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24 de mayo de 2011

HB

Dylan cumpleaños hoy, igual que yo. En algo me tenía que parecer. Siete décadas y es más joven. Muchos regalos de su parte. Tantos vaso de vino y algún johny o jack con los amigos o en medio de la más reconfortante soledad. Gracias viejo. Un salud a tu nombre...





17 de abril de 2011

NOLA según David Simon


Cantaba Louis Armstrong junto a Billie Holiday, en ese nostálgico tema llamado Do you know what it means to miss New Orleans – con el que comienza un documental de Spike Lee sobre la ciudad después de Katrina –, que NOLA fue el lugar donde dejó su corazón. Bob Dylan en sus crónicas decía, mientras viajaba al sur para grabar Oh, mercy!, que le gustan muchos sitios pero ninguno como NOLA. “A cada instante se presentan mil perspectivas distintas”, “…a diferencia de muchos lugares a los que regresas para descubrir que su magia se ha esfumado, todavía conserva la suya”; caminando por los cementerios en busca de las huellas de Tennessee Williams. Para Anthony Bourdain es un estado mental. Kerouac disfrutaba su olor al llegar. Ray Charles tuvo una mujer ahí a la que le pide que regrese. Con lo que mostró David Simon en la primera temporada de Treme no quedan más ganas que embarcarse utilizando todos los ahorros en un viaje a New Orleans; ese lugar que también ha dejado con ganas de contar historias a David Lynch, a Truman Capote (para sus momentos de paz) y muchos más…

El creador de aquella novelita rusa llamada The Wire, que hace años pasaban por HBO, después de vivir un tiempo con los soldados norteamericanos en Iraq, tuvo como nuevo proyecto mostrar New Orleans después de Katrina. Mucha investigación, porque lo que resaltó es la escencia del lugar, o al menos eso es lo que creo, pensando por alguna razón que tengo razón. Una ciudad que prácticamente vive en la calle. Sus ruidos, olores, colores, situaciones, temperamento y sobre todo ritmos. En medio de la miseria, de avenidas desiertas y devastadas. Con un argumento que podría dar para historias fáciles, sentimentales, de echar la culpa, lo que hace Simon es revelar cómo los personajes se levantan para continuar andando, esperando evitar el próximo embate, en una serie de televisión coral, con varios momentos que son para retratar, como ese de padre e hijo tocando jazz bajos los techos de una casa derrumbada, donde se cuentan varios relatos que suceden a la vez. Mucho mejor que cualquiera de esas películas dedicadas a NY, París o próximamente a Río de Janeiro.



The Treme experience tiene los aires de ser una corta película indie, en la que la música tiene mucha, pero mucha relevancia. Con secuencias que duran lo que dura una canción (Buona Sera, Indian Red). Vidas cotidianas con ritmos de jazz, swing y blues. Alguna debe caer bien, otra mal. Lo que hace una talentosa cocinera con un restaurante en respiración artificial; un burgués vago al que siempre le salen las cosas con un final feliz; la recientemente Oscarizada Melissa Leo en su papel de abogada por los derechos civiles y madre liberal con un esposo de la talla de John Goodman en el rol de un escritor al que su ciudad le quebró el corazón; el talentoso músico Antoine Batiste (en los pies de Wendell “The Wire” Pierce) que se gana el dinero al día y que hasta cuando habla o tiene gestos pareciera que estuviera tocando algo, y otros que viven juntos y tocan en la calle; y lo mejor: los indios, esa cultura escondida que dedica todo los día del año para dos fechas en especial, que para el resto de comunes mortales pierden el tiempo en cosas efímeras, pero ellos tienen un propósito mayor de existencia que cualquiera de esos que critican. Era imposible que no se dé una segunda temporada con tantas cosas para contar. Su creador ya se imagina un final con el derrame del golfo y el Super Bowl, en una ciudad que difícilmente se ahogará (cantaba Steve Earle). Larga vida a NOLA. Sólo falta una semana para que vuelva a la pantalla.








3 de abril de 2011

Sobre el asfalto

De acuerdo a Wikipedia Sal Paradise es Jack Kerouac, y Dean Moriarty es la leyenda Neal Cassidy, y Carlo Marx es Allan Ginsberg, y Chad King es Haldon Chase, y Tim Gray en realidad es Ed White, y para Walter Salles la bella Marylou es Kristen Stewart sólo que sin colmillos; y no puedo estar más de acuerdo. Hace dos días soñé con Kristen Stewart (Zooey Deschanel también aparecía) y el día no pudo haber sido mejor. Al final llovió y a lo largo de esa carretera norte que cruza la provincia, donde trabajo con un sol despiadado que no da tregua, todos corrieron a sembrar, se abrazaron. La siniestra sombra en llamas que siempre veía correr por los arrozales por fin descansó. Apresurado, ansioso, queriendo conseguir los objetivos, caminar sin saber donde llegaría, el sueño fue como una advertencia para no ser devorado por el frenesí del mundo. No convertirme en uno más: Ahora fíjate un poco en esos de ahí adelante. Están inquietos, contando los kilómetros que faltan, piensan en donde van a dormir esta noche, cuánto dinero van a gastar en gasolina, el tiempo que hará, cuándo llegarán a su destino… como si en cualquier caso no fueran a llegar. Pero no necesitan preocuparse y traicionan el tiempo con falsas urgencias… Toco madera. Fuck them. Enciendo el computador y pongo el Bringing it all back home. Outlaw blues, On the road again y un negro y joven Dylan cantando It’s allright , ma (I’m only bleeding) en la entrada de una casa en Carolina del Sur. La realidad deja de sacudirse. Si todo se derrumba y se va a la mierda es porque así lo he querido.


Dylan + Kerouac + Un-vaso-de-vino-barato-de-cartón. El fin de semana está salvado. Dean Moriarty te contagia algo y eso no está nada mal. Tarareo Don’t think twice, it´s alright. On the road no es una gran novela, es más bien un estado mental. Todo es lo mismo pero a la vez diferente. Siempre recorrer la ruta 66. Se podría ponerla en la mesita de noche con un aviso de utilizar en caso de emergencia cuando se esté a punto de convertirse en un esclavo de la rutina. No es para reseñas o críticas. Es para vivirla, atreverse, dejarse de huevadas y hacer un curso intensivo de lo que se ve fuera de las cuatro paredes del cubículo. O para disfrutarla, imaginar cómo hubieran sido las cosas… Pienso en Bolaño en su estudio de Barcelona enviando a sus detectives salvajes recorrer el desierto de Sonora. Poniéndoles algo de beat. Confesiones de invierno. Me gusta estar al lado del camino. La vida hecha poesía. Ahora que me entero que hay película sólo pienso que ojalá Salles por lo menos capture el espíritu. Esos roadtrip de San Francisco a New York y de New York a San Francisco, con parada obligatoria en Denver, contados en 208 páginas, tienen como mayor logro haber sido una verdadera influencia. El germen de millares de viajes en carretera, de historias de asfalto, de cambios de vida, de descubrimientos. El Magical mistery tour beat avisa que la próxima estación es Los subterráneos


Creía que toda la soledad de América estaba en el Oeste hasta que el Fantasma del Susquehanna me demostró lo contrario. No, también hay soledad en el Este; la misma que Ben Franklin recorrió en su carreta de bueyes cuando era administrador de correos, la misma de cuando George Washington luchaba contra los indios, de cuando Daniel Boone contaba anécdotas a la luz de las linternas en Pennsylvania y prometía encontrar el Paso, de cuando Bradford construyó la carretera y los hombres armaban líos en cabañas de troncos. No había ya grandes espacios de Arizona para el hombrecito, sólo el monte bajo del este de Pennsylvania, Maryland y Virginia, los caminos apartados, las carreteras de negro alquitrán que serpentean a lo largo de ríos siniestros como el Susquehanna, el Monongahela, el viejo Potomac y el Monocacy.

Por fin era un ángel, como yo siempre había sabido que sería algún día; pero como cualquier ángel aún tenía ataques de furor y de rabia, y aquella noche cuando todos nos fuimos de la fiesta y entramos en el bar del Windsor haciendo ruido, Dean se convirtió en un borracho frenético y demoníaco y seráfico. Recuérdese que el Windsor, el gran hotel de Denver cuando la fiebre del oro e interesante por otros muchos aspectos en el gran saloon de abajo aún se veían los agujeros de las balas en la pared—, había sido el hogar de Dean. Había vivido en una de las habitaciones de arriba con su padre. No era un turista. Bebió en el saloon como si fuera el fantasma de su padre; tragó vino, cerveza y whisky como si fuera agua. La cara se le puso roja y sudaba y gritaba y soltaba alaridos por el bar y se tambaleaba por la pista de baile donde los chuletas del Oeste bailaban con las chicas y quiso tocar el piano y se abrazó con ex presidiarios y alborotó con ellos a más y mejor.

Habían bajado desde las sombrías montañas y desde las alturas a tender las manos hacia algo que pensaban que podía ofrecerles la civilización sin imaginarse la tristeza y pobreza y decepciones de ésta. Desconocían que había una bomba capaz de destruir todos nuestros puentes y carreteras y reducirlos a polvo, y que algún día seríamos tan pobres como ellos y tenderíamos nuestras manos del mismo modo en que ellos lo hacían.

Nuestro destartalado Ford, el Ford americano de los años treinta, pasaba haciendo ruido y se perdía en el polvo. ¿Qué se siente cuando uno se aleja de la gente y ésta retrocede en el llano hasta que se convierte en motitas que se desvanecen? Es que el mundo que nos rodea es demasiado grande, y es el adiós. Pero nos lanzamos hacia adelante en busca de la próxima aventura disparatada bajo los cielos.


31 de diciembre de 2010

2010 (inventario)


Last day. Chuchaqui. No tanto. Más bien cansancio. A Diva de vuelta a los tiempos. Para despedir el año con un concierto de Los Pescados. No hubo tanto ambiente ni mucha gente. Pero cargo – y bien – las pilas para lo que venía después. Bacán. En preli de amanecer 31 decirle chao a ese maldito–bendito. Y si en sanas condiciones resulta cagadísimo detenerse, parar, mirar atrás y analizar lo que pasó, lo que se acaba de hacer, con algunas gotas de alcohol todavía en el sistema no hay mucha diferencia para sentarse y hacer el cierre de año. Cuadrar el balance y repartir los dividendos a los accionistas.

Sin querer entrar en detalles que desde octubre el DVD se me dañó y no he podido ver mayormente películas a precios módicos, y que por un largo periodo de desempleo leí libros a montones, aunque la mayoría no es recién salido del horno sino que es lo encontrado en el año – de décadas, siglos atrás –, acá van los cañonazos bailables de este 2010 que ya se va.

Libros:

The Stand, Stephen King: Puede que peque de comercial, pero uno de las mejores novelas que he leído hasta esta parte de mi vida. Podría ser el libro favorito en cualquier año, incluso en uno de gripe porcina. Realista en dosis extremas, visceral. Sobran pocas de sus más de mil páginas.

Crónicas, Bob Dylan: Se han escuchado tantas cosas de Dylan que hace un par de años el mismo protagonista decidió contar su historia. Entre el relato normal y la poesía, muy buena autobiografía y excelente homenaje a sus influencias.

Walden, Thoreau: Hay páginas totalmente inútiles por la época y por lo que hace referencia. Los costos para empezar una vida solitaria y sin las obligaciones cotidianas pueden pasarse de largo; sin embargo hay partes que son pura filosofía para ponerla en práctica, las palabras de un hombre que sabe y quiere la verdad.

Nueve historias, Salinger: Conocer a la familia Glass es adentrarse en los orígenes de la onda indie, las pinturas rupestres de lo que luego se verá en el Sundance. La familia disfuncional en acción. Personajes artesanalmente elaborados en situaciones cotidianas. La frase del tipo maldiciendo a los que se enlistarán en la guerra con los esquimales es la manifestación de un genio.

La insoportable levedad del ser, Milan Kundera: Junto a El pasado de Alan Pauls, la mejor novela sobre una pareja que existe. Un best-seller que le ha gustado a muchos y que sirve para formatear el disco duro. Por algo ha de ser. La primavera de Praga, la pérdida total de eso invisible llamado intimidad.

Hablemos de langostas, David Foster Wallace: Hablar de Foster Wallace es hablar de un tipo que como laboratorista ha diseccionado la sociedad. La comprende, se burla de ella. Uno de los pocos retos del 2011: encontrar toda su obra y leerla dos, tres veces.

Los detectives salvajes, Roberto Bolaño: La vida hecha poesía. Un viaje por el desierto de Sinaloa para encontrar a la madre del hiperrealismo. Testimonios que van desde Barcelona hasta pueblos de Angola. En la novela no hay grandes frases para poner de status en el Facebook, pero la historia que se cuenta es casi épica.

Películas:

Psycho y Vertigo: Por fin Hitchcock. Con todos sus excesos, depravación, voyerismo. Para bien.

Interview Project: No es exactamente una película. David Lynch esta vez fue directo a la fuente. Al lugar donde está la materia prima para sus obras.

A serious man: No sé si sea del año pasado, lo que sé es que es una de los mejores comedias de los hermanos Coen. La disfruté incluso más que Fargo.

The Road: Siempre pega una película apocalíptica. Ésta es brutal.

The Graduate: Por fin pude ver la melancolía de Dustin Huffman. La escena del aeropuerto, totalmente identificado.

Leaving Las Vegas: Una de la mejores historias de amor que jamás se han contado.

The Hurt-locker: Tour a Irak, con emociones incluidas.

The Wackness: The Catcher in the rye en los 90s y version hip-hop. Ben Kinsley se pasa con su personaje. Nunca confiés en alguien a quien no le gustan las canciones de Bob Dylan.

I’m not there: No es exactamente una poesía que me cambió la vida, pero es totalmente disfrutable. La forma en que Dylan hubiera hecho una película. Ya quisiera tener una novia como Charlotte Gainsbourg mientras al fondo suena I want you.

Last day…

15 de septiembre de 2010

Dylan según Dylan

Robert Allen Zimmerman tiene tantas – o más – vidas como un gato. Aunque la sensación que provoca ver un felino irrumpiendo en la silenciosa soledad de la noche, deteniéndose para sacudirse varios siglos de encima, proviene de un mito; mientras que las varias existencias del cantante–poeta conocido como Bob Dylan son tan tangibles y reales de la misma forma que lo son las estiradas y peludas patas de una tarántula buscando un refugio para pasar el frío de la noche. E hipnotizantes, también, de la manera en que solo una imagen venerada, siniestra y que no muestra totalmente su rostro, puede hipnotizar. Más de uno ha intentado retratarlo.

Dylanianos queriendo llegar hasta el fondo del asunto, descubrir secretos, contar historias rebuscadas, separar la ficción de la realidad, narrar aspectos de sus vidas. Scorsesse con el documental No direction home, Todd Haynes y el biopic I’m not there, docenas de libros y la reciente idea de un comic ilustrando sus canciones más representativas agrandan el mito, brindan nuevas mentiras y verdades, presentan con ojos de hechizado - ante el resplandor de la figura que han estado persiguiendo - la visión que tienen del cantante-poeta, exponenciando a la décima potencia su imagen. Y quien ha escuchado todos los discos de Dylan, pero no piensa en él solo como un músico, debido a tantos rumores, frases y eventos no sabe hasta dónde creer. Se ha escrito y hablado tanto de Dylan que al final parece una invención nuestra, sólo que él se resiste a creerlo; y en el año 2004, como grano de arena para aumentar la literatura en torno a su nombre, publicó el primer volumen de su autobiografía.

Crónicas no es exactamente un gran poema, ni una telaraña de metáforas y frases del estilo “the sun is chicken”. Es una detallada descripción de un viaje por una larga carretera con altos, curvas peligrosas, rectas para hundir el acelerador, donde Bob Dylan va al volante. Vemos con sus ojos el camino y eso es lo que vale, no tanto los estilos y vocabulario; sin importar que antes David Foster Wallace nos hubiera advertido acerca de lo insípidas que puedan resultar las autobiografías - acà el autor a ratos da la sensaciòn de esconder varios cadàvares en su armario al obviar las drogas y presentar bizarros sucesos como si èl los hubiera planeado de antemano -. El libro se deja llevar, sin estar contado de forma lineal, concentrándose en tres de sus reencarnaciones: sus inicios en el Greenwich Village y huída de Minnesota; el alejamiento de los escenarios posterior a su accidente en moto, tratando de dedicarse solo a su familia y grabando New Morning; y sus tiempos en New Orleans produciendo Oh Mercy, y la fractura en su mano que no le permitió tocar la guitarra y lo llevó a pensar en retirarse.

El recorrido es una mezcla de anécdotas, reflexiones sobre el entorno, la belleza del invierno, alabanzas a sus influencias y contemporáneos – Dave van Ronk – que admiraba en ese entonces. Un instrumento que sirve a la vez como telescopio y microscopio. Se respiran las calles de una época apocalíptica donde la creatividad flotaba, se recuerda a Woody Guthrie, a amigos íntimos. Su vida (sus vidas) es (son) un repaso por la música del siglo XX, de autores literarios como Balzac y películas de Fellini. Al igual que los mafiosos manifiestan que debió correr mucha sangre para convertirse en los hombres que son, Dylan se alimenta de la esencia de las cosas que le parecen interesantes, para después apropiarse de ellas y mejorarlas.

Lo imagino escribiendo estas memorias en una cabaña en las riveras del bosque, apoyando su pluma sobre un escritorio del siglo XVIII, en completo silencio, colgando el teléfono por enésima vez ante las insistencias de que asista como invitado a American Idol, siendo visitado por el editor que le pide incluir capítulos acerca de los momentos en que se inspiró para escribir sus canciones más memorables o discos de la factura del Highway 61 revisited, mencionándole que eso es lo que la gente quiere leer – tal vez en las dos próximas entregas sin fecha aún de publicación –, y Dylan con un cigarro en la boca mandándolo al diablo frunciendo el ceño, diciéndole abruptamente «únicamente yo puedo contar mi historia».
No había venido en un tren de carga. Había atravesado el país desde el Medio Oeste en un sedán de cuatro puertas, un Impala del 57. Salí escopeteado de Chicago y atravesé con la directa puesta ciudades humeantes, carreteras sinuosas, prados cubiertos de nieve, hacia el este, cruzando los límites estatales… en un viaje de veinticuatro horas, sesteando durante la mayor parte del trayecto en el asiento de atrás, y charloteando el resto del tiempo. Con la mente perdida en intereses secretos..., hasta cruzar el puente George Washington.

Además, en el Folklore Center había muchos discos folk sólo para iniciados que yo deseaba escuchar. Partituras olvidadas de todo tipo -salomas de marineros, canciones de la guerra civil, de vaqueros, de misa, elegías, himnos integracionistas o sindicalistas-, libros antiguos de cuentos populares, publicaciones de organizaciones obreras…


Resulta gracioso tenerlo como compañía. Viste con una túnica de monje y bebe infinitas tazas de café. Duerme tanto que tiene la mente embotada. Cuando se le cae un diente, dice: «¿Qué significará esto?». Lo cuestiona todo. Al acercarse a una vela, su ropa empieza a arder. Él se pregunta si el fuego es buena señal. Balzac es hilarante.


Abundaba la clase de gente que salía de ningún lado y más tarde regresaba allí; un rabino con pistola, Una chica con dientes desiguales y un gran crucifijo entre los senos..., toda suerte de personajes en busca de un poco de calor humano. Me sentía como si los viera a todos sentados al borde del abismo.


Las canciones folk son evasivas, ya que tratan de la verdad de la vida, y la vida es más o menos mentira, pero así es como queremos que sea. De otro modo no nos sentiríamos cómodos con ella. Una canción folk tiene más de mil caras... Todo depende de quién toca y quién escucha.


Ray, que había nacido en Virginia, tenía antepasados que habían luchado en ambos bandos de la guerra de Secesión. Yo me apoyaba en la pared y cerraba los ojos. Sus voces llegaban hasta mis oídos como si procediesen de otro mundo. Hablaban de perros, de pesca, de incendios forestales, de amor y monarquías y de la guerra de Secesión... Sus palabras me parecieron misteriosas y desacertadas, pero si las dijo, las dijo y ya está.


Mi universo musical crecía día tras día, con el descubrimiento de discos de Dizzy Gillespie, Fats Navarro, Art Farmer y algunos asombrosos de Charlie Christian y Benny Goodman... Bot Bouse de Charlie Parker también era un buen disco para despertar. Sólo algunos afortunados vivos habían visto y escuchado a Charlie Parker, lo que por lo visto les había infundido una especie de esencia vital secreta. Ruby, My Dear, de Monk, era otra maravilla. Monk tocaba en el Blue Note, en la calle 3, junto a John Ore al bajo y el batería Frankie Dunlop.


En una de mis visitas, Woody me habló de unas cajas llenas de canciones y poemas inéditos escritos por él y para los que no se había compuesto melodía. Estaban guardadas en el sótano de su casa en Coney Island, y me dio permiso para ir a buscarlas. Me animó a ir a ver a Margie, su esposa, si estaba interesado, y a explicarle por qué estaba allí. Ella me abriría esas cajas.


Nueva York era una ciudad fría, contenida y misteriosa, la capital del mundo. En la Séptima Avenida pasé por delante del edificio donde Walt Whitman había vivido y trabajado. Me detuve por un segundo y lo imaginé escribiendo frenéticamente y entonando la verdadera canción de su alma.
También me había parado ante la casa de Poe en la calle Tres para hacer lo mismo: contemplar las ventanas con melancolía…

Por lo visto yo siempre iba en pos de algo, de cualquier cosa que se moviera -un coche, un pájaro, una hoja al viento-, que pudiera conducirme a algún otro sitio mejor iluminado, a alguna tierra ignota río abajo. No tenía la más remota idea del mundo desgarrado en el que vivía, de lo que la sociedad puede hacer a las personas.


Lo que había sido un plácido refugio dejó de serIo de pronto. Probablemente alguien puso a disposición de los drogatas y colgados de los cincuenta estados mapas para que pudieran llegar a nuestra granja. Hatajos de gorrones peregrinaban desde California. Tontos del culo irrumpían en casa a todas horas de la noche. Al principio, se trataba de nómadas sin techo que entraban ilegalmente. Se me antojaban más bien inofensivos, pero luego empezaron a llegar radicales sin escrúpulos en busca del Príncipe de la Protesta: personajes de aspecto sospechoso, tipas que semejaban gárgolas, espantajos y vagabundos con ganas de fiesta...


A veces acababa en una casa flotante, móvil, esperando oír una voz, arrastrándome afanosamente, o boca arriba, de noche, en una playa salvaje y protectora, rodeado de alces, osos, ciervos y el esquivo lobo gris que acechaba no muy lejos, o escuchando la llamada del somorgujo en un tranquilo atardecer estival.


Fuera, un pájaro carpintero martilleaba un tronco en la oscuridad. Mientras estuviera vivo debía mantenerme interesado en algo. Si mi mano no sanaba, ¿qué iba a hacer con el resto de mis días? Abandonar la industria de la música, por descontado. Alejarme de ella tanto como fuera posible. Fantaseé acerca del mundo de los negocios ¿Qué podía resultar más simple y elegante que aventurarse por allí?


Hay muchos sitios que me gustan, pero ninguno tanto como Nueva Orleans. A cada instante se presentan mil perspectivas distintas. En cualquier momento te puedes topar con un ritual celebrado en honor de una reina poco conocida; sangre azul, nobles cegados por la bebida que se reclinan desmadejadamente contra los muros y se arrastran por la alcantarilla. Hasta ellos hacen reflexiones que vale la pena escuchar. Nada parece inapropiado. La ciudad es un poemainfinito...


En cuanto a la reina, ésa era Joan Baez. Joan nació el mismo año que yo, y nuestros caminos acabarían cruzándose, pero habría sido ridículo pensar en ello por entonces... Yo no podía dejar de mirarla. Ni siquiera me atrevía a parpadear. Ella tenía un aspecto espectacular, con su lustrosa cabellera negra que caía hasta la curva de unas caderas estrechas, y sus pestañas lánguidas, ligeramente curvadas hacia arriba… Además, estaba su voz. Una voz que ahuyentaba los malos espíritus. Parecía de otro planeta.


La voz y la guitarra de Johnson resonaban en la sala, y yo me vi absorbido por ellas. Para mí era inconcebible que no produjera el mismo efecto en todo el
mundo. Sin embargo, Dave no opinaba lo mismo… Entiendo su punto de vista, pero yo pensaba lo contrario. A mi juicio, la originalidad de Johnson era absoluta, sus canciones no podían compararse con nada.

La escena de la música folk había sido como un paraíso que debía abandonar, del mismo modo que Adán abandonó su jardín. Era demasiado perfecto. En unos pocos años, se iba a desatar una tormenta de mierda. Las cosasempezarían a arder…


P.D. Las tres mejores canciones de Dylan.





27 de agosto de 2010

¿Parricidio o no parricidio?

Quemar, desterrar, abolir y otras son las consignas para no llegar a transitar los mismos caminos andados por los padres o aquellos que empiezan a presentar calvicie y canas. Construir algo nuevo y hermoso. Quitarse los grilletes que atan al pasado. Por algo Bob Dylan decía en una de sus canciones – escuchen “My back pages” – que ahora es más joven de lo que antes lo era. Sentir esa libertad de decidir.

“Los años pasan y nos vamos poniendo viejos” cantaba la Negra Sosa. Pero no tanto como para que el cuerpo se empiece arrugar, los órganos a fallar y apreciar cada nuevo amanecer con cierta nostalgia; sino esa edad pasada los veinte, más cercana a los treinta, en que se pierde toda inocencia y se cae en cuenta de cómo uno pudo ser tan crédulo para guardar como tesoro ciertas historias – censuradas para los niños – que los mayores utilizaban para moldearnos de acuerdo a lo que ellos pensaban correcto. Época para cuestionar, para golpearse con el concreto de la realidad.

No estoy de acuerdo con el parricidio de todo legado dejado que varios escritores, cineastas, políticos y personas comunes propugnan, sin embargo destruiría de mis recuerdos eso de no hablar en la mesa, no meterse a la piscina después de haber comido, o que tengamos cuidado a la salida de la escuela porque existen hombres que venden stickers con drogas a los niños - no es que no crea en la maldad de la gente, pero resulta difícil imaginar una industria y redes de distribución de cocaína para el mercado infantil –. Cuestiones que parecen insignificantes pero son ideas teledirigidas a lo más profundo del subconsciente que marcan de por vida, y en nada se parecen a un útil consejo de un anciano sentado en la banca de un parque.

Y en caso de que se vuelva realidad toda aniquilación de nuestros antepasados, una vez confirmado el primer hecho violento después de que alguien se cansó de escuchar la misma cantaleta de que las cosas no son como antes, - tal vez fueron mejores, solo que por esa razón todo lo que viene no va a ser una repitición de lo escrito - en una hermética cápsula guardaría las películas de Godard, Psycho y otras. Al menos eso lo hizo el diario Página 12 en su suplemento RADAR rememorando, con sendos artículos a cargo de Rodrigo Fresán, Alan Pauls y otros escritores, las películas de los 60 que sentaron base para lo que conocemos como cine el día de hoy.

Porque en algunas cosas las décadas pasadas la cagaron para con nosotros, El perdón es gracias a aquella mujer de pelo corto gritando “New York Herald Tribune”. Godard nos mostró que sí tenían sentimientos y ellos, los antes rebeldes y ahora ancianos cobrando su jubilación, también trataban de crear.

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-6405-2010-08-27.html



La mejor escena jamás filmada. Bertolucci también lo sabe.

1 de mayo de 2010

Guía laboral



Christopher McCandless, en quien está basado el libro y la película Into the wild, mencionaba en su diario que la idea de libertad siempre nos extasió, «está asociada en nuestras mentes con la idea de un escape de la historia, la opresión, las leyes fastidiosas y las obligaciones». Mucha razón tiene el aventurero originario de West Virginia, porque entre la rutina diaria de despertarse, lavarse los dientes tomando el dentífrico desde el fondo para no desperdiciar, bañarse, desayunar, ir al trabajo, volver para descansar y meterse en la cama esperando estar de suerte con tu esposa antes de dormir, anhelando entre todo eso algún atisbo de lucidez o felicidad plena que le dé sentido al hacer lo mismo a diario, o disfrutar aquellos pequeños momentos de alegría infinita (una cucharada de azúcar se recuerda más que cien cucharadas de sal dicen las abuelas), pocas opciones de en caso de emergencia rompa el vidrio quedan.

No es para cualquiera donar todos sus ahorros a una ONG, cambiar de nombre y desaparecer de todo conocido en un viaje de renacimiento hasta Alaska como lo hecho por CM, que sirvió de inspiración para la película de Sean Penn; y el mundo se vendría abajo si todos quisiésemos aplicar la de los Goodfellas de Ray Liotta, Joe Pesci y De Niro, robando bancos y actuando como celebridades por el deseo de no tener un trabajo normal y pagar la hipoteca. Incluso el retiro voluntario de Salinger asusta. Marx (el viejo barbón y no el bueno de Groucho) decía que lo más probable es que el mundo ya te tenga asignado un lugar en la vida antes de nacer. Lo recomendable para esos casos cuando vienen aquellos pensamientos de horror ante todo lo que un hombre tiene que hacer para comer, dormir y vestirse, es volver al maestro, a Bukoswki, específicamente Factótum y en sus páginas llenas de un estilo seco, pesimista, sin mucho brillo y con sobredosis de realismo sucio, tratar de encontrar ese escape.


Empezar a leer Factótum el primero de mayo, en el día del trabajador, debería ser algo obligatorio, un ritual. El libro tiene poco más de ciento ochenta hojas y en un fin de semana, mejor si es en la playa y con varias cervezas o vasos de whisky encima, lo más lejos posible de las cuarenta horas a la semana de oficina o fábrica, las cosas se empiezan a ver claramente. Se lo recomienda acompañado con las melodïas de Don´t think twice it´s alright y Man of constant sorrow de Bob Dylan, o la banda sonora que Eddie Vedder compuso para Into the wild, con frases como las de la folk Hard sun que canta When I walk beside her/ I am the better man/ when I look to leave her/ I always stagger back again, para retratar el viaje que hizo Bukowski durante su juventud, escapando de servir en la Segunda Guerra Mundial (la novela puede ambientarse en cualquier época, aunque la imagen de Los Ángeles de Henry Chinaski que se me viene siempre a la cabeza es la de un LA igual al de A dog day afternoon), pasando de empleo mediocre a otros más mediocres, viajando alrededor de todos los Estados Unidos, viviendo con lo necesario para comer y beber, siendo parte del lumpen, emborrachándose en bares de mala muerte llenos de tipos duros y prostitutas, escribiendo novelas en servilletas de bares y acostándose con mujeres. Trabajando más que cualquiera y escribiendo mejor que cualquiera pero siempre haciendo las cosas a su modo, así esto signifique perder esposas, novias, trabajos y hasta la cabeza como lo dice Matt Dillon en el discurso final de la película basada en el libro. Hacerlo como se debe. «Si lo vas a intentar, dale con todo».

P.D. Acá la versión online de Factótum.




Fue entonces cuando aprendí que no es suficiente con hacer tu trabajo, sino que además tienes que mostrar un interés por él, una pasión incluso.

Era la primera vez que me había quedado solo en cinco días. Yo era un hombre que me alimentaba de soledad; sin ella era como cualquier otro hombre privado de agua y comida. Cada día sin soledad me debilitaba. No me enorgullecía de mi soledad, pero dependía de ella. La oscuridad de la habitación era fortificante para mí como lo era la luz del sol para otros hombres. Tomé un trago de vino.

Un convoy se había parado allí. Observé un manojo de caras neoyorquinas que me observaban. El tren arrancó y se alejó. Volvió la oscuridad. Entonces la habitación volvió a llenarse de luz. De nuevo contemplé los rostros escalofriantes. Era como una visión del infierno repetida una y otra vez. Cada nueva vagonada de rostros era más horrible, demente y cruel que la anterior. Me bebí el vino.

Trabajé durante varias semanas. Me emborrachaba todas las noches. No importaba; tenía el trabajo que nadie quería. Después de una hora en el horno, ya estaba sobrio. Mis manos estaban chamuscadas y llenas de ampollas. Todos los días me sentaba dolorido en mi habitación pinchándome las ampollas con alfileres que previamente esterilizaba con cerillas. Una noche estaba más borracho de lo habitual. Me negué a cargar una sola bandeja más.

Pero el morirse de hambre, desgraciadamente, no ayuda a mejorar el arte. Sólo era un impedimento. El alma de un hombre estaba radicada en su estómago. Un hombre podía escribir mucho mejor después de haberse zampado un buen solomillo de ternera y bebido medio litro de whisky de lo que jamás podría hacerlo después de haber comido una barrita de caramelo de a níquel.

Estuve bebiendo durante un cierto tiempo, tres o cuatro días. No conseguí levantarme para leer las ofertas de trabajo. La idea de sentarme enfrente de un hombre sentado detrás de un escritorio y contarle que deseaba un trabajo, que estaba capacitado para hacer ese trabajo, era demasiado para mí. Francamente, estaba horrorizado de la vida, de todo lo que un hombre tenía que hacer sólo para comer, dormir y poder vestirse. Así que me quedaba en la cama y bebía. Mientras bebías, el mundo seguía allí afuera, pero por el momento no te tenía agarrado por la garganta.

Nunca he sido muy bueno conversando así, pero, finalmente, con Carmen presionándome, la llevé a uno de los camiones que estábamos descargando en la parte trasera del almacén y allí me la tiré, de pie en el fondo de la caja del camión. Fue algo bueno, algo cálido, pensé en el cielo azul y en anchas playas vacías, aunque también fue un poco triste —había una ausencia definitiva de sentimiento humano que yo no podía comprender ni superar. Tenía su vestido subido por encima de las caderas y allí estaba yo, bombeándole mi polla en la vagina, abrazándola, presionando finalmente mi boca contra la suya, espesa de carmín, y corriéndome entre dos cajas de cartón sin abrir, con el aire lleno de cenizas y su espalda apoyada contra la pared mugrienta y astillada del camión en medio de la misericordiosa oscuridad.

Vagabundos e indolentes, todos los que allí trabajábamos sabíamos que teníamos los días contados. Así que andábamos relajados y aguardábamos a que descubriesen lo ineptos que éramos. Mientras tanto, vivíamos integrados en tal sistema, les dábamos unas pocas horas de honestidad y bebíamos juntos por las noches.

—Algún día —le dije a Jan—, cuando se demuestre que el mundo tiene cuatro dimensiones en vez de sólo tres, un hombre podrá salir a dar un paseo y desaparecer porque sí. Sin funerales, sin lágrimas, sin ilusiones, sin cielo ni infierno. La gente estará por ahí sentada y se preguntará «¿Qué le ha pasado a George?». Y alguien dirá, «Bueno, no sé. Dijo que iba a por un paquete de cigarrillos».

Las discusiones eran siempre las mismas. Entonces lo comprendí muy bien —los grandes amantes eran siempre hombres ociosos. Yo follaba mejor siendo un vagabundo desocupado que siendo un salta-cronómetros.

Cierto que yo no tenía muchas ambiciones, pero tenía que haber un lugar para la gente sin ambiciones, quiero decir un sitio mejor que el que se reserva habitual-mente para esta gente. ¿Cómo coño podía un hombre disfrutar si su sueño era interrumpido a las 6:30 de la mañana por el estrépito de un despertador, tenía que saltar fuera de la cama, vestirse, desayunar sin ganas, cagar, mear, cepillarse los dientes y el pelo y pelear con el tráfico hasta llegar a un lugar donde esencialmente ganaba cantidad de dinero para algún otro y aún así se le exigía mostrarse agradecido por tener la oportunidad de hacerlo?

Los vagabundos vivían allí abajo por centenares, en pequeños huecos en el hormigón bajo los puentes. Algunos habían puesto incluso macetas con plantas delante de sus refugios. Todo lo que necesitaban para vivir como reyes era calor enlatado (los tubos de calefacción) y lo que recogían del vecino vertedero de basura. Estaban bronceados y relajados y la mayoría de ellos tenían un aspecto mucho más saludable que cualquier típico hombre de negocios de Los Angeles. Aquellos hombres no tenían problemas con las esposas, los impuestos, los caseros, gastos de entierros, dentistas, intereses bancarios, reparaciones de automóvil, ni votos en una cabina con la cortinita cerrada.

En América siempre había gente buscando trabajo. Siempre había un montón de cuerpos utilizables para reemplazar a otros. Y yo quería ser escritor. Casi todo el mundo era escritor. No todo el mundo pensaba en que podía ser dentista o mecánico de automóviles, pero todo el mundo sabía que podía ser escritor. De aquellos cincuenta tíos de la clase, probablemente quince o más pensaban que eran escritores. Casi todo el mundo usaba palabras y podía también escribirlas, en consecuencia casi todo el mundo podía ser escritor. Pero la mayoría de los hombres, por fortuna, no son escritores, ni siquiera conductores de taxi, y algunos —bastantes— desgraciadamente no son nada.


29 de noviembre de 2009

El 26 fue un día de música (Charly en Guayaquil)

El jueves pasado fue un excelente día. Día de música que comenzó metiéndome en las primeras páginas de ¡Que viva la música! de Andrés Caicedo. Día de música que continúo viendo por 18ava vez el documental de Martin Scorsesse, No Direction Home, acerca de la vida de ese músico–poeta llamado Bob Dylan. Día de música que con semejantes previas no podía terminar mejor que con un concierto de Charly García. Que puede contarse desde el final o desde el comienzo de esa noche. Noche que terminó con Charly, de espaldas y sentado frente a su piano, cantando en Diva Nicotina Confesiones de invierno para 150 personas, estando yo presente, de pura suerte; o desde el comienzo comprando entradas de cancha y terminando en Golden, después de que casi me arrancaran el brazo ante la avalancha que quería estar más cerca del John Lennon del subdesarrollo.



Antes de las 20 corrían los rumores de que no se presentaría. Pero le tenía fe. Esperaba ansiosamente un espectáculo que nunca había presenciado, que lo tenía en mi lista de las 10 cosas de hacer antes de morir. Porque así como Ray Loriga escribía en su libro Días aún más extraños, que la respuesta existencial para darle a su hijo ante la mortal pregunta de ¿por qué venimos al mundo? sería sin duda que para escuchar las canciones de Bob Dylan, haré lo mismo con los míos y para justificar parte de mi existencia, sólo que a Dylan le sumaría otros cantantes entre los que incluiría a Charly en el Top. No defraudó. No importó que fuéramos pocos, que sólo 2500 personas hayan asistido, que a ratos el público tan sólo tarareaba las canciones, que en Guayaquil, tal vez, los empresarios no vuelvan a invertir en traer buen rock. Empezó con veinte minutos de atraso. Y sé que no tiene la misma voz ni el mismo histrionismo de años atrás, pero no le pude pedir más: El amor espera dio luz verde al concierto y el vertiginoso ascenso (cuando el mundo tira para abajo/ es mejor no estar atado a nada) a varias de las canciones que aprendí desde tiempos en los que también me enseñaban las tablas de multiplicar.

Dos horas entre Demoliendo hoteles, Promesas sobre el bidet, Pasajera en trance, Cerca de la Revolución, Nos siguen pegando abajo; todas con un excelente sonido que no te reventaba en los oídos sino que se te metía en los tímpanos como misil teledirigido para después hacer implosión. Después La Marce, Andrés, y este blogger con hambre y pensando en un after concert fuimos a Diva Nicotina a ver que pasaba. Dudé. Pero escuchando a Dylan: Don´t think twice it´s alright me subí al taxi que iba a Las Peñas. No podía ser de otra. Esa noche era parte del aguante, de un grupo del que no quiero salir. A los veinte minutos, mientras bebía mi cerveza, cerraron todas las puertas del bar y entró Charly. Estaban Los Niñosaurios, el vocalista de Los Pescados (Juan Fernando Andrade falto ahí), el blogger de Xavier Flores, este blogger y sus amigos, y el resto de tipos con verdadera suerte, haciéndole el cordón de honor a Charly, gritándole genio, ídolo, escuchando a su banda tocar Seminare, buen blues y harto Rolling Stones, que con la sencillez del caso agarraron los instrumentos y tocaron para los panas; y al final, cuando Charly cantó y nos pidió perdón por estar de espaldas, y ya sabíamos todos que se iba, no quedó más que gritarle GRACIAS. GRACIAS POR TODO. Say no more.


Tómalo con calma/ la cosa es así… Aún no puedo.


20 de marzo de 2009

El rock´n´roll de los idiotas

Woody Allen ironiza con su singular estilo que cada vez que escucha una composición de Wagner (utilizadas por el nacional socialismo para incentivar a sus tropas y ciudadanía en tiempos de II Guerra Mundial) a él también le dan ganas de invadir Polonia.






Es posible que para un romántico la música sea la forma de expresión de sus sentimientos, para un idealista la inspiración de sus sueños, para alguien con síntomas de depresión una cura para dejar atrás el pasado; pero para los políticos la música se trata únicamente de un medio más de comunicación. Y al fin y al cabo música y política están y han estado más unidas de lo que parece. La diferencia está en que cuando la primera utiliza a la segunda puede generar melodías que valen la pena escuchar y que nos muestran un reflejo de la realidad, pero cuando sucede lo contrario lo más probable es que el único producto a obtener sea demagogia en do, re, mi, fa, sol, la, si…

Cuando la música utiliza a la política, en los casos que he presenciado (mejor dicho, escuchado) no se exalta a personajes de la actualidad, tal vez a varios del pasado, sino que se habla de realidades como exclusión, marginación, discriminación, pobreza y protesta contra cualquier tipo de violencia, es decir en la mayoría de casos en disonancia con la política actual. La música de estilo protesta cantada por trovadores como Silvio Rodríguez, Luis Fernando Aute, o Víctor Jara; o las letras de Los Fabulosos Cadillacs con “mal bicho” (… es de Paz lo que te canto/. Que me hablás de privilegios/ de una raza soberana/ superiores e inferiores/ ¡minga de poder!) o Bersuit Vergarabat con “Sr. Cobranza” (… Te persiguen si sos pobre, te persiguen si fumás, si tomás, si vendes…/ ¿Ahora que nos queda? Elección o reelección/ para mí es la misma mierda ¡Hijos de puta!..) como ejemplos actuales son solo una pequeña muestra. La música escrita y cantada en idioma inglés que puede causar la impresión de ser más comercial no se queda atrás en estas disonancias con la política, sobre todo durante el período en que Bush estuvo sentado en la Casa Blanca. Bruce Springteen, Billy Joel, Neil Young, entre otros le pusieron la banda sonora a los movimientos sociales en contra de la guerra en Irak, al igual que décadas antes Edwin Starr cantaba la mítica “War” (… Ohhh, war, I despise/ because it means destruction/ of innocent lives/ war means tears/ to thousands of mothers eyes/ when their sons go to fight/ and lose their lives…) en contra de la guerra de Vietnam, y a él se le suman los maestros del folk y la prosa Peter Seeger (Siempre que haya alguien luchando por ser libre, mira en sus ojos madre, y me verás reflejados en ellos), Bob Dylan y Leonard Cohen (Miro en el periódico/ Te hace querer gritar/Nadie se preocupa si la gente vive o muere/ Y el negociante quiere que pienses que es o negro o blanco…). Y años antes la semilla que se tradujo en estos genios, empezó con el góspel, el jazz y el blues en un periodo de extrema miseria para los afroamericanos. Donde además de Dylan, Cohen y Seeger surgieron Billy Holiday cantando “Strange fruit”, Duke Ellington y John Coltrane tocando para movimientos civiles, Aretha Franklin coreando “Freedom” y James Brown gritando: Say it loud, I´m black and I´m proud.





Pero cuando cuando se invierten los papeles y la política utiliza a la música, lo más probable es que todo termine en mera propaganda. Durante la última campaña presidencial de los Estados Unidos, Will.Im.Am (vocalista de Black Eyed Peas) escribió “Yes we can” para Barack Obama y el cantante country John Rich compuso “Raisin´ McCain” para el cowboy perdedor. Canciones dedicadas expresamente para los candidatos. En Ecuador es difícil de entender como el Gobierno sin pedir permiso alguno y respetar las leyes de derecho de autor utilice el ritmo de “Hey Jude” de los Beatles durante un comercial de dos minutos, una canción, la original, que habla sobre cómo recuperarse de un mal momento (Nebot también años atrás utilizó "Color esperanza" y a Los Iracundos ya nadie los podrá escuchar sin recordar a Abdalá Bucaram). Light the darkness diría Bob Marley para abrirnos los ojos ante semejante blasfemia.

P.S. Y sobre músicos: Estuve leyendo las columnas que Bono escribe para el NY Times. Esperaba que hablara sobre África o alguna de las realidades que ha conocido en sus viajes. Pero en su primer artículo: “Notes from the chairman” la sorpresa fue grata al leer sobre el poder de la música y cómo la canción “My way” de Sinatra puede ayudar a olvidarnos por unos minutos los incesantes y abyectos actuales momentos de crisis. Todo escrito en un delirante estilo lleno de sinceridad.



14 de marzo de 2009

Otra vez la "mala hora"

A Macondo ha llegado la “mala hora”, la hora de la desgracia. La comarca ha sido pacificada después de la guerra civil, pero esa paz es desagradable. Los conservadores son los ganadores, que se dedican a perseguir cruelmente y pertinazmente a sus adversarios liberales. Pasquines pegados en la entrada de las casas con secretos que no son políticos, pero son verdades sin confirmar, despiertan la violencia en el pueblo.


A Ecuador, el día martes (cada seis meses), llegó la “mala hora”. Al ritmo de la aberración de Hey Jude, don't make it bad/. Take a sad song and make it better/. Remember to let her into your heart/. Then you can start to make it better… (debería existir una campaña para apagar el televisor cada vez que aparece esta versión politiquera, así como lo debieron haber hecho los fanáticos de Diego Torres cuando Nebot y compañía plagiaron una de sus canciones o cuando Abdalá utilizaba a Los Iracundos) en un comercial que se transmite por radio y televisión, de casi dos minutos, empezó la campaña electoral para todas la dignidades. Y las estrategias para ganar los votos serán las mismas: Camisetas, calendarios, gorras, fundas de víveres con la foto del candidato de turno, caminatas, marchas, caravanas motorizadas; y tal vez los más originales regalando reglas, abanicos para el calor (en Cuenca estamos casi a 30 grados) o cuadernos, que con un voto obligatorio y universal serán estímulos para rayar el espacio con la cara de la señorita, señora o señor que más ha dado.

En Ecuador “la mala hora” se sentirá cuando empiecen los discursos de insultos con propuestas de los opositores de acabar con el gobierno actual y la propuesta del gobierno actual (con insultos incluidos, faltaba más) actual de no volver al pasado (entiéndase como larga noche neoliberal). Discursos que aunque no han empezado es casi seguro que sean así porque después de haber leído un par de los planes de gobierno en sus páginas de internet, de esos que por abarcar tanto no dicen nada, es lo más previsible. Y en caso de debate, así este sea con panelista extranjero, se debatirá quién es más hombres según la estatura.

Y la “mala hora” continuará esparciéndose para todas las dignidades, con el alcalde de Guayaquil llamando payasos a sus opositores que se encuentran en una carpa; además de congresistas (asambleístas), concejales, prefectos (Fiscal Vanegas es un digno caso a analizar) y otros. Las encuestadoras también se contagiarán de la “mala hora” al venderse al mejor postor e incluso los medios con sus analistas que basarán los resultados en torno al poder que ha ganado cada partido y no sobre el beneficio que recibirían los ciudadanos no están exentos de la “mala hora”. Como decía Juan José Millas, los resultados en realidad deberían calificarse sobre lo que los ciudadanos individualmente y en conjunto ganan de por ejemplo: ¿Qué las iglesias decidan, así sean no creyentes, cuestiones referentes al aborto o la eutanasia?; ¿De privatizar nuestros recursos naturales?; ¿De firmar acuerdos de libre comercio en supuesta igualdad de condiciones?; ¿De estatizar la banca?; ¿De contaminar ríos por actividades mineras sin regulación?; ¿De meternos en una lucha declarada contra las FARC?; ¿De quitar subsidios?; entre otras.

The answer my friend is blowind in the wind... quisiera que fuera lo dicho por alguien con la misma credibilidad de Bob Dylan para acabar con la “mala hora”. Pero eso no va a ser así.



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