25 de agosto de 2009

Por una cabeza

“El equipo de todos los tiempos [de la copa libertadores] arranca con un ecuatoriano y diez más”. Las palabras de Jorge Barraza definen su capacidad en la cancha, a lo que podría añadírsele los comentarios del flaco Menotti que lo señalan como un “jugador con enorme capacidad goleadora, además hombre acostumbrado a jugar solo contra el mundo. Dotado físicamente como muy pocos… un jugador reconocido en todo el mundo… cuando había que jugar bien era capaz y cuando había que ganar de guapo también lo sabía hacer”; y en una entrevista a Juan Vicente Lezcano, zaguero del mítico Peñarol de la década del sesenta, lo resalta como una gran persona también fuera de la cancha (su familia y amigos podrían resaltarlo más), en un equipo con un gran compañerismo.


Escribir sobre Alberto Spencer Herrera podría tomar centenares de páginas y varios años detallando sus jugadas, como le pegaba con la frente y los largos trancos que corría, con esa capacidad de en los momentos inesperados aparecer con una jugada y definir en minutos la historia de un partido. Spencer es una leyenda, y que no haya sido considerado por la FIFA dentro de los mejores jugadores del siglo que pasó no hace olvidar todas sus proezas dentro de la cancha, que en un nada barroco inventario, pero sin detalles, comenzaría con sus 510 goles oficiales, con el Andes de su Ancón natal, luego en el Everest (además le dio muchas alegrías a otros equipos vistiendo sus camisetas y marcando en Barcelona, Emelec, Olmedo, Liga de Quito y otros), Peñarol (equipo con el que fue siete veces campeón y estaba formado también por estrellas como Luis Cubillas, Joya, Lezcano, Rocha) y la selección ecuatoriana; 54 goles en la Copa Libertadores (el trofeo al goleador lleva su nombre), para ser campeón en la primera edición de 1960, y repetir el título en 1961 y 1966 (además de un subcampeonato contra el Santos de Pelé en 1963), marcando en todas las finales (destacando esa remontada al River que tenía a Carrizo en el arco); el primer gol marcado por un ecuatoriano en Europa, contra el Real Madrid en la Final de la Intercontinental que perdieron, pero en el 63 y 66 serían campeones, anotando también en esas finales, Spencer, contra el Sporting de Lisboa de Eusebio y el Real Madrid; enfrentar a rivales de la talla de San Filippo del San Lorenzo y Pelé del Santos; anotar en África, Italia, España y en Wembley (primer gol de la selección charrúa en ese estadio); y volviendo antes de su retiro a jugar en Barcelona y dar el pase gol al padre Basurco en la gesta contra el invencible Estudiantes de la Plata. Sin olvidar su lado fuera de la cancha, la vida con sus diez hermanos en Ancón, su casamiento con María Teresa, sus tres hijos, su humildad, su aparición en el cine y su designación como cónsul en Uruguay.

Los hechos los recuerdo y algunos los descubro después de haber leído el libro “Spencer Goleador Universal” del periodista ecuatoriano Freddy Alava. Y destaco del mismo la recopilación de palabras de varios futbolistas y reportajes de la época sobre las hazañas del goleador, porque después de terminarlo me deja la sensación de que la obra fue hecha al apuro, sin edición, con muchas faltas ortográficas y después del prólogo y la introducción de Menotti, la redacción se queda y la fluidez desaparece. Como si la blanca pluma que relata la vida de Forrest Gump no se elevara más que unos segundos, aunque mejor paro aquí porque este blog no lo utilizo, a excepción de los políticos, para hablar mal de alguien (por eso no escribo sobre Arjona, Paulo Coelho o Ricardo Montaner). Al final la lectura me sirvió para rememorar la figura de Spencer. Alguien que siempre estuvo en el momento correcto para marcar historia.

P.D. Quise ponerle como banda sonora, a una lectura sobre el fútbol, la victoria inicial de Barcelona contra Emelec, pero luego del empate y el domingo lo mismo contra Nacional, sólo puedo decir que cada día nos estamos yendo más hacia la casa de la v…, es decir a la B.


Carlos Salvador Bilardo:

Me parece que fue en el año sesenta cuando tuve el primer contacto con Spencer, era un jugador elegante, buen físico, además muy técnico. Él y Joya eran dos altísimo valores del ataque peñarolense, retrocedían unos metros y entraban a definir. Recuerdo que en las charlas técnicas me decían: cuidado que viene el centro desde la derecha y entra Spencer. Era terrible, era un gigante, arriba andaba muy bien y aparte una virtud, que él siempre daba un paso atrás para arremeter, además era muy buena gente, yo después lo conocí en persona.

Revista El Gráfico de 1966: “El hombre que ganó una copa”.

Es un jugador “que no dice nada”…
Pero cuando entra en juego “lo dice todo”…
Es el sprinter que sólo pica cuando llega…
Pero cada vez que llega la alcanza. Y cada
vez que pica llega…

Es nada más que un velocista. Pero es
el más veloz de los velocistas…
Es nada más que un jugador de contraataque.
Pero es uno de los mejores
jugadores para el contraataque.

Es nada más que fuerte arriba. Pero
fuerte arriba y abajo. Porque de arriba
“mata” y abajo “vuela”. Porque hay muy
pocos que saben elevarse con esa fuerza
y muy pocos que pueden apilar gente con
el eslalon endiablado que tiene su pique.

Es “un pescador”, pero ¡cómo pesca!
Todo sabe aprovecharlo.
No bien un defensor deja botar la pelota
ya se la robó Spencer.
Su mirada denota tranquilidad pero
en un segundo la troca en vértigo demoledor.

Los goles bonitos, los hace cualquiera,
los goles importantes, los que valen
campeonatos, lo que llenan vitrinas
los hace Spencer.

Es un jugador que no dice nada…
las siete letras de su apellido lo
dicen todo SPENCER…

¡Oh… coincidencia! El mismo número que tienen:
Everest, Ecuador, Peñarol, Uruguay, campeón,
América…




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