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25 de septiembre de 2009

El pasado ya pasó

A Usain Bolt lo comparan con un extraterrestre. Personalmente, en carne y hueso, es lo más parecido que he visto a aquella animación del mundo de Matrix, llamada WORLD RECORD, donde un corredor por sobrepasar la marca mundial y alcanzar un tiempo inferior a los nueve segundos en los cien metros planos, exige tanto su cuerpo y su mente que lograr despertarse del idílico mundo creado por el computador y logra ver la horrible realidad (el personaje del Animatrix también tiene pinta de jamaiquino – aunque en su camiseta están escritas las siglas USA -; y esto puede deberse a que Jamaica es un país donde correr “forma parte del crecimiento como lo es jugar al beisbol en Estados Unidos o al fútbol en Europa, África o América Latina”, según el reportaje del NY TIMES publicado en EL UNIVERSO: Cuando se trata de correr, Jamaica gana). Bolt es el actual dueño de los récords mundiales en los cien y doscientos metros planos de atletismo. Marcas que estableció en el mundial de Berlín este año después de superar sus propios récords en las Olimpiadas de Beijing del 2008. Juegos olímpicos donde también el nadador Michael Phelps ganó ocho medallas de oro. Algo que nadie había alcanzado. Lo curioso es que Bolt y Phelps lograron estas proezas hace poco. En esta generación.


Lo de curioso lo digo porque últimamente también estuve a punto de embarcarme en esa nostalgia que se ha apoderado del ambiente, de las conversaciones y de varias lecturas. Como si todo lo que es presente y palpable fuera insuficiente y tuviéramos que hacer memoria. No como el personaje de El Túnel, Juan Pablo Castel, que recalcaba que la frase “todo tiempo pasado fue mejor” no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que la gente las echa al olvido. Pero sí como si nada fuera a volver y nada más se pudiera crear. Lo que también ha generado, por ejemplo, que un grupo de escritores (Rodrigo Fresán, Alberto Fuguet) quieran evitar comparaciones con todo lo que significó el boom latinoamericano y el realismo mágico, y desestimen muchas de las obras que tanto se leyeron años atrás (Tomás Eloy Martínez mencionaba que las amas de casa compraban Rayuela y Cien años de soledad como si fueran parte de la canasta básica). Cometiendo un parricidio. Aunque esa nostalgia en la literatura puede servir para recordar (o para citar y pegar videos de cosas que siempre quisiste citar y pegarlas en un blog), como en la edición de Soho del mes pasado, dedicada a los ochenta, donde la crónica del Miche del empate con sabor a triunfo y la del Pájaro Febres Cordero sobre los célebres asesinos ecuatorianos fueron lo mejor. Porque al final lo único que está ahí, frente a los ojos, es el presente y si no te gusta deberías aplicar la de Frank Costello en Los Infiltrados; y al pasado siempre lo tendremos en DVD y en CD. Ahí tenemos los discos remasterizados de Los Beatles. Como diría Rodrigo Fresán en ese buenísimo especial que le hizo Página 12 a las grabaciones de Joh, Paul, George y Ringo: "Los Beatles son como Peter Pan y nosotros somos el retrato de Dorian Gray de los Beatles/. Y, aun así, mientras nos vamos deshaciendo, seguimos disfrutándolos como chicos". El pasado como una excusa para citar.



18 de agosto de 2009

Buenos Aires, cuando lejos me vi

Oír un tango es dejarnos ir en el pasado. (Francisco Febres - Cordero, Soy el que pude).
Desde que llegué he pensado en regresar constantemente. Anualmente. Tengo familia y amigos. Una excusa más. Lo más probable es que vaya en vacaciones o por alguna beca. Sin embargo espero en algún rato ahorrar suficiente dinero para quedarme al menos tres meses. Alquilar algo junto a las Barrancas de Belgrano, en los antiguos arrabales, cerca de las vías del tren para nunca dormir, y en los días caminar por el barrio chino, hablar con los paseadores de perros, avanzar por la calle Virrey Vertiz y seguir por los bosques de Palermo cuando se convierte en Avenida del Libertador hasta cansarme, me imagino, cuando llegue a Santa Fe, después de haberme sentado y fumado varios cigarrillos en el Parque Las Heras; y en la Plaza Italia tomar el metro que me lleve al centro, para entre sus millares de cafés, escribir historias que hablen del carácter ambiguo de sus mujeres, el porqué de tantos psicoanalistas, las leyendas de sus barrios, que describan su arquitectura y utilizar palabras típicas de sus grandes novelistas: zaguán, balaustrada: “Sus ojos color celeste desaparecieron mientras cerraba la puerta cancel” es algo que quisiera escribir. Y en las noches o fines de semana, cuando pueda ver a mis amigos, antes o después de un mate, un asado, copas de vinos, volver a sus museos y sus plazas, y visitar aquellos lugares que me faltaron: Chacaritas, Villa Almagro, Boedo, y el resto de mini – ciudades que conforman Buenos Aires.
“Salvo Jena Franco y Richard Foley, todos los personajes de esta novela son imaginarios, aun aquellos que parecen reales” son las palabras de advertencia en la última página del libro “El cantor de tango” de Tomás Eloy Martínez. De advertencia porque quizá, después de leer la novela, muchos turistas de todas partes, y ante los casos de promociones de tours para japoneses con la rutas de Amelie por París o del par de amigos de Sideways por los viñedos de California, quisieran recorrer Buenos Aires según el mapa que detalla las palabras de El cantor… Aunque siempre existe una excusa para ir y para volver a Buenos Aires. Como lo es la búsqueda de un mítico cantor de tango, incluso mejor que Gardel para algunos, llamado Julio Martel, para que Tomás Eloy Martínez, un escritor adicto a la realidad, autor de célebres obras como “La novela de Perón” y “Santa Evita”, nos dé un paseo por la ciudad - laberinto, enredándonos en el presente y pasado, como diapositivas superpuestas, de lo que sucedió en sus calles: palacios y bellísimos edificios llenos de detalles, que en realidad eran la fachada de empresas potabilizadoras de agua, sociedades helénicas o taquillas para la venta de lotería; extraños personajes como bibliotecarios que se encierran veinte años, sin que nadie sepa de que medios viven, dedicados a escribir la obra de sus vidas; historias de tangueros anónimos y mujeres que se enamoran de ellos; secuestros a dictadores, torturas en clubes atléticos y crímenes con cadáveres encontrados en riachuelos; y parques circulares donde es casi imposible salir sin que haya obrado el azar. Ahí, Bruno Cadogan (apellido que mutará varias veces) llega un día de septiembre del 2001 buscando un cantor que entona aquellos tangos de mediados de siglo XIX. De esos que entre sus estrofas tienen frases inentendibles como: En cuanto te zampo el zumbo/ se me alondra un leporino… Un cantor cuya voz sin la necesidad de las letras despierta sentimientos. Una voz que parece un aleph de Borges (que se encuentra en el sótano de una casa de la calle Garay, debajo del escalón diecinueve y para verlo hay que colocarse en posición decúbito dorsal) que contiene la historia y el futuro, todos los momentos de una ciudad en un solo segundo. Una ciudad a punto de quebrarse.

El libro está escrito sin prosa rimbombante, a manera de diario, y se podría hacer una bellísima película con él (a diferencia de “El Pasado”). Y aunque no soy un amante del tango y no se me piante un lagrimón después de leerlo (para mi Argentina es más Fito Páez, Charly García, Soda Stereo), tal vez sea la guía (siempre he odiado las guías de viajes) que necesito para volver a recorrer la ciudad.

P.D. A Trolio y su bandoneón se los puede encontrar en el paseo de la Avenida de Mayo, después de cruzar la avenida 9 de julio.








Apenas alzaba la vista, descubría palacios barrocos y cúpulas en forma de paraguas o melones, con miradores inútiles que servían de ornamento. Me sorprendió que Buenos Aires fuera tan majestuosa a partir de las segundas y terceras plantas, y tan ruinosa a la altura del suelo, como si el esplendor del pasado hubiera quedado suspendido en lo alto y se negara a bajar o a desaparecer. Cuando más avanzaba la noche, más se poblaban los cafés. Nunca vi tantos en una ciudad, ni tan hospitalarios. La mayoría de los clientes leía ante una taza vacía durante largo tiempo – pasamos más de una vez por los mismos lugares –, sin que los obligaran a pagar la cuenta y retirarse, como sucede en Nueva York y París. Pensé que esos cafés eran perfectos para escribir novelas. Allí la realidad no sabía que hacer y andaba suelta, a la casa de autores que se atrevieran a contarla.

Con el paso de los días, fui aprendiendo que Buenos Aires, diseñada por sus dos fundadores sucesivos como un damero perfecto, se había convertido en un laberinto que sucedía no sólo en el espacio, como todos, sino también en el tiempo. Con frecuencia trataba de ir a un lugar y no podía llegar, porque lo impedían cientos de personas que agitaban carteles en los que protestaban por la falta de trabajo y el recorte de los salarios… Lo que sucede con las personas sucede también con los lugares: mudan a cada momento de humor, de gravedad, de lenguaje. Una de las expresiones comunes del habitante de Buenos Aires es “Acá no me hallo”, que equivale a decir “Acá yo no soy yo”. A los pocos días de llegar visité la casa situada en la calle Maipú 994, donde Borges había vivido más de cuarenta años, y tuve la sensación de que la había visto en otra parte o, lo que era peor, que se trataba de una escenografía condenada a desaparecer apenas me diera vuelta. Tomé algunas fotos y, al regresar del revelado rápido, adevertí que el zaguán se había transformado de manera sutil y las baldosas del piso estaban dispuestas de otra manera.

Ya todos saben lo que sucedió durante los días que siguieron, porque los periódicos no hablaron de otra cosa: de las víctimas de una policía feroz, que dejó más de treinta muertos y de las cacerolas que tremolaban sin cesar. Yo no dormí ni volví al hotel. Vi al presidente fugarse en un helicóptero que se alzó sobre una muchedumbre que le mostraba los puños, y esa misma noche vi a un hombre desangrarse en las escalinatas del congreso mientras apartaba con sus brazos la desgracia que se le venía encima, revisándose los bolsillos y los recuerdos para saber si todo estaba en orden, la identidad y los pasados de su vida en orden. No nos dejés, le grité, aguantá y no nos dejés, pero yo sabía que no era él a quien se lo decía. Se lo decía al Tucumano, a Buenos Aires, y también me lo decía a mí mismo, una vez más.

5 de mayo de 2009

La historia en cuatro días de un pájaro que fue y es el que pudo

Ahora que no debo ir a una oficina o despacho de lunes a viernes, y estar ahí presente ochos horas o más, prestando mis servicios, puedo leer en tres o cuatro días un libro. Un lujo para mí, que antes en horas de la noche me tardaba dos semanas o más en devorar o degustar (según las circunstancias) un texto. Y en este último feriado puede hacerme de la obra autobiográfica del Pájaro Febres – Cordero: “Soy el que pude”. Un libro que lo leí, irónicamente, de manera vertiginosa. Aunque saboreándolo, masticándolo con pausas, creo que es la mejor forma de disfrutarlo. Pero igual, a mí manera, lo disfrute. Y mucho.


En una entrevista al diario Hoy, el Pájaro mencionaba que el libro está dedicado a su nieto para que entienda de donde viene y así pueda saber hacia dónde va. Esta declaración me puso a pensar en que el hecho que tu abuelo te dedique un libro, seguramente es otra cosa, otro nivel, un lujo, un honor. No tengo nada contra el mío pero me habría encantado no una guía para entender a la familia y saber sus orígenes, sino un recuerdo que no se desvanezca en la memoria. Lleno de lágrimas y risas pero siempre ahí, intacto, escrito en negro sobre hojas blancas y con ese aroma que desprenden los libros.

Así el Pájaro narra los hechos donde él estuvo presente. Desde su óptica, como parte de la historia. Y aunque a los personajes nombrados acá los conocemos únicamente a través de los ojos del autor, con su plumífera trayectoria la confianza es plena. Es la historia de un burgués, su memoria, sus emociones, sus recuerdos. Que no es igual a escribir sobre niños recolectores de basura , prostitutas menores de edad o abuelos mendigos, porque acá el Pájaro no hace la tarea de pasar un par de días con los actores de la historia, recopilando testimonios ajenos, sino que en este libro se cuenta únicamente lo vívido. Cero ficciones y eso ya es mucho. Así haya nacido en una familia de opulencia, pelucones o como quieran llamarlo, teniendo de compañeros de clases a escritores y políticos. Por eso subrayé muchas partes del libro, porque es la fábula de alguien que estuvo ahí, en los hechos de la cúspide, no sé si donde las papas queman, pero si es donde se concentra la mayor atención. De cierta manera lo sentí propio, como si estuviera yo presente en varias de esas lineas. Y así con cada uno de los relatos con distintos personajes que van desde familiares hasta autores de la clase de Mario Vargas Llosa, los sentimientos rebosados después de haber leído el libro son de una sana envidia. Sana envidia que proviene además de su condición de testigo en primera fila de los acontecimientos de tamaña importancia escritos en sus páginas, también porque en su libro lo dejaron hacer lo que le diera la gana. Empezando con descripciones sencillas de sus orígenes hasta que en un momento el Pájaro empezó a escribir poesía porque él, tal vez, creyó que así podría expresarse mejor. Poesía de la que no soy muy fanático, pero me trae algo de melancolía y eso, personalmente, también, es mucho. Por eso repito: Sana envidia.


Tuve varias vidas. Muchas. Y algunas de ellas contrapuestas. Fui pobre y fui rico. Fui noble y plebeyo. Fui alegre y profundamente triste. Fui vengativo y magnánimo. Fui bendito y maldito. Fui ladrón y honesto. Y todo eso que fui, lo fui casi al mismo tiempo, sin que mediara una distancia, un tiempo muy extenso de separación.

En el barrio, aparte de la iglesia, la institución más importante era la tienda de abarrotes.

Para entonces, mi papá cumplía con los cánones impuestos para los niños ricos del puerto: estudiar en Quito, interno en el colegio San Gabriel…

No sé si por la vida dura que llevó o por su manera de ser, mi papá no tenía tan arraigadas esas cosas de los apellidos que a mi mamá tanto le importaban.

Para nosotros, la sola mención de Guayaquil significaba libertad, comidas exóticas, vestidos con escotes generosos, ropa de tonos llamativos, sandalias y pies con las uñas pintadas. ¡Era la fiesta!

Otra causa de tristeza para mi abuela fue saber que su hijo Alberto había fundado, junto con Carlos Guevara Moreno, el Partido Concentración de Fuerzas Populares (CFP) y, como tal, prometía hacer una auténtica revolución en el país en nombre de ese populacho por el que mi abuela sentía tanto desprecio.

La diferencia regional no solo se explicaba en la distinta forma de hablar que escuchaba dentro de la rama paterna de mi familia, sino también en la manera sustancialmente opuesta de afrontar la vida: mientras mi abuela y mis tías, se sentían en el derecho de exigir a mi padre que velara por ellas, solucionara todos sus problemas y satisficiera sus más ínfimos caprichos, mi familia materna trabajaba y administraba sus recursos con enorme practicidad y buen sentido.

Ver a los serranos metiéndose al mar con camiseta era motivo más que suficiente para que los monos se burlaran de nosotros y, además, tomaran viada para remedarnos en la manera de hablar.

La presencia de los muertos resultaba gravitante y a sus biografías se apelaba con singular asiduidad. (Sobre su pasado opulento).

Fue Chessman quien me condujo, a través del pasillo de la muerte, a respirar periodismo, ese letal veneno con efluvios de lucha, ira, esperanzas, dulcedumbres, risas y desvelos.

Combiné, pues, el teatro con el periodismo, en una etapa feliz, creativa, inquieta, repleta de las lecturas más diversas, las conversaciones más variadas y las aventuras más insólitas.

El proyecto es tan estúpido, tan sin pies ni cabeza, tan loco, que va directamente al fracaso. Sólo por eso cuenten conmigo. Yo los acompaño.(Sobre su paso por el diario Hoy).

Fui el primer sorprendido al comprobar que poco a poco, mi columna iba ganando lectores y que mis sarcasmos y burlas dirigidas al poder producían algún efecto. Y es que eso he buscado: burlarme del poder, desacralizarlo.

Es curioso, pero la gente cree que porque hago humor, necesariamente tengo que ser un tipo ocurrido, divertido en mi trato personal y se da la piedra contra los dientes al encontrarse con una persona más bien tímida y qué, salvo que esté en un ambiente de confianza, habla con parquedad y poca gracia.

Aidita, yo no te he pedido que me prepares remedios, sino comida – le respondía Benjamín, que odiaba las verduras. (Sobre su encuentro con el abuelo de su esposa: Benjamín Carrión).

Para mí, volver a Quito fue volver al periodismo, un oficio que me ha dado dos grandes satisfacciones: conocer la geografía del mundo y viajar por las geografías de las almas.

En Buenos Aires, pues descubrí que, entre sus muchas facetas, Velasco Ibarra era también un curificador de curas.(Durante una entrevista a Velasco Ibarra en su exilio).

Galo tenía el aspecto de un hombretón llegado desde más allá del mar, con su nariz ganchuda, sus ojos claros y su cuerpo altísimo y fornido. Pero su alma era la de un mestizo, alimentada con el sentido común y la paciencia, que fueron quizás los dos atributos que hizo gala en los momentos de mayor angustia y honda incertidumbre. (Sobre su amistad con Galo Plaza).

Fuimos a un sitio bastante alejado del centro de la ciudad, allí donde no pudieran acceder aquellos que querían dar la guerra del fin del mundo que terminaría en fritada al “cerdo”. Vargas Llosa y Cecilia acapararon la conversación con sus remembranzas de una Lima cubierta por la niebla del recuerdo.(Sobre un encuentro que tuvo con el literato de Vargas Llosa).

Cada uno habla de la feria según cómo le haya ido en ella. Creo que, después de más de treinta años de ejercicio periodístico, he tenido libertad para escribir lo que he querido.

Creo que quien está en el poder, por más pariente o amigo que sea, es un funcionario público y, por lo tanto, su acciones merecen ser vigiladas y, de ser el caso, cuestionadas. Jamás una relación de amistad o parentesco puede servir de pretexto para que el periodista calle.

¡Meditaba, mientras el país se caía a pedazos! En eso se convirtió Jamil Mahuad: en un ser ausente, obsesionado por teorías abstractas, imbuido de mística, pasto de monasterio.

Tenía claro su oficio: “Un escritor es una especie de extravagancia social; un ser infantil y, sin embargo, peligroso como las espadas y los denunciantes. Ninguna novela ha hecho revoluciones, pero los escritores son fundamentalmente rebeldes y la rebeldía es lo único que hace avanzar al hombre. (Sobre Mario Monteforte Moreno, vicepresidente de Guatemala).

Los más grandes le debemos a Nicolás Kingman una gran lección: habernos enseñado cómo llevar la juventud hasta la frontera de los cien años. Su receta puede resumirse en una estricta dieta que consiste en fumar dos cajetillas diarias de cigarrillos, beber por lo menos veinte tazas de café, brindar, sin que importe la hora, con cualquier licor que se tenga al frente, no hacer ningún tipo de ejercicio físico y nunca de los nunca alimentarse con productos exentos de triglicéridos y de colesterol.

Quisiera preguntar y preguntarme qué día, qué momento, podré ir a la botica de la esquina y pedir que me vendan la pócima exacta, la precisa, para curarme, en una sola toma, de la vida. Y si me dicen que enseñe la receta, podré mostrar al dependiente mi fatiga, firmada con el puño y letra de mi hastío… Pocos son lo que quieren viven hasta cuando quieren vivir. A los más los mata la vida, sin que quieran…

Entendía que así era el tango: bufandas, sombreros y abrigos y mujeres bellas. Más gomina… Por eso, cuando descubrí el amor, algo quedó incompleto. El amor sin un tango es un amor a medias…

El periodista necesita deambular siempre con sus sentidos aguzados y su sensibilidad y curiosidad a flor de piel, a riesgo de convertirse en presa del peor enemigo de la profesión, que es la rutina.

En ese instante supe, con absoluta claridad, que estaba cometiendo un acto de traición/. Había decidido que siguiera él andando por el mundo, pero sin contar conmigo/. Lo abandonaba/. Y eso me costaba/. Claro que me costaba/. Y me dolía/. Por supuesto que me dolía/. Porque juntos él y yo, habíamos dado batallas. (Sobre su historia con el cigarrillo)

Y todo eso que sabía no lo había aprendido en academias, sino en la vida. Quizás por eso era tan sabio. Y tan humilde. Tan profundo, tan honesto, tan sinceramente humilde. (Sobre su amistad con el Negro Fontanorrosa).

Mi relación con Dios dejó de ser tormentosa, angustiosa, como fue cuando rompí con Él apenas terminé el colegio… Con los años, he encontrado que el Cristo que me acompañó por largo tiempo está cada vez menos en el Evangelio y más a la vuelta de la esquina. En mi camino no he hallado a uno, sino a varios.

¡Eso sí que sería vivir! Ojalá la suerte me acompañe y mi doble aparezca para que no solo me suplante en la escritura sino, sobre todo, en todos los horribles menesteres cotidianos. ¡No puede tener idea de lo bien recibido que será!

Te doy mi pésame porque tú también moriste ese día en que murió tu madre/. Un poco. Un mucho has muerto/. Un día. Muchos días/. Muchos besos has muerto/. Te doy mi pésame porque estás vacío/. Vacío de ilusiones/. Vacío de palabras…




Sentía mis fragilidades aguzadas/. Y mi sonrisa convertida en rictus/. Ya no soy el que fui pensaba/. No el que quise ser/. Soy el que pude…

18 de abril de 2009

Astrología interna como ayuda para elegir, y sentido del humor y lectura para entender

A través de códigos propios (como alguna clase de religión o astrología interna) que detectan atributos y defectos de otras personas en su expresión corporal, creo que los políticos y periodistas graciosos, los que saben utilizar el chiste (con su alta dosis de inteligencia y criterio) para hacer crítica punzante y para volver más entendible la realidad, son los mejores entendidos de los contextos, los problemas y también son los más curiosos para seguir preguntando y tratar de encontrarle una respuesta al asunto; además de convertirse en los mejores educadores porque a todos nos dan ganas de leerlos. Ahí tenemos al Pájaro Febres – Cordero como un medidor de las acciones tomadas por los gobiernos y otros poderes del Estado, porque mientras más no hace cagar de la risa el periodista capitalino, más sabemos que la están cagando los gobernantes; y el Miche con sus crónicas futboleras y perfiles nos permite, a través de eventos cotidianos o costumbres arraigadas, entendernos un poco más y preguntarnos hacia dónde vamos.


Por eso resulta preocupante ver hablar de política a la mayoría de editorialistas y analistas de medios escritos tan seriamente como algo totalmente abstracto e inmaterial que no dan ganas de leerlos porque pensamos que no vamos a entender nada (no tanto en los análisis económicos porque la econometría y los números no causan ningún chiste. Lo mismo pasa con opiniones sobre linchamientos u otros males arraigados). La seriedad debería quedarse en la entrevista o en el debate en medios como radio o la televisión donde al candidato o funcionario público puede sentárselo y sometérselo al interrogatorio del caso. Es que el sentido del humor da esa seguridad de entender la causa de los hechos. Y al final si hay más lectores en un país podríamos tener más candidatos con gusto por la lectura. No es una verdad absoluta pero así como algunos economistas creen en la completa libertad de comercio para acabar con la pobreza, en la política electores y elegidos lectores podrían acercarnos más a tomar una decisión correcta. Es por eso que cuando estuve en España y conversé con alguien simpatizante de Mariano Rajoy, candidato de centro derecha a presidente, me estremecí y sentí compasión por él, porque me había enterado antes que Rajoy solo leía revistas deportivas. Y no solo textos técnicos debería ser el material literario de los políticos y resto de ciudadanos sino también novelas o algo de ficción (la mejor explicación de la realidad). Javier Cercas meses atrás nos decía que Hitler nunca leía novelas (considerada por la gente seria como frivolidades degustadas solo por personas sin tiempo), sino pura basura ocultista y datos confirmatorios de sus ideas. Otra recomendación de Cercas es leer lo que destruya nuestras creencias para así salir de la burbuja en la que vivimos. Personalmente le he hecho caso pero confieso estar a punto de volverme loco, peor aún ahora que me he enterado que Hitler también era un lector compulsivo.

La mejor pluma que he tenido oportunidad de leer en el Universo, Javier Ponce (ahora como ministro muchos críticos tendrá y lo único en su defensa a mencionar es lo dicho por Malraux: “¿Dónde vale más estar para ponerle fin a la guerra de Argelia? ¿En el café de Floré o en el gobierno?”), señalaba hace un año en un editorial: “Qué triste historia la del libro y la revista en el Ecuador. A la pobreza de los contenidos le hace honores el gasto dicharachero de las ediciones. A la riqueza de contenidos le toca buscar la forma de ahorrar centavos en publicaciones modestas”. Porque además de los abstractos escritos de los articulistas de los diarios, también debería añadirse la poca cantidad de revistas de calidad que pueden llegar, por el interés generado, a una gran parte de personas (y no solo de revistas políticas habla). Fernando Balseca, editorialista y por su condición de poeta, se ha preguntado en algunas de sus columnas lo qué lee el presidente en sus ratos libres. También debería preguntarse lo que (con el sobrante del magro sueldo) leen los electores.

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