24 de mayo de 2011

HB

Dylan cumpleaños hoy, igual que yo. En algo me tenía que parecer. Siete décadas y es más joven. Muchos regalos de su parte. Tantos vaso de vino y algún johny o jack con los amigos o en medio de la más reconfortante soledad. Gracias viejo. Un salud a tu nombre...





19 de mayo de 2011

Unplugged 2.0

De las pocas cosas que valen la pena...

Un relax del blog... Sin ideas para escribir. Reseteando

Leyendo a David Foster Wallace y escuchando Nirvana en cada rato que la bachata no abomba.

Salud.

DEL VHS AL YUTUB

11 de mayo de 2011

I'm legend

Música obligatoria para viajes a la playa, para limpiar la saña, olvidar la terrible realidad... 30 años. Me quedo con el post de Fernando Navarro, que como decía: hay cosas de las que no te puedes despegar.

Puede que suene a cliché, pero por favor el día que muera, que alguien toque Redemption song...



We're jamming
I wanna jam it with you,
We're jamming, jamming
And i hope you like jamming too
Ain't no rules, ain't no vow, we can do it anyhow
I and i will see you through,
'cos every day we pay the price with a little sacrifice
Jamming till the jam is through.
We're jamming
To think that jamming was a thing of the past,
We're jamming, jamming
And i hope this jam is gonna last
No bullet can stop us now, we neither beg nor will we bow
Neither can be bought or sold.
We all defend the right, jah jah children must unite
Your life is worth much more than gold.
We're jamming, jamming
We're jamming in the name of the lord
We're jamming, jamming
We're jamming right straight from jah
Holy mount zion
Holy mount zion
Jah sitteth in mount zion
And rules all creation
Yeah, we're jamming, jamming
I wanna jam it with you
We're jamming, jamming
I'm jammed, i hope you're jamming too
Jam's about my pride and truth i cannot hide
Too keep you satisfied.
True love that now exist is the love i can't resist
So jam by my side.

9 de mayo de 2011

Lo que no se ve

La foto de la tapa ANAGRAMA es bastante buena. El brillo en el agua, un día de verano, felicidad. Atrapa, hipnotiza. Pero algo no está bien, engaña… El tipo acostado en el regazo de una mujer (¿su amante?, ¿amiga?, ¿hermana?), si se observa bien, se encuentra flotando. Los pies y espalda despegadas del suelo, la figura femenina es lo único que lo sostiene. Lección: La realidad muchas veces dista de lo que se ve a primeras. Aquella imagen dice demasiado. Aunque hasta antes de Invisible no había leído ninguna novela de Paul Auster, sabía que en todas sus ficciones nada de lo que parece suceder es la verdad.

Caminando por los pasillos de Mr. Books, a los tiempos, con desesperadas ganas de comprar y consumir literatura, esperando encontrar algo de Fresán o Missing de Fuguet, ante cierta decepción y sin querer quedarme con las manos vacías, pensé que era hora de darme una vuelta por las historias de Brooklyn de Paul Auster (aunque muy caras la mayorías, más de USD $ 30.00 sus novelas). Un autor que es más conocido en Barcelona o Buenos Aires que en su natal NY. Lo que queda en el paladar, con Invisible es un gusto agridulce. La incertidumbre de algo que no se sabe si se volverá a probar.

El novelista en una entrevista publicada en la web mencionaba que este libro, como la mayoría, lo escribió muy rápido, tratando de quitarse una idea que le revoloteo en la cabeza por un par de meses. Se nota. Agarró un poco de una historia que se parece mucho a The Dreamers de Bertolucci, con la pareja de franceses queriendo introducir al protagonista Adam Walker en su bizarro mundo, la relación casi incestuosa entre hermanos y la tumultuosa víspera del mayo del 68; varias referencias literarias como escritos de Dante, alusiones a Milton y homenajes a T.S. Elliot; y a ratos un thriller en que se debe buscar la verdad, lo que pasó en realidad una primavera de 1967, un asesinato, una extraña relación entre un proyecto y estudiante, lo que en realidad sucedió… Invisible más que una novela parece un ejercicio de un taller de literatura, colocando en la trama la perspectiva de diferentes personajes, y dándole valor al uso de los pronombres y el tono en que están escritas las escenas (primera, segunda o tercera persona); teniendo más importancia el estilo que lo que intentan decir sus personajes.

Diálogos mediocres, situaciones extrañas, personajes de cartón son las primeras apreciaciones. Sin embargo continuo con más dudas que respuestas… ¿Ganas de más?, ¿en un futuro otra novela de Auster? Puede que sí. Como un buen ají, muy en el fondo deja su marca y esta no sé si es buena, pero es única.


Born dijo que Margot y él estaban a punto de marcharse, pero entonces me vieron solo en el rincón, y como tenía aquel aire tan desdichado, decidieron acercarse para animarme un poco: sólo para asegurarse de que no me rebanaría el cuello antes de que acabara la noche.

El chico ya no era una persona. Era aquella pistola y nada más, el revólver de pesadilla que vivía en la imaginación de cada neoyorquino, el arma inhumana, sin corazón, destinada a encontrarte una noche a solas en una calle oscura y enviarte tempranamente a la tumba.

Los temores se han materializado. La inocencia se ha convertido en culpa, y esperanza es una palabra cercana a la desesperación. En todos los barrios de París hay gente tirándose por la ventana. El metro está inundado de excrementos humanos. Los muertos están saliendo de sus tumbas. Fin del Acto II. Telón
.

Westfield (Nueva Jersey) no es Westfield (Nueva Jersey). El lago Eco no es el lago Eco. Oakland (California) no es Oakland (California). Boston no es Boston, y aunque la que no es Gwyn trabaja en una casa de edición, no es directora de una editorial universitaria. Nueva York no es Nueva York, la Universidad de Columbia no es la Universidad de Columbia, pero París si es París. Sólo París es real. He estado en condiciones de mantenerlo porque el Hotel du Sud desapareció hace mucho, y todas las pruebas documentadas de la estancia en 1967 de quien no es Walker también se han esfumado tiempo atrás.

Cuando me levanté de la silla y me marché del comedor, él seguía hablando, continuaba la perorata con su voz pastosa, de borracho, sin darse cuenta siquiera de que ya no estaba sentada en la mesa. Las capas de hielo polar se están fundiendo, afirmó. Dentro de quince o veinte años vendrán las inundaciones. Ciudades anegadas, continentes arrasados, el fin de todo. Tú seguirás viviendo, Cécile. Alcanzarás a verlo, y luego morirás ahogada. Te ahogarás con todos los demás, con otros miles de millones, y ahí se acabará todo. Como te envidio, Cécile. Podrás presenciar el fin de todas las cosas.

5 de mayo de 2011

Aquellos Santos Lugares

Siguiendo la onda Sabato - al que ya le cansó puede cerra aquí la página -, un texto propio, que apareció en la Gatopardo (Juan Fernando Andrade en su blog escribió un sublime post, deseándonos a todos haber nacido en un pequeño pueblo) de un escritor argentino que mientras un Papa iba camino a ser santo, él dejó su pequeño paraíso.







Ya muy cansado en esta calurosa tarde de verano he salido a despejar mi ánimo al jardín. Sentado junto a la silenciosa compañía de las magnolias, entre los jazmines y las inmensas araucarias, me detuve a observar la trama que las enredaderas han ido labrando sobre las paredes de esta casa que es ya una ruina querida, con persianas podridas o desquiciadas, y, sin embargo, o precisamente por su vejez parecida a la mía, comprendo que no la cambiaría por ninguna mansión en el mundo.

Así he pasado un largo rato bajo la luz del crepúsculo, mientras volvían a mi memoria algunos acontecimientos, el recuerdo de personas que me han ayudado a resistir esta vida tumultuosa y llena de contradicciones, y que han sido para mí como esta costa lejana en la que finalmente podemos descansar luego de un largo naufragio.

A medida que pasan los años, cuando nos vamos despidiendo de sueños y proyectos, más nos acercamos a la tierra de nuestra infancia, no a la tierra en general, sino a aquel pedazo, a aquel ínfimo (¡pero tan querido, tan añorado!) pedazo de tierra en que transcurrió nuestra niñez. Y entonces recordamos un árbol, la cara de algún amigo, un perro, un camino polvoriento en la siesta de verano, con su rumor de cigarras y un arroyito. Cosas así. No grandes cosas sino pequeñas y modestísimas, pero que entonces adquieren increíble magnitud. Durante mi infancia tuve enormes alegrías. Me recuerdo sintiendo las primeras gotas de lluvia en la tierra reseca de mis calles, sobre los techos de zinc, hasta que el chaparrón amainaba y los chicos salíamos corriendo descalzos a largar barquitos de papel. Y a esas maestritas del colegio primario que nos enseñaron a ser buscadores de la verdad, capaces de despertar en nosotros la pasión y el asombro, con ternura, como si se tratara de una partera. Fueron ellas las que nos señalaron las mayúsculas que deben llevar palabras como Justicia, Libertad, Patria. Hasta que un día crecemos y vemos cómo son degradadas por la corrupción y el oportunismo, descendido a minúsculas y, finalmente, debiendo ser puestas entre pavorosas comillas. También en esa época comencé mis torpes intentos en la pintura con unas acuarelas que me había regalado mi hermano Pancho.

Cuando me enviaron a seguir mis estudios secundarios en la ciudad de La Plata, lejos de mi madre, sufrí muchísimo. A menudo lloraba durante la noche en esa ciudad tan remota y extraña para mí, pero que luego estaría entrañablemente unida a mi destino. Ni el amor, ni los encuentros verdaderos, ni siquiera los profundos desencuentros son obra de las casualidades, y así, en esos conflictivos años, tuve también momentos de enorme alegría. En La Plata se echaron las raíces de todo lo que luego tuvo que ser, y las ciudades, que más tarde recorrí por el mundo, no pudieron borrar sus calles arboladas, sus tilos y sus plátanos. En sus bosques se forjaron las ideas que hasta hoy me acompañan, y fue en sus calles donde conocí el fervor libertario, cuando nos manifestábamos por el general Sandino, por los valerosos Sacco y Vanzetti. En aquel tiempo abracé los ideales anarquistas, los mismos que aún sigo alentando, por una comunidad de hombres libres y en la que haya también justicia social. Fue una época verdaderamente feliz en mi vida, con sus interminables partidas nocturnas de ajedrez que continuaban por la mañana con el estudio de las aperturas más célebres. Tanta era mi pasión que había llegado a pensar que con el diagrama de aquellas jugadas famosas se podría reflejar plásticamente la personalidad del jugador, y serviría, además, para distinguir si su estilo era clásico o barroco, impetuoso o de los exquisitos. ¡Con cuánto candor recuerdo aquellas ocurrencias de adolescente! También por esa época descubrí el enorme poder de la creación literaria. Me veo entrando en esas bibliotecas de barrio fundadas por hombres pobres e idealistas, para embargarme hacia los mundos de Salgari y de Julio Verne, en las grandes creaciones de los escritores rusos y la literatura romántica.

En muchas ocasiones he ido a los lugares donde vivieron los personajes de aquellas obras que me estimularon e influyeron en mi espíritu. Y cuando en un otoño de 1962 pude divisar la pequeña iglesia de Ry, desde una colina en Normandía; o cuando tembloroso entré en lo que había sido la farmacia de M. Homais; o cuando miré el sitio donde la pobre Emma tomaba la diligencia que la llevaba a Rouen, se me oprimió el corazón al pensar que por allí mismo había pasado tantas veces Flaubert. ¡Cuántas veces aquel hombre había ido hasta esa aldea! ¡Cuántas, desde una colina como esa se había detenido a meditar sobre la vida y la muerte! En una ocasión fuimos con Matilde hasta Tübingen, con el solo propósito de visitar el Seminario Evangélico y sentarnos en el banco aquel donde alguna vez un joven estudiante llamado Schelling se reunió a conversar con su compañero Hegel. Y luego nos acercamos a la casita del carpintero.

Las obras y los libros que leí, las teorías que frecuenté no estuvieron nunca dictadas de antemano, sino a partir de mis propios desgarramientos, a través de mis búsquedas personales en la ciencia, el surrealismo, la literatura, la revolución, atravesando desiertos tras un oasis que amenazaba siempre con desaparecer. Así he pasado de peligros de amor, de amargura, de pobreza, de desengaños políticos, mientras me aguardaba divisar bajo un cielo estrellado una señal que indicara nuevamente el rumbo. Y en momentos de grandes tristezas me ha reconfortado alguna cantata de Bach, un quinteto para cuerdas de Mozart, y, desde luego, el apasionado Beethoven, el desdichado y maravilloso Schumann. Y tantos, tantos otros: Brahms, Rachmaninov, Schönberg. Con los años, he sabido escuchar con agrado también esas tiernas canciones de Lennon, y la melancólica belleza que se trasluce en la voz de Joan Báez, aquella artista genial que tuve la dicha de conocer. Siempre he considerado que la música es el arte supremo. Basta a veces con un simple acorde, el melancólico sonido de una trompa para sentir nuevamente la presencia del absoluto.

Pero quienes me han ayudado a reconciliarme con la existencia, quienes me han revelado cuánto de placer y dignidad hay en la vida han sido esa clase de seres, a veces, muchas, los más humildes seres, que, con su coraje y su desinterés, con su solidaridad frente a los infortunios y los fracasos, han mantenido en mí una sed de infinito, y me han alentado hacia nuevas luchas.

Buenos Aires, marzo del 2000.

2 de mayo de 2011

Adiós



El Sábato con tilde de Abaddón el exterminador camina por Buenos Aires, con la cabeza gacha, seguramente inmerso en sus pensamientos. Llega a un cementerio donde encuentra una tumba y una cripta con su nombre. En su epitafio la única palabra que se lee es PAZ. Un anhelo, una ilusión. La mayoría de ocasiones los deseos no se cumplen. El Bruno de Sobre héroes y tumbas que escribía historias como el de la chica que rescata a Martín, del camionero de criollo dialecto, en mi imaginario, se parece más a su creador que el atormentado Sábato con tilde. Al menos eso quiero creer.

Con la noticia a Marcela le pido que me devuelva el Abaddón… que le presté hace tres años. Se hace la loca. Me dice que le gustó pero le dio mucho miedo. Sabato le da miedo, como si tuviera el alma poseída por algún demonio, con la capacidad de ver un atroz mundo. Los demonios ocultos. Después de leer su autobiografía Antes del fin (que me vendieron a seis pesos en Córdoba), ese mismo pensamiento que tenía cambió. A leguas se notaba la falta de deseos de vivir, la desesperanza total, la penetrante soledad, sin su hijo y fiel compañera. Algo de lástima provocaba. No parecía el mismo hombre que escribió las desquiciadas primeras páginas de El Túnel. Era uno más de sus condenados personajes, como ese joven con apariencia de pintura de El Greco llamado Martín. Casi un centenario es una carga pesada. Me arrepiento de no haberme topado antes con esa crónica de la Gatopardo sobre Santos Lugares y al mítico personaje que cobijaba, porque, me gusta pensar que, seguramente hubiera tomado el tren para dejar en la puerta principal de su casa una pequeña nota con la palabra gracias.

Otro que ya no está, un tucumano escribió un libro llamado Lugar común la muerte. Describía los momentos previos al fallecimiento de importantes personajes: Marx, Perón, Sucre, Rosas. Si hubiera narrado la muerte de Sabato puede que también haya mencionado la grata compañía de su gata, la ceguera final, el ánimo cerrándose, las sombras moviéndose detrás de la ventana, en otra dimensión como quien lo vivió. Sin embargo es probable que no haya atinado con su funeral. Para Alan Pauls el autor de esas tres novelas que son pocas para quienes piensan en cantidad, pero no han todavía comprendido la magnitud de lo que se encuentra en aquellas páginas, ya no se lo puede considerarse como un hombre de letras, trascendía de aquello (un referente nacional) y eso le disgustaba. Con toda esa hoja de vida no hubo grandes velorios. La ceremonia se desarrolló en el club deportivo de Santos Lugares porque así lo quiso. Únicamente con los amigos y vecinos, algo íntimo para un tipo que almorzó con Videla y que relató los horrores de la dictadura. Alguien del que su noticia de fallecimiento en el Ecuador apareció en el espacio de política y no de cultura. Un triste obituario.

Con la noticia viene una especie de extraño duelo, algo desapegado. Igual tristeza y nostalgia. Extraño saber el que ya no está allí, en ese pequeño rincón. Antes de leer Sobre héroes y tumbas lo máximo que había abierto eran los libros obligatorios de las clases de literatura del colegio. Las cosas cambiaron. Un nuevo mundo. No vacilo al decir que Sabato es lo mejor que he leído en mi vida. Y Sabato me acompañó en muchas ocasiones, en los buses de ida y vuelta a Durán para acudir al trabajo, en viajes a Cuenca dando vueltas por El Cajas, rupturas con novias, para pasar el rato en extraños hoteles, en Montañita mientras los otros iban al rave. Un motivo para visitar Buenos Aires, acudir al bar inglés, donde supuestamente escribía sus historias para no tener la tentación de quemarlas, sentarse y pedir algo, imaginarse como iba atrapando las ideas; al frente el Parque Lezama, recorrer el lugar en el que se encontraron Martín y Alejandra, viendo las mismas estatuas y también muchachos durmiendo en el parque, dándole de comer a las palomas mientras Fernando Vidal relataba su Informe sobre ciegos. A Marcela le pido que me devuelva el libro porque tres años son muchos. Casi un centenario muchos más.
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