29 de noviembre de 2009

El 26 fue un día de música (Charly en Guayaquil)

El jueves pasado fue un excelente día. Día de música que comenzó metiéndome en las primeras páginas de ¡Que viva la música! de Andrés Caicedo. Día de música que continúo viendo por 18ava vez el documental de Martin Scorsesse, No Direction Home, acerca de la vida de ese músico–poeta llamado Bob Dylan. Día de música que con semejantes previas no podía terminar mejor que con un concierto de Charly García. Que puede contarse desde el final o desde el comienzo de esa noche. Noche que terminó con Charly, de espaldas y sentado frente a su piano, cantando en Diva Nicotina Confesiones de invierno para 150 personas, estando yo presente, de pura suerte; o desde el comienzo comprando entradas de cancha y terminando en Golden, después de que casi me arrancaran el brazo ante la avalancha que quería estar más cerca del John Lennon del subdesarrollo.



Antes de las 20 corrían los rumores de que no se presentaría. Pero le tenía fe. Esperaba ansiosamente un espectáculo que nunca había presenciado, que lo tenía en mi lista de las 10 cosas de hacer antes de morir. Porque así como Ray Loriga escribía en su libro Días aún más extraños, que la respuesta existencial para darle a su hijo ante la mortal pregunta de ¿por qué venimos al mundo? sería sin duda que para escuchar las canciones de Bob Dylan, haré lo mismo con los míos y para justificar parte de mi existencia, sólo que a Dylan le sumaría otros cantantes entre los que incluiría a Charly en el Top. No defraudó. No importó que fuéramos pocos, que sólo 2500 personas hayan asistido, que a ratos el público tan sólo tarareaba las canciones, que en Guayaquil, tal vez, los empresarios no vuelvan a invertir en traer buen rock. Empezó con veinte minutos de atraso. Y sé que no tiene la misma voz ni el mismo histrionismo de años atrás, pero no le pude pedir más: El amor espera dio luz verde al concierto y el vertiginoso ascenso (cuando el mundo tira para abajo/ es mejor no estar atado a nada) a varias de las canciones que aprendí desde tiempos en los que también me enseñaban las tablas de multiplicar.

Dos horas entre Demoliendo hoteles, Promesas sobre el bidet, Pasajera en trance, Cerca de la Revolución, Nos siguen pegando abajo; todas con un excelente sonido que no te reventaba en los oídos sino que se te metía en los tímpanos como misil teledirigido para después hacer implosión. Después La Marce, Andrés, y este blogger con hambre y pensando en un after concert fuimos a Diva Nicotina a ver que pasaba. Dudé. Pero escuchando a Dylan: Don´t think twice it´s alright me subí al taxi que iba a Las Peñas. No podía ser de otra. Esa noche era parte del aguante, de un grupo del que no quiero salir. A los veinte minutos, mientras bebía mi cerveza, cerraron todas las puertas del bar y entró Charly. Estaban Los Niñosaurios, el vocalista de Los Pescados (Juan Fernando Andrade falto ahí), el blogger de Xavier Flores, este blogger y sus amigos, y el resto de tipos con verdadera suerte, haciéndole el cordón de honor a Charly, gritándole genio, ídolo, escuchando a su banda tocar Seminare, buen blues y harto Rolling Stones, que con la sencillez del caso agarraron los instrumentos y tocaron para los panas; y al final, cuando Charly cantó y nos pidió perdón por estar de espaldas, y ya sabíamos todos que se iba, no quedó más que gritarle GRACIAS. GRACIAS POR TODO. Say no more.


Tómalo con calma/ la cosa es así… Aún no puedo.


25 de noviembre de 2009

Portafolio cordobéz

Córdoba tiene el encanto de un pequeño pueblo, de una estancia, de naturaleza, un mate, una hamaca y la brisa del viento; pero también hay caos, congestión, aceleración, bulla. Como un niño que a la fuerza tuvo que crecer. Sólo que dijo: Ok, ¿hay que crecer?, entonces a mi manera. Y esa dualidad también se refleja en que a la vez es una ciudad vieja mezclada con nueva. Tal vez se deba a que está en el centro de todo y por eso allá se dirigían los jesuitas en la colonia, los alemanes después de la Segunda Guerra Mundial, donde vivió el Che Guevara; y ahora los estudiantes de todas partes de Argentina, muchas mujeres (el superávit es de más de 80 mil féminas), los folcloristas y sus festivales, y todo aquel que pasa unos días en el país gaucho.

No es la ciudad más hermosa del mundo, lo que queda es la sensación de que vivir en Córdoba te debe dar una buena vida. Capital Cultural Iberoamericana hace un par de año, llena de peatonales, librerías, disquerías, cines, cafés, bares, músicos, escritores. No le huye a la historia (uno de los antiguos centros de tortura durante la dictadura es ahora un centro cultural) y se muestra tal como es. Como cuando te amarras con una pelada que no se maquilla y se ve tan hermosa en las mañanas con esa luz del día, y todo sus actos tiene un aroma a sinceridad.















* La última es La Poderosa.

22 de noviembre de 2009

Peces pequeños

«Jefe, si lo que nunca falta es camello. Yo por ejemplo vendía caramelos en los buses y me metía 300 latas, más de lo que ganaba aquí, sólo que usted sabe que aquí es seguro», me decía hace dos años uno de los obreros de planta del lugar que trabajaba en ese entonces, mientras hacía una encuesta de clima laboral para uno de los tantos y típicos proyectos de investigación que se debe presentar en cada materia de la universidad.

No era uno de esos “carameleros” que se trepan en grupos de cuatro en los buses de Guayaquil, y te avisan que recién salieron de la Penitenciaría y piden que los ayudes con un dólar a cambio de 3 frutellas. Eran otros tiempos. Dos años atrás los obreros del lugar donde trabajaba estaban tercerizados, el sueldo que recibían llegaba a $ 170.00 mensuales y no habían tantos comerciantes trabajando en el transporte público. La brecha entre asalariados e informales era más estrecha y en varios casos las oportunidades de ingresos de los últimos superaban a las de los primeros. Pero la tercerización se abolió, los salarios mínimos aumentaron y como todos sabemos, en Guayaquil cuando uno tiene una idea rentable, esta se propaga y a los pocos días podrá ver como una gran cantidad de personas se dedican a la misma actividad, saturando el mercado, imposibilitando cualquier oportunidad de ganancias, y la competencia en un principio beneficiosa se vuelve un virus que no deja de expandirse acabando con todos los recursos. Si esto pasa a nivel formal, en una ciudad donde todas las personas quieren ser empresarios, lo que no significa dedicarse a una actividad industrial sino ponerse un pequeño negocio (conozco tanta gente que tiene negocios de comida, tantas galerías comerciales que venden los mismos productos – seguramente el proveedor es uno solo –, tantas personas que alquilan sus autos como taxi y tantas casas en calle principal, igual a la del vecino, con un local a la entrada para alquilar), imaginen lo que sucede en el mercado informal, donde se necesita una pequeña inversión y es el refugio de más de la mitad de la población (por este sector el desempleo no es mayor al 10%).

Sin embargo en la revista Soho del mes pasado, edición dedicada al dinero, leyendo dos perfiles realizados a personas discapacitadas dedicadas a pedir caridad en importantes calles de la ciudad, que señalan que en promedio ganan entre 15 y 20 dólares diarios, muestran que el negocio es aun es rentable (aunque esto puede ser únicamente para el caso de las personas que se dedican a pedir ayuda – sin olvidar el mayor costo de vida que tienen que asumir los discapacitados - y no en los comerciantes, en una Guayaquil donde no nos gusta pagar impuestos, a todo le pedimos una rebaja pero nos encanta tener fundaciones – debe ser como lo que decía Sabato, que ayudar a un mendigo no es un acto para favorecer al otro sino para limpiar la conciencia propia -).
Esto a colación por el desinterés del Municipio en las protestas (algunas con violencia) realizadas por los informales para exigir sus derechos a un trabajo libre, y el interés político del Gobierno en apoyar esta medida, no por defender las libertades de este colectivo, sino para ganar adeptos.

18 de noviembre de 2009

La obra de Diablo

Lo mejor de Jennifer´s body, además de la Megan Fox, es la frase inicial: “Hell is a teenage girl” (me recuerda la increíble Suicide Virgins de Sofía Coppola, cuando la primera de las hermanas suicidas le responde al doctor, que le pregunta el porqué de quitarse la vida, que él nunca había sido una adolescente de 14 años). Lo dice la otra chica, la que no aparece en los afiches pero comparte protagonismo. Y no es que la película esté mal, sino que había escuchado tantas cosas buenas de su guionista, Diablo Cody, que después de verla era normal sentirse un poco desilusionado.



Megan Fox está bien en su papel de come-adolescentes en un pueblo desconocido de algún estado como Minnesota o Dakota del Norte. No va a ganar críticas favorables en altos círculos ni va a ser candidata al Oscar, aunque es bastante probable que gane el premio MTV dedicado a los filmes. Pero siento que al terminar de ver la película, a esta le faltó algo, se quedó a media maratón. Porque las pretensiones son grandes: emolar, a lo Tarantino, el cine de clase B, sólo que este es el de pueblitos desconocidos y sus asesinos en serie; volver a ese cine ochentero de adolescentes que atrapa (sin embargo en Karate Kid o Dirty dancing, por ejemplo, el mundo de los protagonistas gira alrededor de las artes marciales y el baile respectivamente, y todo los nerds, niños de mamá y los rufianes se dedican a lo mismo y representan su papel en dicha actividad); regresar a lo de la heroína no tan agraciada físicamente pero que al final es la única sobreviviente; tratar de mostrar el ambiente de las preparatorias después de haber sufrido alguna tragedia (que sí suceden en la vida real como la muerte de un grupo de amigos después de que algún loco empiece a dispararles en el aula); y enseñar a todas las mujeres que lo único que quieren los adolescentes (deportistas, góticos, nerds) es sexo, y están dispuestos a hacer cualquier cosa por conseguirlo. Todo esto trayéndolo a nuestra era para crear un video musical de una hora y media de estilo KORN, Linkin´Park y el resto de creadores de ese abominable ser que es el rock de hoy.

Jennifer´s body fue la primera película que vi de Diablo Cody. Pensé que podría ser el inicio de un sinnúmero de colaboraciones entre Megan Fox y la guionista ganadora del Oscar. Lo dudo. Por suerte me motivó a comprar en la esquina pirata de confianza, Juno, la historia de una peladita que se cree mejor al resto (y sólo por tratarlo en algo tiene razón) y queda embarazada de su mejor amigo. No puedo dejar de pensar en ella. Creada con una armonía de locos. Algo que sentí únicamente después de ver Eternal sunshine of a spottles mind. Que uno sabe que no trascenderá en la historia del cine pero pegó tan en lo personal que no quieres separarte de ella. Le agarraste cariño a la historia que empieza durante el invierno y termina en el otoño, a los amigos que rodean a Juno (más los padres, el novio y la pareja que adoptará a su hijo), la música que encaja perfectamente (Superstar de Sonic Youth), el inicio animado, y a Juno, el personaje, con una personalidad que podría servir de inspiración, al igual que Michelle, Lucy, Penny Lane y Eleanor Righby, para una canción de los Beatles que en algo te recuerda que eso que ves en la pantalla lo has vivido. Y sigues vivo para bien o para mal, esperando ese final que no es de musical pero lleva música y a todo el mundo le gustaría tener antes de que empiecen los créditos.

Diablo Cody, la guionista, trabajó de stripper en Minnesota, sin saber porqué, sólo sabía que odiaba su trabajo en la publicidad, después escribió un libro y debutó en el cine ganando un Oscar con Juno. Charlie Kauffman y Robert Price ya tienen una compañera en esa tarea de la que nadie se ocupa que es escribir buenos guiones originales.


15 de noviembre de 2009

Agarre un ticket (o haga cola), espere su turno y no se moleste porque podemos meterlo preso

«Siempre se fuma demasiado cuando se tiene que esperar» decía el muchacho. «La vida es una sala de espera» fueron las palabras del señor calvo mientras pisaba su cigarrillo. «Estos lugares deprimen» mencionaba María Elena que era la última en llegar.



Las frases son de los personajes del cuento Segunda vez, que describen el ambiente que generan esos sitios ajenos al paso del tiempo, reticentes al progreso, llamados oficinas burocráticas y que continua Julio Cortázar describiéndolos de «un silencio que por momentos parecía demasiado, como si las calles y la gente hubieran quedado muy lejos», y donde «todo el mundo tenía un aire más joven y más ágil al salir, como un peso que les hubieran quitado de encima, el trámite acabado, una diligencia menos y afuera la calle… realmente al otro lado de la sala de espera y los formularios.»

Sin hacer un barroco inventario, las peores oficinas donde he estado son una Subsecretaría de Trabajo cerca del malecón, con un grupo de huelguistas con sus delgados colchones y sus protestas escritas con marcador desgastado, ubicados en la entrada, y adentro, después de subir las escaleras con tenues luces y paredes marchitas, una empleada del lugar te gritaba «¿y usted qué me cree?, ¿portera?.. Vaya busque por allá», cuando le preguntabas por algún abogado que firme un acta de finiquito; y en el Consulado español esperando mi visa de estudios, después de haber viajado toda la noche hacia Quito y desde las 9 AM hacer la kilométrica cola, cuando finalmente llegué a la ventanilla, la persona del otro lado del vidrio me decía con sorna que «su visa no está, vuelva la próxima semana». Sin olvidar el antiguo Registro Civil con sus pasillos olor a orina y tramitadores a la entrada, o ahora las largas esperas en el Banco Guayaquil, cuando el ticket señala 60 números después del que aparece en el marcador y la señora a tu lado te mira y sin necesidad de palabras te pregunta «¿es en serio esto?»

Ambiente lúgubre, que siempre muestra la cara más fea de una ciudad, como en Sevilla, entre la Giralda y el Alcázar, está una oficina de migración oscura, con pocas personas atendiendo, y una larga fila que parecía una horizontal Torre de Babel; y en Buenos Aires, en las estaciones de policía, detrás de Congreso, en los despachos se pueden ver gatos dormir sobre los escritorios. Por algo Sabina canta en Y sin embargo, que una casa sin ella es una oficina.

En Perú, en el primer Gobierno de Alan García, hacer cola era un sinónimo de protesta, de solidaridad ante la escasez de todo. En Ecuador es la venganza del destino por no pagar impuestos y no exigir mejores servicios. Y algo bueno del actual gobierno era que para realizar estos trámites, las oficinas se habían mejorado (modernos edificios y personal más capacitado), todo sea para mantener la imagen que pretende dar. Lástima que todo eso se vaya al traste cuando uno va al IECE a pagar su crédito, y en ventanilla uno encuentra pegado el artículo 132 del Código Penal que dice que el que insultase a algún burócrata puede pasar entre 3 y 30 días en prisión. Mejor servicios, pero este tipo de leyes, al igual que las de separatismo y las que permiten enjuiciar a editorialistas, persisten desde la época de dictadura y varias se aplican.




10 de noviembre de 2009

Cuento: Poca sabiduria la de Santiago


Un sonido parecido a un jadeo, más acorde a un matadero de animales que a un cuarto de motel, fue el botón de eyección que sacó a Santiago del rincón donde se había refugiado después de un desesperado escape de la realidad. Cuando abrió sus ojos lo primero ante él fueron otros ojos, acuosos, al borde del llanto. Él no esperaba que esos ojos, no los de él, se desorbitaran o tuvieran actitud posesa, ni esperaba escuchar voces pidiendo por más de la boca ubicada debajo de aquellos ojos rojos, contenidos, a punto de explotar; pero nunca imaginó encontrar un rostro paralizado del susto, esperando el impacto del camión que inminentemente lo atropellará en la oscura carretera.

Frente a él no estaba la imagen repetida en las decenas de videos porno vistos en su computadora los últimos meses, durante varios momentos del día mientras se pajeaba sentado en la silla de imitación de cuero que hacía juego con el escritorio del estudio de su padre, donde dos personas (o a veces más) tiraban como si los Rolling Stones estuvieran tocando Paint in black en la playa de Río, dándole duro a la batería. Tampoco escuchaba los ruidos de placer, gritos de dolor y frases lascivas tan típicos del hardcore al que se había vuelto adicto. Aunque en el fondo, después de la sonrisa de la mujer con la boca llena de semen y antes de los créditos, Santiago sabía que aquellas imágenes deshidratantes y amnésicas para olvidar al menos quince minutos, no era lo que realmente quería. No quería correrse en la cara de una mujer y obligarla a tragarse su leche, ni agarrarla fuertemente del cabello en actitud dominante mientras la penetraba por la boca. Creía anhelarlo como parte de una venganza, de una reivindicación puesta en práctica en sitios sucios y oscuros, cuartos de moteles en las afueras de la ciudad. Una fachada para lo realmente soñado: estar con una mujer en la mayor intimidad posible, desnudos los dos en el comedor de un pequeño apartamento, ella sentada en sus piernas, acomodándole el cabello y riéndose; y después de copular y quitarse los fluidos, posar su cabeza allá abajo, en el segundo corazón femenino, ese sitio cálido donde Santiago sentía calma. Ninguna de las dos cosas pasó. Después de tantas sesiones diarias de manuela hasta la jaqueca, por lo exprimido que quedaba, con lo que se topó fue con un cordero a punto de ser degollado, emanando una combustible sensación de miseria.

***
No sabían nada el uno del otro y no importaba. Eso no era verdad pero estaba bastante cerca de serlo. Dos cosas eran lo que no volvía una entera verdad lo dicho. Primero ambos no se sentían alguien, eran un remedo de lo que habían sido, sin oportunidad a ser alguien nuevo; y segundo porque en el lugar donde se encontraron les habían pedido presentarse. Ya saben: lo clásico de los nombres, profesiones y, por ahí, algo más personal, útil para entablar una conversación y formar una amistad con fecha de expiración cuando ambos tomen otros rumbos, porque, aclarando el asunto, los dos se sentían de paso, impedidos de pasar el peaje. Habían olvidado la billetera, el pasaporte, y con eso: quiénes eran, sus pasados.

Santiago no prestó atención cuando ella se levantó de su silla y dio su nombre para todos, porque cuando hablaba, la persona que veía Santiago era un cromo repetido hasta el hartazgo. Mujeres fabricadas en serie. Usan denominaciones en los trabajos como “vecina” o “amiga” para referirse a sus compañeras, llaman a su novio “gordo”, conversan de maquillajes, se ríen por cualquier cosa, y seguramente en sus días libres van a Salinas y caminan por el malecón junto a la muchedumbre sin saber qué hacer, sólo siguiendo la larga cola de gente que tampoco sabe qué hacer y están ahí porque todo el mundo está ahí, enfundándose en ese disfraz trillado y falso pero cómodo, simplemente para caer bien, para hacer más llevable las ochos horas del día. Pero cuando mencionó que había sido Gerente de una empresa (pequeña, micro, minúscula empresa), con su aguda voz de marrana, lo único que él recordará, Santiago finalmente prestó atención a lo dicho por aquel ser, que por una especie de desprecio, metido en su ADN, le resultaba horrendo. Había sido Gerente y poseía un título en Administración. Tenía más de 40 años, se parecía a una profesora que tuvo alguna vez y que siempre olía a sopa, y su maquillaje era la obra de una prostituta en decadencia. Sin embargo lo interesante era lo de la Gerencia, porque a Santiago le dio la sensación que ella también tenía un prestigio de castillo de naipes al igual que él, desmoronado ante la primera brisa, condenado al fracaso sin importar los sacrificios.

***
Le dolían intensamente las encías el día en que se conocieron. Le picaban, le sangraban. Además sentía la vejiga siempre llena, ganas intensas de orinar todo el día, y la garganta seca, pero a diferencia de la persona a su lado, Marcos (metalero, ex – guardia de una empresa de seguridad, 30 años, mujer e hijo a cuestas y con ganas siempre de echarse algunas cervezas los viernes), Santiago no escupía en el piso a vista de todos en los recesos, cuando salía a fumar un cigarrillo después de haber estado encerrado un par de horas, junto a un grupo de personas encontrados por la necesidad, convertidos en una manada de dóciles animales, ni carraspeaba su garganta cortando el silencio del lugar.

«Es la habitación del tiempo», pensó. Tuvo la sensación de que el lugar era como aquella nave espacial de Odisea 2001, en la secuencia donde el astronauta, metido en un agujero negro, vive varias decenas de años en pocos minutos, hasta que finalmente se convierte otra vez en un hermoso y rosado feto; o como el Maelstrom del cuento de Poe, porque aquí, donde el aire acondicionado y las cómodas sillas son un placebo, a diferencia de afuera, el lugar donde el tiempo transcurre normalmente la mayoría de veces, a excepción de noviembre y diciembre, cuando el tiempo acelera, desesperado por terminar, cruzar la meta, marcar tarjeta ante el final del turno, cerrar el telón y que alguien lo releve, en la caja, Santiago sentía, lentamente pero sin ninguna pausa y sin posibilidades de un espectacular y planificado escape, sus nervios quebrarse, su piel agrietarse, sus huesos endurecerse y su miopía aumentar. Pensaba en las charlas de los doble-A y a diferencia de esta capacitación, previo a empezar un trabajo rutinario pero de alta importancia para alguien que sí gana millones de dólares, donde se encontraba, un lugar lleno de alcohólicos lucía entretenido, con testimonios interesantes de los miembros, estando cerca de personas que se habían atrevido a vivir aunque quedaron maltrechos en el intento. En la caja, como llamó a su lugar de trabajo, no se podía hablar, era necesario pedir permiso para ir al baño, te piden sentarte si te levantas. Era el lugar que tanto había odiado y no sabía qué-chucha-hacía-ahí además de hacer la tarea y vivir como lo demás, echando panza mientras esperaba la orden del día.

***
Al despertar gracias al chillido de miseria y acabar echando un prolongado y tardío chorro de esperma que parecía también llevarse parte de él, Santiago se dirigió al baño. Las luces no servían y algunos pelos que no eran los suyos ni de la mujer, mezcla de modelo Picasso-Botero, año 61, que todavía se encontraba acostada en la cama, los saludaban antes de perderse en el caño, por lo que descartó meterse al jacuzzi, a pesar que la idea de reportarse al siguiente día con un pie de atleta en todo el cuerpo y así tener una excusa para faltar no le pareció totalmente desquiciada. Ducharse fue otra idea descartada porque de repente le entró la paranoia de que podrían estarlo grabando en video, listo para ser vendido en internet por algún gordo español obsesionado con la princesa Leia, y muchos de esos freaks que usualmente corren a ver películas en su estreno para después despedazarlas, lo verían y comentarían con frases más grotescas que ver a alguien bañándose en un cuarto de motel.

La ida al baño fue otro intento de escape de la realidad, a la que volvió inconscientemente, yendo a la cama sin saber qué hacer, un puño venido de imprevisto. No sabía cómo escapar de aquel lugar, no sabía qué era lo siguiente después de haber visto a aquella persona al punto del quiebre total, poco antes de correrse dentro de ella, usando un condón con sabor a banano, los únicos disponibles en la recepción que también servía como tienda. «¿Qué tal el primer día?» preguntó. Ella movió la cabeza en señal de que no estuvo tan mal, tiritando aún el llanto contenido. «¿Crees que vas a regresar mañana?» dijo Santiago sin mirarla a los ojos. «Toca» fue la respuesta, mientras se levantaba en busca de su teléfono; y arqueadas venidas del fondo de sus intestinos, al ver por primera vez aquel cuerpo de pie y desnudo, le vinieron a esa cucaracha convertida en hombre, reverso de Gregorio Sansa, que estaba apoyado en la puerta del baño. Ella cerró la llamada, y como una niña desesperada empezó a recoger su ropa y vestirse. Santiago no dijo nada, no tanto por alivio sino por temor a que ella entre en un ataque de nervios, lo termine asesinando y aparezca en el diario EXTRA, al día siguiente, entre el resto de asesinatos ocurridos en el día, su cuerpo ya plomizo como una pieza de utilería en una clase de medicina, el titular: «Por no servir en la cama le metieron nueve puñaladas».

El polvo de Santiago, a la mañana siguiente, era más un sueño que un recuerdo, hasta que se metió al baño y vio los primeros signos del pie de atleta en su espalda. Se vistió e igual fue a la caja. Antes de entrar le pidió un cigarrillo a Marco y cuando ocultaba el encendedor entre sus manos, vio acercarse a otro compañero de trabajo, con quien nunca había conversado y no sabía su nombre, con una cara de estar comiendo mierda. Les contó, usando un tono de hacerse el bacán, el que no le tiene miedo a nada, que un chiclero le había dicho algo a su novia y quería pedirle prestado el tolete al guardia para entrarle a bastonazos al morboso vendedor. «Entren por favor» dijo una voz amable detrás de la puerta. «A echar panza» dijo el ofendido novio. Santiago se dio cuenta que ella no volvería. Ella se había atrevido a mandar a la mierda a la caja y buscar otra cosa. «La concha de su madre» pensó, al mismo tiempo que botaba el cigarrillo y se empezaba a arrepentir de la oportunidad que tuvo de haber aparecido en el diario EXTRA, descuartizado, flagelado, cercenado; pero sin panza, canas, ladillas y bigotes.

8 de noviembre de 2009

Pastillas para no soñar*

Días atrás, dentro del XIII Congreso Forestal Mundial celebrado en Buenos Aires, como parte de las conclusiones a las que se llegaron, se estimó que la especie humana consume recursos como si tuviera tres planetas disponibles. Lo que vuelve una necesidad el uso más eficiente de recursos naturales, evitar la depredación consumista, reutilizar nuestros desperdicios y sancionar el uso de productos que tardan decenas de años en degradarse; pero lo expresado por el presidente Hugo Chávez, cuando le pide a la población venezolana que se duchen por tres minutos, y culpa de la escasez de agua y electricidad al alto consumo de las personas con piscina en sus casas o que lavan sus vehículos los domingos, debido a los próximos recortes en ambos servicios básicos, no tiene que ver con una cuestión ecológica, sino de irresponsabilidad, de ineptitud en no prever estos problemas durante una época de bonanza (más irónico aún en América Latina donde existe la mayor reserva hídrica del mundo).
El fotógrafo Marcos López, en el diario Página 12, escribía que se sentía identificado al ver a los cubanos en el malecón de La Habana apreciando el horizonte, como esperando algo con una cierta melancolía. Y en el NY Times, un periodista económico, el año pasado (en la peor época de la actual crisis financiera), lo corroboraba al escribir que entre tanto estrés capitalista, disfrutaba de esa desconexión del resto del mundo, por la falta de noticias y publicidad, que sólo en La Habana se puede dar. Ahora que en el Ecuador estoy saboreando un poco de aquello glorificado por los que tan sólo van al paso, la imagen no resulta bella sino terrorífica.

No vivimos aún en Cuba y Venezuela (aunque muchos columnistas por su desprecio personal al presidente digan lo contrario), pero con la encarcelación (ahora libres) de los miembros de la Junta Cívica por pegar unas pancartas y con los cortes eléctricos que desde el día jueves, por más de seis horas, se extienden por el país (Rafael Correa siempre señala que nosotros no debemos porque financiar a los países ricos con las reservas internacionales sino que este dinero se puede aprovechar en proyectos rentables como hidroeléctricas), mientras el ventilador lentamente se apaga, en medio del sopor provocado por el calor y la humedad guayaca (sin olvidar, además del cambio en la rutina, las pérdidas en la producción y los comercios), una brisa de cómo es el día a día en estos infierno-paraísos caribeños nos ha llegado.

Por suerte en Ecuador se está aprobando una ley que abarataría los medicamentos, y remitiéndome a la crónica de Lygia Navarro, publicada en Etiqueta Negra, llamada: Bienvenidos a Cuba, la isla mas triste del mundo, esperamos que ante los problemas arriba señalados y la escalada del desempleo, generadora de pobreza, preocupación y depresión, sin necesidad de un mercado negro, podamos acceder al meprobamato (abuela del Valium y Prozac), para levantarnos revitalizados al día siguiente, con la convicción de que aquí las mujeres embarazas no pierden peso, ni que en lugar de papel higiénico se utilizan los libros de la editorial Huracán porque tienen el papel más barato y suave. Ojalá tengamos esas pastillas para no soñar.
* El título lo pone Sabina.



4 de noviembre de 2009

Violetas como una justificación

Un mes atrás Mercedes Sosa, La Negra, se fue. Se fue en el sentido de que su corazón dejó de latir y sus pulmones de inhalar aire, porque su voz se la sigue escuchando, difícilmente se apagará; y a diferencia de la canción que cantó varias veces junto a Fito Páez y Víctor Heredia, yo vengo a ofrecer mi corazón: y me iré tranquila, me iré despacio..., ahora más que nunca se siente que ella no se va.


Traté de escribir algo la fecha que murió, pero como siempre las palabras no me alcanzaron. Varios homenajes se le hicieron. Recuerdo dos. El primero que le hizo el diario Página 12 con el título Parte del aire, que a diferencia de muchos de los especiales que hace el diario fundado originalmente por Jorge Lanatta, pero ahora devenido a diario oficialista como te lo dicen muchos de los quiosqueros que abundan en las calles de Buenos Aires, aunque siguen escribiendo en el mismo personajes como Rodrigo Fresán y su sección Radar en serio que vale la pena leer, este especial de La Negra Sosa pienso que no estuvo acorde con ella.

La Negra más que partituras musicales y registros sonoros era puro sentimiento. No cabía el análisis musical como lo hizo Página 12, si no tal vez repasar la historia de alguien que siempre apoyó la música, que fue la madrina del rock argentino (cantando Inconsciente Colectivo con Charly García en Córdoba) cuando lo más probable era que muchos cantantes de folclore estén refunfuñando en un parque, plaza o en alguna cantina con luces pálidas que la música ya no es lo que era antes, y que hasta el último estuvo junto a artistas de la actual generación, como las versiones de sus canciones que tiene con Ceratti, Calle 13 o Shakira. Era lo más parecido a la Pacha Mamma, alguien que estaba en contacto con su tierra y que le gustaba contar historias sencillas, de labores que se repiten todos los días y que ella mostraba su escondido encanto.

Recuerdo en el funeral de Mario Benedetti, el mismo día que dejé Montevideo estuve presente ahí en el Edificio de Congreso (era un lunes lluvioso de mayo), mientras veía por primera y última vez al autor de Los Montevideanos y de Gracias por el Fuego, un ramo de flores con la firma de Joaquín Sabina presente en el auditorio. A La Negra, Sabina le dedicó unas violetas que es el mejor homenaje que he leído y que lo publico aquí como justificación a mi falta de palabras.





Violeta para Mercedes.
Por Joaquín Sabina.

Se nos murió la gran dama,
Negra Sosa, pacha mama
de Corrientes,
que bordó puntos y comas
en las prisas del idioma
de la gente.

Martina Fierro de ley
que sin dios, patria ni rey
tiró p’alante,
antes de decir adiós
me propuso un blues a dos
voces distantes,
distintas, y, sin embargo,
cerquita del ron amargo
que consuela,
que abruma,
que mortifica,
que suma, que santifica,
que desvela.

Cuando rompió la baraja,
hizo del bombo su caja
de Pandora,
entre el mestizo y el yan
quise quedaba con Yupanqui
hasta la aurora.

Todos menos uno, dijo,
provocando el acertijo
de Cosquín,
militante del futuro,
no pudo con ella el muro
de Berlín.

Canto ancestral de Argentina,
la más frutal de las minas,
todo es nada,
no sabe cómo la lloro,
desafinando en el coro
de las hadas.

Madrina de los roqueros
más intrusos, más villeros,
menos brutos;
en calle melancolía
mi letra y su melodía
visten de luto.

Más de una vez la besé
pero nunca olvidaré
la noche aquella:
aquel piano y su voz
y mi sonanta y la coz
de las estrellas.

Me aterran las despedidas
pero gracias a la vida de Violeta,
Mercedes inventó el son
que duerme en el corazón
de los poetas.





1 de noviembre de 2009

Nada se transformers

Una semana atrás, diario EL UNIVERSO publicó una entrevista que Marcia Barzola Castro le realizó a Francisco Huerta Rendón, Coordinador de la Comisión de Transparencia y Verdad que investiga el caso Angostura. Más allá de los análisis políticos y la veracidad que se puedan obtener de estas declaraciones, después de leer las frases de que el país corre el riesgo de convertirse en una narcodemocracia y que en el Informe final se encontrarán grandes hallazgos, a uno, como lector, le queda la sensación de que está presenciando uno de los mejores tráileres realizados para un peliculón que será la presentación del Informe de dicha Comisión. Como la expectativa que generaban los avances de The Dark Knight. Lo mismo sucede con cada nueva declaración y presentación de denuncias de Fabricio Correa, hermano del Presidente Rafael Correa. Como ver Kill Bill II después de que Kill Bill I te gustó.

Ante el acaparamiento de la atención del país que genera la política, los sujetos que están inmersos en ella y sobre todo sus escándalos, no puedo estar más que de acuerdo con el editorial que Alfonso Reece publicó el 1 de septiembre del 2008, llamado Penosa obligación, cuando decía que “la política debería ser aburrida, monótona y predecible… debo confesar que en este momento no me acuerdo cómo se llaman los primeros ministros de Nueva Zelanda y Luxemburgo… son los estados que no funcionan y sus gobernantes [los que] están siempre en primeras páginas por sus arbitrariedades y desatinos”.

Viene a colación también este tema porque en el blog del Foro democrático, Jean Gruanuer Calle, escribe un post denominado ¿Por qué los jóvenes evadimos la política?, cuando considero que en el país existen muchos más jóvenes con una vocación política y de integrarse a algún movimiento temporal que defienda intereses específicos, que artística (u otro tipo de manifestación que implique un desarrollo creativo), por ejemplo. Y esa es una de las razones de nuestros constantes tropiezos como país. Porque (ni se lo promueve) no nos desarrollamos primero como personas que tengan una visión sistémica de los actos producidos y sus consecuencias, y que no nos creamos cualquier cuento; participando de la política, a lo Dylan, fuera de ella pero tienen influencia en la misma.

Por eso tengo dudas ante la propuesta del periodista y ahora político, Carlos Vera, cuando declara su intención de formar un nuevo movimiento político para hacerle la oposición al Presidente Correa (que a la vez era la representación del cambio contra lo que estuvo antes de él) y motivar una revocatoria de su mandato. Y en este caso también no puedo estar más que de acuerdo con el editorial de Simon Pachano, del 26 de octubre del 2009, llamado Personalismo al cuadrado, cuando decía que “en la hoja de ruta de Vera, como en la de todos los outsiders que le antecedieron, no se incluye la construcción de una organización fuerte, estructurada en torno a principios y con la solidez necesaria para eliminar los personalismos… Será personalismo al cuadrado”.

A diferencia de lo cantado por Jorge Drexler, que "nada es más simple, no hay otra norma: nada se pierde, todo se transforma", en la política ecuatoriana nada se transforma. Todo es un círculo de lo mismo.




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