allí en adelante todas las mujeres de Cali siguieron haciendo lo mismo…

Porque en Cali todo el mundo está dispuesto nada más a que lo amen, eso lo sabe todo el mundo…

16 de diciembre de 2009

Acerca de la redistribución

Veinte años atrás el Muro de Berlín cayó y muy bien por eso. Salud por eso y abajo el socialismo totalitario; pero es iluso pensar que es el fin de los tiempos, que ya todo está hecho y que en el mundo se acabaron los males. Que un capitalismo hipócrita es preferible a un régimen socialista autoritario porque no existen más soluciones.


Sin embargo, y sin querer ponerme muy socialista, a diferencia de Luis de Sebastián, de quien rescato varias de las ideas publicadas en este artículo, originalmente pensadas por el autor español en su libro UN MUNDO POR HACER, al menos uno de los elementos del socialismo podría incorporarse eficientemente y eficazmente al capitalismo, en este caso la muy mal vista, para algunos, redistribución (para algunos economistas cualquier intervención es una tiranía).

Podría empezar los puntos a favor señalando que para una globalización más incluyente, una mejor distribución de los recursos y las ganancias sostenidas podrían disminuir los niveles de inequidad (no olvidemos que Latinoamérica es la zona con mayor desigualdad en el planeta) y mejorar los niveles de vida de las personas; en lo económico una mejor redistribución serviría para que los que iniciaron privilegiadamente los procesos no aumenten su ventaja inicial y terminen conformando monopolios de poder ($ 1,000.00 en una persona de escasos recursos generan mayor utilidad que en un multimillonario); redistribución como una compensación de los daños que pudo haber generado en algunos individuos el libre mercado (que generó bienestar a otro grupo de personas); pero sobre todo como una forma de mantener la democracia en los países.

Respecto al último punto, Luis de Sebastián menciona que en una sociedad con grandes niveles de inequidad, la democracia acabará siendo una estructura de poder vacía, sin alma y desde luego sin apoyo popular (caso exagerado el de Rusia, por ejemplo, donde unos pocos se enriquecían con los rescates financieros mientras una mayoría pagaba la deuda). Y una sociedad totalmente dependiente a una economía de mercado puede ser generadora de grandes desigualdades, especialmente en momentos de crisis, donde las inversiones y el dinero caliente se van; y la inestabilidad de la producción, el desempleo y las rentas aumentan, generando después en violentas protestas, delincuencia y caos (caso argentino con el corralito o ecuatoriano con el feriado bancario).


No se puede dejar a un lado al comercio y al crecimiento económico en la construcción de una sociedad con mayores niveles de desarrollo y calidad de vida, pero vale la pena recordar que no es la única pata en la que sostiene dicho desarrollo.

En Perú, Alan García con un eficiente manejo económico tiene una popularidad del 29%, mientras que en Chile, uno de los países con mayores índices de protestas, con políticas que reducen la inequidad entre personas jóvenes de diferentes estratos socioeconómicos, existen mayores niveles de estabilidad. La teoría de la copa de champagne – trickled down en inglés – que señala que un gran crecimiento económico terminará beneficiando a todos (a unos más y a otros menos) no es suficiente en estados como el ecuatoriano donde las revueltas están en la esquina y la institucionalidad es nula. Aspectos importantes para la democracia.

9 de diciembre de 2009

Enrúmbate y luego derrúmbate

Andrés Caicedo el 4 de marzo de 1977 recibió la primera copia impresa de su novela ¡Que viva la música! (a la que hay que escribir con cursivas, porque refleja su espíritu: parece que el viento la mueve, se deja llevar). El mismo día, a sus 25 años, se suicidó tomando un cóctel de pastillas. En ¡Que viva… Caicedo había sentenciado que vivir más allá de los veinticinco era una vergüenza. El escritor caleño ya lo tenía todo planeado. Vivir poco pero al límite. Hacer todo lo que es posible antes de empezar a engordar, antes de que empiece a caerse el cabello y antes de llegar cansado todos los días, a casa, a pesar de estar acostumbrado a hacer lo mismo. Escribió cuentos, cartas, guiones de cine sin parar, fundó grupos de teatro y revistas, apoyó iniciativas que fomenten cualquiera de las bellísimas actividades que permiten salir de la realidad (cine, literatura, música, teatro).



Como Caicedo, el personaje de su novela, ¡Que viva la música!, María del Carmen Huerta, también tenía algo de hipster. Anárquica, amable y tan educada que resulta decadente. Siempre diez pasos más adelante que el resto porque sabía de qué iba la cosa. Alguien que amaba tanto a la vida que se la bebía y gozaba. Hijos de Charlie Parker y Van Gogh, amantes del parricidio. Recuerdan la leyenda de Bird y tratan de seguir sus pasos.

Y de eso va la novela: de una chica bien, aplicadísima y con un futuro, que no sabía nada de música, seducida por la noche, decidiendo vivir para ella. Ella, María del Carmen, decide que día nacer y lo demuestra haciendo todo lo que quiere, convirtiéndose el libro en una historia de iniciación, de primeras veces por la salsa, por la rumba, luego por el rock, los Rolling Stones, los ácidos, la marihuana, la cocaína, las orquestas cubanas, los viajes, el sexo. Todo contando con estilo, frenéticamente, de una manera urbana. Páginas en que casi se puede sentir la suciedad de las calles, los sonidos que salen de todas partes. Como Ciudad de Dios, donde uno no disfruta el drama social y la manera en que se cuentan las vidas de las periferias, sintiéndose afortunado de no vivir ahí o de tener una conciencia social por estar viendo esa películas mientras en la sala de al lado se escuchan las canciones de Hannah Montana, sino como entre todo eso (embarrado en mierda) alguien puede encontrar la felicidad y pasarlo bien (no por algo Alberto Fuguet señala a Caicedo como el primer parricida del realismo mágico, al hacer a un lado los cuentos de abuelo y empezar a escribir sobre la realidad).

Ayer estuve viendo Adventureland (película ochentera, filmada con estilo cinematográfico de este siglo – con planos parecidos a los de Lost in translation o Eternal sunshine of the spotless mind –), con ese cortante y excelente final; y mientras veía como retrataban ese instante, a todos nos ha pasado, que consiste en estar trabajando o dedicándole todo nuestro tiempo a una actividad que en realidad no nos importa, u odiamos, pero en medio de eso encontramos algo que vale la pena y vuelve vivible ese rato, en ¡Que viva la música!, su protagonista se quita todo consuelo de encima, y desciende hasta el sótano pero con dignidad, haciendo lo que quiere. En una Kali retratada en los setentas que comienza con el norte, el cielo, las montañas y la gente bien, y continúa en los infiernos del sur y su violencia, donde ella, María del Carmen, es la única que se mantiene en pie, apoyada y elevada por la música, mientras el resto de su generación se sumerge en la depresión, se vuelven locos o se matan como un escape para no seguir creciendo.


Entonces sacó su agenda, de su agenda el sobrecito blanco, de mi mesita de noche un libro: Los de abajo, y encima desparramó el polvito y se puso a observarlo, olvidándome. Cocaína era la cosa que traía. Me estremecí, como maluca y con ansía, pero “No – pensé -, es la excitación que trae todo cambio”. Yo había soñado con ella, con un polvito blanco (erótico, aunque referidas a una raquítica acción de fuerza, me sonaban estas palabras) en un fondo azul, y luego con el Polo Sur, y por allí navegando una barca de muertos. Luego vendría a saber que soñaba era una carátula de un disco de John Lennon, con un polvo de verdad en el extremo inferior izquierdo…

Menos mal, había atrapado una buena canción: “Vanidad, por tu culpa he perdido…”, que me gustaba desde hacía dos noches, y que cuando la oigo ahora me sume en una cosa rica e inútil como toda tristeza, y si quiero no salgo, y si salgo hundo la cabeza y no miro a nadie hasta que el viento de esta ciudad me despierta de mi propósito de no importarme nada, de siempre vivir sola, y levanto la cabeza y helos ante mí los jóvenes con las bicicletas entre las piernas, y a esa hora (las 6) se me antojan tan femeninas, tan hermanas las montañas, y obedeciendo a la emoción puro le respondo su llamado a la noche, que no me traga, me sacude nada más, y me acuesto con el cuerpo lleno de morados. Y ya lo dije: los buenos propósitos vienen es al otro día. No he cumplido ninguno. Soy una fanática de la noche. Soy una nochera. No está en mí.
Fue allí cuando los columnistas más respetables empezaron a diagnosticar un malestar en nuestra generación, la que empezó con el cuarto Long Play de los Beatles, no la de los nadaístas, ni la de los muchachos burgueses atrofiados en el ripio del nadaísmo.

Porque Jagger había perdido confianza en su genio. Y él, sabiéndolo, fue incapaz de plantear otra relación que la súplica y la humillación. Eso era que llegaba a los ensayos, caminaba hasta donde Jagger y sin mirarlo a la cara, todo tembloroso, le preguntaba: “¿Qué debo tocar Mick?” y el otro: “Eres un miembro de esta banda, Brian, toca lo que te dé la gana”. Entonces Brian tocaba algo en su guitarra y Jagger lo interrumpía: “No Brian, eso no está bien”. “Entonces, ¿Qué debo tocar Mick?” “Lo que se te dé la gana”. El Brian intentaba de nuevo, pero volvían y lo paraban: “No, eso tampoco está bueno, Brian”. Así que el pobre terminaba era todo borracho en un rincón, golpeando el suelo fuera de ritmo y ensangrentándose la lengua sobre una armónica, de la imposibilidad de cambiar la situación…

Por una botella de brandy he dado la vida, imagínese usted al privilegiado que la reciba…

Miraba yo las ruinas de esa casa y me imaginaba allí, con la mayor libertad, familia de dementes, un jovencito de 12 años perdiendo la razón en el empeño de probar la verdad de base de los escritos lovecraftianos; incesto; madre posesiva resistiendo de forma más bien pasmosa el embate de los años; posible brujería, habitaciones clausuradas, pasos en la noche, mugir de un ser encerrado, mugir de reconvenciones; pero oh, nunca mis fantasías se vieron peor justificadas: habitaba la casa una simple familia Capurro, cuyos hijos no confesaban otro interés que uno, muy genuino por la mecánica.

Además, cada vez más me producía mayor depresión la salida del cine al sol, tener que maldecir con los ojos cerrados por el fin de la película. No, me gustan las cosas que me atan con grilletes a esta dura realidad, no las que me saquen de aquí para meterme a otro hueco.

Si dejas obra, muere tranquilo, confiando en unos pocos buenos amigos. Nunca permitas que te vuelvan persona mayor, hombre respetable. Nunca dejes de ser niño, aunque tengas los ojos en la nuca y se te empiecen a caer los dientes.

6 de diciembre de 2009

Hay excusas pero al final no lo comparto

«Yo no pienso en la muerte ni digo que me juego la vida. El toro es vida, es mi luz, mi motivo. Salgo al ruedo copado de júbilo… No se puede olvidar a la muerte. Pero más nos vale aprender a llevar el tema» es uno de los testimonios de la crónica, Balada para un novillero, publicada un año atrás por Esteban Michelena en la revista SoHo. Al igual que el cuento La capital del mundo de Ernest Hemingway, donde dos camareros simulan un ruedo taurino dentro de una cocina, utilizando cuchillos afilados en lugar de los cuernos del toro, con muerte incluida, el toreo puede ser materia prima para buena literatura, pero es algo que no comparto.

Personajes que respeto, admiro y de los que desearía que algo de sus cualidades se me pegaran, como Ernest Hemingway (y su audacia) y Joaquín Sabina (y su poética) tuvieron y tienen, respectivamente, pasión por los toros. Pero igual es algo que no comparto.

Renee Kantor en la crónica, Los niños toreros de Francia sólo piensan en matar, publicada en la Revista Etiqueta Negra, escribía que si no fuera por las ferias taurinas, el toro de lidia se extinguiría porque no tendría razón para existir; y mencionaba también que la muerte del toro se dignifica en la Plaza, en el acto de lucha entre el hombre y el animal, a diferencia de la vergonzosa muerte que sufre en los mataderos (peor aún a principios del siglo XX cuando en los camales, donde se empezaron a silbar los primeros tangos, sólo trabajaban malevos y otras clases de tipos duros por la brutalidad del acto, como detallaba minuciosamente Tomás Eloy Martínez en su novela El cantor de tango). Pero continúa siendo algo que no comparto.

Dos años atrás viví por algunos meses en Quito, emplazado, con departamento y salida a trabajar todos los días en Ecovía. Estuve en las fiestas de Quito. Me invitaron a la Feria y por una cuestión más de curiosidad que por expectativa, accedí a ir. Pese a las excusas arriba escritas, en la taquilla no pude comprar los boletos. Esto no es para mí me dije. Cada loco con su tema. Lástima que tengan que pagar los toros por esto (no entiendo tampoco como Alfonso Reece puede comparar este acto, de muerte, con la salsa y señalarlo de cultura).

Por suerte las fiestas de Quito fueron mucho más que eso. También fue escuchar buen rock, ir semanas antes a un concierto de Sabina y de Serrat, dejar esas cuatro calles principales, y por una semana, caminar sin rumbo por vías menos transitadas junto a la muchedumbre, usando de hogar temporal las plazas y parques, envueltos en una espesura de celebración acentuada por el alcohol, cantando y la guaragua y la guaragua, y haciendo cosas de igual sin sentido, y con cierto toque surrealista, que no se parecen a arrancar orejas y utilizar rabos como trofeos.

P.D. El día viernes renació El Flaco Spinetta. Volvió a los escenarios alguien del que quisiera tener un poco de esa capacidad de mezclar ritmos, estilos, palabras y darle forma y volverlas bellísimas (como esa canción que tiene ritmos de samba, de rock y está inspirada en las cartas de Van Gogh). Salud por el Flaco y por Quito.


2 de diciembre de 2009

El día de hoy (en los noventa)/ y lo que sabe el Sr. Coppola



Podría decirse que pertenezco a esa generación noventera que no escuchaba discos, sino canciones. Individualidad al máximo. Los únicos cd´s que recuerdo en mi cuarto son el Nevermind y el In bloom de Nirvana; el de Pearl Jam en el que vienen Even Flow, Jeremy y Alive; y el And Justice for all de Metallica. El resto era puro MTV. Cuando valía la pena y uno pasaba como drogadicto inyectándose por varias horas altas dosis de música. The Smashing Pumpkins pertenecían a esa época.

A Billy Corgan muchos lo tildaban del último genio musical a finales del siglo XX. Puede ser. Para mí es el tipo que siempre tuvo los huevos de tener en su banda a una bajista mujer y eso es bastante. También es el tipo que escribió una de las mejores canciones que escuché en épocas de colegio y con un video bastante tostado. El tema al que me refiero no es la clásica Tonight que parodia El Viaje a luna de George Melies, donde Billy aparecía con su peinado (falta de) a los Lex Luthor; ni la increíble 1979 en la que todos quisimos ser esos niños que jugaban en ruedas por los parques en los días y en las noches deliraban por el Absynthe, lleno en sus vasos blancos, a lo Edgar Allan Poe.

Mi canción favorita de The Smashing Pumpkins es Today, viene en su segundo álbum: Siamese Dream (con la foto de dos niños en la portada aún no miembros de la Generación X). La voz de Corgan en un principio es bastante suave, melodiosa, luego la distorsión de la guitarra, una batería que decapita hasta la última parte cuando ya escuchamos al vocalista llenándose de oscuridad, de rabia. Con esa línea en el coro que gritaba I´ll burn my eyes/ before I get out… y yo no podía creer como a alguien se le había podido ocurrir eso. La santísima verdad

El video también es un clásico, en el que Corgan, todavía con cabello y apariencia púber, hace de heladero en un pueblito que parece el de Sofia Coppola en Suicide Virgins y ve a varias parejas a punto de copular en las calles y mientras vaga en el desierto, hasta por fin encontrar la suya, grunge pero con vestido veraniego, y los dos haciendo lo que les da la gana se seducen, llegan a una especie de fiesta donde todo es libertad (no tanto al estilo Woodstock sino más noventera). También encontré otro video en youtube. Excelente. Utilizando esos planos sobre objetos nimios, con aire de documental pero en HD, como pies, árboles, la cara del protagonista durante su minuto de felicidad y luego la cámara acelerando mostrando en segundos todo el proceso del amanecer hasta el ocaso. Buena técnica noventera, lástima que muy prostituida.

Hace mucho que no escuchaba esta canción. Días atrás, debutando en ese vicio donde las horas se pasan volando llamado Guitar Hero, nada me salía… Ni a una canción le atinaba, hasta que encontré Today y todo fue perfecto. Como no haber olvidado a andar en bicicleta.







Y leyendo hace una semana el diario Página 12, me encuentro con esta joya escrita por Francis Ford Coppola (El Padrino, Apocalypsis now, Drácula), originalmente publicada en la revista norteamericana Esquire en la sección “Lo que sé”. La publico entera porque los diarios del país jamás publicarían algo así. Por suerte tenemos la página web del Página 12. Que ellos no saben tanto como Coppola pero saben y tienen en Radar el mejor segmento cultural que he leído.
Lo que sé, por Francis Ford Coppola.
Cuando tenía dieciséis o diecisiete años quería ser escritor. Quería ser dramaturgo. Pero todo lo que escribía, me parecía, era flojo. Y recuerdo irme a dormir llorando porque no tenía el talento que ansiaba.

¿Alguna vez vieron la película Rushmore? Yo era exactamente como ese chico.
Tuve vino en la mesa toda mi vida. Incluso los chicos teníamos permitido tomarlo. Solíamos agregarle ginger ale, limón o soda.

Le hice algo terrible a mi padre. Cuando tenía 12 o 13, tuve un trabajo en Western Union. Y cuando llegaba un telegrama en una tira larga, lo cortábamos y lo pegábamos en un papel y lo entregábamos en bicicleta. Y yo sabía el nombre del director del departamento de música de Paramount Pictures, Louis Lipstone. Así que le escribí: “Estimado Sr. Coppola: Lo hemos elegido para que componga una banda sonora. Por favor regrese a Los Angeles inmediatamente para empezar con su encargo. Cordiales saludos, Louis Lipstone.” Y lo pegué y lo entregué. Y mi padre estaba tan contento. Y entonces tuve que decirle que era falso. Estaba totalmente furioso. Por aquellos días, a los chicos se les pegaba. Con el cinturón. Yo sabía por qué lo hice: quería que él recibiera ese telegrama. A veces hacemos cosas malas por buenas razones.

La gente siente que la peor película que hice fue Jack. Pero al día de hoy, cuando recibo cheques por viejas películas que he hecho, los de Jack son los más jugosos. Nadie lo sabe. Si la gente la odia, la odia. Pero yo simplemente quería trabajar con Robin Williams.
Nunca fui descuidado con el dinero de otro. Sólo con el mío. Porque me pareció que, bueno, se puede serlo.

Diez o quince años después de Apocalypse Now! estaba en un hotel en Inglaterra y agarré el principio de la película. Terminé viéndola completa. Y no era tan rara como pensaba. Había, en cierto modo, expandido lo que la gente estaba dispuesta a tolerar en una película.

Vi este cesto lleno de desechos de película. Habíamos rodado con cinco cámaras cuando llegaron los jets y arrojaron el napalm. Había que filmarlos todos al mismo tiempo, así que había mucho metraje. Levanté algo de este barril y lo puse en la moviola y era muy abstracto, y una vez cada tanto se podía ver este helicóptero. Luego, en la edición de sonido estaba toda esta música de los Doors, y en ella se escuchaba algo llamado “The End”. Entonces dije: “Ey, ¿no sería gracioso si empezáramos la película con ‘The End’?”.

Tengo mucha más imaginación que talento. Cocino ideas. Es tan sólo una característica. Admiro a personas como Woody Allen, que cada año escribe un guión original. Es sorprendente. Siempre deseé poder hacer eso.

Para hacer las cosas bien hay que ser abundante –ésa es mi tendencia–. Si preparo una comida, cocino demasiado y tengo demasiadas cosas. Anoche estaba viendo una película de Cecil B. DeMille basada en Cleopatra, y me di cuenta de cuántas partes de la historia real había dejado afuera. Buena parte del arte del cine es hacer menos. Aspirar a hacer menos.
Una vez, mientras esperaba, conseguí un trabajo: escribir un guión para Bill Cosby. El solía encargar el mejor vino para sus amigos. El no bebía, pero tenía este vino llamado Romanée-Conti que está considerado uno de los mejores del mundo. Yo no sabía que el vino pudiera tener tan buen sabor. También me enseñó a jugar baccarat. Y una noche empecé con 400 dólares y gané 30 mil. Así que compré 30 mil dólares en vinos Romanée.

Hay que mirar las cosas en el contexto de tu expectativa de vida.
El final era claro y Michael se había corrompido: ya había terminado todo. Así que no entendía por qué querían hacer otra El Padrino.

Les dije: “Lo que voy a hacer es ayudarlos a desarrollar una historia. Y encontraré a un director y la produciré”. Ellos me dijeron: “Bueno, ¿quién es el director?”. Yo les dije: “Un tipo joven, Martin Scorsese”. Me dijeron: “¡De ninguna manera!”. El recién empezaba.

Lo único que les cuestioné fue que la titularan El Padrino Parte II. Siempre era El hijo del Hombre Lobo o El Hombre Lobo regresa o algo así. Pero creían que sería confuso para el público. Es irónico, porque eso fue lo que comenzó todo el asunto de ponerles números a las secuelas. La verdad es que comencé un montón de cosas.

Estaba en mi trailer trabajando en El Padrino II o III en Nueva York, cuando golpearon a mi puerta. El tipo que estaba trabajando conmigo me dijo que John Gotti quería conocer al señor Coppola. Yo le dije: “No es posible, estoy muy ocupado”. Es como el viejo mito de los vampiros, según el cual tenés que invitarlos pero una vez que cruzan el umbral de la puerta, ya están adentro. Pero si les decís que no los querés conocer, no pueden pasar. No pueden conocerte.
Nunca vi Los Soprano. No estoy interesado en la mafia.

¿Qué mayor desaire te puede tocar que el que absolutamente nadie haya ido a ver Juventud sin juventud? Cualquier cosa mejor que eso es un éxito.

A algunos espectadores les encanta quedarse en sus butacas a leer todos los nombres de los créditos. ¿Estarán buscando a un pariente?

¿Qué debería hacer ahora? Podría hacer algo un poquito más ambicioso. O menos. Mejor menos. Para mí, menos ambicioso es más ambicioso.
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