13 de abril de 2013
El instante
16 de febrero de 2013
Peleas de pareja
5 de enero de 2013
El buen vivir según Bukowski...
31 de diciembre de 2012
Bukowski maduro...
22 de noviembre de 2012
Chinaski en la prensa
14 de enero de 2012
De algo tenemos que vivir...
Hank Chinaski es siempre Hank Chinaski, es decir Charles Bukowski.
Y eso es lo mejor de él. Su honestidad brutal, saber que no es el mejor, no esperar nada a cambio y estar consciente que el mundo siempre nos joderá. Más real que muchas personas que conozco. Bukowski, con una prosa de carnicero sin contemplaciones, se describe a sí mismo en sus novelas y confiesa su verdadero sueño americano. El que también tuvieron muchos puñeteros gilipollas (maldita traducción españolísima de Anagrama) que terminaron de supervisores y con empleos “comunes y honestos”, de esos tipos que nuestras madres nos hablan como hombres del pasado respetuosos y dignos (y que al mismo tiempo eran los racistas, intolerantes, discriminadores de los que la historia habla).
Porque después de todo muchos quisieron ser Bukowski, pero, como mencionaba Xavier Flores Aguirre o Juan Fernando Andrade (no recuerdo), la gran parte termino siendo más que simples borrachos o una sarta de imbéciles…
Cuando leo sus novelas lo que pone a mi cerebro la piel de gallina es que la mierda que vive Chinaski es la mierda que le sucede a todos los demás, pero la visión es la de un demente, un genio, una bestia que sabe que el mundo es el mundo desde que éramos amebas (escribir sobre la vida en la oficina de correos, de locos)… Y al final, en la última página el mundo continua, frío y duro, ajeno… Pueden apuñalarte en medio boulevard y la gente seguirá caminando.
Termino Pulp y pasa, con el detective acribillado y viendo el Gorrión rojo antes de su muerte mientras los autos continuan andando y las personas se mueven de un sitio al otro…. Termino Cartero (la primera novela) y la locura continua…
No es una sonrisa de felicidad, sino de satisfacción, de orgullo, que Bukowski y Chinaski siempre hayan sido desde el principio (desde Cartero) así.
Me hubiera gustado conocer a alguien que lo recomendara , y no saber de Bukowski luego de leer un par de artículos en revista… Ese alguien hubiera sido hermano o hermada de sangre, alguien con quien sabría que puedo contar.
Me hubiera gustado ser fotógrafo, tocar el piano, vivir cerca del mar.
A la mierda, el mundo no es perfecto pero continua…

Estuvo bien, tenia un buen polvo, pero como todos los buenos polvos, al cabo de la tercera o cuarta noche empecé a perder interés y no volví.
Volví a sentarme. ¡Once años! No tenia una perra más en el bolsillo que cuando entré por vez primera. Once años. Aunque las noches habían sido largas, los días habían pasado velozmente. Quizás era el trabajo nocturno, o hacer las mismas cosas una y otra vez, siempre igual. Al menos con la Roca nunca había sabido lo que me iba a suceder. Aquí en cambio no había lugar para sorpresas.
Once años pasaron por mi cabeza. Había visto al trabajo devorar a hombres hechos y derechos. Parecían derretirse. Estaba Jimmy Potts, de la estafeta Dorsey. Cuando llegué, Jimmy era un tío fuerte y bien parecido con una camiseta blanca. Ahora había desaparecido. Había puesto su asiento lo más cerca del suelo posible para sostenerse mejor con las piernas y no caer redondo. Estaba demasiado cansado para cortarse el pelo y había llevado el mismo par de pantalones durante 3 años. Se cambiaba de camisa un par de veces por semana y caminaba muy lentamente. Lo habían matado. Tenia 55 años. Le faltaban 7 para el retiro.
Empecé a notar la falta de descompresión. Me emborrachaba y me quedabamás borracho que una mierda podrida en el purgatorio. Incluso una nocheestaba ya con un cuchillo de carnicero puesto en la garganta cuando pensé,tranquilo, viejo, a tu niñita le gustaría que la llevaras al zoo. Helados,chimpancés, tigres, aves verdes y rojas y el sol descendiendo sobre la cabezade ella, el sol descendiendo y colándose entre los pelos de tus brazos.Tranquilo, viejo.
7 de enero de 2012
Esa mierda llamada vida...

Necesitaba unas vacaciones. Necesitaba 5 mujeres. Tenía que ir a que me quitaran los tapones de cera de los oídos. Mi coche necesitaba un cambio de aceite. No había presentado la maldita declaración de impuestos sobre la renta. Se me había roto una de las patillas de las gafas de leer. En mi apartamento había hormigas. Tenía que ir al dentista a que me hiciera una limpieza de boca. Tenía los tacones de los zapatos gastados. Tenía insomnio. El seguro del coche me había vencido. Me cortaba cada vez que me afeitaba.
No me había reído desde hacía 6 años.
Tendía a preocuparme cuando no había nada de que preocuparse. Y cuando había algo de que preocuparse, me emborrachaba
Charles Bukowski, de su novela Pulp.
12 de enero de 2011
Escuelitis (fuckin' fucks)
Cualesquier argumento por más racional que sea, cualquier excusa será vetada. Hay que defender el pensamiento fundamentalista al máximo. Se colocarán minas, se amenazarán con bombas a los que no cumplan. Se darán razones equivocadas pero que se implementan en otros sitios. El trabajo no se califica en base al desempeño sino según qué tan obediente eres. Me aferro a mi trinchera pensando que es una guerra que difícilmente gane. Sin embargo nunca me tomarán de rehén. Aunque no parezca, aunque otros me digan que me eche al dolor, este es un frente muy importante. Mucho está en juego.
Lo peor es que no es el único lugar donde te tratarán de esa manera. En cualquier otro sitio de cuatro paredes con otros como tú y con otros que creen ser superiores, te harán lo mismo. Tus jefes a punta de nalgadas y reproches querrán imponerte su filosofía, sus reglas, su ritmo como a un infante que se debe educar. Es algo típico en Ecuador. Nunca salimos de la escuela, tal vez la verdadera teta. Nos encanta. Te hablarán de algún proyecto de la misma forma en que mantenías conversaciones en la universidad, esperando que tu jefe te ponga una buena calificación luego de entregarle un documento ultra-académico (buena nota por presentación del cuaderno): hablando de ventajas comparativas, de implementar una estrategia hacia arriba y hacia abajo; todo eso en lugar de decirte que tienes que hacerte amigo de los proveedores, que tendrás que darles una botella de whisky de vez en cuando al tipo que conduce el camión para que te traiga pronto los pedidos, que los clientes no son tontos y que si no les das alguna promoción de vez en cuando caminarán diez metros y se irán con la competencia… Ante cualquier problema cortarán por lo fácil: si alguien va mucho al baño, pues se cortará el acceso al baño; si a un imbécil lo encontraron viendo porno, adiós internet para todos. Querrán que cumplas un reglamento a rajatabla, que como soldado raso practiques las disposiciones sin chistar, sin razonar.
¿Será por eso que se le permiten muchos abusos a los policías, como si estuviesen haciéndote un favor? ¿Será por eso que no reclamamos a los gobernantes hasta cuando en serio estamos hartos? ¿Será por eso que tomamos pocas veces la iniciativa? ¿Será por eso que nos quedamos callados cuando es la hora de hablar, con el temor a que el maestro nos califique mal? ¿Será por eso que ni bien recibimos buena plata compramos un automóvil para hacerlo taxi amigo o emprendemos algún negocio que un millar de personas lo habían hecho antes? ¿Será que los jefes llevan a cabo tan jodidos controles para justificar sus labores en lugar de ver por lo que en serio importa, pero resulta tan difícil de alcanzar?
Bukowski decía que (siempre es bueno citar al viejo Hank en una cabrera situación) tendrás que inspirarte en cualquier lado, en una mina de carbón o donde sea, con el llanto de un niño… Es más difícil de lo que parece con la policía soplando la nunca... Después de negarme a firmar el MEMO y escuchar un sermón de que no puedo hacer lo que me dé la gana, para mis adentros lo único que puedo repetir son las sabias palabras de ese ficticio pero iracundo escritor de New Orleans: You fuck you, you fuckin’ fucks…
3 de enero de 2011
De los cuernos

Dos semanas atrás Alfonso Reece escribió el editorial en el diario EL UNIVERSO No son toros los que están. El pobre sonaba desesperado con el llamado a consulta del presidente Correa en el que se añadirá una pregunta referente a la prohibición de corridas taurinas en el país. Lo negativo es que ante tanta impotencia los argumentos y excusas que buscaba para justificar el acto de matar un animal como parte de un espectáculo rozaban en lo ridículo y absurdo: ¿la búsqueda de la felicidad en clavar un par de espadas a un toro hasta que se desangre?, justificación: es una propiedad y podemos hacer con ella lo que queramos; ¿si en Los Andes los indígenas comen cuys y en España no, y otras personas practican la pesca, porque nosotros los tauromaníacos no podemos hacer esto que tanto nos gusta?, como si la alimentación y necesidad de proteínas que trae la carne fuera igual al puro entretenimiento; a los que se suman comentarios anteriores en que ha comparado la salsa con ésta su pasión. Pura bullshit. Dejavú con las opiniones de esos comentaristas de fútbol que abundan y emiten su verdad de la forma en que lo hace alguien que piensa que quienes lo escuchan son unos completos ignorantes - de Fernando Hidalgo únicamente dicen que es muy desesperado mientras Jonathan Montenegro o Jorge Cevallos, los dos que tiemblan cada vez que les cae un balón en los pies, son muchachos con condiciones -. Casi le he perdido el respeto al columnista.
Y aunque prefiero la cornada del toro antes que el fino sable para ganar una oreja o un rabo, no estoy de acuerdo con la consulta popular invocada por el presidente. ¿Por qué? Porque lo hace simplemente para obtener un triunfo electoral. Para crear el efecto de que sí está tomando medidas y está pendiente del tema de la inseguridad. Tan sólo debería guiarse de las encuestas para tomar las acciones del caso en lugar de hacer a la ciudadanía dirigirse a las urnas por algo que será aprobado con más de un 90% de los votos, y que después de todo es un derecho intrínseco de los ecuatorianos y suena a buen vivir. También nos cree unos completos ignorantes. La diferencia abismal es que Reece lo hace sólo con el tema taurino mientras que a Correa le gusta jugar con nosotros y disfruta la satisfacción de la victoria.
Antes que por medio de una consulta popular – acá la tienen difícil los taurinos porque esta es una decisión de las personas y no un Decreto Ministerial – sería mucho mejor que las personas se rehúsen a asistir a las corridas taurinas y otros eventos similares. Boicotearlos con amenazas de bombas, soltando a los toros o dándoles somníferos, reduciéndoles sus apretados trajes a los toreros, lanzando globos de pintura desde el cielo. Cualquier cosa sin llegar a cortar orejas al público y a los que blanden su capa en la arena. Hasta ahí nomás, sin violencia, porque no somos como ellos...
21 de julio de 2010
Teclear o la muerte...

No conozco las reglas de la métrica como el hiper-realista Poeta Madero que las recitaba durante su largo viaje por el desierto de Sonora, ni soy un maestro en el uso del punto y coma. No tengo lo hipster de Hemingway, o la locura de Cortázar, la desesperación de Sabato, la sensibilidad de Foster Wallace, la demencia suicida de Hunter S. Thompson, la excentricidad de Salinger. No he presenciado la guerra en primera fila a lo Kapuscinski, ni me han querido fusilar a lo Dostoievski. Para saber lo que es crear algo todavía me falta leer a Borges, a Fitzgerald, el Ulysses de Joyce, la generación beat, empezar los filósofos griegos, terminar a Shakespeare y muchos de los clásicos como Kafka y Goethe son casi desconocidos para mí.


Apenas he escrito un puñado de cuentos, nada mío se ha publicado, estoy a largos años de empezar una novela, no pertenezco a ninguna escuela literaria o grupo de poetas (no sé si tengo un estilo), ni siquiera a un puto club de lectura y no sé por qué escribo esto. Tampoco tengo las intenciones de escribir la última gran obra latinoamericana. Lo que sé es que tengo tres historias para escribir girando en mi cabeza. Tengo a un fotógrafo en Jujuy, en la Ruta 40, conociendo a un hombre que quiere llegar hasta el final de la Patagonia para pegarse un tiro y de paso asustar a las aves con el desplome de su cuerpo en la nieve; también tengo resquebrajada la existencia de una mujer ante el comentario trivial de una desconocida, y retazos de la vida de la victimaria que come, caga y duerme sin saber cuánto ha afectado a otra persona; y tengo un cuento en primera persona de alguien en un mal día paseando por Guayaquil, con patos, la muchacha en la ventana de Dalí, la Metrovía, lluvia y otras cosas. Tengo esbozos.
Borrar y reescribir situaciones, pulir a los personajes, volverlos más creíbles con cuestiones sencillas: que se coman la médula de los huesos del pollo, que odien la sensación en sus pies cuando las medias se les empapan por la lluvia y deban seguir caminando, que les guste quemarse con cigarros en las manos a la hora de tener sexo, que un murciélago en la ventana les recuerde la felicidad de la niñez. Ideas y pensamientos que dan vueltas todos el día sin parar, y cuando creo haberle encontrado la vuelta (una puerta de entrada o al menos una ventana) y me siento frente al computador, todo se dispersa, pienso que no es el día indicado para empezar, las manos se tornan pesadas y lo único razonable es repetir que debería tener siempre servilletas y una pluma en el bolsillo para atrapar a esos demonios que se escabullen cuando se los necesita.

Prefiero una computadora a un cuaderno. La playa, un viaje lejos de casa, en un parque, con nadie a kilómetros a la redonda, al día siguiente de una borrachera y haber escuchado varias historias, después de hablar con un extraño o ver una película, con un vaso de vino o whiskey al lado, escuchando Mr. Tambourine una y otra vez, con un café, dos cafés, tres cafés. Todo eso he intentado y son meses en que ni una maldita frase decente aparece. No importa. Hay que pararse frente a ese teclado de la misma forma que el viejo Hank Chinaski y darle como si fuera una pelea de pesados; y la inspiración llegará sin importar que se trabaje en una mina de carbón dieciséis horas al diaria o se esté solo y sin preocupaciones. Escribir para uno mismo y no para el resto. No hay excusas.
4 de mayo de 2010
Poemas malditos, poemas de Bukowski


John Dillinger y Le Chasseur Maudit.
Está mal, y no es lo acostumbrado, pero no importa:
veo chicas y me acuerdo de pelos en el lavabo
veo chicas y me acuerdo de intestinos
y vejigas y movimiento excretorios;
está mal también que
las campanillas de los heladeros, los bebes,
las válvulas de motor,
plagiostomos, palmeras, pasos en el corredor… todo
me entusiasme con la fría calma
de la tumba; el único alivio, es quizás,
saber que hubo otros hombres desesperados:
Dillinger, Rimbaud, Villon, Babyface Nelson,
Seneca, Van Gogh,
o mujeres desesperadas: luchadoras, enfermeras,
camareras, putas
poetisas… aunque
si creo que el crujir de los cubitos de hielo es importante
o un ratón husmeando en una lata de cerveza vacía;
dos huecos vacios mirándose mutuamente,
o el mar nocturno claveteado de manchados barcos
que te penetra la cautelosa membrana del cerebro con
sus luces,
con sus saladas luces
que te tocan y se marchan
en busca del amor más sólido de una tal India;
o conducir largas distancias sin razón
narcotizado a través de cristales bajados que
te rasgan y agitan la camisa como un pájaro asustado,
y siempre el semáforo rojo, siempre rojo,
fuego nocturno, y derrota, derrota…
escorpiones, chatarras, fardos:
ex empleos, ex mujeres, ex rostros, ex vidas,
Beethoven en su tumba más muerto que una remolacha;
carretillas rojas, sí, tal vez,
o una carta del infierno firmada por el diablo
o dos chicos buenos moliéndose a golpes mutuamente
en algún estadio barato lleno de estridente humo,
pero la mayoría de las veces no me importa,
aquí sentado con la boca llena de dientes cariados,
aquí sentado leyendo a Herrick y Spensery
a Marvell y a Hopkins y a Bronte(a Emily hoy);
y escuchando El hada de mediodía de Dvorak
o Le Chaussier maudit de Franck,
en realidad no me importa, y está mal:
recibo cartas de un joven poeta
(muy joven, parece) diciéndome que algún día
se me reconocerá sin duda como
uno de los grandes poetas mundiales. ¡Poeta!
que malversación: hoy he recorrido al sol las calles
de esta ciudad, sin ver nada, sin aprender nada, sin ser
nada, y de regreso a mi habitación
pasé junto a una vieja que sonreía
con una horrible sonrisa;
estaba ya muerta, y recuerdo cables en todos lados:
cables de teléfono, cables eléctricos,
cables para rostros eléctricos
atrapados como peces de colores en el cristal y sonriendo,
y los pájaros se habían ido, a ningún pájaro le gustan
los cables
o la sonrisa de los cables
y cerré mi puerta (por fin)
pero a través de la ventana era igual:
sonó una bocina, alguien se rió, corrió el agua de un
retrete,
y, entonces, cosas extraña,
pensé en todos los caballos con números
que habían pasado frente al griterío,
pasado como Sócrates, pasado como Lorca,
como Chatertton…
más bien supongo que nuestra muerte no importaba
demasiado
salvo por una cuestión de eliminación, un problema,
no creo lo que dicen
pero, igual que hago con
las palmeras enfermas
y la puesta del sol,
a veces las miro.
P.D. Acá la antología completa en PDF.
1 de mayo de 2010
Guía laboral

Christopher McCandless, en quien está basado el libro y la película Into the wild, mencionaba en su diario que la idea de libertad siempre nos extasió, «está asociada en nuestras mentes con la idea de un escape de la historia, la opresión, las leyes fastidiosas y las obligaciones». Mucha razón tiene el aventurero originario de West Virginia, porque entre la rutina diaria de despertarse, lavarse los dientes tomando el dentífrico desde el fondo para no desperdiciar, bañarse, desayunar, ir al trabajo, volver para descansar y meterse en la cama esperando estar de suerte con tu esposa antes de dormir, anhelando entre todo eso algún atisbo de lucidez o felicidad plena que le dé sentido al hacer lo mismo a diario, o disfrutar aquellos pequeños momentos de alegría infinita (una cucharada de azúcar se recuerda más que cien cucharadas de sal dicen las abuelas), pocas opciones de en caso de emergencia rompa el vidrio quedan.
No es para cualquiera donar todos sus ahorros a una ONG, cambiar de nombre y desaparecer de todo conocido en un viaje de renacimiento hasta Alaska como lo hecho por CM, que sirvió de inspiración para la película de Sean Penn; y el mundo se vendría abajo si todos quisiésemos aplicar la de los Goodfellas de Ray Liotta, Joe Pesci y De Niro, robando bancos y actuando como celebridades por el deseo de no tener un trabajo normal y pagar la hipoteca. Incluso el retiro voluntario de Salinger asusta. Marx (el viejo barbón y no el bueno de Groucho) decía que lo más probable es que el mundo ya te tenga asignado un lugar en la vida antes de nacer. Lo recomendable para esos casos cuando vienen aquellos pensamientos de horror ante todo lo que un hombre tiene que hacer para comer, dormir y vestirse, es volver al maestro, a Bukoswki, específicamente Factótum y en sus páginas llenas de un estilo seco, pesimista, sin mucho brillo y con sobredosis de realismo sucio, tratar de encontrar ese escape.


Empezar a leer Factótum el primero de mayo, en el día del trabajador, debería ser algo obligatorio, un ritual. El libro tiene poco más de ciento ochenta hojas y en un fin de semana, mejor si es en la playa y con varias cervezas o vasos de whisky encima, lo más lejos posible de las cuarenta horas a la semana de oficina o fábrica, las cosas se empiezan a ver claramente. Se lo recomienda acompañado con las melodïas de Don´t think twice it´s alright y Man of constant sorrow de Bob Dylan, o la banda sonora que Eddie Vedder compuso para Into the wild, con frases como las de la folk Hard sun que canta When I walk beside her/ I am the better man/ when I look to leave her/ I always stagger back again, para retratar el viaje que hizo Bukowski durante su juventud, escapando de servir en la Segunda Guerra Mundial (la novela puede ambientarse en cualquier época, aunque la imagen de Los Ángeles de Henry Chinaski que se me viene siempre a la cabeza es la de un LA igual al de A dog day afternoon), pasando de empleo mediocre a otros más mediocres, viajando alrededor de todos los Estados Unidos, viviendo con lo necesario para comer y beber, siendo parte del lumpen, emborrachándose en bares de mala muerte llenos de tipos duros y prostitutas, escribiendo novelas en servilletas de bares y acostándose con mujeres. Trabajando más que cualquiera y escribiendo mejor que cualquiera pero siempre haciendo las cosas a su modo, así esto signifique perder esposas, novias, trabajos y hasta la cabeza como lo dice Matt Dillon en el discurso final de la película basada en el libro. Hacerlo como se debe. «Si lo vas a intentar, dale con todo».
P.D. Acá la versión online de Factótum.
Fue entonces cuando aprendí que no es suficiente con hacer tu trabajo, sino que además tienes que mostrar un interés por él, una pasión incluso.
Era la primera vez que me había quedado solo en cinco días. Yo era un hombre que me alimentaba de soledad; sin ella era como cualquier otro hombre privado de agua y comida. Cada día sin soledad me debilitaba. No me enorgullecía de mi soledad, pero dependía de ella. La oscuridad de la habitación era fortificante para mí como lo era la luz del sol para otros hombres. Tomé un trago de vino.
Un convoy se había parado allí. Observé un manojo de caras neoyorquinas que me observaban. El tren arrancó y se alejó. Volvió la oscuridad. Entonces la habitación volvió a llenarse de luz. De nuevo contemplé los rostros escalofriantes. Era como una visión del infierno repetida una y otra vez. Cada nueva vagonada de rostros era más horrible, demente y cruel que la anterior. Me bebí el vino.
Trabajé durante varias semanas. Me emborrachaba todas las noches. No importaba; tenía el trabajo que nadie quería. Después de una hora en el horno, ya estaba sobrio. Mis manos estaban chamuscadas y llenas de ampollas. Todos los días me sentaba dolorido en mi habitación pinchándome las ampollas con alfileres que previamente esterilizaba con cerillas. Una noche estaba más borracho de lo habitual. Me negué a cargar una sola bandeja más.
Pero el morirse de hambre, desgraciadamente, no ayuda a mejorar el arte. Sólo era un impedimento. El alma de un hombre estaba radicada en su estómago. Un hombre podía escribir mucho mejor después de haberse zampado un buen solomillo de ternera y bebido medio litro de whisky de lo que jamás podría hacerlo después de haber comido una barrita de caramelo de a níquel.
Estuve bebiendo durante un cierto tiempo, tres o cuatro días. No conseguí levantarme para leer las ofertas de trabajo. La idea de sentarme enfrente de un hombre sentado detrás de un escritorio y contarle que deseaba un trabajo, que estaba capacitado para hacer ese trabajo, era demasiado para mí. Francamente, estaba horrorizado de la vida, de todo lo que un hombre tenía que hacer sólo para comer, dormir y poder vestirse. Así que me quedaba en la cama y bebía. Mientras bebías, el mundo seguía allí afuera, pero por el momento no te tenía agarrado por la garganta.
Nunca he sido muy bueno conversando así, pero, finalmente, con Carmen presionándome, la llevé a uno de los camiones que estábamos descargando en la parte trasera del almacén y allí me la tiré, de pie en el fondo de la caja del camión. Fue algo bueno, algo cálido, pensé en el cielo azul y en anchas playas vacías, aunque también fue un poco triste —había una ausencia definitiva de sentimiento humano que yo no podía comprender ni superar. Tenía su vestido subido por encima de las caderas y allí estaba yo, bombeándole mi polla en la vagina, abrazándola, presionando finalmente mi boca contra la suya, espesa de carmín, y corriéndome entre dos cajas de cartón sin abrir, con el aire lleno de cenizas y su espalda apoyada contra la pared mugrienta y astillada del camión en medio de la misericordiosa oscuridad.
Vagabundos e indolentes, todos los que allí trabajábamos sabíamos que teníamos los días contados. Así que andábamos relajados y aguardábamos a que descubriesen lo ineptos que éramos. Mientras tanto, vivíamos integrados en tal sistema, les dábamos unas pocas horas de honestidad y bebíamos juntos por las noches.
—Algún día —le dije a Jan—, cuando se demuestre que el mundo tiene cuatro dimensiones en vez de sólo tres, un hombre podrá salir a dar un paseo y desaparecer porque sí. Sin funerales, sin lágrimas, sin ilusiones, sin cielo ni infierno. La gente estará por ahí sentada y se preguntará «¿Qué le ha pasado a George?». Y alguien dirá, «Bueno, no sé. Dijo que iba a por un paquete de cigarrillos».
Las discusiones eran siempre las mismas. Entonces lo comprendí muy bien —los grandes amantes eran siempre hombres ociosos. Yo follaba mejor siendo un vagabundo desocupado que siendo un salta-cronómetros.
Cierto que yo no tenía muchas ambiciones, pero tenía que haber un lugar para la gente sin ambiciones, quiero decir un sitio mejor que el que se reserva habitual-mente para esta gente. ¿Cómo coño podía un hombre disfrutar si su sueño era interrumpido a las 6:30 de la mañana por el estrépito de un despertador, tenía que saltar fuera de la cama, vestirse, desayunar sin ganas, cagar, mear, cepillarse los dientes y el pelo y pelear con el tráfico hasta llegar a un lugar donde esencialmente ganaba cantidad de dinero para algún otro y aún así se le exigía mostrarse agradecido por tener la oportunidad de hacerlo?
Los vagabundos vivían allí abajo por centenares, en pequeños huecos en el hormigón bajo los puentes. Algunos habían puesto incluso macetas con plantas delante de sus refugios. Todo lo que necesitaban para vivir como reyes era calor enlatado (los tubos de calefacción) y lo que recogían del vecino vertedero de basura. Estaban bronceados y relajados y la mayoría de ellos tenían un aspecto mucho más saludable que cualquier típico hombre de negocios de Los Angeles. Aquellos hombres no tenían problemas con las esposas, los impuestos, los caseros, gastos de entierros, dentistas, intereses bancarios, reparaciones de automóvil, ni votos en una cabina con la cortinita cerrada.
En América siempre había gente buscando trabajo. Siempre había un montón de cuerpos utilizables para reemplazar a otros. Y yo quería ser escritor. Casi todo el mundo era escritor. No todo el mundo pensaba en que podía ser dentista o mecánico de automóviles, pero todo el mundo sabía que podía ser escritor. De aquellos cincuenta tíos de la clase, probablemente quince o más pensaban que eran escritores. Casi todo el mundo usaba palabras y podía también escribirlas, en consecuencia casi todo el mundo podía ser escritor. Pero la mayoría de los hombres, por fortuna, no son escritores, ni siquiera conductores de taxi, y algunos —bastantes— desgraciadamente no son nada.
6 de abril de 2010
Que otro lo cuente...

La frase es de Henry Chinaski, es decir de Charles Bukowski .
Por el momento el feriado se extiende y el blog entra en vacaciones. Estamos en la playa. Que otro se cuente algo y que mejor que Iron & Wine, a quien estoy oyendo todo el día, con su música acústica, íntima y muy buenas historias. Escuchen esto. Ya nadie hace canciones de nueve minutos.
The trapeze swinger:
Please, remember me
Happily
By the rosebush laughing
With bruises on my chin
The time when
We counted every black car passing
Your house beneath the hill
And up until
Someone caught us in the kitchen
With maps, a mountain range,
A piggy bank
A vision too removed to mention
But
Please, remember me
Fondly
I heard from someone you're still pretty
And then
They went on to say
That the pearly gates
Had some eloquent graffiti
Like 'We'll meet again'
And 'Fuck the man'
And 'Tell my mother not to worry'
And angels with their gray
Handshakes
Were always done in such a hurry
And
Please, remember me
At Halloween
Making fools of all the neighbors
Our faces painted white
By midnight
We'd forgotten one another
And when the morning came
I was ashamed
Only now it seems so silly
That season left the world
And then returned
And now you're lit up by the city
So
Please, remember me
Mistakenly
In the window of the tallest tower call
Then pass us by
But much too high
To see the empty road at happy hour
Leave and resonate
Just like the gates
Around the holy kingdom
With words like 'Lost and Found' and 'Don't Look Down'
And 'Someone Save Temptation'
And
Please, remember me
As in the dream
We had as rug-burned babies
Among the fallen trees
And fast asleep
Aside the lions and the ladies
That called you what you like
And even might
Give a gift for your behavior
A fleeting chance to see
A trapeze
Swing as high as any savior
But
Please, remember me
My misery
And how it lost me all I wanted
Those dogs that love the rain
And chasing trains
The colored birds above there running
In circles round the well
And where it spells
On the wall behind St. Peter's
So bright with cinder gray
And spray paint
'Who the hell can see forever?'
And
Please, remember me
Seldomly
In the car behind the carnival
My hand between your knees
You turn from me
And said 'The trapeze act was wonderful
But never meant to last'
The clown that passed
Saw me just come up with anger
When it filled with circus dogs
The parking lot
Had an element of danger
So
Please, remember me
Finally
And all my uphill clawing
My dear
But if i make
The pearly gates
Do my best to make a drawing
Of G-d and Lucifer
A boy and girl
An angel kissin on a sinner
A monkey and a man
A marching band
All around the frightened trapeze swingers
10 de septiembre de 2009
En pensiones (no fue exactamente a lo que se refería Bukowski)
Charles Bukowski decía que nadie vive de verdad si no ha vivido en una pensión. Y Carlos Fernández, al estilo gonzo, escribió una crónica para la revista Soho, viviendo en una residencia estudiantil durante un mes en Bogotá, para demostrar las sabías palabras: "Ahí estaba mi casera, mandándome al infierno, pidiéndome a gritos el alquiler, porque el mundo nos había fallado a los dos". Una estudiante de enfermería con tremendo culo, un cincuentón desempleado, un aspirante a actor que no pagaba su alquiler y una casera que era la reencarnación de la enfermera de “One flew over the cuckoo´s nest” (te ve como a una marioneta que ella puede mover a su antojo), eran los compañeros del nuevo hogar del cronista. Además las duchas de siete minutos con agua caliente, las reglas que entapizaban la pensión, la dieta a base de papas y arroz, y los ruidos que declaraban la inexistencia de la intimidad, hicieron que Fernández, al final de un mes ahí, pensara que eso no es vida. A diferencia de lo dicho por Charles Bukowski. O tal vez eso es lo que quería decirnos.


En La Rábida nos sentíamos algo atrapados en días de semana, por lo que los viernes, sábados y domingos escapábamos a cualquier punto de esa Europa que se nos presentaba ante nosotros y nos era tan desconocida en paisajes, comida y costumbres, porque de lunes hasta el viernes al mediodía, la vida era parecida a la de la Casa del Gran Hermano. Después de las ocho horas diarias de clases, la diversión consistía en jugar al truco, sentarnos a conversar siempre con las manos apretando un vaso de vino de botella barata que nunca faltaba, ver películas apachurrados en un sofá, hacer yoga y estirar con algo de ejercicio (la siesta española y el sedentarismo se pegan a uno como la porcina). La mayor parte de los estudiantes éramos latinoamericanos (con predominación de ecuatorianos, colombianos, guatemaltecos, argentinos y uruguayos), pero debíamos hablar en un español neutral, lejos de coloquialismos, para entendernos mejor. Cosa que nunca pasaba. Muchos dejaron sus relaciones, sentimentalismo e inhibiciones al otro lado del charco, pero la vida en el claustro nunca llegó al extremo de ser como la crónica de Claudia Aldana: Déjenme volver a Disney. Las edades fluctuaban desde los que tenían hijos pasados de los veinte años y ya pintaban canas, y los menores de treinta. Lo que volvía a veces difícil la convivencia. Sobre todo en las noches. Los noctámbulos (en su mayoría los más jóvenes) nos partíamos de la risa y hacíamos ruido para el disgusto de los mayores, los que ya tenían la recomendación de dormir ocho horas y en la más profunda tranquilidad. Para velar por esa paz, existía un trío de guardias (un par buen dato y el otro antipático) que su trabajo más que vigilar por la seguridad de los residentes era controlar su conducta. Por eso muchas de las guitarreadas que hacíamos, eran prácticamente en la zona de picnics, al aire libre, lejos del claustro, con un frío cortante de medianoche, con lo que el consumo de cigarrillos era uno tras otro y la máquina nos arrojaban empaques con marcas desconocidas. En muchas ocasiones la libertad era más una sensación que una realidad.

