

Empezar a leer Factótum el primero de mayo, en el día del trabajador, debería ser algo obligatorio, un ritual. El libro tiene poco más de ciento ochenta hojas y en un fin de semana, mejor si es en la playa y con varias cervezas o vasos de whisky encima, lo más lejos posible de las cuarenta horas a la semana de oficina o fábrica, las cosas se empiezan a ver claramente. Se lo recomienda acompañado con las melodïas de Don´t think twice it´s alright y Man of constant sorrow de Bob Dylan, o la banda sonora que Eddie Vedder compuso para Into the wild, con frases como las de la folk Hard sun que canta When I walk beside her/ I am the better man/ when I look to leave her/ I always stagger back again, para retratar el viaje que hizo Bukowski durante su juventud, escapando de servir en la Segunda Guerra Mundial (la novela puede ambientarse en cualquier época, aunque la imagen de Los Ángeles de Henry Chinaski que se me viene siempre a la cabeza es la de un LA igual al de A dog day afternoon), pasando de empleo mediocre a otros más mediocres, viajando alrededor de todos los Estados Unidos, viviendo con lo necesario para comer y beber, siendo parte del lumpen, emborrachándose en bares de mala muerte llenos de tipos duros y prostitutas, escribiendo novelas en servilletas de bares y acostándose con mujeres. Trabajando más que cualquiera y escribiendo mejor que cualquiera pero siempre haciendo las cosas a su modo, así esto signifique perder esposas, novias, trabajos y hasta la cabeza como lo dice Matt Dillon en el discurso final de la película basada en el libro. Hacerlo como se debe. «Si lo vas a intentar, dale con todo».
P.D. Acá la versión online de Factótum.
Fue entonces cuando aprendí que no es suficiente con hacer tu trabajo, sino que además tienes que mostrar un interés por él, una pasión incluso.
Era la primera vez que me había quedado solo en cinco días. Yo era un hombre que me alimentaba de soledad; sin ella era como cualquier otro hombre privado de agua y comida. Cada día sin soledad me debilitaba. No me enorgullecía de mi soledad, pero dependía de ella. La oscuridad de la habitación era fortificante para mí como lo era la luz del sol para otros hombres. Tomé un trago de vino.
Un convoy se había parado allí. Observé un manojo de caras neoyorquinas que me observaban. El tren arrancó y se alejó. Volvió la oscuridad. Entonces la habitación volvió a llenarse de luz. De nuevo contemplé los rostros escalofriantes. Era como una visión del infierno repetida una y otra vez. Cada nueva vagonada de rostros era más horrible, demente y cruel que la anterior. Me bebí el vino.
Trabajé durante varias semanas. Me emborrachaba todas las noches. No importaba; tenía el trabajo que nadie quería. Después de una hora en el horno, ya estaba sobrio. Mis manos estaban chamuscadas y llenas de ampollas. Todos los días me sentaba dolorido en mi habitación pinchándome las ampollas con alfileres que previamente esterilizaba con cerillas. Una noche estaba más borracho de lo habitual. Me negué a cargar una sola bandeja más.
Pero el morirse de hambre, desgraciadamente, no ayuda a mejorar el arte. Sólo era un impedimento. El alma de un hombre estaba radicada en su estómago. Un hombre podía escribir mucho mejor después de haberse zampado un buen solomillo de ternera y bebido medio litro de whisky de lo que jamás podría hacerlo después de haber comido una barrita de caramelo de a níquel.
Estuve bebiendo durante un cierto tiempo, tres o cuatro días. No conseguí levantarme para leer las ofertas de trabajo. La idea de sentarme enfrente de un hombre sentado detrás de un escritorio y contarle que deseaba un trabajo, que estaba capacitado para hacer ese trabajo, era demasiado para mí. Francamente, estaba horrorizado de la vida, de todo lo que un hombre tenía que hacer sólo para comer, dormir y poder vestirse. Así que me quedaba en la cama y bebía. Mientras bebías, el mundo seguía allí afuera, pero por el momento no te tenía agarrado por la garganta.
Nunca he sido muy bueno conversando así, pero, finalmente, con Carmen presionándome, la llevé a uno de los camiones que estábamos descargando en la parte trasera del almacén y allí me la tiré, de pie en el fondo de la caja del camión. Fue algo bueno, algo cálido, pensé en el cielo azul y en anchas playas vacías, aunque también fue un poco triste —había una ausencia definitiva de sentimiento humano que yo no podía comprender ni superar. Tenía su vestido subido por encima de las caderas y allí estaba yo, bombeándole mi polla en la vagina, abrazándola, presionando finalmente mi boca contra la suya, espesa de carmín, y corriéndome entre dos cajas de cartón sin abrir, con el aire lleno de cenizas y su espalda apoyada contra la pared mugrienta y astillada del camión en medio de la misericordiosa oscuridad.
Vagabundos e indolentes, todos los que allí trabajábamos sabíamos que teníamos los días contados. Así que andábamos relajados y aguardábamos a que descubriesen lo ineptos que éramos. Mientras tanto, vivíamos integrados en tal sistema, les dábamos unas pocas horas de honestidad y bebíamos juntos por las noches.
—Algún día —le dije a Jan—, cuando se demuestre que el mundo tiene cuatro dimensiones en vez de sólo tres, un hombre podrá salir a dar un paseo y desaparecer porque sí. Sin funerales, sin lágrimas, sin ilusiones, sin cielo ni infierno. La gente estará por ahí sentada y se preguntará «¿Qué le ha pasado a George?». Y alguien dirá, «Bueno, no sé. Dijo que iba a por un paquete de cigarrillos».
Las discusiones eran siempre las mismas. Entonces lo comprendí muy bien —los grandes amantes eran siempre hombres ociosos. Yo follaba mejor siendo un vagabundo desocupado que siendo un salta-cronómetros.
Cierto que yo no tenía muchas ambiciones, pero tenía que haber un lugar para la gente sin ambiciones, quiero decir un sitio mejor que el que se reserva habitual-mente para esta gente. ¿Cómo coño podía un hombre disfrutar si su sueño era interrumpido a las 6:30 de la mañana por el estrépito de un despertador, tenía que saltar fuera de la cama, vestirse, desayunar sin ganas, cagar, mear, cepillarse los dientes y el pelo y pelear con el tráfico hasta llegar a un lugar donde esencialmente ganaba cantidad de dinero para algún otro y aún así se le exigía mostrarse agradecido por tener la oportunidad de hacerlo?
Los vagabundos vivían allí abajo por centenares, en pequeños huecos en el hormigón bajo los puentes. Algunos habían puesto incluso macetas con plantas delante de sus refugios. Todo lo que necesitaban para vivir como reyes era calor enlatado (los tubos de calefacción) y lo que recogían del vecino vertedero de basura. Estaban bronceados y relajados y la mayoría de ellos tenían un aspecto mucho más saludable que cualquier típico hombre de negocios de Los Angeles. Aquellos hombres no tenían problemas con las esposas, los impuestos, los caseros, gastos de entierros, dentistas, intereses bancarios, reparaciones de automóvil, ni votos en una cabina con la cortinita cerrada.
En América siempre había gente buscando trabajo. Siempre había un montón de cuerpos utilizables para reemplazar a otros. Y yo quería ser escritor. Casi todo el mundo era escritor. No todo el mundo pensaba en que podía ser dentista o mecánico de automóviles, pero todo el mundo sabía que podía ser escritor. De aquellos cincuenta tíos de la clase, probablemente quince o más pensaban que eran escritores. Casi todo el mundo usaba palabras y podía también escribirlas, en consecuencia casi todo el mundo podía ser escritor. Pero la mayoría de los hombres, por fortuna, no son escritores, ni siquiera conductores de taxi, y algunos —bastantes— desgraciadamente no son nada.
Pero cuando cuando se invierten los papeles y la política utiliza a la música, lo más probable es que todo termine en mera propaganda. Durante la última campaña presidencial de los Estados Unidos, Will.Im.Am (vocalista de Black Eyed Peas) escribió “Yes we can” para Barack Obama y el cantante country John Rich compuso “Raisin´ McCain” para el cowboy perdedor. Canciones dedicadas expresamente para los candidatos. En Ecuador es difícil de entender como el Gobierno sin pedir permiso alguno y respetar las leyes de derecho de autor utilice el ritmo de “Hey Jude” de los Beatles durante un comercial de dos minutos, una canción, la original, que habla sobre cómo recuperarse de un mal momento (Nebot también años atrás utilizó "Color esperanza" y a Los Iracundos ya nadie los podrá escuchar sin recordar a Abdalá Bucaram). Light the darkness diría Bob Marley para abrirnos los ojos ante semejante blasfemia.
P.S. Y sobre músicos: Estuve leyendo las columnas que Bono escribe para el NY Times. Esperaba que hablara sobre África o alguna de las realidades que ha conocido en sus viajes. Pero en su primer artículo: “Notes from the chairman” la sorpresa fue grata al leer sobre el poder de la música y cómo la canción “My way” de Sinatra puede ayudar a olvidarnos por unos minutos los incesantes y abyectos actuales momentos de crisis. Todo escrito en un delirante estilo lleno de sinceridad.
A Ecuador, el día martes (cada seis meses), llegó la “mala hora”. Al ritmo de la aberración de Hey Jude, don't make it bad/. Take a sad song and make it better/. Remember to let her into your heart/. Then you can start to make it better… (debería existir una campaña para apagar el televisor cada vez que aparece esta versión politiquera, así como lo debieron haber hecho los fanáticos de Diego Torres cuando Nebot y compañía plagiaron una de sus canciones o cuando Abdalá utilizaba a Los Iracundos) en un comercial que se transmite por radio y televisión, de casi dos minutos, empezó la campaña electoral para todas la dignidades. Y las estrategias para ganar los votos serán las mismas: Camisetas, calendarios, gorras, fundas de víveres con la foto del candidato de turno, caminatas, marchas, caravanas motorizadas; y tal vez los más originales regalando reglas, abanicos para el calor (en Cuenca estamos casi a 30 grados) o cuadernos, que con un voto obligatorio y universal serán estímulos para rayar el espacio con la cara de la señorita, señora o señor que más ha dado.
En Ecuador “la mala hora” se sentirá cuando empiecen los discursos de insultos con propuestas de los opositores de acabar con el gobierno actual y la propuesta del gobierno actual (con insultos incluidos, faltaba más) actual de no volver al pasado (entiéndase como larga noche neoliberal). Discursos que aunque no han empezado es casi seguro que sean así porque después de haber leído un par de los planes de gobierno en sus páginas de internet, de esos que por abarcar tanto no dicen nada, es lo más previsible. Y en caso de debate, así este sea con panelista extranjero, se debatirá quién es más hombres según la estatura.
Y la “mala hora” continuará esparciéndose para todas las dignidades, con el alcalde de Guayaquil llamando payasos a sus opositores que se encuentran en una carpa; además de congresistas (asambleístas), concejales, prefectos (Fiscal Vanegas es un digno caso a analizar) y otros. Las encuestadoras también se contagiarán de la “mala hora” al venderse al mejor postor e incluso los medios con sus analistas que basarán los resultados en torno al poder que ha ganado cada partido y no sobre el beneficio que recibirían los ciudadanos no están exentos de la “mala hora”. Como decía Juan José Millas, los resultados en realidad deberían calificarse sobre lo que los ciudadanos individualmente y en conjunto ganan de por ejemplo: ¿Qué las iglesias decidan, así sean no creyentes, cuestiones referentes al aborto o la eutanasia?; ¿De privatizar nuestros recursos naturales?; ¿De firmar acuerdos de libre comercio en supuesta igualdad de condiciones?; ¿De estatizar la banca?; ¿De contaminar ríos por actividades mineras sin regulación?; ¿De meternos en una lucha declarada contra las FARC?; ¿De quitar subsidios?; entre otras.
The answer my friend is blowind in the wind... quisiera que fuera lo dicho por alguien con la misma credibilidad de Bob Dylan para acabar con la “mala hora”. Pero eso no va a ser así.