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5 de diciembre de 2010

De los wiki-wiki: El más buscado


No recuerdo si era Tomás Eloy Martínez en La Novela Perón, o el mismísimo caudillo populista el que decía que los Agregados de las embajadas tienen la principal función de espiar y todo el mundo lo sabe, sin embargo – continua – son invitados a cenas y otros eventos sociales donde se reúnen los diplomáticos... El comentario es parte del episodio en que Perón durante su estadía en Chile traiciona a uno de sus compañeros militares – el que en un futuro sería parte de un golpe de Estado contra su Gobierno –, delatándolo de espionaje.

Antes de la instauración de la Asamblea Constituyente por estos lares, cuando Carlos Vera era aún periodista, en un panel donde también participaban varios asambleístas acerca del acceso que tendrían los medios de comunicación a los debates del pleno y las sesiones de las diferentes comisiones, por el problema del poco espacio disponible en el edificio, el ahora político que impulsa un proceso de revocatoria de mandato recomendó colocar una webcam en las salas de reuniones en el momento en que se instalen discusiones acerca de artículos y leyes a aprobar. Rosanna Alvarado algo sorprendida ante la propuesta, con los ojos tan abiertos como un adicto al opio, y enredándose, sin saber cómo armar la idea, al final respondió que así se estaría afectando la intimidad de los legislativos. Aparte: todos conocerán lo aprobado, lo importante es mantener en secrecto el cómo se lo hizo.

De lo filtrado en los últimos días por un portal de internet, que tiene que ver con la revelación de documentos diplomáticos de las diferentes Embajadas de EUA alrededor del mundo, más que el contenido de los mismos – la mayoría se reducen a chismes y nimios comentarios, aunque la Hillary debió pedir en algunos casos perdón – lo que termina siendo importante es el efecto de pavor generado a los políticos de que los asuntos que tratan en oscuros pasillos, con llamadas anónimas, esforzándose para mantenerlos secretos, y afectan a los ciudadano de a pie, pueden ser develados en cualquier momento; de igual forma que lo fueron cifras reales acerca de muertos en operaciones de EUA en Afganistán y de violaciones a los derechos humanos en bases militares. Otra vez cortesía de los de Wikileaks.

Ahora los congresistas demócratas y republicanos se han unido pidiendo juicio. Terrorismo y traición son los motivos – buenos recuerdos de escenas de 24, cuando Jack Bauer negociaba la cadena perpetua en lugar de la pena de muerte a alguno de los funcionarios de la Casa Blanca que formaban parte del complot –. Un equipo de abogados del Departamento de Estado está buscando motivos para llevar a tribunales al director de Wikileaks. Se pide, por parte de varios de los perjudicados, que la Interpol inicie una cacería internacional. Al diablo la primera enmienda, esto ya es personal. Sea el país que sea, respecto a la libertad de expresión siempre habrá un límite en la paciencia de cualquier gobernante.

Resulta gracioso escuchar a Hugo Chávez y al Presidente de Irán hablar de ética. Acá el Vicecanciller ecuatoriano sólo para fastidiar le quiso dar asilo político a Julian. A las pocas horas Rafael Correa lo negó. Después de todo es el tipo que ha declarado como su principal enemigo a los medios de comunicación, y que estos no deberían tener fines de lucro. Recomendación para periodistas: Chuck “The fight Club” Palahniuk, después de no haber encontrado por un buen tiempo trabajo en su profesión, sugería en uno de sus cuentos que las facultades de periodismo junto a las materias tradicionales también impartan un par de cursos de soldadura y fontanería, cosa que que le hubiera permitido ganar un par de pavos más por hora en su juventud.

10 de febrero de 2010

Bs.As. y mi miedo a Borges

Creo haber escrito que en Buenos Aires, después de haber leído un libro de Tomás Eloy Martínez (R.I.P a alguien que recién el año pasado lo empecé a leer con El Cantor de tango y La novela de Perón), quisiera alquilar una pieza y quedarme por un par de meses. En Belgrano, en las barracas y por ahí caminar hasta la Av. Libertador y llegar a los Bosques de Palermo y seguir hasta Santa Fe. Al menos tres meses. Escribir un cuento en cada café de Montserrat y de San Telmo donde uno puede pasar horas y horas leyendo. Caminar como desquiciado sin rumbo alguno, desde El Abasto hasta La Recoleta, dejando que el tiempo pase, levantando la vista y siempre viendo el cielo celeste.




El cantor de tango de Tomás Eloy Martínez es un homenaje a Buenos Aires y aunque no es un excelente libro podría servir de guía para personas con complejo de turista japonés que quieren hacer los mismos recorridos que Amélie hizo por París o los amiguetes de Side ways por los viñedos de California. Y al final no sé si sabría recomendar esa novela porque hay tantas que hablan de Buenos Aires. Por mi parte, cuando fui, tenía ganas de conocer el Parque Lezama después de haber leído una decena de veces Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato. El lugar donde Martín vivió después de haber huido de casa y el lugar donde conoció a Alejandra. Viví en la calle Brasil, tan cerca del temido barrio Constitución pero a cuatro cuadras del parque. Una casualidad que mi tía tuviera una casa en San Telmo desde hace veinte años. Tan cerca también del lugar donde supuestamente habita El Aleph (y que el tucumano TEM también lo cita en su libro). A la calle Garay nunca fui, no me puse en posición decúbito dorsal ni pude ver la brillante luz que contiene todos los momentos de la humanidad. No sabía de la calle Garay porque, me avergüenza decirlo, hasta la fecha no he leído a Borges.

No es que no quiera o no me interese leer a Borges pero le tengo algo de miedo. Siento que en sus cuentos y poemas debe haber algo escondido, alguna especie de elixir que nunca podré ver, que seré incapaz de reconocer así se presente frente a mis ojos. Creo que leer a Borges me haría sentir como el imbécil que nunca he querido ser. Y cada vez que le cuento a alguien de esto, me contesta que no sabe lo que me pierdo. Debe tener mucha razón. Sobre todo ahora que he leído el especial escrito por Pablo De Santis (de quien no se mucho además de un par de colaboraciones que ha hecho para la revista peruana Etiqueta Negra) para La Revista acerca del Buenos Aires de Borges. Leí unos pocos versos que citó De Santis de Borges y estaba de vuelta en Buenos Aires.

Pasará algún tiempo hasta que realmente me dé un buen aire, por el momento espero empezar a leer a Borges. Estoy revisando y es mucho de lo que me he perdido. ¿Alguien me ayuda con varias sugerencias de por dónde empezar o hay que dejarse llevar como en las caminatas por Bs. As.?








La entraña de mi alma, por Pablo De Santis.

La Buenos Aires de Borges es una Buenos Aires de a pie. En sus cuentos y en su vida abundan esas largas caminatas nocturnas, casi siempre rumbo al sur.

Hay dos ciudades que se alternan: la de los amores contrariados (las esperas en esquinas y confiterías de un Borges siempre enamorado) y la ciudad de las caminatas y la amistad. Buenos Aires puede ser, por acumulación de decepciones, un modesto infierno: “Y la ciudad, ahora, es como un plano de mis humillaciones y fracasos; desde esa puerta he visto los ocasos Y ante ese mármol he aguardado en vano”. (más)




22 de septiembre de 2009

"La historia es una puta" (¿eso lo dijo Perón o Tomás Eloy Martínez?)

Lo poco que sé de Perón lo he aprendido de la literatura: El cuento Casa tomada de Julio Cortázar habla del languidecimiento cultural de Argentina con su llegada al poder (al Gran Cronopio no le caía bien el General). Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato se sitúa en la revolución que derrocó al General, y con la muerte de los Vidal Olmos nos cuenta como la historia argentina (llena de esplendor) también muere (a Sábato le caía bien Evita pero no Perón). Además sé que su esposa fue casi una santa y después, al igual que él, más que una leyenda, un prócer, una figura pop (que Madonna interpretó) que todo el mundo utiliza a su antojo. Por eso no es tan difícil comprender que Macri (y compañía) y los Kirchner son Peronistas (Justicialistas). A mi tía tampoco le gusta Perón y al igual que lo que piensan Cortázar y Sábato: no sé si eso sea algo bueno o malo.

“Como no la voy a tener. Una excelente obra”, “un clásico argentino” fueron algunas de las respuestas de los libreros, mientras recorría la calle Corrientes, cuando les preguntaba si tenían La novela de Perón de Tomás Eloy Martínez (quien la escribió después de investigar por cerca de diez años la infinidad de documentos, entrevistas y declaraciones que Perón le hizo a él y otros periodistas; y después que el secretario del General le entregara unas memorias, supuestamente, escritas por su jefe), ante la petición de llevársela que me hizo mi viejo. Así que no fue difícil comprarla y ahí la tengo, pero recién en las últimas semanas, por curiosidad, la leí y puedo decir que es una de las mejores biografías que he tenido en mis manos. Sin embargo ahora entiendo menos a Perón y su legado. Cada vez que leo algo sobre él nuevas cosas salen a la luz y atar cabos me es cada vez más difícil. Pero volviendo a lo que vale, lo que me hizo disfrutarla está: 1) que como toda buena historia que trata de alguien que sí existió, empieza o tiene de premisa un punto en particular de su vida. Así como en el documental de Martin Scorsesse, No Direction home, el clímax está en el concierto que Bob Dylan dio en Inglaterra, La novela de Perón se concentra en el regreso del General a Ezeiza el 20 de junio de 1973. 2) Porque Tomás Eloy Martínez mezcla brillantemente ficción con realidad y no deja nada suelto. Uno no sabe donde acaba lo que en realidad pasó y comienzan los supuestos (utilizando un reportaje de la revista Horizonte separa los pasajes que se cuentan en los libros de historia y por otra parte utiliza las memorias - entregadas por el secretario - personales para mostrar un Perón más humano). Como en JFK de Oliver Stone; 3) además que en la novela, mientras se relata la escritura de aquellas memorias, se puede ver a un hombre común que juega con sus perras y carece de sentimientos, y no al prócer que inspira tanto; y todas las versiones resumen el camino vivido por un tipo que quería serlo todo y agradarles a todos a la vez. Ahí está la historia de Argentina durante 20 años. 4) Porque varios de los personajes, como Nun Antezana (el que secuestro a Aramburú y lo ejecutó – relato digno de otro libro o de una gran película -), Doña Luisa (embarazada a sus 60 años) y el periodista Zamora, son ficción, pero parecen más reales que Perón y caen mucho mejor; 5) también porque el autor no mancha el relato enjuiciando a Perón sino que, despedazándola en infinitas versiones, te da la verdad tal como es y el lector es el que decide; y 5) porque gran parte de la historia, sobre todo la íntima (la que relata el pasado y presente de un secretario brujo, la convivencia del General con una muerta que, habitando el altillo de la quinta, a veces sopla y cambia el ambiente de la casa, o sus sueños en el Polo Sur), parece sacada del realismo mágico y como gran parte de lo que sucede en América eso hace a la historia más verdadera y perenne de lo que en realidad fue.




Hombre no parecía. Perón era un autómata, un golem, lo que los japoneses llaman un bunraku. Varias veces lo vi distraído. Eso no le ha pasado a casi nadie: ver distraído a Perón. Quedaba desenmascarado. Era una figura vacía, sin alma. Luego, al volver en sí, se iba llenando con los sentimientos y los deseos de los demás, con las necesidades. Usted salía en busca de un caballo y ya Perón se lo traía ensillado. Encontraba un refugio en la nieve y él lo esperaba dentro. Distraído, no se le veía odio ni tristeza ni felicidad ni cansancio ni entusiasmo. Se le notaba el vacío. Atento, entonces sí: los sentimientos de los otros se reflejaban en él, como si en vez de cuerpo tuviera espejo.

Trató de imaginar donde estaría el puente al cual iban a llevarlo para que arengase a la multitud. López le había contado que casi un millón de personas lo esperaba. Familias completas estaban abandonando sus casas sin trancar la puerta, como si aquello fuera el fin del mundo. Un cantante famoso, que aún recorría las carreteras para dar ánimo a los peregrinos, se había exaltado al recordarlo: «¡Un rayo misterioso nos ilumina! ¡Esta es la fe que mueve las montañas! ¡Dios está con nosotros! ¡Dios es argentino!»


(Sobre Diana Bronstein) Desde entonces, no permitió que ningún hombre la eligiera. Los elegía ella, en las fábricas de tejido y en las enlatadoras de dulces, donde se infiltraba para adoctrinar a los obreros. Desnuda, en la cama, iba leyéndoles con paciencia los manuales de Martha Harnecker y los diarios del Che, los inclinaba tiernamente sobre las biografías de Trotski y de Rosa Luxemburgo, y los ayudaba luego a descubrir las novedades del placer con una paciencia que siempre los sorprendía. «La revolución del cuerpo no tiene por qué oponerse a la revolución de los pueblos. Si a los pobres se nos niega todo, ¿por qué también negarnos el placer?», solía repetirse, para disculpar el enloquecimiento de sus orgasmos.

Nada iba a desunirlos desde entonces. Cámpora estimulaba los amores clandestinos del coronel con Evita, y ella, en reconocimiento, decidió adoptarlo. Mi damo de compañía, lo llamaba. A mediados de 1948, Eva lo impuso como presidente de la Cámara de Diputados. ¿No será demasiado, señora?, se inquietó él. Usted no piense, Cámpora: obedezca. Y Cámpora , sumiso, la seguía a todas partes.


Que me dejaran sin ejército, en cambio, me dolió mucho: era como si la familia me hubiese abandonado. Y enseguida pensé: soy como la Argentina, también yo tengo destino de desierto. Pretenden condenarme a la inexistencia, a la vaciedad, a la llanura sin nadie. Que no me llame, que no tenga pasado, que viva sin raíces.

(Sobre el entrenamiento de Lito Coba a Arcángelo Gobbi) Cada vez que sentía los músculos desgarrándose, le cambiaban el dolor de lugar con una picana eléctrica: en la encías, en las ingles, en las tetillas. Querían que fuese reconociendo en su propio cuerpo el lenguaje que más tarde oiría en las víctimas.

Y ya es junio 18. En pocas horas dejaré todo esto. Amanece. Al menos me consuela saber que lo vivido aquí, aquí se queda. Que los recuerdos no los pudre el tiempo. Uno puede llevarlos de un lado a otro, bajo los pies, abrazados en el fondo del cuerpo. ¿Se podrá hacer lo mismo con los lugares? ¿Qué le parece, López? Mirar por la ventana en Buenos Aires y tener a Madrid del otro lado: el clima fresco y seco, los palomares, las perritas saltando bajo los álamos. ¡Ah, entonces otro sería el cantar!


El 1º de junio, como a las cuatro de la madrugada, nos retiramos a deliberar. Éramos seis y queríamos que, aún tratándose de Aramburu, funcionara la justicia. Fernando Abal Medina leyó los cargos. Yo [Nun Antezana] asumí la defensa. Separé la moral de la política. Argumenté que los crímenes de aquel hombre databan de hacía ya mucho tiempo y que podíamos encontrar alguna forma de perdón. Poco antes de que amaneciera, cada uno de nosotros escribió su sentencia en un papel. Seis veces leí: muerte.

Obsérvenla - indica el General -. Vean esos ojos. Ocupan casi toda la cabeza. Son ojos muy extraños, de cuatro mil facetas. Cada uno de esos ojos ve cuatro mil pedazos diferentes de la realidad. A mi abuela Dominga le impresionaban mucho. Juan, me decía: ¿Qué ve una mosca? ¿Ve cuatro mil verdades, o una verdad partida en cuatro mil pedazos? Y yo nunca sabía que contestarle…

18 de agosto de 2009

Buenos Aires, cuando lejos me vi

Oír un tango es dejarnos ir en el pasado. (Francisco Febres - Cordero, Soy el que pude).
Desde que llegué he pensado en regresar constantemente. Anualmente. Tengo familia y amigos. Una excusa más. Lo más probable es que vaya en vacaciones o por alguna beca. Sin embargo espero en algún rato ahorrar suficiente dinero para quedarme al menos tres meses. Alquilar algo junto a las Barrancas de Belgrano, en los antiguos arrabales, cerca de las vías del tren para nunca dormir, y en los días caminar por el barrio chino, hablar con los paseadores de perros, avanzar por la calle Virrey Vertiz y seguir por los bosques de Palermo cuando se convierte en Avenida del Libertador hasta cansarme, me imagino, cuando llegue a Santa Fe, después de haberme sentado y fumado varios cigarrillos en el Parque Las Heras; y en la Plaza Italia tomar el metro que me lleve al centro, para entre sus millares de cafés, escribir historias que hablen del carácter ambiguo de sus mujeres, el porqué de tantos psicoanalistas, las leyendas de sus barrios, que describan su arquitectura y utilizar palabras típicas de sus grandes novelistas: zaguán, balaustrada: “Sus ojos color celeste desaparecieron mientras cerraba la puerta cancel” es algo que quisiera escribir. Y en las noches o fines de semana, cuando pueda ver a mis amigos, antes o después de un mate, un asado, copas de vinos, volver a sus museos y sus plazas, y visitar aquellos lugares que me faltaron: Chacaritas, Villa Almagro, Boedo, y el resto de mini – ciudades que conforman Buenos Aires.
“Salvo Jena Franco y Richard Foley, todos los personajes de esta novela son imaginarios, aun aquellos que parecen reales” son las palabras de advertencia en la última página del libro “El cantor de tango” de Tomás Eloy Martínez. De advertencia porque quizá, después de leer la novela, muchos turistas de todas partes, y ante los casos de promociones de tours para japoneses con la rutas de Amelie por París o del par de amigos de Sideways por los viñedos de California, quisieran recorrer Buenos Aires según el mapa que detalla las palabras de El cantor… Aunque siempre existe una excusa para ir y para volver a Buenos Aires. Como lo es la búsqueda de un mítico cantor de tango, incluso mejor que Gardel para algunos, llamado Julio Martel, para que Tomás Eloy Martínez, un escritor adicto a la realidad, autor de célebres obras como “La novela de Perón” y “Santa Evita”, nos dé un paseo por la ciudad - laberinto, enredándonos en el presente y pasado, como diapositivas superpuestas, de lo que sucedió en sus calles: palacios y bellísimos edificios llenos de detalles, que en realidad eran la fachada de empresas potabilizadoras de agua, sociedades helénicas o taquillas para la venta de lotería; extraños personajes como bibliotecarios que se encierran veinte años, sin que nadie sepa de que medios viven, dedicados a escribir la obra de sus vidas; historias de tangueros anónimos y mujeres que se enamoran de ellos; secuestros a dictadores, torturas en clubes atléticos y crímenes con cadáveres encontrados en riachuelos; y parques circulares donde es casi imposible salir sin que haya obrado el azar. Ahí, Bruno Cadogan (apellido que mutará varias veces) llega un día de septiembre del 2001 buscando un cantor que entona aquellos tangos de mediados de siglo XIX. De esos que entre sus estrofas tienen frases inentendibles como: En cuanto te zampo el zumbo/ se me alondra un leporino… Un cantor cuya voz sin la necesidad de las letras despierta sentimientos. Una voz que parece un aleph de Borges (que se encuentra en el sótano de una casa de la calle Garay, debajo del escalón diecinueve y para verlo hay que colocarse en posición decúbito dorsal) que contiene la historia y el futuro, todos los momentos de una ciudad en un solo segundo. Una ciudad a punto de quebrarse.

El libro está escrito sin prosa rimbombante, a manera de diario, y se podría hacer una bellísima película con él (a diferencia de “El Pasado”). Y aunque no soy un amante del tango y no se me piante un lagrimón después de leerlo (para mi Argentina es más Fito Páez, Charly García, Soda Stereo), tal vez sea la guía (siempre he odiado las guías de viajes) que necesito para volver a recorrer la ciudad.

P.D. A Trolio y su bandoneón se los puede encontrar en el paseo de la Avenida de Mayo, después de cruzar la avenida 9 de julio.








Apenas alzaba la vista, descubría palacios barrocos y cúpulas en forma de paraguas o melones, con miradores inútiles que servían de ornamento. Me sorprendió que Buenos Aires fuera tan majestuosa a partir de las segundas y terceras plantas, y tan ruinosa a la altura del suelo, como si el esplendor del pasado hubiera quedado suspendido en lo alto y se negara a bajar o a desaparecer. Cuando más avanzaba la noche, más se poblaban los cafés. Nunca vi tantos en una ciudad, ni tan hospitalarios. La mayoría de los clientes leía ante una taza vacía durante largo tiempo – pasamos más de una vez por los mismos lugares –, sin que los obligaran a pagar la cuenta y retirarse, como sucede en Nueva York y París. Pensé que esos cafés eran perfectos para escribir novelas. Allí la realidad no sabía que hacer y andaba suelta, a la casa de autores que se atrevieran a contarla.

Con el paso de los días, fui aprendiendo que Buenos Aires, diseñada por sus dos fundadores sucesivos como un damero perfecto, se había convertido en un laberinto que sucedía no sólo en el espacio, como todos, sino también en el tiempo. Con frecuencia trataba de ir a un lugar y no podía llegar, porque lo impedían cientos de personas que agitaban carteles en los que protestaban por la falta de trabajo y el recorte de los salarios… Lo que sucede con las personas sucede también con los lugares: mudan a cada momento de humor, de gravedad, de lenguaje. Una de las expresiones comunes del habitante de Buenos Aires es “Acá no me hallo”, que equivale a decir “Acá yo no soy yo”. A los pocos días de llegar visité la casa situada en la calle Maipú 994, donde Borges había vivido más de cuarenta años, y tuve la sensación de que la había visto en otra parte o, lo que era peor, que se trataba de una escenografía condenada a desaparecer apenas me diera vuelta. Tomé algunas fotos y, al regresar del revelado rápido, adevertí que el zaguán se había transformado de manera sutil y las baldosas del piso estaban dispuestas de otra manera.

Ya todos saben lo que sucedió durante los días que siguieron, porque los periódicos no hablaron de otra cosa: de las víctimas de una policía feroz, que dejó más de treinta muertos y de las cacerolas que tremolaban sin cesar. Yo no dormí ni volví al hotel. Vi al presidente fugarse en un helicóptero que se alzó sobre una muchedumbre que le mostraba los puños, y esa misma noche vi a un hombre desangrarse en las escalinatas del congreso mientras apartaba con sus brazos la desgracia que se le venía encima, revisándose los bolsillos y los recuerdos para saber si todo estaba en orden, la identidad y los pasados de su vida en orden. No nos dejés, le grité, aguantá y no nos dejés, pero yo sabía que no era él a quien se lo decía. Se lo decía al Tucumano, a Buenos Aires, y también me lo decía a mí mismo, una vez más.
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