24 de junio de 2013

Mundo Borges - Level 1

Después de tantos desplantes, hacerme el loco, temores, dudas, finalmente terminé un libro de Borges, su historia universal de la infamia.El mundo continúa, pero es más ancho, más profundo...


Leer, por lo pronto, es una actividad posterior a la de escribir: más resignada, más civil, más intelectual.

El hombre que lo ejecutó era asaz desdichado, pero se entretuvo escribiéndolo; ojalá algún reflejo de aquel placer alcance a los lectores.

Perfilados bien por un fondo de paredes celestes o de cielo alto, dos compadritos envainados en seria ropa negra bailan sobre zapatos de mujer un baile gravísimo, que es el de los cuchillos parejos, hasta que de una oreja salta un clavel porque el cuchillo ha entrado en un hombre, que cierra con su muerte horizontal el baile sin música.Resignado, el otro se acomoda el chambergo y consagra su vejez a la narración de ese duelo tan limpio. Ésa es la historia detallada y total de nuestro malevaje. La de los hombres de pelea de Nueva York es más vertiginosa y más torpe.

Si los populosos teatros del Bowery (cuyos concurrentes vociferaban "¡Alcen el trapo!» a la menor impuntualidad del telón) abundaban en esos melodramas de jinete y balazo, la facilísima razón es que América sufría entonces la atracción del Oeste. Detrás de los ponientes estaba el oro de Nevada y de California. Detrás de los ponientes estaba el hacha demoledora de cedros, la enorme cara babilónica del bisonte, el sombrero de copa y el numeroso lecho de Brigham Young, las ceremonias y la ira del hombre rojo, el aire despejado de los desiertos, la desaforada pradera, la tierra fundamental cuya cercanía apresura el latir de los corazones como la cercanía del mar. El Oeste llamaba. Un continuo rumor acompasado pobló esos años: el de millares de hombres americanos ocupando el Oeste. En esa progresión, hacia 1872, estaba el siempre aculebrado Bill Harrigan, huyendo de una celda rectangular.

De esa feliz detonación (a los catorce años de edad) nació Billy the Kid el Héroe y murió el furtivo Bill Harrigan. El muchachuelo de la cloaca y del cascotazo ascendió a hombre de frontera. Se hizo jinete; aprendió a estribar derecho sobre el caballo a la manera de Wyoming o Texas, no con el cuerpo echado hacia atrás, a la manera de Oregón y de California. Nunca se pareció del todo a su leyenda, pero se fue acercando. Algo del compadrito de Nueva York perduró en el cowboy; puso en los mejicanos el odio que antes le inspiraban los negros, pero las últimas palabras que dijo fueron (malas) palabras en español. Aprendió el arte vagabundo de los troperos. Aprendió el otro, más difícil, de mandar hombres; ambos lo ayudaron a ser un buen ladrón de hacienda. A veces, las guitarras y los burdeles de Méjico lo arrastraban.


...pero Rosendo Juárez el Pegador era de los que pisaban más fuerte por Villa Santa Rita. Mozo acreditao para el cuchillo era uno de los hombres de D. Nicolás Paredes, que era uno de los hombres de Morel. Sabía llegar de lo más paquete al quilombo, en un oscuro, con las prendas de plata; los hombres y los perros lo respetaban y las chinas también; nadie inoraba que estaba debiendo dos muertes; usaba un chambergo alto, de ala finita, sobre la melena grasienta; la suerte lo mimaba, como quien dice. Los mozos de la Villa le copiábamos hasta el modo de escupir. Sin embargo, una noche nos ilustró la verdadera condición de Rosendo.

1 de mayo de 2013

Foster-Wallace



Me acuerdo de que en el instituto me pasaba Dexedrinas un chico a cuya madre se las recetaron para subirle el estado de ánimo, y me acuerdo del sabor tan raro que tenían, y de aquel efecto tan notable que producían de hacer que desapareciera mi problema de contar mientras leía o hablaba — las llamaban bellezas negras —, pero de que al cabo de un rato te provocaban un dolor en la baja espalda y un aliento realmente asqueroso. La boca te sabía igual que esas ranas que ya llevan mucho tiempo muertas dentro de sus frascos empañados en la clase de biología, cuando abrías el frasco por primera vez. Solo recordarlo me entran náuseas. También me acuerdo de cuando mi madre se enfadó muchísimo porque Richard Nixon saliera reelegido con tanta facilidad, y me acuerdo porque fue por esa época cuando probé el Ritalin, que le compré a un chico de la clase de Culturas del Mundo que tenía un hermano pequeño en la escuela primaria a quien se lo recetaba un médico que no llevaba muy bien la cuenta de sus recetas, y había gente que pensaba que el Ritalin no era gran cosa comparado con las bellezas negras, pero a mí me gustó mucho, al principio porque conseguía que me resultara posible y hasta interesante sentarme y estudiar durante periodos largos de tiempo, y  de verdad que me encantaba, pero costaba de conseguir en grandes cantidades, el Ritalin, sobre todo después de que al parecer al hermano pequeño se le fuera la pelota un día en su escuela primaria por no tomarse el Ritalin y los padres y el médico descubrieran lo que estaba pasando con las recetas, y de pronto dejara de haber un tipo con granos y gafas de color rosa vendiendo a cuatro dólares pastillas de Ritalin que sacaba de su taquilla del pasillo de primero y segundo.

(El Rey pálido, David Foster Wallace.)

13 de abril de 2013

El instante



Katherine sabía que había algo en mí que pasaba de todo lo que podía considerarse saludable. Yo estaba sumergido en todas las cosas supuestamente malas: me gustaba beber, era un vago, no tenía dios ni conciencia política, ideas, ideales. Estaba metido en la inanidad más completa; una especie de no-ser, y lo aceptaba. Eso no podía hacerme una persona muy interesante. Yo no quería ser interesante, de todos modos, era algo muy duro. Lo único que quería realmente era un lugar blando e impreciso donde poder vivir y donde me dejaran tranquilo. Por otro lado, cuando me emborrachaba pegaba gritos, me volvía loco, perdía todo tipo de control. Un comportamiento no pegaba mucho con el otro. No me importaba. Aquella noche el sexo estuvo muy bien, pero fue la noche que la perdí. No había nada que pudiera hacer para remediarlo. Me eché a un lado y me limpié con la sábana mientras ella se iba al baño. Arriba, un helicóptero de la policía sobrevolaba Hollywood.

25 de febrero de 2013

Viejo...

Empiezo a leer una biografía de Auster, empieza a llover en Guayaquil, empieza una canción de los beatles. Empieza Eleanor Righby. Mi viejo llega a la casa y deja las llaves sobre la mesa (las coloca suavemente y no las lanza como lo hago yo). Empieza la nostalgia. Las historias no se parecen, pero el escritor de Brooklyn traspasa una barrera. Empiezo una historia de muy buena manera...





16 de febrero de 2013

Peleas de pareja



Saltó sobre mí. Normalmente me atacaba cuando estaba borracho. Ahora estaba sobrio. Me aparté y ella cayó al suelo, rodó y se quedó tumbada boca arriba. Pasé sobre ella camino hacia la puerta. Despedía rabia, gruñendo, sacándolos dientes. Parecía una pantera. La miré. Me sentía a salvo viéndola en el suelo. Soltó una especie de rugido y cuando ya estaba a punto de salir se levantó abalanzándose contra mí, clavando sus uñas en la manga de mi abrigo, tirando y arrancándomela desde el hombro.

—Cristo —dije—, mira lo que le has hecho a mi abrigo nuevo. ¡Lo acababa de comprar!

Abrí la puerta y salté fuera con uno de los brazos desnudo. Acababa de abrir la puerta del coche cuando oí sus pies descalzos sonar en el asfalto detrás mío. Me metí de un salto dentro y cerré la puerta. Encendí el contacto.

— ¡Mataré a este coche! —gritaba ella—. ¡Mataré a este coche!

Sus puños golpeaban en el capó, en la puerta, en el parabrisas. Empecé amover el coche con lentitud, para no herirla. Mi mercury comet del 62 había quedado fuera de combate y me había comprado recientemente un Volkswagen del 67. Lo tenía reluciente y encerado. Tenía incluso una gamuza especial en la guantera. Mientras andaba hacia delante Lydia seguía golpeando el coche con sus puños. Cuando la dejé atrás puse la segunda marcha. Miré por el retrovisor y la vi plantada de pie, solitaria a la luz de la luna, inmóvil con su batín azul y sus bragas.se me empezaron a contraer las tripas. Me sentía enfermo, inútil, triste. Estaba enamorado de ella.

(De Mujeres de Charles Bukowski.)

29 de enero de 2013

From Hot water music...




….Mi medio de transporte era un comet del 62. la señorita de la casa de enfrente se ponía furiosa con miviejo cacharro. tenía que aparcarlo delante de su casa, porque era una de las pocas zonas llanas de losalrededores y mi coche no podía arrancar cuesta arriba. a duras penas arrancaba en llano; y yo tenía que darleal pedal y a la puesta en marcha una y otra vez y el humo salía en nubarrones por debajo del coche y elestruendo era incesante y horroroso. la dama empezaba a gritar como si hubiera enloquecido. era una de las pocas ocasiones en que me avergonzaba de ser pobre. allí sentado, dándole al pedal y rezando para que elcomet del 62 arrancara, e intentando ignorar los gritos furiosos que daba la mujer desde su casa de puta madre.yo le daba y le daba al pedal. el coche arrancaba, andaba unos metros y se paraba. — 

¡Quite ese cacharro asqueroso de delante de mi casa o llamo a la policia!

Luego, empezaba con largos y enloquecidos alaridos. por último, salía en quimono; era una jovencitarubia, guapa, pero al parecer estaba completamente loca. se acercaba corriendo a la puerta del coche dandogritos y se le salía un pecho. se lo metía y se le salía el otro. luego, asomaba una pierna por el quimono. —por favor, señora —le decía yo—, estoy intentándolo. por fin, conseguía que el coche se pusiera en marcha y ella se quedaba allí plantada en el centro de lacalle con los pechos al aire, gritando:
 — ¡No vuelva a aparcar aquí su coche jamás, jamás, jamás!

En ocasiones como ésta era cuando yo consideraba la posibilidad de buscar trabajo. sin embargo,doreen, mi dama, me necesitaba. tenía problemas con el chico de las bolsas, en el supermercado. yo laacompañaba, me plantaba a su lado y le daba sensación de seguridad. ella era incapaz de hacerle frente sola ysiempre acababa tirándole un puñado de uvas en la cara o quejándose de él al encargado o escribiendo unacarta de seis folios al propietario del super. yo podía manejar perfectamente al chico de las bolsas. hasta meresultaba agradable, sobre todo por aquella habilidad suya de abrir una gran bolsa de papel, con un simple ygracioso giro de muñeca.

Del cuento Un par de  gigolos.
Charles Bukowski.

26 de enero de 2013

Un buen consejo


¡Hola, Ron! Soy Alex. Te escribo desde Carthage. Ya hace casi dos semanas que estoy trabajando aquí. Tardé tres días en llegar desde que nos despedimos en Grand Junction. Espero que tu viaje de regreso a Salton City transcurriera sin contratiempos. El trabajo me gusta y todo va bien. Las temperaturas son suaves; cuesta creerlo, pero hay días en que no hace nada de frío. Algunos granjeros incluso ya salen a trabajar al campo. Supongo que en California el calor aprieta cada vez más. Me pregunto si tuviste ocasión de ir a las fuentes termales el 20 de marzo y llegaste a ver la cantidad de gente que se congrega allí para la reunión del Arco iris. Por lo que sé, podría haber sido muy divertido, aunque la verdad es que no creo que una cosa así encaje demasiado con tus gustos.

No voy a quedarme mucho tiempo en Dakota del Sur. Mi amigo, Wayne, quiere que siga trabajando en el elevador de grano durante el mes de mayo y que luego lo acompañe todo el verano con el grupo de cosechadoras, pero mi mayor ilusión es emprender mi odisea; antes del 15 de abril espero estar camino de Alaska. Eso quiere decir que me marcharé dentro de poco, de modo que si he recibido correspondencia necesito que me la mandes a la dirección que figura al pie de esta carta.

Los momentos que hemos pasado juntos han sido muy agradables y te agradezco de todo corazón la ayuda que me has prestado. Espero que nuestra separación no te haya deprimido demasiado. Puede que pase mucho tiempo antes de que nos veamos de nuevo. Pero, si consigo superar la prueba de mi viaje a Alaska y todo sale como espero, te prometo que volverás a tener noticias mías. Quiero repetirte los consejos que te di en el sentido de que deberías cambiar radicalmente de estilo de vida y empezar a hacer cosas que antes ni siquiera imaginabas o que nunca te habías atrevido a intentar. Sé audaz. Son demasiadas las personas que se sienten infelices y que no toman la iniciativa de cambiar su situación porque se las ha condicionado para que acepten una vida basada en la estabilidad, las convenciones y el conformismo. Tal vez parezca que todo eso nos proporciona serenidad, pero en realidad no hay nada más perjudicial para el espíritu aventurero del hombre que la idea de un futuro estable. El núcleo esencial del alma humana es la pasión por la aventura. La dicha de vivir proviene de nuestros encuentros con experiencias nuevas y de ahí que no haya mayor dicha que vivir con unos horizontes que cambian sin cesar, con un sol que es nuevo y distinto cada día. Si quieres obtener más de la vida, Ron, debes renunciar a una existencia segura y monótona. Debes adoptar un estilo de vida donde todo sea provisional y no haya orden, algo que al principio te parecerá enloquecedor. Sin embargo, una vez que te hayas acostumbrado, comprenderás el sentido de una vida semejante y apreciarás su extraordinaria belleza. En pocas palabras, deja Salton City y ponte en marcha. Te aseguro que sentirás una gran alegría si lo haces. Aunque sospecho que harás caso omiso de mis consejos. Sé que piensas que soy testarudo, pero tú lo eres aún más. En el viaje de regreso tuviste la oportunidad de contemplar una de las grandes maravillas de la Tierra, el Gran Cañón del Colorado, algo que todo americano debería ver al menos una vez en la vida. Sin embargo, por alguna razón que no alcanzo a comprender, todo lo que querías era salir corriendo hacia casa tan rápido como fuera posible y volver a una situación donde siempre experimentas lo mismo. Mucho me temo que en el futuro seguirás teniendo las mismas inclinaciones y te perderás todas las maravillas que Dios ha puesto en este mundo para que el hombre las descubra. No eches raíces, no te establezcas. Cambia a menudo de lugar, lleva una vida nómada, renueva cada día tus expectativas. Aún te quedan muchos años de vida, Ron, y sería una pena que no aprovecharas este momento para introducir cambios revolucionarios en tu existencia y adentrarte en un reino de experiencias que desconoces.

Te equivocas si piensas que la dicha procede sólo o en su mayor parte de las relaciones humanas. Dios la ha puesto por doquier. Se encuentra en todas y cada una de las cosas que podemos experimentar. Sólo tenemos que ser valientes, rebelarnos contra nuestro estilo de vida habitual y empezar a vivir al margen de las convenciones.

Lo que quiero decir es que no necesitas tener a alguien contigo para traer una nueva luz a tu vida. Está ahí fuera, sencillamente, esperando que la agarres, y todo lo que tienes que hacer es el gesto de alcanzarla. Tu único enemigo eres tú mismo y esa terquedad que te impide cambiar las circunstancias en que vives.

Espero que abandones Salton City tan pronto como puedas, enganches un pequeño remolque a tu camioneta y empieces a contemplar la gran obra que Dios ha creado en el Oeste americano. De verdad, Ron. Aprenderás mucho de todo lo que veas y de las personas que conozcas. Lleva una vida austera, no vayas a moteles, prepárate tú mismo la comida. Ten como norma gastar lo menos posible y la satisfacción con que vivirás será mucho mayor. Espero que la próxima vez que nos veamos seas un hombre nuevo y hayas acumulado un sinfín de aventuras y experiencias. No lo pienses dos veces. No intentes encontrar justificaciones para aplazarlo. Sólo tienes que salir y hacerlo. Así de simple. Sentirás una gran alegría por haber emprendido un nuevo camino. Cuídate, Ron,

ALEX

(Carta de Christopher McClandess    a un buen octogenario amigo suyo, previo el viaje del primero a la recóndita Alaska)


10 de enero de 2013

NY - NY

Las crónícas-beatnik-punk-autobiográficas de Patti Smith, Éramos unos niños, son consideradas (¿cada vez más?)  una guía para recorrer un New York que ya no está. Su lado B. Esa ciudad de mierda en los setenta que se caía a pedazos (primeros planos cortesía de la BBC en el tercer episodio de su documental Las Siete eras del rock), pero donde a la vez se creó harto... 


Una o dos semanas después, entré en El Quixote buscando a Harry y Peggy. Era un bar restaurante contiguo al hotel que estaba comunicado con el vestíbulo por una puerta, por eso lo considerábamos nuestro bar, como les había ocurrido a muchos desde hacía décadas. Dylan Thomas, Terry Southern, Eugene O'Neill y Thomas Wolfe eran algunos de los clientes que habían bebido más de la cuenta en El Quixote. Yo llevaba un vestido azul marino de lunares blancos y un sombrero de paja, mi conjunto de Al este del Edén. A mi izquierda, Janis Joplin estaba conversando con su banda en una mesa. A mi derecha vi a Grace Slick con Jefferson Airplane y a componentes de Country Joe amp; The Fish. En la última mesa, delante de la puerta, estaba Jimi Hendrix con la cabeza gacha, comiendo con el sombrero puesto, delante de una rubia. Había músicos por doquier, sentados a las mesas con montañas de gambas con salsa verde, paella, jarras de sangría y botellas de tequila. Pese a mi asombro, no me sentía una intrusa. El Chelsea era mi casa y El Quixote mi bar. No había guardias de seguridad ni ningún trato de privilegio. Estaban allí por el festival de Woodstock, pero yo estaba tan encerrada en el hotel que no era consciente del festival ni de qué significaba. Grace Slick se levantó y pasó por mi lado. Llevaba un vestido indio hasta los pies y tenía los ojos violetas como Liz Taylor. —Hola —dije, advirtiendo que yo era más alta. —Hola —respondió ella. Cuando regresé a mi habitación, sentí una inexplicable afinidad con aquellas personas, aunque no tenía forma de interpretar tal sentimiento. Jamás habría podido predecir que un día tomaría su camino. En aquella época, aún era una larguirucha dependienta de librería de veintidós años que lidiaba con varios poemas inconclusos.

5 de enero de 2013

El buen vivir según Bukowski...


...jodíamos mucho y, para suerte mía, Linda tenía un polvo magnífico. Todo aquel hotel estaba  lleno de gente como nosotros, que bebían vino y jodían y no sabían después qué. De vez en cuando, uno de ellos se tiraba por la ventana. pero el dinero siempre nos llegaba de algún sitio; justo cuando todo parecía indicar que tendríamos que comernos nuestra propia mierda, una vez trescientos dólares de una tía muerta, otra un reembolso fiscal demorado. otra vez, iba yo en autobús y en el asiento de enfrente aparecen aquellas monedas de cincuenta centavos. yo no sabía, ni lo sé todavía, qué significaba aquello, quién lo había dejado allí. Me cambié de asiento y empecé a guardarme las monedas. cuando llené los bolsillos, apreté el timbre y bajé en la primera parada. Nadie dijo nada ni intentó detenerme. en fin, cuando estás borracho, sueles ser afortunado; aunque no seas un tipo de suerte, puedes ser afortunado...

De Tres mujeres - La máquina de follar.

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