23 de mayo de 2009

Tareas Pendientes

Cerca, Rosario siempre estuvo cerca/, tu vida siempre estuvo cerca/, y esto es verdad/. Vida, tu vida fue una hermosa vida /, tu vida transformó la mía /, y esto es verdad. (Tema de Piluso, Fito Páez).

Somos creativos, a falta de paisaje, Rosario tiene lindas minas y buen fútbol/. ¿Qué más puede pretender un intelectual?/. Esa es mi respuesta cada vez que me preguntan por qué vivo en Rosario. Hecho que, por otra parte, no es demasiado curioso. Un millón doscientas mil personas han tomado la misma determinación. (Rosario, mi ciudad; Roberto Fontanarrosa).

Con sinceridad, debo empezar diciendo que a Rosario, en parte, la utilicé como una escala en mi viaje. Solo para no volver a Buenos Aires, antes de lo planeado, cuando partí de Montevideo. Sin embargo cabe también decir que no me arrepiento de haber estado ahí dos días, atraído por la curiosidad de conocer la tierra que vio nacer al Negro Fontanarrosa, a Fito, a Olmedo, y al Che Guevara. No sé si sea un destino turístico obligado, porque para algunos puede resultar algo pequeña, y sin atracciones como “Caminito” o ferias diarias, pero para vivir tiene su encanto. Me recuerda en algo a Guayaquil. Al estar cruzada por el Paraná. Pero sin empezar a compararla con mi ciudad natal, y sin mencionar sus atracciones como el Monumento a la Bandera, o sus edificios estilo Art Noveau; sus peatonales comerciales como en Sevilla, la comida local, las mujeres (las más guapas que he visto hasta ahora. Es impresionante el levante de las rosarinas), y sobre todo sus parques, hacen que uno, en Rosario, siempre quiera estar fuera de casa. Lo de los parques es una maravilla. El Independencia es uno de los más bellos que he visto (más que Retiro en Madrid, pero diferente al Guells de Barcelona). Su extensión, sus fuentes, su decoración. El verdor de su césped, al igual que los kilómetros de Rambla junto al Paraná. El malecón de Guayaquil no está nada mal, pero le faltan grandes espacios verdes, así como al resto de la ciudad. Porque en Rosario, repito, con sus parques, a uno le dan ganas de comprarse un perro solo para salir a caminar por sus calles, empezar a trotar por el boulevard Oroño, o ir en bicicleta al trabajo y a todas partes gracias a sus amplias ciclovías. Acá el verde de la naturaleza se impone más que cualquier ideología política o la obra de un personaje. La excepción podría ser la plaza Guevara, alejada del centro, con cierto aroma a marihuana antes de llegar a ver la estatua del Che, en la orillas de una estación de tren que jamás llegará. Así como las ideas del Che. Entre graffiti y un césped amarillento su estatua. De esta forma la plaza Guevara convive con los vecinos del barrio. Tratando de ser apolítica, pero no puede. Algo en el ambiente la delata.

Tarea pendiente es visitar Rosario en el verano y durante un fin de semana, quedándome más días y viéndola más verde. También la anoto en una lista imaginaria de ciudades donde me gustaría vivir. Además de colgar algunas fotos que saqué de la ciudad.

P.S. El domingo 17 de mayo me encontraba en Montevideo. El mismo día fallecía Mario Benedetti. Escribir acerca del sentir triste de aquella mañana y tarde es otra tarea pendiente.

17 de mayo de 2009

¡Buena Miche! (Además de una pequeña crónica porteña)

Estando en Buenos Aires pude pasear por el Parque Lezama, entre San Telmo y La Boca. Paso obligado en el trayecto hacia Caminito. Al parque siempre lo sentí como algo irreal, ficticio, producto de la fantasía de Sábato plasmada magníficamente en su novela; aunque ante su descubrimiento, igual me puse a buscar una Alejandra con su garbo soberano, a Martín con su apariencia de Greco durmiendo en las bancas, entre estatuas de próceres olvidadas. Y ahora que no me encuentro en Buenos Aires (estoy al otro lado del Río de la Plata por estos días), la ciudad me pareció también algo irreal. Además de los edificios de la Avenida de Mayo y Recoleta (la librería del Ateneo es una locura, una belleza) que le dan un buen aire de Madrid a la capital argentina, es irreal, para ser un país de Sudamérica, la mezcla de gente de todas partes del mundo en el centro; los judíos en el Abasto; los negros, paraguayos y peruano en Constitución; el filete que le da un toque alegre y de carnaval a San Telmo, y que muestra los últimos rastros de negros que alguna vez vivieron en la ciudad; y, principalmente, sus ferias: La de plaza Dorrego los domingos con sus artesanías, antigüedades y ropa, la de Boedo en el parque Ramírez con los norteños bailando folclore y los más pobres vendiendo sus pertenencias, en Plaza Cortázar toda la elite juvenil caminando entre tiendas de última moda; y las de libros a 15 pesos (un regalo) en Palermo cerca del Jardín Botánico (en Plaza Congreso y demás lugares hay otras), donde me hice de “El guardián entre el Centeno” de J.D. Salinger y “Área 18” de Roberto Fontanarrosa. Tal vez sea la costumbre de ver una Guayaquil, donde vivo, con sus espacios públicos convertidos en charcos de cemento y algunas palmeras para visitantes donde no existe mayor difusión cultural, o actividades interesantes para los ciudadanos, lo que vuelve mi visión de Buenos Aires irreal. Algo así como una ciudad diseñada para turistas ávidos de sentir una cultura nueva, porque aún no entiendo como la gente sale tanto a las calles, parques y plazas, sin que estos sean centros comerciales con aire acondicionado y luces de neón, donde un tipo es feliz o por lo menos tiene el coraje de vivir haciendo lo que le gusta, sea esto vender antigüedades o hacer de mimo en una calle. Porque en esos lugares uno no puede saber quién es un turista hasta que se delata con su cámara de fotos. No sé la verdad, pero a excepción de Caminito, toda la ciudad me parece irreal y me encanta.


Lo único que le falta a Buenos Aires es un toque tropical, no sé si caribeño pero definitivamente playero. Eso no lo sentí. Por suerte para el viaje de avión y algo de la estadía, lleve para leer “Atacames Tonic” del mejor cronista que tiene el Ecuador: Esteban Michelena. Una historia con romance y aventura que para libro uno disfruta pero llevada al cine podría terminar en culebrón de tipo novela mexicana. Así como el título lo señala, es una historia de negros, y por lo tanto, sin ánimos de ser prejuicioso y racista (aunque siempre he pensado que uno para escribir jamás podrá ser políticamente correcto), la trama está llena de ladrones, drogas, baile, fútbol y pasión. Todo en un lenguaje costumbrista. A ratos aburre y desde la mitad Atacames pierde el ritmo, pero a miles de kilómetros de distancia, en otoño, mientras devoraba sus hojas, por un rato pudo sentirme otra vez en Ecuador. Acá dejo un párrafo que es de lo mejor que he leído en literatura ecuatoriana.




… Como en los últimos diez años de mi vida, miro lentamente, una y otra vez, queriendo entender a mi amada playa Las Palmas. Me viene una puñalada nostálgica. Tanta vibra y embale, tanto feeling, vértigo, buena onda y gozadera, en esta Esmeraldas, en este malecón impredecible y bárbaro…

En la mañana repleta de peloteros, tarde y noche saturada de bomberos. He aquí playa Las Palmas, sede mayor de esta Esmeraldas, guarachera, punta en blanco, caliente, ansiosa, pura finta. Desde acá te veo, mi tierra, que nadie me la dio ni prometió ni nada de vainas. Esmeraldas, Perla del olvido. Con tus negros. Los que andan volando bajo, aguantando cerca de los bailaderos o vacilándose el rap que se cae de las flamantes Dodge Ran. Y los que han levantado algún billete, orondos y ostentosamente felices, apoyándose en las caderas de sus negras coquetas y radiantes.

Pasan mulatas, miembros de la Latin King buscando pleito, marines en pos de estos, rateros ubicando un candidato. El clásico cuentero, drogadote, ofreciendo la enloquecedora yohimbina y la clásica, venerable y potenciadota brocha china. O el bazuco de rigor, para salir de la juma de ayer. Niños de nadie, decenas de negritos silvestres paseando de la mano de la muerte. Siempre agazapados, entre su sonrisa cada vez más inexplicable y ese charolito de tabacos, donde camuflado, el afilado chuzo espera. Listo pa´ que lo libre de todo mal.

De pronto, tipo doce de la noche, el mar cae en quiebra, baja la marea y la rumba, como seducida por una fuerza inexorable, se baraja mar abajo, cielo adentro. Siempre me pasa estos por unos segundos en los que, paradójicamente, el tiempo también se me escapa. Es cuando desembarca la hora parda. De súbito, por instantes, Esmeraldas se me cae en un silencio funerario. A lo lejos, los pitos de un barco saludando al puerto, el ronquido de los borrachos, una bala perdida, una guitarra mal rasgada, los cien metros platos de un choro en ley de fuga. Y ese jadeo de los que no llegaron al motel ni al callejón ni a la camioneta ni bajo los bailaderos. Y se aman urgentes, bestiales, entre jaibas, mosquitos y vasitos de prensados.

Por el puerto, de un mar lejano va entrando una tristeza de segunda, tibia y lamentable como una cama recién usada; larga como las piernas de La Niña, espesa y malherida como las selvas de Borbón. Va llegando la hora parda. Densos, sordos y eternos minutos que toda Esmeraldas recala y desaparece de pronto, como un coletazo de lagarto. O se queda quieta, con la boca abierta, como animal cazado. Como recién muerta por olvido o causa natural, velada solo por fantasmas que resoplan bajo los toldos, ríen por las hendijas de guadúa y espían entre los techos de hojalata. Ahí se oyen de lejos los lamentos, los alabaos. Va llegando la hora parda. Por La Boca, por el Pampón, por Isla Piedad, Puerto Limón, por La Rivera. Sonando grave, tenaz, distante. Como un bajo eléctrico, con el músico muerto. Y el dedo quieto para siempre. En clave de re.

13 de mayo de 2009

Escala en Santiago

Siempre he pensado que un avión se asemeja a una bala disparada. En el aeroplano se viaja a mil kilómetros por hora, por alturas que sobrepasan las nubes y en inhumanas condiciones climáticas como aquellos vientos huracanados que no sentimos. Así la diferencia no parece mucha con una bala de cualquier calibre disparada al azar. Ahí, dentro del avión, los pasajeros en una cabina herméticamente sellada, a prueba de contactos con el mundo exterior que intenta crear calma entre los intrépidos, ilusos y algo suicidas pasajeros.




Escribo esto mientras me encuentro en el aeropuerto Merino en Santiago de Chile. La verdad no me siento en Chile porque el estar en una terminal, no significa enteramente haber llegado a un país, sino más bien estar en el limbo (pregúntenselo a Tom Hanks en la Terminal). Todos son iguales con sus paseos de shopping, su blancura de hospital y su olor a bosque artificial. En un ambiente donde uno se siente estar en ningún lugar. Es la madre hermética, a prueba de contactos con el mundo exterior de un avión.

Pero en esta espera de dos horas, hasta que parta el vuelo que me lleve a Ezeiza, por lo menos puedo escribir. Con un cansancio que viene y va, producto, seguramente, de solo haber dormido un par de horas. Porque no quise dormir, porque por ahora la realidad se ve demasiado buena y no quería arruinarla con ninguna fantasía. Recuerdo haber partido viendo un Guayaquil en la noche, desde las nubes, donde por fin uno puede descubrir el orden en medio del caos; también descubrir incómodos asientos y sentir mi cuerpo como un guiñapo maniatado por el calor y el frío, lo que me hizo leer un par de revistas SOHO y agradecer que David Sosa ahora escribe en ellas (hace un par de meses leí un cuento de él en diario EL TELÉGRAFO que me dejó como loco). Pero mientras hago escala en Santiago, y ya, ahora, frente a una computadora corrijo letras y frases escritas durante una soñolienta mañana, donde aún así uno debe tener los sentidos alertas para no olvidar pasaportes y registrarse para el vuelo en la hora y puerta indicada, pienso que al menos puedo escribir.

5 de mayo de 2009

La historia en cuatro días de un pájaro que fue y es el que pudo

Ahora que no debo ir a una oficina o despacho de lunes a viernes, y estar ahí presente ochos horas o más, prestando mis servicios, puedo leer en tres o cuatro días un libro. Un lujo para mí, que antes en horas de la noche me tardaba dos semanas o más en devorar o degustar (según las circunstancias) un texto. Y en este último feriado puede hacerme de la obra autobiográfica del Pájaro Febres – Cordero: “Soy el que pude”. Un libro que lo leí, irónicamente, de manera vertiginosa. Aunque saboreándolo, masticándolo con pausas, creo que es la mejor forma de disfrutarlo. Pero igual, a mí manera, lo disfrute. Y mucho.


En una entrevista al diario Hoy, el Pájaro mencionaba que el libro está dedicado a su nieto para que entienda de donde viene y así pueda saber hacia dónde va. Esta declaración me puso a pensar en que el hecho que tu abuelo te dedique un libro, seguramente es otra cosa, otro nivel, un lujo, un honor. No tengo nada contra el mío pero me habría encantado no una guía para entender a la familia y saber sus orígenes, sino un recuerdo que no se desvanezca en la memoria. Lleno de lágrimas y risas pero siempre ahí, intacto, escrito en negro sobre hojas blancas y con ese aroma que desprenden los libros.

Así el Pájaro narra los hechos donde él estuvo presente. Desde su óptica, como parte de la historia. Y aunque a los personajes nombrados acá los conocemos únicamente a través de los ojos del autor, con su plumífera trayectoria la confianza es plena. Es la historia de un burgués, su memoria, sus emociones, sus recuerdos. Que no es igual a escribir sobre niños recolectores de basura , prostitutas menores de edad o abuelos mendigos, porque acá el Pájaro no hace la tarea de pasar un par de días con los actores de la historia, recopilando testimonios ajenos, sino que en este libro se cuenta únicamente lo vívido. Cero ficciones y eso ya es mucho. Así haya nacido en una familia de opulencia, pelucones o como quieran llamarlo, teniendo de compañeros de clases a escritores y políticos. Por eso subrayé muchas partes del libro, porque es la fábula de alguien que estuvo ahí, en los hechos de la cúspide, no sé si donde las papas queman, pero si es donde se concentra la mayor atención. De cierta manera lo sentí propio, como si estuviera yo presente en varias de esas lineas. Y así con cada uno de los relatos con distintos personajes que van desde familiares hasta autores de la clase de Mario Vargas Llosa, los sentimientos rebosados después de haber leído el libro son de una sana envidia. Sana envidia que proviene además de su condición de testigo en primera fila de los acontecimientos de tamaña importancia escritos en sus páginas, también porque en su libro lo dejaron hacer lo que le diera la gana. Empezando con descripciones sencillas de sus orígenes hasta que en un momento el Pájaro empezó a escribir poesía porque él, tal vez, creyó que así podría expresarse mejor. Poesía de la que no soy muy fanático, pero me trae algo de melancolía y eso, personalmente, también, es mucho. Por eso repito: Sana envidia.


Tuve varias vidas. Muchas. Y algunas de ellas contrapuestas. Fui pobre y fui rico. Fui noble y plebeyo. Fui alegre y profundamente triste. Fui vengativo y magnánimo. Fui bendito y maldito. Fui ladrón y honesto. Y todo eso que fui, lo fui casi al mismo tiempo, sin que mediara una distancia, un tiempo muy extenso de separación.

En el barrio, aparte de la iglesia, la institución más importante era la tienda de abarrotes.

Para entonces, mi papá cumplía con los cánones impuestos para los niños ricos del puerto: estudiar en Quito, interno en el colegio San Gabriel…

No sé si por la vida dura que llevó o por su manera de ser, mi papá no tenía tan arraigadas esas cosas de los apellidos que a mi mamá tanto le importaban.

Para nosotros, la sola mención de Guayaquil significaba libertad, comidas exóticas, vestidos con escotes generosos, ropa de tonos llamativos, sandalias y pies con las uñas pintadas. ¡Era la fiesta!

Otra causa de tristeza para mi abuela fue saber que su hijo Alberto había fundado, junto con Carlos Guevara Moreno, el Partido Concentración de Fuerzas Populares (CFP) y, como tal, prometía hacer una auténtica revolución en el país en nombre de ese populacho por el que mi abuela sentía tanto desprecio.

La diferencia regional no solo se explicaba en la distinta forma de hablar que escuchaba dentro de la rama paterna de mi familia, sino también en la manera sustancialmente opuesta de afrontar la vida: mientras mi abuela y mis tías, se sentían en el derecho de exigir a mi padre que velara por ellas, solucionara todos sus problemas y satisficiera sus más ínfimos caprichos, mi familia materna trabajaba y administraba sus recursos con enorme practicidad y buen sentido.

Ver a los serranos metiéndose al mar con camiseta era motivo más que suficiente para que los monos se burlaran de nosotros y, además, tomaran viada para remedarnos en la manera de hablar.

La presencia de los muertos resultaba gravitante y a sus biografías se apelaba con singular asiduidad. (Sobre su pasado opulento).

Fue Chessman quien me condujo, a través del pasillo de la muerte, a respirar periodismo, ese letal veneno con efluvios de lucha, ira, esperanzas, dulcedumbres, risas y desvelos.

Combiné, pues, el teatro con el periodismo, en una etapa feliz, creativa, inquieta, repleta de las lecturas más diversas, las conversaciones más variadas y las aventuras más insólitas.

El proyecto es tan estúpido, tan sin pies ni cabeza, tan loco, que va directamente al fracaso. Sólo por eso cuenten conmigo. Yo los acompaño.(Sobre su paso por el diario Hoy).

Fui el primer sorprendido al comprobar que poco a poco, mi columna iba ganando lectores y que mis sarcasmos y burlas dirigidas al poder producían algún efecto. Y es que eso he buscado: burlarme del poder, desacralizarlo.

Es curioso, pero la gente cree que porque hago humor, necesariamente tengo que ser un tipo ocurrido, divertido en mi trato personal y se da la piedra contra los dientes al encontrarse con una persona más bien tímida y qué, salvo que esté en un ambiente de confianza, habla con parquedad y poca gracia.

Aidita, yo no te he pedido que me prepares remedios, sino comida – le respondía Benjamín, que odiaba las verduras. (Sobre su encuentro con el abuelo de su esposa: Benjamín Carrión).

Para mí, volver a Quito fue volver al periodismo, un oficio que me ha dado dos grandes satisfacciones: conocer la geografía del mundo y viajar por las geografías de las almas.

En Buenos Aires, pues descubrí que, entre sus muchas facetas, Velasco Ibarra era también un curificador de curas.(Durante una entrevista a Velasco Ibarra en su exilio).

Galo tenía el aspecto de un hombretón llegado desde más allá del mar, con su nariz ganchuda, sus ojos claros y su cuerpo altísimo y fornido. Pero su alma era la de un mestizo, alimentada con el sentido común y la paciencia, que fueron quizás los dos atributos que hizo gala en los momentos de mayor angustia y honda incertidumbre. (Sobre su amistad con Galo Plaza).

Fuimos a un sitio bastante alejado del centro de la ciudad, allí donde no pudieran acceder aquellos que querían dar la guerra del fin del mundo que terminaría en fritada al “cerdo”. Vargas Llosa y Cecilia acapararon la conversación con sus remembranzas de una Lima cubierta por la niebla del recuerdo.(Sobre un encuentro que tuvo con el literato de Vargas Llosa).

Cada uno habla de la feria según cómo le haya ido en ella. Creo que, después de más de treinta años de ejercicio periodístico, he tenido libertad para escribir lo que he querido.

Creo que quien está en el poder, por más pariente o amigo que sea, es un funcionario público y, por lo tanto, su acciones merecen ser vigiladas y, de ser el caso, cuestionadas. Jamás una relación de amistad o parentesco puede servir de pretexto para que el periodista calle.

¡Meditaba, mientras el país se caía a pedazos! En eso se convirtió Jamil Mahuad: en un ser ausente, obsesionado por teorías abstractas, imbuido de mística, pasto de monasterio.

Tenía claro su oficio: “Un escritor es una especie de extravagancia social; un ser infantil y, sin embargo, peligroso como las espadas y los denunciantes. Ninguna novela ha hecho revoluciones, pero los escritores son fundamentalmente rebeldes y la rebeldía es lo único que hace avanzar al hombre. (Sobre Mario Monteforte Moreno, vicepresidente de Guatemala).

Los más grandes le debemos a Nicolás Kingman una gran lección: habernos enseñado cómo llevar la juventud hasta la frontera de los cien años. Su receta puede resumirse en una estricta dieta que consiste en fumar dos cajetillas diarias de cigarrillos, beber por lo menos veinte tazas de café, brindar, sin que importe la hora, con cualquier licor que se tenga al frente, no hacer ningún tipo de ejercicio físico y nunca de los nunca alimentarse con productos exentos de triglicéridos y de colesterol.

Quisiera preguntar y preguntarme qué día, qué momento, podré ir a la botica de la esquina y pedir que me vendan la pócima exacta, la precisa, para curarme, en una sola toma, de la vida. Y si me dicen que enseñe la receta, podré mostrar al dependiente mi fatiga, firmada con el puño y letra de mi hastío… Pocos son lo que quieren viven hasta cuando quieren vivir. A los más los mata la vida, sin que quieran…

Entendía que así era el tango: bufandas, sombreros y abrigos y mujeres bellas. Más gomina… Por eso, cuando descubrí el amor, algo quedó incompleto. El amor sin un tango es un amor a medias…

El periodista necesita deambular siempre con sus sentidos aguzados y su sensibilidad y curiosidad a flor de piel, a riesgo de convertirse en presa del peor enemigo de la profesión, que es la rutina.

En ese instante supe, con absoluta claridad, que estaba cometiendo un acto de traición/. Había decidido que siguiera él andando por el mundo, pero sin contar conmigo/. Lo abandonaba/. Y eso me costaba/. Claro que me costaba/. Y me dolía/. Por supuesto que me dolía/. Porque juntos él y yo, habíamos dado batallas. (Sobre su historia con el cigarrillo)

Y todo eso que sabía no lo había aprendido en academias, sino en la vida. Quizás por eso era tan sabio. Y tan humilde. Tan profundo, tan honesto, tan sinceramente humilde. (Sobre su amistad con el Negro Fontanorrosa).

Mi relación con Dios dejó de ser tormentosa, angustiosa, como fue cuando rompí con Él apenas terminé el colegio… Con los años, he encontrado que el Cristo que me acompañó por largo tiempo está cada vez menos en el Evangelio y más a la vuelta de la esquina. En mi camino no he hallado a uno, sino a varios.

¡Eso sí que sería vivir! Ojalá la suerte me acompañe y mi doble aparezca para que no solo me suplante en la escritura sino, sobre todo, en todos los horribles menesteres cotidianos. ¡No puede tener idea de lo bien recibido que será!

Te doy mi pésame porque tú también moriste ese día en que murió tu madre/. Un poco. Un mucho has muerto/. Un día. Muchos días/. Muchos besos has muerto/. Te doy mi pésame porque estás vacío/. Vacío de ilusiones/. Vacío de palabras…




Sentía mis fragilidades aguzadas/. Y mi sonrisa convertida en rictus/. Ya no soy el que fui pensaba/. No el que quise ser/. Soy el que pude…
Powered By Blogger