30 de mayo de 2010

¿Por qué Sabina no viene a Guayaquil?


Lo siento Flaco pero éstas no son letras de alabanza a tu sublime y mística prosa, ni a tus declaraciones en forma de fábula que ayudan a revelar lo que otros tratan de esconder, o a tu bohemio estilo de vida que has empezado a dejar; ni remotamente es el intento de un clochard moribundo por escribir la canción más hermosa del mundo. Es tu cuarta vez en Ecuador, tres en los últimos cuatros años. Tu cuarta vez en Quito. En el 2006 estuve, cantaste Llueve sobre mojado sin Fito; y cuando viniste con Serrat al siguiente noviembre no pude faltar, no podía perderme escuchar Calle melancolía de Ismael Serrano a dúo, ni Aquellas pequeñas cosas por dos monstruos que han mostrado el camino con su lírica. Ayer sábado no pude estar ahí, lo sabía desde el día viernes, y en medio de una ciudad con calles cubiertas de ceniza no podía parar de pensar acerca del por qué nunca has venido a Guayaquil.

A Buenos Aires la amas y le has dedicado más de un verso; de Lima dices que te gusta visitarla porque por ella puedes pasear “con toda tranquilidad” y antes te “gustaba la Lima la horrible de (el escritor) Salazar Bondy… No sé por qué, en ese momento el caos limeño parecía tener cierto parentesco con el caos de mi alma. Por eso Lima me enganchó”; y en la capital ecuatoriana que te recuerda a tu Andalucía debe pasarla bien, te ovacionan, te creen un genio (y lo eres), te declararon huésped ilustre. Con razón siempre regresas. Cada vez que vienes al país (y tal vez es lo único que conozcas) te imagino recorriendo el Panecillo, la iglesia de la Compañía, la Plaza 10 de Agosto donde no hay asientos (solo palomas), el resto del Centro histórico y Carlos Vera entrevistándote una y otra vez. No te has de cansar, sé que te gustan las cosas más íntimas, entre amigos, pero eso no es todo el Ecuador. Podrías pasarlo bien también en otros lugares. Si supieras la cantidad de guayaquileños, cuencanos, lojanos que vamos para la capital tan sólo para escucharte, algunos pagando la oferta de 430 dólares con hotel de lujo, pases de primera fila y traslado, y otros aguantando hambre, durmiendo en La Carolina esperando la hora en que el siguiente Transportes Ecuador los vuelva a sus hogares.



Tal vez te hayan hablado cosas que no te gustaron de Guayaquil. Tal vez no simpatices con la salsa o lo con cierto toque tropical. No creo que esas sean razones. ¿Cuestiones logísticas? ¿Impuestos muy altos? Tampoco. ¿Por qué entonces? Me gusta pensar que ir a un concierto de Sabina es una excelente razón para que los guayaquileños viajemos a Quito, una ciudad, además de las diferencias y rivalidades, que por estar tan cerca y a la vez tan lejos a veces nos olvidamos que está ahí, siempre al alcance. No basta eso para justificar. La pelota está de nuestro lado. ¿Se llenaría un show tuyo en el puerto principal? No lo sé. En la capital las entradas se vendieron con anticipación mientras que acá recuerden lo que hicimos con Charly García, quien tal vez nunca regrese y tipejos de la clase de Arjona y Aventura siempre lo hacen. Buscando en Google me doy cuenta que soy el primero que se pregunta los motivos de no tener una visita tuya, Flaco; y pensándolo bien, no tengo muchos amigos cercanos que les guste Sabina, aunque conozco mucha gente de todas partes del país que te escucha en serio, gente con la que lo único en común es sabernos las letras de tus canciones (incluso Bonafont inicia su programa de radio con Nos sobran los motivos) y eso ya es mucho.
En una tierra que ya no es de poetas la gente que en serio te escucha, te quiere ver en vivo y está dispuesta a pagar y llenar un coliseo está bastante separada, dispersa; sin embargo cientos vendrían de Cuenca y Loja (donde todos se creen poetas), o de El Oro, Manabí y hasta de Quito. ¿Qué debemos hacer para que vengas y escuchar a nivel del mar Y sin embargo? ¿Un concierto-tributo como el que en Mallorca le hacen a Tom Waits esperando que algun día se presente? Puede ser. Si no es así ya dijiste que te gustaban las presentaciones más íntimas. Sobran los motivos, entonces, para que nos visites.

28 de mayo de 2010

Una película de HL y sus amigos

¿Cómo podría definirse a “The imaginarium of Doctor Parnasuss? ¿Un tributo a Heath Ledger (que nos regaló a un sádico y anarquista Joker en The dark knight - y con eso hizo del mundo un lugar mejor -), o una película con todas las de ley acerca de las consecuencias de las decisiones que tomamos? La respuesta apuntaría hacia la primera opción porque al final, en la parte de los créditos, cuando se supone debe aparecer el nombre del director, en su lugar se muestra la frase “Una película de Heath Ledger y sus amigos”; y, como otra pista, en las declaraciones el realizador Terry Gilliam menciona que tenía una considerable cantidad de escenas del fallecido actor que no podían desperdiciarse. The imaginarium… es el intento de inmortalizar, con sus últimas imágenes, a alguien que se lo considera el James Dean de nuestra generación, y de paso ganar algo de dinero, gracias a una mayor recaudación por la comercialización del morbo y la melancolía, con esto.

Es fácil de deducir que en principio el proyecto no fue pensado en grande. Aunque la trama pertenece al género fantástico, lo que se cuenta es algo sencillo, algo tan excesivamente poco original narrado de la forma más original posible, que vendría a ser algo así: El Dr. Parnassus es una especie de monje que hace mil años apostó con un demonio llamado Nick (un demonio con pinta de borracho irlandés, interpretado por el maestro Tom Waits) su inmortalidad porque pensaba en que sus historias siempre serían contadas. El Dr. ganó, lo que no sabía era que la gente se cansaría de escuchar historias; y en su decadencia, en un Londres actual, donde tiene un teatro ambulante que ofrece recrear las fantasías de los espectadores metiéndose en la cabeza de Parnassus, vuelve a apostar a su hija a cambio de la felicidad. Esa más o menos era la idea. Es difícil pensar que todo se desarrolló de acuerdo a lo originalmente planeado. Lo que sabemos es que el proyecto adquirió relevancia con el fallecimiento de Ledger y además de Christopher Plummer y Tom Waits, después se unieron otros actores de la talla de Johny Depp, Jude Law y Collin Farrell para llenar las escenas que HL no pudo terminar.



Su actuación es casi bufonesca, improvisada (el papel que desarrolla es el de un estafador con amnesia que se une al elenco del teatro), un poco ausente, como si la cosa no fuera con él o si no supiera qué hace ahí, algo parecido a la resaca de una buena borrachera. Y en un aspecto más personal, y a la vez morboso, no se sienten signos depresión en Ledger, tal vez cierta melancolía. Es algo que uno no puede evitar pensar mientras la mira, tratando de detectar algo que justifique lo sucedido después. Lo peor y mejor de la película. La proyección gira en torno a un fantasma (Tom Waits es quien originalmente se roba las cámaras) y el resto son arreglos llenos de efectos especiales típicos ingleses, reflejando la mente del Dr. Parnasuss (Terry Gilliam antes trató de meterse en la mente del psicópata periodista Hunter S. Thompson con Fear and loathing in Las Vegas) que recuerdan al Yellow Submarine de los Beatles, un video de la copia noventera del cuarteto de Liverpool llamado Oasis (creo que la canción se llama All around the world) y a Somewhere only we know de Keane; además de una dirección de arte que recuerda una obra de teatro de alto presupuesto y un vestuario bastante juglaresco. Un rato de fantasía donde los sueños se recrean haciéndolos parecer realidad, para olvidar la cruda realidad en la que incluso las personas que consiguieron alcanzar sus sueños pueden aparecer muertas en sus cuartos de hotel.




23 de mayo de 2010

Cuando los hijos se van

Canta Joaquín Sabina «no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió». Y pudo haber sido pero no fue. Todo estuvo en la mente. En “El nido vacío” (de ahora en más ENV), una película argentina del año 2008, esa es la premisa. Una conversación entre amigos intelectuales de su esposa, en Buenos Aires, la tierra del psicoanálisis, Leonardo no encaja. Todos son de mediana edad y deberían tener historias parecidas, eventos, alegrías y crisis casi idénticas pero él no sabe qué hace ahí. Su mujer contesta las preguntas que le hacen en su lugar, trata de ser políticamente correcto ante todas las sugerencias de los presentes, ante los comentarios recibidos de sus novelas (es dramaturgo) y espera comportarse de acuerdo al compromiso y no volver más invivible el rato. Encuentra un escape a ese momento al que no cree pertenecer cuando conoce a un neurólogo que le explica que trabaja en estudios acerca de la memoria. Específicamente recuerdos que nunca sucedieron pero que las personas creen verdaderos. Esa es la idea.


¿Cómo será la vida de matrimonio después que sus hijos se marchen? Eso se lo pregunta Leonardo (Oscar Martínez, el mago en esa vieja serie argentina) al llegar a casa y después de una pelea con su esposa (la chica Almodóvar Cecilia Roth). Empieza pensando con un matrimonio que se encuentra flotando en el mar, sin saber si están muertos. Y esa es la mecha de la imaginaria trama de ENV. Lo que será la existencia de ambos cuando estén solos. Lleno de escenas independientes la una con la otra que conforman un prolongado pensamiento de una vida after children. Con ritmo de jazz (a excepción de las escenas en Israel donde la música la pone Jorge Drexler, alguien que si no han escuchado corran a Youtube o algún programa para descargar MP3 porque es uno de los mejores cantantes en la actualidad), que recuerda a Cortázar y los eventos inesperados que pueden suceder, lo que se cuenta es algo salido de una mente pero no por eso menos real.



Daniel Burman la dirige. Un autor reconocido, con favorables críticas en otras de sus películas, que puede generar expectativa y atraer taquilla al aparecer un afiche con las letras “una película de…” y su nombre. Es el primer film que veo de él y al parecer no es el más alabado. No cuadra del todo el protagonista con su casi bucólica actitud y a ratos las escenas que se presentan son casi olvidables, como si en momentos de la proyección hubiera sufrido de Alzheimer. Sin embargo la historia, además de la escena musical y cuando aparece el neurólogo que son lo mejor, es extremadamente personal y eso vale. Embarrada de sinceridad, melancolía e intimidad, un relato que trata de mostrar las inseguridades, temores, sentimientos sin expresar que se presentan a esa edad. No lo sé, no lo he vivido y no tengo ganas de llegar a ese momento. Burman nos lo muestra de la única forma que lo puede hacer (porque después de todo una forma de vivir es imaginando lo que hubiésemos querido ser) y aunque tal vez no gane en el marcador, su victoria es moral.




20 de mayo de 2010

Gracias totales


¿51 años? Quién diría. Uno piensa que estos tipos son inmortales, no envejecen; algunos mueren tempranamente por sus propios excesos, llevando la vida al límite, terminando sus días agarrando una bandera de una mano y sus cojones con la otra al igual que un verdadero rock ´n rolla como lo decía Tom Wilkinson. Este no es el caso. Este es de los que se quedan por acá y siguen con sus never ending tours creando y tocando sin que importe mucho la salud y lo que para el resto resulta necesario. Sin principio ni final. Hablo de los íconos, las leyendas, no de cualquiera con un rato de inspiración y un par de éxitos. ¿Un accidente cerebro vascular isquémico? No sé, no lo creo. No me había puesto a pensar en que el tabaco, el estrés del frenético ritmo a llevar y las presiones, la contaminación, los fallos del cuerpo por la edad los podían afectar como a cualquiera. Aunque después de todo son 51 años y una trombosis anterior ya le había causado problemas.

No me declaro un fanático total de Soda Stereo ni de Gustavo Cerati. Nunca quise ser como él en mi adolescencia. La versión latina en los ochenta de The cure, aunque Soda me gusta más que la banda británica. Pero tenían (y lo siguen teniendo) algo genial en sus canciones: llegan a todo el mundo y a cualquier generación. De alto voltaje comercial por sus ritmos. Su música es una de esas cosas que puedes compartir en multitud. Cantar Persiana americana en un bar o en un concierto típico guayaquileño de covers es algo disfrutable, a diferencia de la irritación y vergüenza ajena que pueda causar estar en medio de un lugar coreando, se me ocurre, Me vale de Maná; y las letras de sus temas siempre quieren decir algo más, como ondas espaciales en busca de vida más allá de lo que conocemos. Mi hermano creció con ellos cantando Nada Personal y Cuando pase el temblor. Por mi parte los comencé a escuchar tarde, cuando ya se estaban separando. Como el resto de mi generación con De música ligera en el último concierto. Después vino empezar a disfrutar con ese plugged que trae la mejor versión de La ciudad de la furia con los coros de Andrea Etcheverry, y ya estaba metido en mi época Soda, al igual que la época Nirvana como todo adolescente normal la tiene. Al llegar del colegio corría a escucharlos.

La banda no existe más. Gustavo Cerati sufrió un problema cerebral y su doctor dice que las cosas no serán iguales. En su carrera de vocalista sólo recuerdo el homenaje al cine negro llamado Crimen. Sin embargo Cerati con Soda dejó A un millón de años luz que es la mejor canción para un rompimiento que se ha creado, y también la mejor canción en español, y mi favorita, que creo se ha escrito: Té para tres. La letra está inspirada en su viejo, cuando sufrió de cáncer. ¿Deberíamos escribirle alguna canción a Cerati? No sé. No me creo capaz. No doy para tanto. Tendré que hacer la típica y como muchos que han llenado sus cuentas de Twitter y Facebook desearle lo mejor en su recuperación y decirle, por todo lo regalado, gracias totales.






17 de mayo de 2010

La vida según los muertos



Resulta extraño ver una película de Peter Jackson en la que no aparecen orcos, gigantes y sabios árboles, elfos, caballeros de Rohan o furiosos gorilas que pelean en una isla contra dinosaurios; y en la que se escucha rock ´n roll de los setentas y se nos presenta un barrio con coloridas casas de clase media de la costa este de los Estados Unidos, donde la vida al parecer es perfecta, sin saber que se esconden oscuros secretos en los sótanos y bosques cercanos. Pareciera un trabajo más para Tim Burton, Sam Mendez, David Lynch o el tipo que dirige los episodios de Desperate Housewives. Porque veamos. Ahora pensándolo bien The lovely Bones tiene mucho de lo que sucede en el vecindario donde residen las amas de casa desesperadas, sin embargo Jackson en su intento de contar una historia común no lo hace mal.

¿Qué hay más allá de la vida? Susie, el personaje principal, no lo descifra, no habla mucho de eso. A ella más le importa lo que hacen los vivos, el mundo de donde fue arrebatada por un pedófilo. Observa como continua la vida de su familia en su ausencia y también sigue los pasos de su asesino. El paraíso es una puerta abierta que la pueda cruzar cuando quiera. Aún no quiere dar ese paso. Prefiere quedarse en el pasado, con sus recuerdos y viendo lo que algún día pudo ser. Nos cuenta su vida hasta los catorce años, sus sueños, la relación con su padre, la primera vez que se enamoró, sus miedos, el no haber percibido que alguien la seguía y su muerte, siendo engañada por un maestro en aprovecharse de la inocencia, en una primera media hora notablemente relatada, en la que uno le agarra cariño al personaje principal, espera que le vaya bien y una sensación de impotencia viene al saber el peligro que corre. Luego la película cae en un bajón cuando Jackson muestra el mundo de los muertos. Un mundo lleno de efectos especiales, casi una recompensa después del horror, pero al final lo visto simplemente resulta un bello conjunto de imágenes; y se recupera, sin volver a tener el ritmo original, cuando se sigue mostrando a los vivos continuando sus existencias, las huellas dejadas en sus hermanos, en su padre obsesionado con encontrar a la persona que se la quitó, a su madre que tiene únicamente el deseo de escapar e irse lo más lejos posible. Personajes al principio casi muertos, accesorios de la vida de Susie que era lo único importante, destacando, además de la adorable Saoirse Ronan (quien le da vida a la heroína - víctima) la actuación de Stanley Tucci (su asesino), el vecino aparentemente tranquilo y reservado, que convincentemente y perturbadoramente representa alguien en el fondo enfermo, y Susan Surandon cada vez que aparece en su papel de abuela indispuesta a envejecer.



El mundo continúa girando cuando nos vamos, las personas siguen caminando en nuestra ausencia, y aunque se dejan huellas en quienes estuvieran más cerca, que la mayoría de veces constituyen nuestra verdadera realidad (y no, digamos, las noticias con personas asesinadas en el medio oriente), ellos no tienen la opción de apretar un botón que diga pausa. Susie ahora lo único que puede hacer es contemplarlos, desearles que les vaya bien y seguir por su nuevo camino.


12 de mayo de 2010

Leyendo a Graham Greene

Dentro del mundo de la literatura, y su comercialización, resulta bastante lógico pensar la existencia de un estudio con estadísticas y tendencias que reflejen el aumento o disminución de ventas de un texto después de que la trama haya sido llevada al cine. Espero que la novela The Road, de Cormac McCarthy tenga su propia torre de libros listos para ser despachados después de su adaptación; como imagino que debe haber sucedido después de habernos regalado Peter Jackson la versión en pantalla grande de The lord of the rings, librerías llena de ejemplares de la trilogía de Tolkien, e incluso con sus otros textos como The hobbit. Así también no resulta loco pensar en que después de haber visto Donnie Darko de Richard Kelly, muchas personas empezaron a interesarse en la obra de Graham Greene, a quien conocí gracias al cine.

Leyendo a Graham Greene uno entiende el porqué está catalogado como uno de los mejores escritores del siglo XX. Al igual que los poemas de Charles Bukowski, los cuentos de Edgar Allan Poe, la irreverente franqueza de Salinger, el cinismo narrado por Anthony Bourdain en sus viajes y experiencias en una cocina (un gran admirador de GG, que después de leer algunas de sus novelas quiso conocer Vietnam y otros lugares del Asia) y las aventuras de tirarse un pedo frente al novio que escribe Carrie en su laptop, como la mayoría de autores en inglés, la forma en que cuenta sus historias resulta envolvente, te hace parte de ellas, dándote un primer plano de lo todo lo visto, oído, sentido y percibido por los personajes. Casi en secuencia real el lector vive cada página. GG tiene ese estilo al escribir que tienen los hombres que han visto mundo, quienes están en permanente combate contra el aburrimiento: Jugó a la ruleta rusa, recorrió África por su cuenta, adúltero empedernido, fue amigo del General Torrijos de Panamá, espió para el Servicio Secreto Británico, como Faulkner y Hemingway viajaba a cualquier aldea o ciudad donde existiera un bar que sirviera scotch. Gracias a estas andanzas el cine concibió El tercer hombre, El factor humano, El americano impasible, novelas originalmente suyas, y Richard Kelly usó uno de sus cuentos, Los destructores, para darle vida a Donnie Darko.
GG además de escribir acerca de viajes y locaciones lejanas de su original Gran Bretaña, de diplomáticos y espías, también era alguien obsesionado con la niñez (a diferencia de Dickens sus personajes infantiles son crueles, obsesivos, poco inocentes) y con el catolicismo (específicamente con la moral que lo predomina). No fue un gran cuentista porque escribió solamente 21 relatos cortos, publicando un libro salpicado de estas dos últimas características. En Los destructores lo que se relata es el intento de una pandilla de adolescentes de crear su obra maestra, un acto de destrucción concebido porque esto también puede ser una forma de creación; como en la guerra, con el caos, esperan cambiar las cosas, y para conseguirlo deberán trabajar duro, organizadamente, siguiendo la cadena de mando. No lo hacen por odio ni por amor, pero al igual que el autor (presenció la Segunda Guerra Mundial en vivo y en directo), después de los bombardeos entendieron la banalidad de las cosas.
La frase: En el comedor habían quitado todo el parquet, los zócalos estaban levantados, habían quitado la puerta del marco, y los destructores habían subido un piso. Entraban franjas de luz a través de los postigos cerrados donde trabajan con la seriedad de creadores; y la destrucción, después de todo, es un acto de creación. Cierto tipo de imaginación había visto esta casa de la forma en que se había convertido ahora.

P.D. El cuento (que se puede encontrar en español acá) es una obra de arte de quince páginas; y el resto de los cortos relatos (acá en inglés) son materia prima para 8 mm.

8 de mayo de 2010

Fútbol: Además de buen toque se necesita garra

No resulta una exageración decir que en estos tiempos ver jugar al Barcelona de Messi, Xavi, Iniesta, Pedro y cía. es uno de los mayores placeres que existen. Asistir al Camp Nou podría compararse con ir a un espectáculo del Cirque du soleil, escuchar al coro de niños de Viena o disfrutar de la colección de Picasso en vivo. El Barça es el fútbol hecho arte. La filarmónica de buen toque, ataque y fantasía. Hasta mi vieja que no entiende nada de fútbol, viendo el partido contra el Arsenal, se preguntaba por qué nadie podía pararlo a Messi. Sin embargo Mourinho supo descifrar su juego y con una estrategia súper-defensiva y efectiva eliminó al equipo que todos hinchan. Ahora la final la juegan Van Gaal y Mourinho, un duelo de ultra-tácticos. Una final que no se la envidiamos a Europa en palabras de Jorge Barraza.


Ver al Barcelona de España es casi una obligación. Incluso aquellos individuos que dicen preferir un partido de tercera de cualquier liga sudamericana a uno de primera de Europa, porque en los primeros se juega por amor a la camiseta, no pueden resistirse al toque-toque catalán; aunque el Barça también demostró que con una posesión del 70 por ciento no basta para alzar una copa (sigue siendo el mejor camino). Mucha garra y amor se necesitan también. Algo que sobra en la Copa Libertadores viendo los octavos de final. En su mayoría juegos apretados (excepto los ganados por los finalistas del año pasado), reflejando la paridad de la competición. Muestras:

El Nacional uruguayo con mucho ímpetu y desorden trató, en un estadio Centenario con un clima de partido de infierno que parecía el Vietnam de Oliver Stone en Platoon, de remontar la ventaja de dos goles que el Cruzeiro le marcó en Brasil. Los del Bolso terminaron goleados ante el práctico esquema de los brasileños, pero su hinchada no dejaba de alentarlos demostrando verdadero amor y recordando que estos días juega la final del campeonato charrúa contra Peñarol. Y los pinchas, con mucha autoridad, haciéndose respetar de local, hicieron prevalecer la ventaja que obtuvieron en México. Estos fueron los encuentros con series más holgadas.

La paridad de La Libertadores se pudo ver en el Flamengo vs. Corinthias, donde después del primer encuentro trabado, por la lluvia, en el Maracaná y ganado por los locales, la vuelta entre los equipos de mayor presupuesto resultó en un abierto, con muchas ocasiones, tenso y emotivo partido (los rezos a los santos no faltaban), imponiéndose el conjunto de Ronaldo y Roberto Carlos por dos a uno, pero la clasificación se la llevó el cuadro de Adriano y Wagner Love por el gol marcado de visitante. Esa anotación marcada fuera de casa que también le sirvió para avanzar al Internacional de Porto Alegre, del cascarrabias de Fosatti, frente al timorato Banfield de Falccioni. La garra se la pudo ver en el estadio de Veléz Sarfield cuando los de Gareca quisieron remontar los tres goles que el Chivas, casi de suerte, marcó en México; lastimosamente faltó un gol para la remontada. Pero las cosas fueron diferentes en Paraguay, donde en los últimos minutos Libertad eliminó al Once Caldas que se sentía vencedor por el gol marcado fuera. Y la cereza del pastel la puso la vuelta entre la U. de Chile y el Alianza Lima en Santiago; cuando los visitantes necesitaban ganar, hasta los quince minutos del segundo tiempo lo lograban jugando bien, luego el empate chileno y cuando faltaban cinco minutos los aliancistas marcaron el segundo; una clasificación justa hasta que en el descuento, con ayuda del árbitro ecuatoriano, la U vuelve a empatar. Partidazo típico de la Libertadores, incluidos los golpes y reclamos.

Viendo estos octavos de final resultan verdaderas las palabras de Luis Omar Tapia cuando dice al inicio de cada partido: Aquí comienzan 90 minutos del deporte más hermoso del mundo... Uno le hincha a la garra y al bueno juego. Buen calentamiento para junio que empieza el mundial.

4 de mayo de 2010

Poemas malditos, poemas de Bukowski

La poesía es algo que tal vez nunca descifraré. A excepción de haber leído unos pocos poemarios de Baudelaire y Cioran, tengo libros de García Lorca sin abrir, me avergüenza confesar que nunca he leído un poema de Borges por temor a quedar como un imbécil al no entender (o sentir) lo que dice, de Sylvia Plath no capté sus suicidas versos, y con Rimbaud y los poetas beat siempre me quedo en las ganas. A excepción de las letras de Sabina, la poesía me resulta en algo tan personal expresado en metáforas, lo inexplicable tratando de ser explicado con bellas imágenes comunes, que creo no tener la llave para entrar en ese mundo que hasta lágrimas produce. Pero estos días, leyendo varios poemas de Bukowski, creo tener otra llave. Son excelentes, adictivos; totalmente descarnados y llenos de la suciedad que rodea al mundo.


Al viejo Hank nadie me lo recomendó de primera mano (es una lástima que pocos lo hayan leído). Gracias a las letras que le dedicaron Juan Fernando Andrade y Xavier Flores Aguirre me hice de Factótum, al cual regreso cada vez que puedo. En Buenos Aires mientras la cola para entrar en la Feria del libro en La Rural recorría más de un manzana y seguía creciendo en forma de serpiente, frente a la Plaza Italia con sus mendigos envueltos en sus sábanas de cartón, entre los puestos de libros improvisados, a un viejo con aspecto de bucanero jubilado, fumando su pipa de madera, después de comprarle The catcher in the rye, le pregunté si tenía algo de Bukowski, respondiéndome con leve brillo en sus ojos «¿Qué has leído de él, pibe?». «No mucho, sólo Fáctotum» le respondí, «ahhh, entonces te falta mucho de él» me dijo, «lleváte La máquina de follar o los poemas que te van a gustar mucho» continuó. Me hice de La máquina… pero los poemas los deje a un lado; y ahora, después de haber vuelto a la trágica travesía de Chinaski entre empleo y empleo, con ganas de más Bukowski, encuentro en internet una Antología de poemas distribuidas por la editorial Arquitrave que leí frenéticamente. En treinta y cuatro poemas, versos acerca del alcohol, de hombres de dientes rotos, mujeres viles, de marginados que no forman parte del sueño americano, sus experiencias durmiendo en un parque y caseros tocando la puerta en busca del pago de la renta, las apuestas, la resignación de que todo ya está perdido, fue un golpe contra la realidad. Un homenaje a lo pútrido, la mierda del mundo que fue siempre su materia prima. Todo lleno de honestidad y en busca de una poesía más viva, que fue el mayor regalo al mundo de Bukowski, según Umberto Cobo, a quien se le agradece la traducción y el prólogo del libro.

Muchos de sus poemas se han perdido entre servilletas arrugadas y envíos rechazados por revistas. Con lo que nos dejó (mucho para nuestra suerte) podemos saber que la soledad no sólo es un vaso de whisky a las tres de la mañana, una llamada de borracho desesperado, el principio de un tango, una canción de Tom Waits o una película de Jenna Jamesson. En los versos de Bukowski está todo eso mezclado, vomitado y vuelto a tragar.




John Dillinger y Le Chasseur Maudit.

Está mal, y no es lo acostumbrado, pero no importa:
veo chicas y me acuerdo de pelos en el lavabo
veo chicas y me acuerdo de intestinos
y vejigas y movimiento excretorios;

está mal también que
las campanillas de los heladeros, los bebes,
las válvulas de motor,
plagiostomos, palmeras, pasos en el corredor… todo
me entusiasme con la fría calma
de la tumba; el único alivio, es quizás,
saber que hubo otros hombres desesperados:
Dillinger, Rimbaud, Villon, Babyface Nelson,
Seneca, Van Gogh,
o mujeres desesperadas: luchadoras, enfermeras,
camareras, putas
poetisas… aunque
si creo que el crujir de los cubitos de hielo es importante
o un ratón husmeando en una lata de cerveza vacía;

dos huecos vacios mirándose mutuamente,
o el mar nocturno claveteado de manchados barcos
que te penetra la cautelosa membrana del cerebro con
sus luces,
con sus saladas luces
que te tocan y se marchan
en busca del amor más sólido de una tal India;

o conducir largas distancias sin razón
narcotizado a través de cristales bajados que
te rasgan y agitan la camisa como un pájaro asustado,
y siempre el semáforo rojo, siempre rojo,
fuego nocturno, y derrota, derrota…
escorpiones, chatarras, fardos:
ex empleos, ex mujeres, ex rostros, ex vidas,
Beethoven en su tumba más muerto que una remolacha;

carretillas rojas, sí, tal vez,
o una carta del infierno firmada por el diablo
o dos chicos buenos moliéndose a golpes mutuamente
en algún estadio barato lleno de estridente humo,
pero la mayoría de las veces no me importa,
aquí sentado con la boca llena de dientes cariados,
aquí sentado leyendo a Herrick y Spensery
a Marvell y a Hopkins y a Bronte(a Emily hoy);

y escuchando El hada de mediodía de Dvorak
o Le Chaussier maudit de Franck,
en realidad no me importa, y está mal:
recibo cartas de un joven poeta
(muy joven, parece) diciéndome que algún día
se me reconocerá sin duda como
uno de los grandes poetas mundiales. ¡Poeta!
que malversación: hoy he recorrido al sol las calles
de esta ciudad, sin ver nada, sin aprender nada, sin ser
nada, y de regreso a mi habitación
pasé junto a una vieja que sonreía
con una horrible sonrisa;

estaba ya muerta, y recuerdo cables en todos lados:
cables de teléfono, cables eléctricos,
cables para rostros eléctricos
atrapados como peces de colores en el cristal y sonriendo,
y los pájaros se habían ido, a ningún pájaro le gustan
los cables
o la sonrisa de los cables
y cerré mi puerta (por fin)
pero a través de la ventana era igual:
sonó una bocina, alguien se rió, corrió el agua de un
retrete,
y, entonces, cosas extraña,
pensé en todos los caballos con números
que habían pasado frente al griterío,
pasado como Sócrates, pasado como Lorca,
como Chatertton…

más bien supongo que nuestra muerte no importaba
demasiado
salvo por una cuestión de eliminación, un problema,
no creo lo que dicen
pero, igual que hago con
las palmeras enfermas
y la puesta del sol,
a veces las miro.

P.D. Acá la antología completa en PDF.

1 de mayo de 2010

Guía laboral



Christopher McCandless, en quien está basado el libro y la película Into the wild, mencionaba en su diario que la idea de libertad siempre nos extasió, «está asociada en nuestras mentes con la idea de un escape de la historia, la opresión, las leyes fastidiosas y las obligaciones». Mucha razón tiene el aventurero originario de West Virginia, porque entre la rutina diaria de despertarse, lavarse los dientes tomando el dentífrico desde el fondo para no desperdiciar, bañarse, desayunar, ir al trabajo, volver para descansar y meterse en la cama esperando estar de suerte con tu esposa antes de dormir, anhelando entre todo eso algún atisbo de lucidez o felicidad plena que le dé sentido al hacer lo mismo a diario, o disfrutar aquellos pequeños momentos de alegría infinita (una cucharada de azúcar se recuerda más que cien cucharadas de sal dicen las abuelas), pocas opciones de en caso de emergencia rompa el vidrio quedan.

No es para cualquiera donar todos sus ahorros a una ONG, cambiar de nombre y desaparecer de todo conocido en un viaje de renacimiento hasta Alaska como lo hecho por CM, que sirvió de inspiración para la película de Sean Penn; y el mundo se vendría abajo si todos quisiésemos aplicar la de los Goodfellas de Ray Liotta, Joe Pesci y De Niro, robando bancos y actuando como celebridades por el deseo de no tener un trabajo normal y pagar la hipoteca. Incluso el retiro voluntario de Salinger asusta. Marx (el viejo barbón y no el bueno de Groucho) decía que lo más probable es que el mundo ya te tenga asignado un lugar en la vida antes de nacer. Lo recomendable para esos casos cuando vienen aquellos pensamientos de horror ante todo lo que un hombre tiene que hacer para comer, dormir y vestirse, es volver al maestro, a Bukoswki, específicamente Factótum y en sus páginas llenas de un estilo seco, pesimista, sin mucho brillo y con sobredosis de realismo sucio, tratar de encontrar ese escape.


Empezar a leer Factótum el primero de mayo, en el día del trabajador, debería ser algo obligatorio, un ritual. El libro tiene poco más de ciento ochenta hojas y en un fin de semana, mejor si es en la playa y con varias cervezas o vasos de whisky encima, lo más lejos posible de las cuarenta horas a la semana de oficina o fábrica, las cosas se empiezan a ver claramente. Se lo recomienda acompañado con las melodïas de Don´t think twice it´s alright y Man of constant sorrow de Bob Dylan, o la banda sonora que Eddie Vedder compuso para Into the wild, con frases como las de la folk Hard sun que canta When I walk beside her/ I am the better man/ when I look to leave her/ I always stagger back again, para retratar el viaje que hizo Bukowski durante su juventud, escapando de servir en la Segunda Guerra Mundial (la novela puede ambientarse en cualquier época, aunque la imagen de Los Ángeles de Henry Chinaski que se me viene siempre a la cabeza es la de un LA igual al de A dog day afternoon), pasando de empleo mediocre a otros más mediocres, viajando alrededor de todos los Estados Unidos, viviendo con lo necesario para comer y beber, siendo parte del lumpen, emborrachándose en bares de mala muerte llenos de tipos duros y prostitutas, escribiendo novelas en servilletas de bares y acostándose con mujeres. Trabajando más que cualquiera y escribiendo mejor que cualquiera pero siempre haciendo las cosas a su modo, así esto signifique perder esposas, novias, trabajos y hasta la cabeza como lo dice Matt Dillon en el discurso final de la película basada en el libro. Hacerlo como se debe. «Si lo vas a intentar, dale con todo».

P.D. Acá la versión online de Factótum.




Fue entonces cuando aprendí que no es suficiente con hacer tu trabajo, sino que además tienes que mostrar un interés por él, una pasión incluso.

Era la primera vez que me había quedado solo en cinco días. Yo era un hombre que me alimentaba de soledad; sin ella era como cualquier otro hombre privado de agua y comida. Cada día sin soledad me debilitaba. No me enorgullecía de mi soledad, pero dependía de ella. La oscuridad de la habitación era fortificante para mí como lo era la luz del sol para otros hombres. Tomé un trago de vino.

Un convoy se había parado allí. Observé un manojo de caras neoyorquinas que me observaban. El tren arrancó y se alejó. Volvió la oscuridad. Entonces la habitación volvió a llenarse de luz. De nuevo contemplé los rostros escalofriantes. Era como una visión del infierno repetida una y otra vez. Cada nueva vagonada de rostros era más horrible, demente y cruel que la anterior. Me bebí el vino.

Trabajé durante varias semanas. Me emborrachaba todas las noches. No importaba; tenía el trabajo que nadie quería. Después de una hora en el horno, ya estaba sobrio. Mis manos estaban chamuscadas y llenas de ampollas. Todos los días me sentaba dolorido en mi habitación pinchándome las ampollas con alfileres que previamente esterilizaba con cerillas. Una noche estaba más borracho de lo habitual. Me negué a cargar una sola bandeja más.

Pero el morirse de hambre, desgraciadamente, no ayuda a mejorar el arte. Sólo era un impedimento. El alma de un hombre estaba radicada en su estómago. Un hombre podía escribir mucho mejor después de haberse zampado un buen solomillo de ternera y bebido medio litro de whisky de lo que jamás podría hacerlo después de haber comido una barrita de caramelo de a níquel.

Estuve bebiendo durante un cierto tiempo, tres o cuatro días. No conseguí levantarme para leer las ofertas de trabajo. La idea de sentarme enfrente de un hombre sentado detrás de un escritorio y contarle que deseaba un trabajo, que estaba capacitado para hacer ese trabajo, era demasiado para mí. Francamente, estaba horrorizado de la vida, de todo lo que un hombre tenía que hacer sólo para comer, dormir y poder vestirse. Así que me quedaba en la cama y bebía. Mientras bebías, el mundo seguía allí afuera, pero por el momento no te tenía agarrado por la garganta.

Nunca he sido muy bueno conversando así, pero, finalmente, con Carmen presionándome, la llevé a uno de los camiones que estábamos descargando en la parte trasera del almacén y allí me la tiré, de pie en el fondo de la caja del camión. Fue algo bueno, algo cálido, pensé en el cielo azul y en anchas playas vacías, aunque también fue un poco triste —había una ausencia definitiva de sentimiento humano que yo no podía comprender ni superar. Tenía su vestido subido por encima de las caderas y allí estaba yo, bombeándole mi polla en la vagina, abrazándola, presionando finalmente mi boca contra la suya, espesa de carmín, y corriéndome entre dos cajas de cartón sin abrir, con el aire lleno de cenizas y su espalda apoyada contra la pared mugrienta y astillada del camión en medio de la misericordiosa oscuridad.

Vagabundos e indolentes, todos los que allí trabajábamos sabíamos que teníamos los días contados. Así que andábamos relajados y aguardábamos a que descubriesen lo ineptos que éramos. Mientras tanto, vivíamos integrados en tal sistema, les dábamos unas pocas horas de honestidad y bebíamos juntos por las noches.

—Algún día —le dije a Jan—, cuando se demuestre que el mundo tiene cuatro dimensiones en vez de sólo tres, un hombre podrá salir a dar un paseo y desaparecer porque sí. Sin funerales, sin lágrimas, sin ilusiones, sin cielo ni infierno. La gente estará por ahí sentada y se preguntará «¿Qué le ha pasado a George?». Y alguien dirá, «Bueno, no sé. Dijo que iba a por un paquete de cigarrillos».

Las discusiones eran siempre las mismas. Entonces lo comprendí muy bien —los grandes amantes eran siempre hombres ociosos. Yo follaba mejor siendo un vagabundo desocupado que siendo un salta-cronómetros.

Cierto que yo no tenía muchas ambiciones, pero tenía que haber un lugar para la gente sin ambiciones, quiero decir un sitio mejor que el que se reserva habitual-mente para esta gente. ¿Cómo coño podía un hombre disfrutar si su sueño era interrumpido a las 6:30 de la mañana por el estrépito de un despertador, tenía que saltar fuera de la cama, vestirse, desayunar sin ganas, cagar, mear, cepillarse los dientes y el pelo y pelear con el tráfico hasta llegar a un lugar donde esencialmente ganaba cantidad de dinero para algún otro y aún así se le exigía mostrarse agradecido por tener la oportunidad de hacerlo?

Los vagabundos vivían allí abajo por centenares, en pequeños huecos en el hormigón bajo los puentes. Algunos habían puesto incluso macetas con plantas delante de sus refugios. Todo lo que necesitaban para vivir como reyes era calor enlatado (los tubos de calefacción) y lo que recogían del vecino vertedero de basura. Estaban bronceados y relajados y la mayoría de ellos tenían un aspecto mucho más saludable que cualquier típico hombre de negocios de Los Angeles. Aquellos hombres no tenían problemas con las esposas, los impuestos, los caseros, gastos de entierros, dentistas, intereses bancarios, reparaciones de automóvil, ni votos en una cabina con la cortinita cerrada.

En América siempre había gente buscando trabajo. Siempre había un montón de cuerpos utilizables para reemplazar a otros. Y yo quería ser escritor. Casi todo el mundo era escritor. No todo el mundo pensaba en que podía ser dentista o mecánico de automóviles, pero todo el mundo sabía que podía ser escritor. De aquellos cincuenta tíos de la clase, probablemente quince o más pensaban que eran escritores. Casi todo el mundo usaba palabras y podía también escribirlas, en consecuencia casi todo el mundo podía ser escritor. Pero la mayoría de los hombres, por fortuna, no son escritores, ni siquiera conductores de taxi, y algunos —bastantes— desgraciadamente no son nada.


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