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12 de junio de 2010

Lo que pasa cada cuatro años

Varios años atrás el periodista John Carlin escribió acerca de la Ruanda post-genocidio, que para mantener la paz, recibir el perdón y reunir a las tribus tutsis y hutus (víctimas y victimarios, respectivamente), después de que los prisioneros realizaran trabajos en las aldeas a cambio de amnistía, se organizaban partidos de fútbol entre ambos bandos con las gradas llenas de aficionados de los dos grupos. El fútbol como un instrumento para la reconciliación, y una Copa Mundial en Sudáfrica como motivo de alegría y orgullo para todo un continente azotado que muchas veces ha utilizado a este deporte de opio, como símbolo de esperanza ante toda la corrupción y horrores vividos; un deporte que además es la vuelta a la niñez para cualquier persona y la llave a la felicidad para todos los atentos y despistados, de la forma en que el Negro Fontanarrosa nos decía que a su tía le gustaba ver a la selección gaucha jugar porque en una de esas, de imprevisto, su esposo la abrazaba.



El día de ayer empezó un nuevo Mundial de fútbol. Un mes entero que se espera por cuatro cansinos y monótonos años. Este es el quinto que disfrutaré plenamente. Clavado frente a la televisión lo mejor que he visto sucedió en el certamen anterior cuando Zidane, casi solo, le dio un baile a Brasil en cuartos de final, el equipo que jugaba al 4-2-4 porque no sabía dónde meter tantas figuras de ataque; el favorito fue eliminado por un hombre. Y aunque muchos veteranos podrán decir que no se compara con Platiní, Zico, Pelé, Maradona y compañía, a mi favor está recordarle que somos la generación que no se asusta con la escena de la ducha en Psicosis. Son muchos recuerdos que empezaron con el torneo celebrado en Estados Unidos, el mismo donde Salenko metió cinco goles en un partido, Romario hizo de las suyas con la defensa, Rumania me parecía el mejor equipo y la final la vi una tarde de julio con el brazo enyesado porque el día anterior me lo habían quebrado jugando fútbol; y sintiéndome parte del momento en Corea-Japón, llegando tarde a clases de la universidad porque los partidos terminaban a las ocho de la mañana, cuando por fin Ecuador logró la clasificación; momento que se repitió en Alemania, cuando incluso el jefe de tan buen humor te dejaba salir temprano o llegar temprano para que además de ver los juegos de la selección puedas salir a celebrar.

Madrugamos por ver a los equipos jugar y no por la cantidad de comodidades en un hotel, los accesos en infraestructura, el nivel desarrollo en varios barrios, los lujos que se dan algunos en este mes futbolero, las celebridades asistentes, o por la puta Copa de la vida de Ricky Martin o el Waka-waka de Shakira, actores de reparto (importantes pero no los principales) que varios periodistas, más sociólogos o antropólogos en sus comentarios que analistas de fútbol, utilizan para desestimar la primera Copa del mundo celebrada en África. Son esos juegos los que nos hacen parte de la historia, un momento colectivo que llega cada cuatro años (cambiamos de presidente en menos tiempo), instantes donde se concentran varios momentos de la vida, y entre la graduación de la universidad, un diplomado, una pelea con la novia está el gol del Tin a México, el remate mal pateado, en octavos de final, de Carlos Tenorio con el arco frente a él, la falta inexistente que luego sería gol de Beckham y la amargura de no haber estado entre los ocho mejores.



23 de agosto de 2009

De buenas intenciones...

En enero del 2008 John Carlin escribía, en el diario EL PAÍS, acerca de la compra de equipos de fútbol ingleses por magnates norteamericanos (pero podría aplicarse para todas las acciones de la poderosa nación) que “la tendencia de Estados Unidos a meterse en líos en todo el mundo, y de complicar la vida terriblemente a los demás, parte de la fe, compartida por la casi totalidad [de] sus ciudadanos, de que la American Way of Life es la mejor way of life vista sobre el planeta Tierra desde los tiempos de Adán y Eva. O, en el caso de que hubieran sucumbido a la herejía darwiniana, antes”. En Ecuador las injerencias de Estados Unidos (además del Estado, organismos a su cargo como el Banco Mundial y el FMI, y empresas multinacionales) han traído perjuicios en asuntos como la deuda externa, débiles legislaciones laborales y ambientales, sin olvidar de que sirven como excusa de los gobiernos ante reclamos por el incumplimiento en las metas de bienestar y desarrollo. Sin embargo: que durante los últimos años, esa dependencia casi colonial haya disminuido (aunque la clase media y alta siga yendo de vacaciones a New York y el alcalde de Guayaquil quiera darle la apariencia de Miami a las calles principales de la ciudad), no implica que debamos adoptar una nueva way of life. Porque con varias de las acciones y declaraciones del presidente Correa (su ataques desmedidos en contra de los medios de comunicación y el anuncio por parte de Chávez y no del presidente ecuatoriano sobre el ingreso al ALBA del país son sólo un par de ejemplos) parece que estamos recorriendo el mismo camino que ya ha recorrido Venezuela la última década, que a la vez espera emular al sendero cubano (caso aparte: se felicita que el vicepresidente Moreno haya declarado que no le pretende seguir el juego a Chávez en una guerra contra Colombia).


Por eso el 10 de agosto pasado no fue exactamente el anuncio de la conformación de comités de defensa de la revolución, para proteger el proyecto político de Alianza País, lo que levantó tanta polémica (la mayoría de los partidos de países demócratas tienen organizados a sus simpatizantes), sino el que lo haya hecho de la mano de Hugo Chávez y de Raúl Castro, utilizándolos como ejemplo y modelos a seguir, fue el motivo de las sospechas y temores. Y aunque comparaciones con el nazismo, el fascismo y Stalin, que muchos columnistas de diarios del país han hecho, resultan exageradas (acá en Ecuador no tenemos gulags, desaparecidos políticos, ejecuciones o casos de torturas), no podemos olvidar que estas organizaciones (Círculos Bolivarianos) han sido utilizadas como fuerzas de choque en Venezuela para enfrentar, con violencia últimamente, a la oposición; y en Cuba además de sus funciones superficiales como mantener la limpieza de barrios, vigilancia nocturna, evacuaciones ante la llegada de huracanes, organización en las campañas de vacunación, también han sido denunciados como centros de espionaje (para detectar disidentes) y de alienación ideológica.

Sin embargo si el deseo con estos comités es de promover una verdadera democracia participativa, también sería recomendable aplicar otras formas de la misma como la creación y promoción de cabildos abiertos, la descentralización de funciones a los distintos niveles de gobiernos, presupuestos participativos, consultas populares, revocatorias de mandatos, participación de la ciudadanía en la fiscalización y en la elección de las dignidades de todos los poderes, controles y democratización dentro de los partidos políticos, entre otros mecanismos que den poder de decisión a los ciudadanos; de los cuales algunos ya están incorporados en la constitución actual y se han aplicado, otros faltan por aplicarse, y otros como la no obligatoriedad en participar en las elecciones y la conformación de distritos electorales son tareas pendientes para el debate.

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