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25 de septiembre de 2010

Confiá que se viene Rodolfo

Termino de escuchar CONFIÁ y la verdad es que confío, aunque, como escribía Diego Fischerman en Página 12, resulte paradójico asimilar un disco de rock con ese título y que hable de optimismo, felicidad, equilibrio emocional y que venga con ritmos en algunas canciones que a ratos dan la sensación de estar en un karaoke, circo o una iglesia con varias coristas de soul. Algo que no se podría soportar si no se tratara de Fito Páez. Me gusta - no tanto como El amor después del amor, mucho más que Naturaleza sangre - y cada vez que vuelvo me parece mejor. Temas recomendables para la oficina, un viaje, las horas de tráfico, una cangrejada o reunión con los amigos sosteniendo, al menos, un vaso de guanchaca para aliviar las penas. Después de todo Fito es ese amigo que siempre te sale con algo bueno, del que quisieras saber su teléfono para romper en caso de emergencias y pedirle un consejo. Es una cuestión de actitud. El rosarino que detrás de los negros lentes de carey puede inspirarse con lo que sea: denle un piano y esperen a que una mosca pase cerca de su jardín y ya tiene una melodía. A lo bueno y malo le saca el zumo, como cuando después del asesinato de sus abuelas compuso Ciudad de pobres corazones.


Memorias de Spinetta, Charly García, Los decadentes, paseos por Rosario y largos viajes inundan las letras. Historias presentadas de la misma manera que esos montajes de recuerdo de las películas indies, con lindas niñas soplando dientes de león, una mesa y los amigos comiendo asados, un viaje y rayos de un cálido sol entrando al auto; otras hablando de las experiencias con la cocaína o duros rompimientos – poniendo en alto relieve la sabiduría adquirida –, pero en todas dejándose llevar, con una sencilla banda y la sinceridad de un cincuentón que aprendió a esperar que se escriba sola la canción, como canta en Tiempo al Tiempo. La intimidad del disco CONFÍA más esos otros himnos llamados Dar es dar, Polaroid de locura ordinaria, Tumbas de la gloria se escucharán el 1 de octubre en Ecuador.

El lugar aún no está confirmado, lo que se sabe es que será un concierto de carácter íntimo. El rosarino, su piano y la gente que lo escucha, de la misma forma que lo hizo en esa suerte de unplugged llamado No sé si es Buenos Aires o Madrid y sus discos Rodolfo y Moda y Pueblo. Tal vez sea Cuenca. Tal vez sea Quito. Habrá que planificar logística, presupuesto, volver a escuchar canciones guardadas en el tiempo, esos temas que algunos dicen, y con razón, que es lo mejor que tiene Fito - cantar desde el famoso pero no tan recomendable coro "todo yira y yira” hasta otros no tan conocidos –. Recuerden, si les sueno algo fanático, que este sitio, por el que alguna vez pasearon – hoy cumpliendo 300 posts –, lleva el nombre de una de sus canciones. Si no querés escuchar bancatelá dice otra

Que te guste la música de Fito es una contradicción al rock - pueden comprobarlo en en estas líneas que a ratos suenan a apología -, y sin embargo se disfruta de la buena vibra, que habrá a montones durante el concierto, tanta que al final de la noche, como canta en otro de sus nuevos temas, terminaremos viendo a la luna re-borracha... Confiá...

P.D. El tema que definitivamente quiero oír y después un par de canciones de CONFIÁ.








27 de marzo de 2010

Puertas afuera


Nunca te gustó Billie Holiday. Me tachabas de viejo, de arcaico (y claro, es música de abuelos) cada vez que en el reproductor de la computadora la ponía y una suave voz invadía el blanco cuarto, con azules cortinas, una cama, televisor y la computadora. Nuestro búnker, el panic room para aislarnos del resto. Lo bueno de no compartir contigo algún gusto eran las peleas en las que querías ahogarme con la almohada para no ahogarte con tu risa contagiosa, y te detenías cuando ya no podíamos respirar.

Pero ahora que escucho, solo y en otro cuarto (con cierto masoquismo involuntario), a Billie Holiday cantar «When you´re smiling/ the whole world smile with you». En español algo así: cuando tú sonríes, el mundo entero sonríe contigo (te lo traduzco porque nunca fuiste buena para el inglés), más que recordar nuestros momentos puertas adentros, encerrados, metidos entre sábanas, pienso cuando nos juntábamos con otras personas, entre los millones de esta ciudad, nos colábamos entre las multitudes y hacíamos impacientemente las largas y obligadas filas para entrar a algún otro sitio. Porque cuando estabas conmigo y me sonreías, perdona lo cursi, el mundo también me sonreía. Éramos como La Maga y Oliveira. No, mejor. Reales. No era París, era Guayaquil y no nos encontrábamos al azar entre trayectos imposibles de planear (si no me llamabas o no te llamaba nada pasaba), ni enterrábamos paraguas que alguna vez sirvieron para no mojarnos (en invierno nos empapaban los aguaceros imprevistos y no te gustaba sentir como el agua se metía en tus, con apariencia de enfermera, blancos zapatos deportivos mientras caminábamos por La Alborada, cuando me acompañabas al Mi Comisariato a comprar y regresábamos a mi casa a pie, con tres fundas en cada mano y los falanges adoloridos porque no valía la pena tomar un taxi o alquilar una camioneta), aunque una noche, frente al malecón, cerca del Hotel Ramada, en una esquina donde la luz de las farolas no iluminaba, llevada por un impulso de Rayuela, cortazarianamente le preguntaste a un mendigo si dormía entre cartones por amor, por haber perdido uno, o si lo estaba en ese rato; y te miró molesto, lo habías despertado, te pedía un par de monedas y cuando notó el miedo en tus ojos (te habías dado cuenta de la imposibilidad de que el tipo estuviera así por amor, era por locura y ya no tenía oportunidad) me agarraste de la mano para correr y la multitud de jóvenes esperando entrar a algún sitio para pasar la noche en medio de la zona rosa fue nuestra salvación. Nos metimos a Ojos de perro azul (por lo menos, ahora tomándome una pausa de la escritura, puedo recordarlo y recordarte a diferencia de los trágicos personajes sin memoria del cuento de Gabo) porque escuchaste algo de jazz, y aunque no te gustaba Billie Holiday movías tu cabeza cuando escuchabas la Saint Thomas de Sonny Rollins, y como a pesar del susto seguías cortazariana, algo de jazzología hicimos, esa ciencia deductiva facilísima de entender después de las 4 A.M.

No nos agarrábamos mucho de las manos, a excepción de cuando nos poníamos serios y en algún banco, casi siempre del Malecón del salado, un lugar donde siempre discutíamos sin saber el porqué, en el corredor, junto a los murales de vidrio con las frases de Joaquín Gallegos Lara, Antonio Neumane, después de haber comido mariscos en los puestos frente al puente del velero, nos sentábamos y nos mirábamos a los ojos hasta que el otro sonriera más y eso era señal de todo solucionado. Tampoco fuimos muy expresivos en los besos en la calle, pero siempre que andábamos por la 9 de octubre, a pesar del calor (siempre una queja para los dos) y el ritmo frenético por los peatones impacientes avanzando, esperando llegar a donde los esperan, lo hacíamos abrazados (tal vez era porque eso pasaba después de la pelea) hasta llegar al Parque de las Iguanas y a la Catedral que tanto te gusta, y no te importaba su apariencia de gótico mall por las esquinas llenas de comercios como siempre te lo mencionaba; y ahí después de haber visto en una anterior ocasión a un viejo jubilado darle de comer lechugas a los reptiles que ahora extrovertidos se le subían en las rodillas casi arrancándole la comida de las manos, habías quedado fascinada y cada vez que podíamos las alimentábamos con lechugas y frutas. Lo hacíamos en las tardes. Después de las seis ya se trepaban a los árboles y desaparecían. La primera vez no lo sabíamos y les dejamos unos mangos como desayuno.

Al sur nunca fuimos, no lo recuerdo. Tal vez las noches en que alquilábamos un taxi y le pedíamos al chofer llevarnos por donde quisiera por las siguientes dos horas. Vagamente creo haber visto el colegio Cristobal Colón y algo de La Ría. Parábamos a comer yogurt y pan de yuca en algún puesto de Urdesa y un niño siempre me tentaba para comprarte una flor por el precio de un dólar. Comer era la razón por la que más salíamos. Restaurantes y cafés por muchas esquinas de mi memoria nos atienden todavía. Mi recuerdo favorito (ahora que Billie Holiday con su voz es casi como hacer hipnosis) es en un café en Plaza del Sol, ese sitio tan concurrido, lleno de bares, parrilladas y otros puestos para comer entre música y sombrillas. Pero era domingo, era de noche y el lugar, para nuestra suerte, estaba casi vacío. Pagamos los dos cafés en el Sweet & Coffee, nos estaban botando, y nos fuimos. Al frente estaba el Mall del Sol con personas que entraban y salían como si fuera un hormiguero y cerca el Casino donde más de un vicioso va a pasar su fin de fin de semana esperando ganar algo para poder salir el siguiente. Por la Plaza, por las mesas estábamos solos los dos abrazados, jugabas con mi mano, tenías el cabello áspero y me raspaba los codos pero me gustaba esa sensación. Se sentía la lluvia venir y sin embargo caminábamos con mucho letargo, estirando el momento, conversando de lo bien que pasábamos el uno con el otro y de la necesidad de siempre repetirlo y no pasar tan encerrados. De salir cuando sintamos a la casa tomada. Y si era así, como esa noche, valía la pena repetir, porque nos sentíamos como en esa canción de Fito Páez: Dos en la ciudad. Sólo que ahora concluida la canción de Billie Holiday no pega escuchar a Fito cantar: nos encontramos en la calle/ yo diría casualidad…
Más recomendable sería la versión mezcla de flamenco y mezcla de de jazz de Bebo y Cigala de Se me olvidó que te olvidé para este – ni bueno ni malo - rato puertas adentro.

Soundtrack:








3 de marzo de 2010

Portafolio madrileño

Siempre escribo posts largos, citando o divagando en pensamientos de otros pero sin que sean copy – paste de algo que haya leído en otro blog, en el ny times, en la revista Soho, o lo que sea. Este es un post para nostalgia, porque hace 2 años me iba de Madrid (allá donde se cruzan los caminos), una ciudad de la que no tenía pretensiones y sólo la iba a utilizar de paso en mi vuelta por Europa, pero que al final terminó siendo una droga que no quería dejar de consumir. Ese cielo gris, ese frío que llegaba hasta los huesos, los viajes en el metro, la feria del rastro el domingo, los museos, caminar por el Retiro, por la calle el Prado y seguir por la Gran vía para en la noche desembarcar en Callao, la puerta del Sol y cerca de Tirso de Molina escuchar buena música.
Mejor lo cuentan Sabina y Fito que tan bien le cantan a Madrid.






1. El Retiro:



2. Puerta de Alcalá:

3. Calle El Prado y museo:

4. Centro de Madrid en el día:

5. Centro de Madrid en la noche:

6. Toledo:

8 de agosto de 2009

El pasado: una novela de Alan Pauls

Fito Páez canta: “el amor después del amor, tal vez, se parezca a este rayo de sol...” En EL PASADO, novela, premio Herralde 2003, escrita por Alan Pauls (elogiado por Roberto Bolaño y hermano de Gastón Pauls: Juan en la buenísima NUEVE REINAS) puede que eso sea una afirmación para Rímini pero no tanto para Sofía. La historia va más o menos así:

Rímini es traductor y Sofía psicoterapeuta o fisioterapeuta (eso no me queda claro todavía), y después de doce años de relación, desde el cuarto año de colegio, en la década de los setentas, deciden separarse de una manera pacífica, casi tomados de las manos, a diferencia de lo traumático que resulta para el resto de mortales. Por eso duraron tanto: se dedicaban a hacer lo totalmente opuesto que el resto de relaciones. Inclúyanse celos, desconfianzas, mentiras. El relato se concentra en su mayoría en la separación. Una historia de amor después del amor. Pero al rato del rompimiento, para Sofía, la vida sin Rímini no tiene ningún sentido. Por lo que continua persiguiéndolo, enviándole cartas (llenas de paréntesis las ellas, al igual que las mías, seguramente seríamos el uno para el otro), metiéndose en sus pensamientos, en sus temores, armando un club de mujeres desesperadas en búsqueda del amor imposible, queriendo que él vea unas fotos, el resumen de su vida juntos, los instantes más felices para que un mar de sentimentalismo lo desborde y vuelva a sus brazos y la armonía se restaure, o tal vez como un último recuerdo, para evitar el olvido; mientras que Rímini se siente liberado, vivo otra vez, dedicándose a olvidar. Y aunque en blogs que leí, para conocer las impresiones de otros sobre EL PASADO, la mayoría escribieron que Rímini también la pasó muy mal sin Sofía; sin embargo, a mi parecer, Riminí disfruta su vida sin Sofía, así esto signifique volverse cocainómano, masturbarse cuatro veces al día, traducir sin parar durante cuatro horas, en medio de inhalaciones de coca sobre el retrato de Sofía, conseguirse una novia diez años menor, después una colega y después una vieja pelucona, y diluirse en el masoquismo. Volviéndose un autómata como había sido su relación con Sofía.


Son más de quinientas páginas de difícil lectura que las asimilas según tu estado de ánimo. En las últimas tres semanas leí tres veces el libro y las tres veces lo disfruté, porque son de esas novelas, que como a un miope que nunca ha usado lentes, te dan una nueva y mejor visión de las cosas, y por eso lo repetí tanto, porque me gustó esa nueva concepción de la realidad. Aquí la historia, la trama, al estilo Rayuela de Julio Cortázar, no importa tanto (como sí en los libros de García Márquez, por ejemplo), sino los pensamientos de cada personaje (en este caso exclusivamente dos: él y ella) y como responden ante cada situación que viven en solitario y juntos: entre caminatas, comer helados, conversaciones en cafeterías, sexo con cincuentonas, viajes a Austria, remembranzas que se prolongan por varias páginas, analogías, pensamientos disparatados, irónicos, sarcásticos, y en medio la historia de Riltse, un pintor homosexual inventado por Alan Pauls que juega con el arte y con su cuerpo, tratando de fusionarlos, y que quizá para muchos nada tiene que ver con la historia, pero el capítulo dedicado a él, de más de cincuenta páginas, tiene su toque de genialidad. Letras, palabras, párrafos que permiten descubrir el amor de Pauls por las letras y su detallismo en describirnos al máximo un pensamiento o un suceso. Por eso sentí estupor al enterarme que existe una película sobre este libro. Sería imposible. Una voz en off que nunca se cansa debería describirnos todas las emociones que despierta cada situación; y los diálogos serían internos, casi no habría interacción entre los personajes. Hay que ser un genio y un loco para arriesgarse.

Veinte años después del inicio, ocho después de la separación, la relación no se ha terminado, sino que ha mutado en todas las formas posibles y para suerte de Sofía, la historia no se queda en las primeras estrofas de la canción de Fito, sino que continúa aunque sin tanto ritmo: “y ahora que busqué/ y ahora que encontré/ el perfume que lleva el dolor/ en la esencia de las almas/ en la ausencia del dolor/ ahora se que ya no/ puedo vivir sin tu amor”.



Creían en el modo en que se amaban, y esa creencia era más fuerte que cualquier naturaleza, que cualquier signo del mundo les dirigiera para desmentirlos o ridiculizarlos… Todos: los que cada primero de enero les auguraban el final en secreto, los que trataban desesperadamente de copiarlos, los equidistantes, que aprobaban el prodigio per cada tanto les exponían sus «reservas» - y también sus padres, sedientos de la claridad y la sabiduría que sus propios modos de amarse, al parecer, no estaban en condición de proporcionarles. Jamás juzgaban: escuchaban. Eran amplios, tolerantes, de una ecuanimidad intachable.

Lo habían hecho todo. Se habían desflorado y raptado de sus respectivas familias; habían vivido y viajado juntos; juntos habían sobrevivido a la adolescencia y luego a la juventud y asomado la cabeza a la vida adulta; juntos habían sido padres y llorado el muerto diminuto que nunca llegaron a ver; juntos habían conocido maestros, amigos, idiomas, trabajos, placeres, lugares de veraneo, decepciones, costumbres, platos raros, enfermedades – todas las atracciones que podía ofrecerles una versión prudente pero versátil de esa mezcla de sorpresa y fugacidad que normalmente se llama vida, y de cada una habían conservado algo, el rastro singular que les permitía recordarla y volver a ser por un momento los mismos que la habían experimentado. Y para que la colección estuviera completa, completamente definitiva, ellos mismos agregaron la pieza cumbres: la separación… La separación no era el más allá del amor: era su límite, su colmo, el borde intenso de su confín…

… No es de muerte natural como muere un amor genuino, sino bañado en sangre, bajo los golpes que le asesta otro, no necesariamente genuino – porque allí las leyes del amor, ciegas a los títulos de nobleza, no tienen ninguna misericordia – pero sí oportuno y, sobre todo, impulsado por esa crueldad entusiasta que anima a todas las emociones jóvenes.


PD: Juan Fernando Andrade describe sublimemente y dos veces el libro. Vale la pena leer ambos posts:

23 de mayo de 2009

Tareas Pendientes

Cerca, Rosario siempre estuvo cerca/, tu vida siempre estuvo cerca/, y esto es verdad/. Vida, tu vida fue una hermosa vida /, tu vida transformó la mía /, y esto es verdad. (Tema de Piluso, Fito Páez).

Somos creativos, a falta de paisaje, Rosario tiene lindas minas y buen fútbol/. ¿Qué más puede pretender un intelectual?/. Esa es mi respuesta cada vez que me preguntan por qué vivo en Rosario. Hecho que, por otra parte, no es demasiado curioso. Un millón doscientas mil personas han tomado la misma determinación. (Rosario, mi ciudad; Roberto Fontanarrosa).

Con sinceridad, debo empezar diciendo que a Rosario, en parte, la utilicé como una escala en mi viaje. Solo para no volver a Buenos Aires, antes de lo planeado, cuando partí de Montevideo. Sin embargo cabe también decir que no me arrepiento de haber estado ahí dos días, atraído por la curiosidad de conocer la tierra que vio nacer al Negro Fontanarrosa, a Fito, a Olmedo, y al Che Guevara. No sé si sea un destino turístico obligado, porque para algunos puede resultar algo pequeña, y sin atracciones como “Caminito” o ferias diarias, pero para vivir tiene su encanto. Me recuerda en algo a Guayaquil. Al estar cruzada por el Paraná. Pero sin empezar a compararla con mi ciudad natal, y sin mencionar sus atracciones como el Monumento a la Bandera, o sus edificios estilo Art Noveau; sus peatonales comerciales como en Sevilla, la comida local, las mujeres (las más guapas que he visto hasta ahora. Es impresionante el levante de las rosarinas), y sobre todo sus parques, hacen que uno, en Rosario, siempre quiera estar fuera de casa. Lo de los parques es una maravilla. El Independencia es uno de los más bellos que he visto (más que Retiro en Madrid, pero diferente al Guells de Barcelona). Su extensión, sus fuentes, su decoración. El verdor de su césped, al igual que los kilómetros de Rambla junto al Paraná. El malecón de Guayaquil no está nada mal, pero le faltan grandes espacios verdes, así como al resto de la ciudad. Porque en Rosario, repito, con sus parques, a uno le dan ganas de comprarse un perro solo para salir a caminar por sus calles, empezar a trotar por el boulevard Oroño, o ir en bicicleta al trabajo y a todas partes gracias a sus amplias ciclovías. Acá el verde de la naturaleza se impone más que cualquier ideología política o la obra de un personaje. La excepción podría ser la plaza Guevara, alejada del centro, con cierto aroma a marihuana antes de llegar a ver la estatua del Che, en la orillas de una estación de tren que jamás llegará. Así como las ideas del Che. Entre graffiti y un césped amarillento su estatua. De esta forma la plaza Guevara convive con los vecinos del barrio. Tratando de ser apolítica, pero no puede. Algo en el ambiente la delata.

Tarea pendiente es visitar Rosario en el verano y durante un fin de semana, quedándome más días y viéndola más verde. También la anoto en una lista imaginaria de ciudades donde me gustaría vivir. Además de colgar algunas fotos que saqué de la ciudad.

P.S. El domingo 17 de mayo me encontraba en Montevideo. El mismo día fallecía Mario Benedetti. Escribir acerca del sentir triste de aquella mañana y tarde es otra tarea pendiente.

10 de abril de 2009

El otro talento de Fito

De alguna u otra forma, a todos los hombres las mujeres nos marcan, nos tatúan con tinta imborrable que traspasa la piel y llega a las células más recónditas, con el riesgo de que se vuelva una infección necrótica y nos mate por dentro. En un principio es la vieja abnegada y preocupada, la abuela con su sabiduría y moral de antaño, un par de tías desquiciadas; y cuando uno crece alguna compañera del colegio, de la universidad, del trabajo o alguna que te presentan inesperadamente, de esas que uno cree que jamás podría conocer a alguien así. Y Fito Páez, definitivamente, es el tipo más marcado por las mujeres que he visto. Las tiene metidas en la cabeza, y esos recuerdos, pasajes, memorias de todas sus conocidas o inventadas ahora él los usa a su antojo. No lo digo simplemente por su disco titulado “Mi vida sin ellas”, ni por la estrofa de “Al lado del camino” que canta: “mi padre, la cerveza, las pastillas los misterios el whisky malo/ los óleos, el amor, los escenarios/ el hambre, el frío, el crimen, el dinero y mis diez tías/ me hicieron este hombre enreverado”, sino porque el día sábado, en un fin de semana puertas adentro, tuve la chance de ver su película “¿De quién es el portaligas?”, donde en 24 pulgadas claramente se puede descifrar como las mujeres lo han trastornado (para bien de algunos que degustamos de las canciones del rosarino canaya de corazón).

A Fito, desde hace algunos discos atrás, los críticos le han restregado que ya ha perdido la magia y la calidad de sus obras está bastante distante de lo que ofrecía a principio de los noventa. Y algo de razón tienen, con canciones como “Salir al sol” que parece la hermana con embolia de “Y dale alegría a mi corazón”. Pero Fito ya cumplió dando un legado al mundo con sus letras y todo lo que hace ahora es pura y neta diversión. Y después de todo, sus canciones de últimos discos no san tan malas, tienen onda. Con “¿De quién es el portaligas?” pasa lo mismo: Fito también tiene ganas de divertirse y además él estudio cine, así que tal vez los reparos son de más, aunque esta peli cosecha mejores opiniones que la anterior, porque algunos nunca pudieron concebir que el cantante de “dar es dar” tratara un tema tan sensible como la dictadura con “Vidas privadas”. Fito quería la revancha, ganar holgadamente y gustando, así que juntó a varios de sus amigos como al negro Fontanarrosa, Fabiana Cantillo, su esposa Romina Ricci, entre otros y decidió rodar el film en su natal Rosario (ambientada en los ochentas con pinta de "Volver al futuro", "Robocop" o el peinado de Ceratti cuando cantaba “Nada personal”). La plata no le debió haber sido muy difícil de conseguir, así como la idea loca que es la película, porque de esas debe tener montones que le vuelan por esa cabeza con peinado de Tim Burton, ahora que es director.

Alfred Hitchcock definía al término MacGuffin, empleado en el cine, con la historia: “Dos viajeros se conocen en un tren. Uno le dice al otro: ‘Perdone, señor, pero ¿qué es ese paquete de curioso aspecto que está encima de su cabeza'. ‘Ah, es un MacGuffin’. ‘¿Y para qué sirve eso?’ ‘Sirve para atrapar leones en las montañas de Escocia’. ‘Pero si no hay leones en las montañas de Escocia’. ‘Ah, entonces, no es un MacGuffin’". Y la ópera prima de Fito tiene mucho de MacGuffin. ¿De quién es…? empieza con una especie de clon de él mismo (mismo peinado, misma forma de actuar), que llega de viaje de la Alemania comunista y en su maleta aparece un portaligas que su novia lo encuentra y se obsesiona con la historia de este. La novia tiene dos amigas inseparables y de este disparate (MacGuffin = Portaligas) surge una pelea entre la novia y una de sus amigas que termina en un accidente de moto de la primera y la necesidad de un trasplante de corazón. Sus dos amigas inseparables deciden buscarle el corazón, lo que dará origen a la delirante historia. La idea de la película es también un MacGufin porque más allá de contar una historia, Fito como parte de la cultura pop llena el film de un montón de clichés que mezclan mujeres neuróticas con apariencia de chicas Almodóvar, personajes salidos de películas de Tarantino, madres de familia que se visten como Julieta Venegas (que seguramente le copió el estilo a algún ícono ochentero con estilo punk y este a su vez se lo copió a algún indio Apache, que fue el único sin recibir un céntimo por vestirse así); además de una edición que intercala escenas: una seria sin música y en colores oscuros para seguir a una disparatada con melodías de locos; un guión con algunas genialidades, especialmente cuando conversan las tres amigas (y al final de cuentas esa es la historia: las tres amigas que están ahí juntas, pese y contra todo); todo con una ambientación ochentera, que pareciera salir de un cruce de ideas, entre tragos (faltaba más), de Jodorowsky y Andy Warhol.

¿De quién es el portaligas? es tal vez una película que no se la recomendarías a algún familiar, y puede que por allí vaya la crítica. La disfruté aunque a partir de las escenas del secuestro esta se diluye, además que seguramente quedará grabada en mi cabeza más por el hecho de que está dirigida por Fito que por su calidad artística. Cuando vi el tráiler me esperaba algo del estilo de “Fue amor”, “Giros”, o “Brillante sobre el mic”, pero me encuentro algo más del estilo “Circo beat”, “Polaroid de locura ordinaria” o como el video de “Dos en la ciudad”. Esta comparación a pesar de que el muy hijueputa de Fito solo tiene una canción propia dentro de la película (por ahí sale vestido de mujer en una pequeña escena en el hospital): “Enloquecer” del disco “El mundo cabe en una canción”. Suena como la hija de “Y dale alegría a mi corazón” y “Salir al sol”. No es genial pero para el final del rollo es perfecta.

Enloquecer.

No hay nada que el tiempo, amor,
no cure y no lave,
no hay nada en tu corazón
que algún día no se quiera ir;
cortala, no exageres,
no seas tan drástica,
por fin sacudítelo,
si no nunca vas a ser feliz.
Llevá los golpes de la vida
mañana va a ser otro día
hoy mejor vayámonos al cine.
Tan sólo es el tiempo, amor,
nos lleva adelante,
entiendo de tu terror
de que todo se termine aquí.
Lo que hay en tu corazón
te abriga y te chala,
me pierde y me da calor,
nos volea y nos hace reír.
Nos queda el resto de la vida,
no creo que haya una salida,
sólo quiero darte cosas simples…
y un maravilloso amanecer,
y un maravilloso amanecer.
Si te vuelvo a ver
si te vuelvo a ver
si te vuelvo a ver
me voy a enloquecer,
si te vuelvo a ver
si te vuelvo a ver
te voy a enloquecer.
Nos queda el resto de la vida,
no creo que haya una salida,
sólo quiero darte cosas simples…
y un maravilloso amanecer,
y un maravilloso amanecer.
Si te vuelvo a versi te vuelvo a ver
si te vuelvo a verme voy a enloquecer,
si te vuelvo a ver
si te vuelvo a ver
te voy a enloquecer
te voy a enloquecer
me voy a enloquecer
me voy a enloquecer.




19 de enero de 2009

Jazz, rock, política y si sobra también muerte y pasarela: Consejos de un rosarino a Barack Husseim







En este 2009 en que se cumplen 50 años de aniversario de uno de los mejores discos de música de la historia, el Kind of blue de Mile Davis, vale la pena recordar que en 1987 el genial trompetista fue invitado junto a otros destacables afroamericanos a una cena en la Casa Blanca, como reconocimiento al talento de Ray Charles, organizada por el mandatario de aquel entonces, Ronald Reagan. Mile con gran personalidad, pero sin conocimiento de etiqueta se presentó vestido con unos pantalones de cuero negro, varios chalecos y encima una chaqueta con una serpiente roja. No todos los asistentes sabían quién era aquel extravagante personaje y por qué aceptaban que estuviese presentado de esa manera, entonces una señora de sociedad no pudo aguantarlo más, y dirigiéndose a la leyenda del jazz, sin estupor alguno le preguntó qué méritos él tenía para estar allí, a lo que la respuesta cortante del ilustre personaje fue: “Bueno, he cambiado el rumbo de la música cinco o seis veces. Ahora dígame: ¿Qué ha hecho usted de importancia, aparte de ser blanca? La nota completa acá:

http://www.elpais.com/articulo/portada/Puro/Miles/Davis/elpepusoceps/20090104elpepspor_9/Tes

Mañana, otro afroamericano también tendrá motivos para estar en la Casa Blanca, él será el habitante de la lechosa residencia por los siguientes cuatro años y junto a sus colaboradores tendrá la tarea de encaminar a su nación una vez más por la ruta del progreso. Por esto lares solo se le dice: Flaco, suerte y no la cagues. Hazlo todo con humanidad. Pero el que si le puede dar algunos consejos para su administración es un rosarino, canaya de corazón (Ahí voy), que con su lema de dar es dar, solamente una manera de andar (Dar es dar) y sus orígenes de aprendé de mí que soy un chico pobre de allá del interior (Sácate el diablo de corazón), tiene algunas palabras para Barack Husseim.

Con respecto a la crisis debería escuchar: Las cosas tienen que estar bien, ya no se puede estar peor… cuando estés así, sácate el diablo de tu corazón (Sácate el diablo de tu corazón). Y cuando los señores de lobby vestidos de etiquetas arribando en jets privados le pidan implementar terapias de shocks de libre comercio perjudiciales para países pobres pero que en estas épocas de crisis ante cualquier beneficio ellos firmarían, las mejores palabras de Fito, para estos casos, son: Ahí voy, con mis muertos, con mi dolor… Ahí voy, pateando en la tempestad, ahí voy echando abogados… (Ahí voy) y si estos insisten, el nuevo presidente tajantemente debería repetir: No me pidas que me porte cool… yo ya no pertenezco a ningún ismo, me considero vivo y enterrado… tendré que hacer lo que es no debido, hacer el bien y hacer el daño, no olvides que el perdón es lo divino, y errar a veces puede ser humano… no es bueno hacerse de enemigos, que no estén a la altura del conflicto (Al lado del camino).

Y cuando recuerde sus orígenes siempre deberá tararear: Un recuerdo desde el África (La rueda mágica) y para hacer algo por ellos tendrá que verse a él mismo, para lo cual le servirá: Mi pasado es real y el futuro libertad (Circo beat) y dar media vuelta y ver que pasa ahí afuera, no todo el mundo tiene primavera… (Giros). Yo quiero dar una suerte de señal… Si un un corazón triste pudo ver la luz (A rodar mi vida), y antes de cualquier acción militar o guerra inminente podrá repetir en su cabeza: Los militares odian esas almas y yo las quiero para mí (Dos días en la vida).


Para los tiempos de reflexión a solas, Barack Husseim también necesitará ciertas citas para esos momentos de desanimo, donde dirá: Cuando estoy mal o estoy en blue, y ya no quiero más cargar esta cruz (Los buenos tiempos), Fito le contestará: Es solo una cuestión de actitud, si lo cuentas no se cumple el deseo… recibir los golpes y no tener miedos/ y no quejarse, atreverse a pasar el desierto… reírse del fracaso y el oro (Es solo una cuestión de actitud) y con estos consejo el flamante mandatario al finar de su mandato verá: no me creo que todo haya ido tan mal prueba el efecto de resucitar… cuando el mundo se pone oscuro, lento, todo mal, por el mundo yo no me dejo desanimar (Lo que el viento nunca se llevó).

Y este bloggero queriendo dejar una suerte de señal, solo les puede repetir: Se me hacía tarde y ya me iba, siempre se hacer tarde en la ciudad y dejando esos cadáveres exquisistos, la lista de canciones: Chao hasta mañana (A rodar mi vida)…

1. Ahí voy:






2. Sácate el diablo de tu corazón.






3. Al lado del camino:






4. La rueda mágica.






5. Circo beat.






6. Giros:






7. Dos días en la vida.






8. Los buenos tiempos.





9. Es sola una cuestión de actitud.






10. Lo que el viento nunca se llevó.






11. A rodar mi vida.


21 de octubre de 2008

En un café

En un café se vieron por casualidad, cansados en el alma de tanto andar, ella tenía un clavel en la mano. Él se acercó y la preguntó si andaba bien, llegaba a la ventana en puntas de pie y la llevó a caminar por Corrientes.

Miren todos, ellos solos pueden más que el amor y son más fuertes que el Olimpo. Se escondieron en el centro y en el baño de un bar sellaron todo con un beso.

En un café – Fito Páez.

Café: El territorio neutral para los apátridas del alma.

Rayuela – Julio Cortázar.

Entre sueño y realidad y otro sueño mezclado con realidad, una vieja gitana viene hacia mí, me agarra la mano y se hace de mi futuro. Yo no se lo comparto, sino que ella me lo brinda por un instante, como un voyeur en mi mano, drogado por sus palabras, a través de esas líneas, creo que voy a conocer todo mi destino, pero ella solo egoístamente me dice: Veo un café.

Entonces un nuevo sueño entra y no me apuñala con un botella rota, como lo hacen la mayoría de estos engendros, esperando que uno reencarne en la realidad que el subconsciente desea, este sueño se presenta como un tren que me embarca en un viaje de primera clase, lo hace amablemente para que no se pierda el yo del sueño de la gitana y la mano, y al final del recorrido me empuja a ese nuevo laberinto que no ha sido conquistado.

Las primeras nuevas imágenes son del café inventado por la Gitana, palabra Gitana con aires de vieja, que comienza con mayúsculas porque dejó de ser objeto – adorno y ahora se convierte en ser, en parte de mi memoria. El local no tiene paredes, solo largos pretiles para evitar que aventureros caigan al limbo, mesas con patas de caballo, sillas hechas de cannabis. Quien atiende es la Gitana, que cobra una rupia para acceder a tu futuro, y con su milenaria magia puede reproducirse y atender a los clientes que entran y salen de mi nuevo sueño con aires de añagaza.

En una de las mesas está sentado Sartre con Danny “el rojo”, hablan de la pasividad y la falta de lugares para conversar de los guayaquileños y como lenta y tácitamente se van convirtiendo en corderitos de un pastor que no recuerda el nombre pero comienza con N y termina en T, y mientras continua con el discurso, Van Gogh lo interrumpe entrando a tropezones al local con su otra oreja en la mano, buscando a Paris Hilton para dársela como regalo. La música es animada por la chica tatuada Winehouse con nariz judía. Janis Joplin la aplaude y Satchmo se enamora de ella, y al lado Charly García discute con Mozart del por qué las personas están obstinadas con la repetición y que con la música del hoy, basta con ir una canción y ya lo habrás escuchado todo.

Sábato y Borges llegan juntos y la Gitana les ofrece una mesa, pero ellos prefieren sentarse en las barandillas porque es un mejor lugar para continuar sus charlas sobre el suicidio, Virginia Wolf que bastante experiencia tienen en estas situaciones, los escucha y decide unirse, pero Sarah Palin la muerde, cual pitbull con lápiz de labio, representando a las buenas mujeres, para que no siga cometiendo vergüenzas de la que las vivas, preocupados en el buen nombre, tienen que hacerse cargo quemando sus libros.

Con la quema de libros aparece Marx, que al escuchar las conversaciones entre Friedman y Goldwin, que lleva en sus brazos a una pequeña Mary Shelley, y por tanto a un Frankestein de peluche, solo se limita a decir: Enajenados y su tocayo Groucho le sirve un vodka de Siberia, que lo tomó el mismo Trotsky con Dostoievsky en alguna de mis pesadillas de Gran Inquisidor.

Allan Poe se emborracha con Pisco y Ron que Hemingway trajo después de pescar en Cabo – Blanco y Cuba, y Tim Burton le ruega un autógrafo al primero. Marilyn Monroe sale de un pastel y le canta cumpleaños feliz a Saddam Hussein, que en una silla alejada se siente solo y triste hasta que llega su compadre de caos, Marulanda. Attila el Huno se une al dúo y Bram Stoker se inspira para escribir Drácula, y Rembrandt, el padre de la luz e hijo de un ciego, enfurecido con Saramago, le reclama el por qué de su fascinación con los no videntes. García Lorca huyendo de España, se refugia en el café con ayuda de Walt Whitman y Oscar Wilde. Y García Lorca, al creador de Dorian Grey, le pinta un cuadro, con el auxilio de sus compatriotas: Picasso, Miro, Goya y Dalí, en el cual no morirá apreciándolo

Entonces yo, harto de solo ser un voyeur, quiero también entrar, pero la misma Gitana no me deja pasar, así me convierto en un esclavo de ella y de mis propios sueños, y la realidad poco a poco va muriendo entre fantasías y pesadillas que comienzan en un café.

1 de octubre de 2008

Durante el invierno

Enciendo el televisor y saltan ante mí imágenes de las pinturas de Carlos Alonso, hombres y mujeres desgarrados, sin esperanza, sin dignidad y conciencia, flagelados por sus propios actos o las consecuencias de los cometidos por otros. En ese momento recuerdo a los ciegos, ciegos inventados por Saramago que recorren una ciudad convertida en ruinas, casi animales, sin rumbo, sin las emociones que le daban sus ojos, sin nombres porque eso ya no importa. “Ciegos que ven, ciegos que viendo no ven, porque no quieren ver”, como decía la única persona con ojos útiles de ese mundo babieco, antropófago y escarnecido que podemos distinguir los que aún no hemos sido víctimas de ese mar de leche, de esa ceguera blanca.

Ciegos con un corazón vejado, ciego expoliados de su vida, de su futuro. Ciegos que traen a mi memoria la Guernica de Picasso. Guernica de Picasso que a nosotros nos enceguece, como dice Palau, nos aturde y no quiere ser contemplada, quiere ser participe de la historia. Palau que hasta ahora tan solo era la primera calle que pisé en Barcelona, la que me conducía desde Las Ramblas hacia el Barrio Gótico, la que camine aquella soleada mañana de febrero del dos mil ocho, sin saber que al mismo tiempo, ese día veintitrés, Palau dejaba de existir, dejaba de sentir el arte, dejaba de interrogarnos. Palau en ese instante en que moría, para mí recién cobraba vida y dejaba, en mi memoria, de ser un montón de adoquines en una ciudad tan radiante como Barcelona.

Guernica de Picasso que recuerda una barbarie, barbarie con el consentimiento del caudillo Franco. Guernica de Picasso que presenta una victoria del espíritu sobre la materialidad de los poderes fácticos, un símbolo de destrucción, una muestra de realidad y representación de la tragedia, un recuerdo de que todo lo que amamos morirá como decía Michael Leiris. Destrucción que no la he vivido, destrucción de la que no puedo ser empático, destrucción que me recuerda a los ciegos de Saramago y sus más bajos instintos. Destrucción que son como esos objetos que he leído pero nunca los he visto, objetos que solo conozco por nombres: zapador, plañidera, noria, cazo, palangana, zaguán, linfa, calcañar, que sólo son algunos que recuerdo.

Guernica de Picasso que nos recuerda a García Lorca, García Lorca que nos recuerda a los desaparecidos de la Guerra Civil española, García Lorca sin tumba, sepultado en el barranco de Viznar, víctima también de la destrucción. Viznar que pertenece a Andalucía, Andalucía que recorrí: Córdoba, Granada, Sevilla, Huelva, el río tinto y el Moguer de Juan Ramón Jiménez, la Málaga de Picasso. García Lorca que también es un Guernica, García Lorca grande como Picasso. Picasso que tiene una torre con su nombre en Madrid, Madrid que la camine como nos enseño Fito, por El Retiro que en Madrid hacía un rico frío, andando por Castellana que abrigaba el cielo y la mañana. Fito Páez que en Madrid se juntó con Sabina. Sabina que canta Yo me bajo en Atocha. Atocha que también es un Guernica. Atocha que lo recorrí después del horror de aquel once marzo del dos mil tres y me llevó a Toledo. Toledo que fue la última fortaleza de Franco. Franco que con su terror hizo posible el Guernica de Picasso.
Guernica de Picasso y canciones de Fito y Sabina que nunca podré realizar, entonces por el momento palabras, palabras que no lisonjean pero están ahí, palabras que son la vividas, palabras que se unen con otras para formar sinestesia. Palabras que por ahora son escritas por un ciego que ve, ciego que viendo no ve, porque no quiere ver.


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