30 de abril de 2011

Sabato


Escribe cuando no soportes más, cuando comprendás que te podés volver loco… Somos dioses cuando soñamos y mendigos cuando estamos despiertos.

Por fin eres libre de los demonios, descansa en paz...

Cuando me muera, quiero que me velen acá, para que la gente del barrio pueda acompañarme en este viaje final. Y quiero que me recuerden como un vecino, a veces cascarrabias, pero en el fondo un buen tipo. Es a todo lo que aspiro.

28 de abril de 2011

Visça

El día de ayer las oficinas estuvieron vacías. Masiva fuga de trabajo. El cuerpo podía estar en las calles pero la mente se había trasladado a Madrid. El partidazo que tanto lo habían adobado y asado a niveles infernales no lo fue. Un solo equipo en la cancha, aunque esta vez no deslumbró el Pep-team/dream-team. El Real de una vez esperando lo peor (la prepotencia de Ramos, la bestialidad de Pepé, las niñerías de Cristiano). Messi haciendo de las suyas. Mourinho habla de vergüenza, pues debería referirse a él por como planteo el partido. "¡Siempre lo mismo!" decía al final del partido, yendo a los vestuarios. Impotencia. Parafraseando al italiano que comenta en ESPN: un equipo que en 58 encuentros juego proponiendo, queriendo avasallar, y dos más importantes, cuando debe jugarse la vida, parece el Almería. El buen fútbol e ir hacia adelante por suerte aún se impone. Salud por eso.

24 de abril de 2011

Recomendaciones gastronómicas

Más allá de una cuestión de supervivencia, de agarrar energías para continuar con las actividades diarias llenando el estómago con lo que sea, al recorrer desde hace seis meses la misma vía que va desde Guayaquil hasta Balzar, una y otra vez, en la búsqueda de algo que además de satisfecho en cantidad me deje con un agradable sabor en el diente, he podido hallar un par accesibles sitios en el que se cocina no sé si con amor pero sí con buenas manos, esperando que el lector, preocupado en no agarrar alguna intoxicación, infección o descompensación intestinal, y timorato de alimentarse y degustar de en la ruta, sepa apreciar y atreverse a poner en práctica estas recomendaciones.

Balzar: Pasando el redondel, al llegar al primer semáforo, donde muchos se bajan de la balzareña o la empalmeña, en la esquina un horno de metal se alcanza a ver con decenas de delicias envueltas en hojas de verde aguardando por ser devoradas. Los mejores bollos de pescado que he probado. Los mejores en 100 km. a la redonda. Todos los comen y piden, y sin embargo el local solo tiene tres mesas. Toca sentarse al lado de desconocidos para degustar. Nada mejor por $ 1,60 ($ 2,00 con cola). Te atiende el dueño con su acento de campesino. Un tipo que al no poder mejorar su perfecto bollo de pescado también ofrece bollos de pollo, cerdo y hasta guata. Todos valen la pena, aunque al final me sigo quedando con el de pescado más la respectiva porción de arroz (y cocolón para quien le guste).

Palestina: La Madrina debe ser toda una institución cantonal, un punto referente palestineño, una clásica parada de camioneros. Pasas la entrada al recinto Coroladal y ya estás cerca, pero si casi es la una de la tarde olvídalo, perdiste. Ya se acabaron los almuerzos. Cuatro mujeres cocinando con todo el amor que se puede darle a los clientes, a la carne cruda, condimentos y vegetales, y una supervisando: la matrona, la madame de ese huequito de placer al que uno accede por dos dólares. La carta nunca decepciona sea lo que sea: Viche, caldo de pata, bistec, seco de pollo, pescado apanado. El primer oasis que encontré, más de una sonrisa me he arrancado, y a varios escépticos quiteños y extranjeros los ha dejado contentísimos.

Santa Lucía: De la carretera hay que meterse a la cabecera cantonal, a un lado de la iglesia y frente al parque (lo que siempre, según recomendación de viajeros amigos, junto al chongo, es obligación conocer en los pueblos) para encontrar un muy buen asadero de pollos. Un sitio que además de su sabrosa ave dorada vale la pena conocer si estás a punto de filmar una película con tintes rurales, de fugas o de viajes a lugares sin sentido. Música chichera y corta venas, meseras de amplios escotes y duro tratar que parecen salidas de un burdel, decorados de madera, luces pálidas y deprimentes, hombres tatuados y silenciosos generan una atmósfera de cantina, de encontrarse en Tijuana a punto de cruzar la frontera.

Daule: Más pollo, presa acompañada con arroz con menestra. Una de las mejores recetas de fréjoles que se pueden probar por estos lares. Ni muy espesa ni muy liquida, el color café correcto, el tomate y los otros vegetales licuados no se sienten, los granos suaves. Echarle un poquito de esa espesa y mejorada mayonesa, que es especialidad de la casa, la vuelve todavía mejor. Como la mayoría de los sitios en los que uno puede comer, que aún están con el contrapiso, las paredes sin pintar, y los pilares casi vírgenes, tampoco tiene nombre ni un letrero que lo resalte. Ubicado cerca del Municipio, al lado de la farmacia Cruz Azul, el dueño siempre te atiendo con un “Hola Amigo” a pesar de que nunca lo hayas visto.

Nobol: Dos abuelos. Un par de jubilados sin deseo de tirar la toalla todavía en una ubicación que no podría ser mejor. Al lado del sendero que conduce al santuario donde descansa Narcisita, vendiendo unos jugos a 25 centavos por los que cualquiera podría pagar el doble. Es obligación tomar el denominado de leche: canela, clara de huevo y un polvo amarillo. Un viaje en el tiempo a la niñez. Y para cosas saladas es de esperar a las cuatro de la tarde, cuando tranquilamente llega una señora, instala su carpa y vende unos corviches y tortillas de verde que bañadas en ají son una verdadera obra de arte. Los clientes llegan como moscas, se congregan de la misma manera en que sucede con un accidente de tránsito. Es de esperar. Pase lo que pase ese sabor con un toque de limón alegra el día.

20 de abril de 2011

Bitácora de viaje


Como si salieran flores, ramas y crocantes frutos de las hojas al cerrar el libro. La misma inesperada sensación que abrir la puerta una mañana y encontrarse a Sinatra cantando mientras poda el césped vecino. Botar la basura en el poste de la esquina y en medio de los residuos tirados por el resto de personas que viven en el barrio hallar un unicornio de bolsillo con el don de descifrar los pronósticos deportivos de los siguientes cincuenta años. Una sonrisa difícil de cerrar, casi una lágrima por la nostalgia de que lo bueno se acabó y varias emociones encontradas al leer los últimos párrafos de Los autonautas de la cosmopita. Ese atemporal, fantástico y absurdo viaje que emprendieron Julio Cortázar junto a su esposa Caroline Dunlop, que tiene algo de Facebook prehistórico con fotos etiquetadas, comentarios y cambios de estado. Un mes recorriendo la autopista entre París y Marsella (la del Sur, la del atasco infinito de un cuento de 33 páginas), visitando cada paradero de la misma forma en que lo hacían los expedicionarios. Una travesía que únicamente pueden emprender aquellos que no toman en serio la vida y han encontrado ahí la alegría y felicidad. Detenerse un minuto y dilatar ese momento ante lo obvio, describir lo que se ve a diario. El Cronopio se comporta igual que uno de sus personajes, juega a ser parte de un cuento de Cortázar (¿o tal vez él fue el que les puso algo suyo al crearlos?). Imposible no disfrutar de haber caído en la trampa; ante la burla de una bitácora que se ríe de lo establecido.

Cuanto más avanzamos, mayor parece la libertad de que gozamos. Y no, de ninguna manera, porque nos estemos acercando a Marsella. Al contrario, probablemente el hecho de habernos alejado del punto de partida y de haber perdido de vista a la vez y completamente el fin del viaje, es lo que da esa calidad. Poco a poco aprendemos no sólo a mirar el espacio del que hablaba el hipotético filósofo indio, sino a serlo con todo lo que somos. Y este espacio entre los objetos, desde el momento en que la mirada los deja fuera, a un lado y otro de su campo de visión, ¿no es por definición sin límites?

Toda expedición supone que de alguna manera Marco Polo, Colón o Shackleton no habían perdido del todo al niño que llevaban dentro. El mío, en todo caso, está sumamente avispado y despierto a la hora en que cada parking le abre su cola de pavorreal (a veces un poco desplumada, a veces irisada y suntuosa) para llenarlo de maravilla, gusanos, hormigas y camiones con leyendas llenas de encanto, como por ejemplo el de la SOPA SPEEDY que acabo de ver pasar mientras termino esta frase.


También yo jugué ese último juego antes de las naranjas y el café y el agua fresca, un juego que viene de la infancia y que es taparse con la sábana, desaparecer en esas aguas de aire espeso y entonces de espaldas doblar poco a poco las piernas levantando la sábana con las rodillas para hacer una tienda, y dentro de la tienda establecer el reino y allí jugar pensando que el mundo es solamente eso, que por fuera de la tienda no hay nada, que el reino es solamente el reino y que se está bien en el reino y nada más hace falta. Dormías dándome la espalda, pero cuando digo que me la dabas estoy diciendo mucho más que una mera manera de decir, porque tu espalda se bañaba en el resplandor de acuario que nacía del sol filtrándose por la sábana vuelta cúpula traslúcida, una sábana de finas rayas verdes, amarillas, azules y rojas que se resolvían en un polvo de luz, oro flotante donde tu cuerpo inscribía su oro más sombrío, bronce y mercurio, zonas de sombra azul, pozas y valles.

La autopista un río rosa, sobre el cual flota una bruma violeta apenas perceptible, y los autos y los camiones pasan como fantasmas, su estrépito esfumado por la noche, por la niebla que todo lo suaviza, por la distancia que entre ellos y nosotros delimita los mundos que vivimos, como si no fuéramos ni pudiéramos ser viajeros de un mismo camino. Extraño silencio lleno de murmullos, roto de tiempo en tiempo por el arrancar de un camión, por los frenos estrepitosos de un tren, silencio hecho de sonidos y rumores y cuya existencia —de la que participa cada uno de nuestros gestos— nos confirma de algún modo que estamos ahí donde creemos estar, que el objetivo del viaje ha sido alcanzado, y sólo nos queda por decirnos, con esa sonrisa que acaso sin saberlo significa que darás otro paso adelante y que me encontraré de nuevo en tus brazos, que ese objetivo que no es más fijo que los paraderos, que el mundo o las estrellas, lo estamos viviendo con una naturalidad cada día.

17 de abril de 2011

NOLA según David Simon


Cantaba Louis Armstrong junto a Billie Holiday, en ese nostálgico tema llamado Do you know what it means to miss New Orleans – con el que comienza un documental de Spike Lee sobre la ciudad después de Katrina –, que NOLA fue el lugar donde dejó su corazón. Bob Dylan en sus crónicas decía, mientras viajaba al sur para grabar Oh, mercy!, que le gustan muchos sitios pero ninguno como NOLA. “A cada instante se presentan mil perspectivas distintas”, “…a diferencia de muchos lugares a los que regresas para descubrir que su magia se ha esfumado, todavía conserva la suya”; caminando por los cementerios en busca de las huellas de Tennessee Williams. Para Anthony Bourdain es un estado mental. Kerouac disfrutaba su olor al llegar. Ray Charles tuvo una mujer ahí a la que le pide que regrese. Con lo que mostró David Simon en la primera temporada de Treme no quedan más ganas que embarcarse utilizando todos los ahorros en un viaje a New Orleans; ese lugar que también ha dejado con ganas de contar historias a David Lynch, a Truman Capote (para sus momentos de paz) y muchos más…

El creador de aquella novelita rusa llamada The Wire, que hace años pasaban por HBO, después de vivir un tiempo con los soldados norteamericanos en Iraq, tuvo como nuevo proyecto mostrar New Orleans después de Katrina. Mucha investigación, porque lo que resaltó es la escencia del lugar, o al menos eso es lo que creo, pensando por alguna razón que tengo razón. Una ciudad que prácticamente vive en la calle. Sus ruidos, olores, colores, situaciones, temperamento y sobre todo ritmos. En medio de la miseria, de avenidas desiertas y devastadas. Con un argumento que podría dar para historias fáciles, sentimentales, de echar la culpa, lo que hace Simon es revelar cómo los personajes se levantan para continuar andando, esperando evitar el próximo embate, en una serie de televisión coral, con varios momentos que son para retratar, como ese de padre e hijo tocando jazz bajos los techos de una casa derrumbada, donde se cuentan varios relatos que suceden a la vez. Mucho mejor que cualquiera de esas películas dedicadas a NY, París o próximamente a Río de Janeiro.



The Treme experience tiene los aires de ser una corta película indie, en la que la música tiene mucha, pero mucha relevancia. Con secuencias que duran lo que dura una canción (Buona Sera, Indian Red). Vidas cotidianas con ritmos de jazz, swing y blues. Alguna debe caer bien, otra mal. Lo que hace una talentosa cocinera con un restaurante en respiración artificial; un burgués vago al que siempre le salen las cosas con un final feliz; la recientemente Oscarizada Melissa Leo en su papel de abogada por los derechos civiles y madre liberal con un esposo de la talla de John Goodman en el rol de un escritor al que su ciudad le quebró el corazón; el talentoso músico Antoine Batiste (en los pies de Wendell “The Wire” Pierce) que se gana el dinero al día y que hasta cuando habla o tiene gestos pareciera que estuviera tocando algo, y otros que viven juntos y tocan en la calle; y lo mejor: los indios, esa cultura escondida que dedica todo los día del año para dos fechas en especial, que para el resto de comunes mortales pierden el tiempo en cosas efímeras, pero ellos tienen un propósito mayor de existencia que cualquiera de esos que critican. Era imposible que no se dé una segunda temporada con tantas cosas para contar. Su creador ya se imagina un final con el derrame del golfo y el Super Bowl, en una ciudad que difícilmente se ahogará (cantaba Steve Earle). Larga vida a NOLA. Sólo falta una semana para que vuelva a la pantalla.








14 de abril de 2011

Leyes talibanes


Del asiento derecho al izquierdo, el que tiene volante. Pronto dejaré de ser una passenger (“and I ride and ride”, como cante Iggy Pop). Que chucha. Soy de los más viejos de la clase pero por fin estoy haciendo el curso en ANETA. Sentar cabeza. Adquirir activos fijos y patrimonio con el sudor de la frente. Un auto por ahí de segunda. El más ecológico y el que menos me coma los bolsillos. En la clase de práctica el guía sigue deseando que hubiera sido una peladota, o una tiernita para apercollar; porque se pasa todo la hora escribiendo en el BB, sin pararle mucha bola a lo pistola que valgo porque no manejo hace una vida, así estemos en plena intersección y me esté pasando la luz roja. Falta de muchas horas de vuelo. La teoría más que una cátedra sobre conducción segura y adquirir confianza en las vías parece una charla de fatalismo, una película de terror. Las palabras “accidente” o “choque” deben repetirse cada dos minutos. Una advertencia tras otra: Si comió mal desista de conducir, si le cambió el humor procure no manejar, si bosteza oríllese a un lugar seguro y tome una siesta. Me recuerda a ese capítulo de House cuando el demente doctor le dice a uno de sus pupilos que para maniobrar un automóvil de forma precavida deberían atarnos al sillón y ponernos en el cuello un inmenso machete afilado, porque de esa manera nadie rebasaría los 10 kilómetros por hora.

Leyendo la nueva ley de tránsito se puede ver que ahora el límite máximo de velocidad en la zona urbana es de 50 kilómetros por hora. Cárcel de tres días a quien lo exceda. Lo mismo a quien no cargue licencia. Siempre ir por la derecha. Ahora imaginen Guayaquil todos yendo por el carril derecho y a ese ritmo. Además que no llegaríamos nunca, sucedería esa escena del episodio de los Simpsons en el que March (con su nueva camioneta 4x4) acude a un seminario sobre manejo de ira, y los asistentes insisten en cederse el paso uno al otro hasta que todos agotan su paciencia al mismo tiempo. Pero continuan sucediendo los accidentes, así el nuevo tope de alcohol para terminar tras las rejas sea equivalente a un vaso de biela. En Pedro Carbo dos Coactur (también manabita al igual que la Reina del Camino) se estrellaron de frente dejando decenas de heridos. Sería irresponsable no darme cuenta de esto, pero a lo que voy es que las autoridades se van por el camino fácil; poniendo leyes más severas. Todo aguanta el papel. En la misma ley de tránsito, supuestamente para evitar el sicariato, en una moto no puede ir más de una persona. Restricciones con ciertos toques talibanes, y eso que los buseteros continuan parando donde les da la gana y metiendo cuarta cuando deben apurarse para pasar tarjeta.

El Ecuador como sociedad ve las manillas del reloj girar de derecha a izquierda y no al revés como normalmente funciona. Las leyes primero y después los medios para cumplirla o prevenir situaciones fatales (lo que se repite en el área de salud con las maternidades llenas de niños situados en lavacaras, o en la educación con colegios, universidades y escuelas sin cupos). Se supone que los peatones también deben cumplir con las normas de tránsito, con riesgo a sanciones, sobre todo a la hora de cruzar las calles. Habría que preguntarse cuantas esquinas poseen líneas de paso cebra y semáforos para peatones. Se hace la fácil. Mucho más complejo sería educar e inculcar la responsabilidad de los actos, además de prevenir con revisiones y controles. Difícil pero sería algo que valdría la pena, quedaría para el futuro. Por ahora nos tratan como a hijos. Sólo falta la puteada. Algunos la merecen...

10 de abril de 2011

Mi rutinaria vida de estrella de cine


Salinger mencionaba (a través de quien más que Holden Caulfield) que sería lo mejor del mundo tener el número telefónico de un escritor que en realidad te gusta leerlo. Para llamarlo en las noches y hacerle preguntas, hablar libros. Después de haber visto sus vírgenes suicidas, quisiera tener el teléfono de Sofia Coppola (directora, no escritora). ¿Por qué? Porque mientras mi madre dice que le desesperan esas escenas donde los personajes no hacen nada, como el inicio de la segunda temporada de los Sopranos cuando Tony y Carmella antes que termine el episodio se quedan comiendo pastas y viéndose uno al otro en el comedor, yo disfruto esos secos y minimalistas segundos donde se dice todo sin decir nada, donde se conocen a los personajes y se los ve como a seres humanos, y no semidioses o extraterrestres. Sofia es parte del clan. Hasta luego, querida. Que te vaya todo bien.

Con Historias de Cronopio y famas Cortázar trato de jugarle una broma a la monotonía, burlarse de ella. Al principio de su manual de instrucciones habla de negarse al acto delicado de girar el picaporte, “ese acto por el cual todo podría transformarse”. La misma mujer el mismo reloj. No imposible pero muy difícil. Ni siquiera Jonhy Marco (un excelente Stephen Dorff) en su calidad de estrella de cine puede vencer a esa medusa llamada rutina. De la piscina a conducir el Ferrari, fumar cada vez que se pueda, beber algo de alcohol, piropos, alguna tipa mostrándole los pechos, acostarse con otra, fiestas en su propio departamento que no organizó, visitar una vez a la semana a su hija, gemelas bailarinas de caño haciendo sus shows ya preparados y practicados, dormir mucho. Un detrás de la cámara de la vida de glamour, a ratos pudiendo ver ruedas de prensa con preguntas sin sentido y sesiones de fotos en que se aparente ser feliz. El personaje de la hija de Francis Ford parece salido de un cuento de Bret Easton Ellis, sólo que en una versión más edulcorada, neutra. En Somewhere la película se abre con un auto dando vueltas una y otra vez a la pista. Ése es el ritmo a seguir.
Los primeros minutos son casi una película muda. Johny es un personaje inaccesible, al que no le molesta nada de lo que le rodea. En un momento le piden quedarse quieto por 30 minutos. Lo cubren con una máscara. Una mirada introspectiva de quién en realidad es. Imposible de descifrarlo. Todo sigue en cero hasta que llega su hija, con quien deberá permanecer unos días porque su madre se ha dado a la fuga, y el tipo que tenía algunos rasgos de sociópata se convierte en un padre modelo de una niña muy autosuficiente (notable Ellen Fanning). Jugar Guitar Hero, viaje a Italia, paseos en limusina, una siesta en el salón de un hotel, clases de ballet. La felicidad de una vida cómoda, entre palmeras y amplias carreteras. Las secuencias y dirección de arte parecen un video musical, una canción de The Strokes. Una bella y estilizada melancolía de tres minutos donde los acordes se repiten una y otras vez. En Johnny se despierta algo. Imágenes con toques de cine independiente y europeo que se dejan disfrutar. No importa el qué o cuándo, sino el cómo.

Sofia Coppola no llena de cursilerías a sus personajes, ni de momentos melodramáticos, ni los quiere perdonar o redimir. Los pone frente a la cámara como simples seres que hacen su trabajo, que tratan de llevar una vida semejante a la de los demás. Y los sigue, permite que los espectadores los acompañen durante una jornada cotidiana. Una lástima que al final se haya decidido por liberar a Marco y querer convertirlo en el héroe que no es. Porque al final Johnny, jugando a ser James Dean, es la representación de lo que cualquier sujeto hubiera hecho bajo su situación.



7 de abril de 2011

Hombres de la mafia desesperados

Rodrigo Fresán recomendaba no ver Los Sopranos cuando se transmitía cada semana en HBO, esperando los 6 meses para una nueva temporada, sino comprar las cajitas de DVD y devorarlos en un par de semanas. Me arrepiento de no haberlo hecho antes. A ratos es poesía. y a ratos una comedia Los patos en el jardín. El jefe de la mafia con los problemas de cualquier hombre de mediana edad, confesándose ante una psiquiatra, tomando Prozac y Litio que saca de su gaveta. Tony deprimido, la música suicida de fondo, los movimientos de cámara. Quedé loco con el capítulo Isabella. Una dosis de realidad. Una balada de Tom Waits. Esto continuará...

3 de abril de 2011

Sobre el asfalto

De acuerdo a Wikipedia Sal Paradise es Jack Kerouac, y Dean Moriarty es la leyenda Neal Cassidy, y Carlo Marx es Allan Ginsberg, y Chad King es Haldon Chase, y Tim Gray en realidad es Ed White, y para Walter Salles la bella Marylou es Kristen Stewart sólo que sin colmillos; y no puedo estar más de acuerdo. Hace dos días soñé con Kristen Stewart (Zooey Deschanel también aparecía) y el día no pudo haber sido mejor. Al final llovió y a lo largo de esa carretera norte que cruza la provincia, donde trabajo con un sol despiadado que no da tregua, todos corrieron a sembrar, se abrazaron. La siniestra sombra en llamas que siempre veía correr por los arrozales por fin descansó. Apresurado, ansioso, queriendo conseguir los objetivos, caminar sin saber donde llegaría, el sueño fue como una advertencia para no ser devorado por el frenesí del mundo. No convertirme en uno más: Ahora fíjate un poco en esos de ahí adelante. Están inquietos, contando los kilómetros que faltan, piensan en donde van a dormir esta noche, cuánto dinero van a gastar en gasolina, el tiempo que hará, cuándo llegarán a su destino… como si en cualquier caso no fueran a llegar. Pero no necesitan preocuparse y traicionan el tiempo con falsas urgencias… Toco madera. Fuck them. Enciendo el computador y pongo el Bringing it all back home. Outlaw blues, On the road again y un negro y joven Dylan cantando It’s allright , ma (I’m only bleeding) en la entrada de una casa en Carolina del Sur. La realidad deja de sacudirse. Si todo se derrumba y se va a la mierda es porque así lo he querido.


Dylan + Kerouac + Un-vaso-de-vino-barato-de-cartón. El fin de semana está salvado. Dean Moriarty te contagia algo y eso no está nada mal. Tarareo Don’t think twice, it´s alright. On the road no es una gran novela, es más bien un estado mental. Todo es lo mismo pero a la vez diferente. Siempre recorrer la ruta 66. Se podría ponerla en la mesita de noche con un aviso de utilizar en caso de emergencia cuando se esté a punto de convertirse en un esclavo de la rutina. No es para reseñas o críticas. Es para vivirla, atreverse, dejarse de huevadas y hacer un curso intensivo de lo que se ve fuera de las cuatro paredes del cubículo. O para disfrutarla, imaginar cómo hubieran sido las cosas… Pienso en Bolaño en su estudio de Barcelona enviando a sus detectives salvajes recorrer el desierto de Sonora. Poniéndoles algo de beat. Confesiones de invierno. Me gusta estar al lado del camino. La vida hecha poesía. Ahora que me entero que hay película sólo pienso que ojalá Salles por lo menos capture el espíritu. Esos roadtrip de San Francisco a New York y de New York a San Francisco, con parada obligatoria en Denver, contados en 208 páginas, tienen como mayor logro haber sido una verdadera influencia. El germen de millares de viajes en carretera, de historias de asfalto, de cambios de vida, de descubrimientos. El Magical mistery tour beat avisa que la próxima estación es Los subterráneos


Creía que toda la soledad de América estaba en el Oeste hasta que el Fantasma del Susquehanna me demostró lo contrario. No, también hay soledad en el Este; la misma que Ben Franklin recorrió en su carreta de bueyes cuando era administrador de correos, la misma de cuando George Washington luchaba contra los indios, de cuando Daniel Boone contaba anécdotas a la luz de las linternas en Pennsylvania y prometía encontrar el Paso, de cuando Bradford construyó la carretera y los hombres armaban líos en cabañas de troncos. No había ya grandes espacios de Arizona para el hombrecito, sólo el monte bajo del este de Pennsylvania, Maryland y Virginia, los caminos apartados, las carreteras de negro alquitrán que serpentean a lo largo de ríos siniestros como el Susquehanna, el Monongahela, el viejo Potomac y el Monocacy.

Por fin era un ángel, como yo siempre había sabido que sería algún día; pero como cualquier ángel aún tenía ataques de furor y de rabia, y aquella noche cuando todos nos fuimos de la fiesta y entramos en el bar del Windsor haciendo ruido, Dean se convirtió en un borracho frenético y demoníaco y seráfico. Recuérdese que el Windsor, el gran hotel de Denver cuando la fiebre del oro e interesante por otros muchos aspectos en el gran saloon de abajo aún se veían los agujeros de las balas en la pared—, había sido el hogar de Dean. Había vivido en una de las habitaciones de arriba con su padre. No era un turista. Bebió en el saloon como si fuera el fantasma de su padre; tragó vino, cerveza y whisky como si fuera agua. La cara se le puso roja y sudaba y gritaba y soltaba alaridos por el bar y se tambaleaba por la pista de baile donde los chuletas del Oeste bailaban con las chicas y quiso tocar el piano y se abrazó con ex presidiarios y alborotó con ellos a más y mejor.

Habían bajado desde las sombrías montañas y desde las alturas a tender las manos hacia algo que pensaban que podía ofrecerles la civilización sin imaginarse la tristeza y pobreza y decepciones de ésta. Desconocían que había una bomba capaz de destruir todos nuestros puentes y carreteras y reducirlos a polvo, y que algún día seríamos tan pobres como ellos y tenderíamos nuestras manos del mismo modo en que ellos lo hacían.

Nuestro destartalado Ford, el Ford americano de los años treinta, pasaba haciendo ruido y se perdía en el polvo. ¿Qué se siente cuando uno se aleja de la gente y ésta retrocede en el llano hasta que se convierte en motitas que se desvanecen? Es que el mundo que nos rodea es demasiado grande, y es el adiós. Pero nos lanzamos hacia adelante en busca de la próxima aventura disparatada bajo los cielos.


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