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31 de marzo de 2011

La maldición


Una gigantesca lagartija, llamada Godzilla, que aparece del fondo del océano de vez en cuando para destruir Tokio – la que apareció en NY en una patética película con Mathew Broderick no es la misma de acuerdo a un comentario nipón en otra cinta – no puede ser más que una ironía, sarcamo, a las prueblas nucleares realizadas en la isla Bikini y a las catástrofes de Hiroshima y Nagasaki. Las consecuencias. Lo que es totalmente real es el dolor y el drama sufrido por las víctimas de época de segunda guerra mundial, los pescadores del relato de Kenzaburo Oe que apareció en el Página 12, y todos los actuales evacuados de Fukushima que deben comer cierto tipo de algas con yodo que supuestamente los protegerá. Pareciera que cada generación japonesa de los últimos cien años está expuesta a una especie de maldición radioctiva. Amelie Nothomb mencionaba en su libro Ni de Eván ni de Adán, durante su viaje a Hiroshima, que ninguna nación podría mostrar con tanta solemnidad, con tantas pocas ganas de generar lástima, el horror vivido con el Proyecto Manhattan. Con el terremoto y tsunami no se vieron saqueos, ni ningún tipo de vandalismo o caos, aunque de acuerdo a Ryu Murakami (también en Página 12) los comestibles sí escasearon y la gasolina se acabó. Nadie duda que Japón volverá.

Respecto a lo que hoy sucede en Fukishima, específicame en los reactores nucleares; porque los diarios nacionales publiquen cada vez más cortas noticias acerca de la situación, no significa que la crisis esté controlada, sino que la historia va pasando de moda. En el caso de Chernóbil, los liberales a favor del uso de la energía atómica culpaban al comunismo por el desastre con total razón; su irresponsabilidad para tomar las medidas correctas no salvó millares de vidas. En la crisis actual de Japón, ¿se debe culpar al capitalismo? Después de todo es una compañía privada la responsable. Tampoco es motivo de celebración para los activistas de Greenpeace y el resto de ecologistas, así el partido verde haya derrotado al de Angela Merkel en Alemania. Ni jactarse porque tenía razón en la cuestión de riesgos. Por muy limpia que resulte la energía nuclear quedan las dudas de si estamos preparados para asumir el reto.
En materia ambiental hay algo llamado el principio de precaución, que según Wikipedia – quien mejor para resumir – “es un concepto que respalda la adopción de medidas protectoras cuando no existe certeza científica de las consecuencias para el medioambiente de una acción determinada”. Concepto de locos para los pensadores de libre mercado que creen que con eso se les está quitando su libertad. Según los hechos actuales en Japón a quien no se respetó fue al ser humano, exponiendo a millares de vidas a posibles futuros problemas de salud. Oe en su artículo continuaba diciendo que cuando Japón fue derrotado en la guerra, con la nueva Constitución se declararon “tres principios no nucleares” (no poseer, manufacturar ni introducir en el territorio armas nucleares). Los cuales no se cumplieron desde que EEUU empezó a introducir bombas atómicas en el archipiélago. “Una nación pacifista amparada bajo el paraguas nuclear de los Estados Unidos”. Como lo pensaba Murakami, queda la esperanza… de que termine la maldición.

3 de diciembre de 2010

Portafolio literato II


Otra vez diciembre. De nuevo se vienen las compras compulsivas, los peatones apurados, las colas de tráfico, los taxistas cobrando las carreras más caras, las fiestas de fin de año, las malas noches. La ciudad en llamas. Todo se repite cada año, incluso un portafolio literato, que en esta ocasión no está a cargo de Vasco Szinetar – aunque de igual manera estas fechas son época de camaleones, sintiéndose otro, llevando un ritmo que no se practica en los restantes once meses –, sino del argentino radicado en París Daniel Mordzinski; que además de practicar periodismo investigativo y haber cubierto varias guerras se dedica a fotografiar a los escritores que ha tenido oportunidad de conocer. Ha publicado un libro, y en Mar del Plata, en la cumbre de Jefes de Estado, expondrá su obra. Está consciente que por cada nuevo novelista, poeta del que obtenga una imagen, un millar le faltará. Esperanzas para las letras de que no morirán. Página 12 le hizo un especial.

Un año que se va y que en cuanto a lo leído ha sido un corte al cordón umbilical de la literatura en español en la que siempre estuve inmerso, en los conocidos. Después de Roberto Bolaño y Andrés Caicedo fue hora de jugar de visitante, de decirle hola a Stephen King, a Jim Harrison, a Arthur Miller, a Rimbaud, a Baudelaire y más. Las fotos, a pesar de que no he sido presentado con varios de los ilustres como Bryce Echenique, Bioy Casares y otros, son un reencuentro.


Borges es un asunto pendiente que no debería estar en la lista; sin embargo me parece tan familiar, común, presente en la naturaleza. Por temor a parecer estúpido al no entenderlo o por falta de sincronización no lo he leído aún. ¿En la foto alguien le muestra luz? Por lo que he escuchado de él creo que no lo necesita. Espero algún día finalmente ponerme en posición decúbito dorsal, en el escalón correcto con el Aleph en la mano, brillando entre la oscuridad.


Oliveira se podía pasar horas recordando los detalles al extremo, la forma en que iban atados los zapatos y la marca de la lata de verduras que utilizaba su madre aquella vez en el mesón diez años atrás. Con el Cronopio aprendí a valorar lo que no tiene importancia, comprender que en las nimiedades están encerradas muchas respuestas. Disfrutar del ritmo de las letras, del sentido del humor en los relatos, del jazz mientras Perico le bufaba un Coltrane al resto del Club de la Serpiente, que el orden es un invento y no una regla. En la foto por su talla puede ser confundido con un boxeador peso pesado. Leerlo es descubrir a un genio. Siempre quise escribir como Cortázar. En serio hay que estar loco para que te salga natural.



Sabato es una cuestión más de sentimiento que de estilo, de crítica. No hay libro que más disfrute que “Sobre héroes y tumbas”. Nadie me lo recomendó, lo descubrí en el momento preciso, por casualidad y junto a Rayuela tengo que leerlo todos los años. Encontrar cada vez algo nuevo. Saber que sigo por ahí, recorriendo el Parque Lezama en mi imaginación. En la foto esa soledad de un centenario que siente haber vivido más de lo que debía.




Cuando pienso en Gabo la primera palabra que se me viene a la mente son adjetivos. Nadie puede describir un rostro como él. Nadie puede recrear el escenario republicano y colonial de la misma forma. Creador de mundos, del pasado contado como lo hacían los abuelos. En sus libros está impregnado el olor a tierra mojada de la lluvia, el aroma del cacao, el sonido de las hojas moviéndose por la brisa. La hojarasca llevándose todo a su paso, lo que queda es la imaginación de GGM. Al igual que sus obras la imagen refleja nostalgia.




El nuevo Nobel. Poco he leído de Vargas Llosa. Puede que no sea su obra más profunda, pero Los Cachorros es un cuento genial; ese estilo desordenado y la castración del pobre Pichulita, quitándole su derecho a crecer, es algo que a cualquiera le hubiera gustado escribir. La huella más inmadura de uno de los tipos más serios de lo que se puede hablar. Una imagen donde el peruano parece estar perdiendo la cabeza, presto a realizar una crítica.



Nos sobran los motivos para escuchar Sabina. Esa mezcla de ritmos, de instrumentos que acompaña a su talento para poner una frase donde debe. La vida de la calle, las putas, los perros y los gatos. Todo es un eterno poema convertido en canción, a cualquier cosa se la puede volver bohemia. Habla como le da la gana y sin embargo tiene tantos amigos. Contradicción porque sus melodías son excelentes para ratos de soledad, como en esta foto donde se niega aparecer en el centro.


Si Paulo Coelho es el profeta, Saramago es el anticristo. El pesimismo prevalece, el pesimismo enseñando tanto. Se puede vivir con la tristeza y desesperanza del mundo. Sus novelas son best – sellers que compiten con el Código Da Vinci. Un misántropo a medio camino que está en la boca y en el recuerdo de muchos. La foto es para ciegos.



En Argentina , en un pueblito llamado Tafí del Valle, sin nada que hacer en un hostal, un tipo de Bélgica me presentó a Amelie Nothomb, me dijo que la leyera. Días después JFA en su blog comentaba de ella. Me hice de un par de sus libros en el Ateneo ya más domesticado en Buenos Aires. Prefiero a la persona que a la escritora. No es hermosa ni tiene buenas piernas. Por alguna razón atrae, es alguien a quien se quiere conocer. Se desnuda en su obra. Un cementerio para una foto ya es algo trillado, aunque esa palidez es de vampireza.

Los pendientes:


Claude Levi – Strauss es un genio del que he tenido advertencias. Quedaré como loco. Habrá que correr el riesgo. En la foto con paso apurado, esperando ganar alguna discusión.



Bioy Casares es una leyenda que por respeto propio tengo que leer. La foto es una imagen del pasado. De conversaciones de café.


Para mí Bryce es el tipo que se subió a un yate con Fidel mientras Guayasamín trataba de venderles un cuadro - o algunos -. El sentido del humor de su obra es algo por descubrir. En la foto algo más serio, pensativo, inventando…



Javier Cercas ha comentado dos veces en este blog. Tengo listo Soldados de salamina para disfrutar en algún rato de mayor tranquilidad. Lo publicaban en El Telégrafo. Una buena columna fue aquella de la teta, de meterse al cine a escondidas para encontrarse con la imagen de un pezón. En la foto mucho menos serio de lo que parece.



Antonio Neuman es una máquina de escribir. Altamente recomendado por el detective salvaje Bolaño. Ganador de varios premios. La imagen de un hombre exhausto.


Villoro = fútbol. Sé que hay más cosas, más serias, menos banales. Varios artículos en Soho y otras revistas. Es hora de agarrar una de sus obras. La imagen es la de un fervoroso creyente. Un tipo enamorado.

14 de julio de 2009

No estamos perdidos en Tokio

Me gusta mucho Guayaquil, y disfrutó mucho verla desde afuera, cuando no vivo en ella. A veces me cansa porque es exasperante, me quiere someter a un ritmo que no estoy dispuesto a aceptar. Me ahoga, queriéndome, a través de una vil tortura, que adopte su trepidante y caótico estilo de vida (a la vez es lo que me gusta). Por eso viajo, para cada vez que vuelvo verla con otros ojos. Ver que está bien y que no. También viajo porque creo que hay otros lugares que sin conocerlos aún, están esperando que lo haga. Como hechos artesanalmente por mi imaginación. Disfruto esa sensación de sentirme cómodo en un lugar que no tenía mucha idea de él o sólo lo había visto desde una postal. Razones por las que ahorro casi todo mi sueldo para escaparme por un tiempo de Guayaquil, o no tengo mayores dudas para aceptar empleos fuera de la ciudad donde nací. Esa experiencia de estar solo, no conocer a nadie y empezar todo de nuevo, es lo que te pone a pensar. Pensar en serio lo que uno quiere. Y hay veces también en que el sitio donde se supone uno debería integrarse no es más que una mierda, y el olvidarse de las comodidades no tiene ninguna recompensa. Como haber llegado al infierno que se traduce en putear con libertad en más de una ocasión a tu nuevo hogar. Pero eso no me quita la ganas de vivir en otro país por un par de años. No con el objetivo de migrar, hacer más plata y enviársela a mi familia, sino por la experiencia de saber hasta donde soy capaz de adentrarme en un lugar desconocido, y apoderarme de una parte de él. También se lo recomendaría a todo el mundo. Si hubiera, a manera de video cámara, una encuesta que enliste las cosas que alguien debería hacer en su vida, pondría entre las primeras el de vivir en otro lugar. Por eso tengo escalofríos cada vez que amigos a los veinticinco años me anuncian que se casan o que se compran un montón de cosas, esperando encontrar ahí a ellos mismos.


Siguiendo con la lectura de Amelie Nothomb, en “Ni de Eva ni de Adán”, la lectora belga cuenta, a manera autobiográfica siempre, la ocasión en que regresó a Japón (la última vez que lo había visitado fue a los 5 años). Nos cuenta todas las sensaciones de regresar a un lugar que lo siente propio pero del que no se acuerda de nada. Con esas ganas de no quedarse únicamente en el turismo de tomar fotos, probar algo de comida y disfrutar de lo que te venden muchas agencias de turismo. Irónicamente cosas que hacen muchos de los japoneses. Ella quiere también adentrarse en el idioma y la mejor manera de aprender japonés, ella cree, es enseñando francés. Ahí conocerá a Rinri, que no es un nipón que encaja perfectamente en el molde, contando la historia de su libro (con un estilo bastante parecido a otras autobiografías que he leído como “Antes del fin” de Ernesto Sabato o “Soy el que pude” de Francisco Febres – Cordero) a través de anécdotas y singularidades del país que le pasaron junto a Rinri, de quien después se enamora (pero la historia no es al estilo de Lost in translation donde el romance, la atracción provienen del sentirse distintos en un país tan extraño para ellos. Acá, el poder descubrir Japón, verlo con otros ojos es lo que los une). Anécdotas que en varias ocasiones me hicieron cagar de la risa, y aunque nunca estuve en Japón (a lo mucho he estado en el jardín japonés de Guayaquil y en el jardín japonés de Buenos Aires, donde además de peces koi, lo que más abundaban eran turistas brasileños) las he sentido en algo propias. Cualidad que tiene Amelie, esa de rememorar eventos que casi seguro nos han pasado a todos, por lo que sus novelas no tienen elementos de grandeza pero uno las siente personales. Ojalá que cuando rememore mis veinticinco años a los cincuenta, no los mezcle con las letras escritas por Amelie.



30 de enero de 1989. Mi segundo día en Japón como adulta. Desde lo que yo denominaba mi regreso, al descorrer las cortinas cada mañana descubriría un cielo de un azul perfecto. Cuando durante años has recorrido cortinas belgas sobre toneladas de gris, ¿cómo no exaltarte ante el invierno tokiota?

El amor es un impulso tan francés que algunos lo consideran un invento nacional. Sin llegar a ese extremo, admito que hay en esta lengua un genio amoroso. Quizá podría considerarse que Rinri y yo, cada uno a su manera, no habíamos contagiado de la inclinación típica del otro: el jugaba al amor, embriagado por la novedad, y yo me deleitaba de koi. Lo que demostraba hasta qué punto estábamos admirablemente abiertos a la cultura del otro.

Desde el aeropuerto de Hiroshima, tuve una impresión muy concreta: no estábamos en 1989. Ya no sabía que año era: por supuesto, no estábamos en 1945, pero aquello parecía los años cincuenta o sesenta. ¿Acaso el choque atómico había ralentizado el curso del tiempo? No faltaban construcciones modernas, la gente vestía normalmente, los vehículos no diferían de los del resto de Japón. Era como si los seres vivieran con más intensidad que en otra parte. Vivir en una ciudad cuyo nombre significaba, para el mundo entero, la muerte, había exaltado en ellos una fibra viva; y la consecuencia de todo ello era una sensación de optimismo que recreaba el ambiente de una época en la que todavía se creía en el porvenir…
Paseando por las calles de aquella ciudad de provincias, pensé que la dignidad japonesa tenía allí su retrato más impactante, Nada, absolutamente nada, hacía pensar en una ciudad mártir. Me pareció que, en cualquier otro país, semejante monstruosidad habría sido explotada hasta la náusea. El capital de victimización, tesoro nacional de tantos y tantos pueblos, no existía en Hiroshima.

Estaba en lo cierto. Más allá de los mil quinientos metros, desaparezco. Mi cuerpo se transforma en pura energía y en el tiempo que uno tarda en preguntarse dónde estoy, mis piernas ya me han llevado tan lejos que me he convertido en invisible. Otros tienen la misma propiedad, pero no conozco a nadie con quien resulte tan poco imaginable, ya que, de cerca, o de lejos, no es que me parezca demasiado a Zaratustra.
Y, sin embargo, en eso es en lo que me convierto. Una fuerza sobrehumana se apodera de mí y asciendo en línea recta hacia el sol. En mi cabeza resuenan himnos olímpicos no en el sentido deportivo sino mitológico. Comparado conmigo, Hércules es un joven achacoso. Y eso que solo hablo de la rama griega de la familia. Nosotros, los mazdeítas, somos otra cosa.
Ser Zaratustra significa tener, en lugar de pies, dioses que devoran la montaña y la convierten en cielo, significa tener, en lugar de rodillas, catapultas que transforman el resto del cuerpo en puro proyectil. Significa tener, en lugar de vientre, un tambor de guerra y, en lugar de corazón, la percusión del triunfo, significa tener la cabeza habitada por una alegría tan espantosa que es necesaria un fuerza sobrehumana para soportarla, significa estar en posesión de todos los poderes del mundo por la única y auténtica razón de que los has convocado y puedes contenerlos en tu sangre, significa no tocar tierra por un diálogo cercano con el sol.

Bautizo el avión como Pegaso. La música de Liszt ha multiplicado mi alegría por mil. Tengo veintitrés años y todavía no he encontrado lo que buscaba. A los veintitrés años, es bueno no haber descubierto tu camino.

9 de julio de 2009

El diablo es mujer

La vida se hace en borrador y no nos es dado corregir sus páginas (Antes del fin, Ernesto Sabato).


Meses atrás Juan Fernando Andrade, en su blog, escribió acerca de Amelie Nothomb. Ahí la conocí por primera vez. Y hace días, un par de locos belgas que compraron una kombi en Ushuaia y con la que pretenden llegar hasta México, también me la recomendaron. Ahí me decidí en ir al dealer de confianza y me hice de “Antichrista” y de “Ni de Eva ni de Adán”, novelas de la escritora con pinta de Mary Poppins y que revela una fuerte personalidad con los gestos que pone en sus fotos, como una prueba de que al final para ella todo es un juego. En sus novelas también se denota el mismo carácter fuerte que a veces puede resultar pedante.

Además de resaltar lo usual, lo superfluo, lo banal, de que Amelie es belga pero vivió muchos años en el Extremo Oriente de Asia, principalmente en Japón y China, por su calidad de hija de diplomáticos (tal vez eso fue lo que la impulsó a escribir), el resto, lo importante, lo que vale la pena, está escrito en sus obras, porque la mayoría de sus libros hablan de ella misma (desde hace años escribe tres novelas en el año y publica una). Un acto de valentía, aunque a veces parezca algo voyeur, epicúreo o nihilista, ese de desnudarse y presentarse crudamente tal como es; y también de desnudar a sus amigos y seres que tiene alrededor con todos los “peros”, traiciones y homenajes que eso trae.

Amelie estudió filología en una universidad pública, de claras tendencias liberales – socialistas, pero al tener el apellido de una familia burguesa católica y su abuelo ser un famoso político conservador de décadas pasadas, su estancia universitaria no fue sinónimo de amistades y buenas relaciones con sus compañeros de salón. De estas experiencias escribió “Antichrista”. Libro que en un principio te atrapa y no te suelta, aunque el final cansa y da la impresión de que la autora lo quiso terminar rápido. Un solo corte a la yugular. Eso de terminar las cosas rápidos es algo que se repite en las pocas hojas que tiene la novela. En esas pocas hojas Amelie pone una infinidad de eventos, pero de todos ellos solo te dice lo necesario. El resto va por cuenta de tu imaginación. Antichrista parece un pariente bizarro de las cursis novelas de Carlos Cuauhtémoc Sánchez. Alguien con actitud. Y eso para los latinoamericanos es bastante, porque muchos tuvimos que soportar tamañas ridiculeces del autor mexicano, y Antichrista exorciza, pero al final destruye este tipo de textos para quinceañeras sentimentales. Un regalo perfecto para ellas.

Blanche es la protagonista principal. No tiene amigos pero seguro me caería muy bien. Está llena de inseguridades a sus 16 años. No tiene interés en relacionarse con muchas personas aunque quisiera tener un amigo verdadero. Lastimosamente conoce a Christa, quién es todo lo contrario: llena de vida, seductora, con aspecto virginal pero a la vez sensual, con confianza en todo lo que dice. Una relacionista pública de si misma. Y ahí viene el lastimosamente, porque Christa aprovecha sus atributos para apoderarse de todo las pocas personas y cosas que a Blanche la rodean. Aunque también le enseña a vivir en algo a Blanche y a valorar más esas personas y cosas que la rodean, pero aquella enseñanza no puede volverse perpetua.

Christa me resulta familiar al personaje de Mina Suvari en “American Beauty”. Esas mismas ganas de ser alguien a costa de humillar al resto. De mostrarse con inocencia ante el mundo pero revelando, cuando las cámaras están apagadas, un lado oscuro a personas como Blanche (que sumida en su propio mundo puede ver más que el resto). Y en libro Blanche está atrapada en eso. Ella es quien cuenta la historia, su vida desde la llegada de Christa.


http://www.elpais.com/articulo/portada/Amelie/Nothomb/elpepusoceps/20090301elpepspor_6/Tes http://www.elpais.com/articulo/semana/Tener/hambre/terrible/tener/posibilidad/padecerla/peor/elpepuculbab/20060128elpbabese_1/Tes
Sabía muy bien que no la conocería. Era incapaz de acercarme a ella. Siempre esperaba a que los demás me abordaran: nunca lo hacía nadie.
La universidad era eso: creer que ibas a abrirte al universo y nunca encontrar a nadie.

Siempre había estado sola, lo cual no me habría disgustado si hubiera sido como consecuencia de una elección. Nunca lo había sido. Soñaba con sentirme integrada, aunque solo fuera para permitirme el lujo de desintegrarme inmediatamente después.

Tenía dieciséis años. No tenia nada, ni bienes materiales, ni bienestar espiritual. No tenía amiga, ni amor, no había vivido nada. No tenía idea de nada, no estaba segura de tener alma. Mi único patrimonio era mi cuerpo.

A los seis años, desnudarse no significa nada. A los veintiséis años, desnudarse ya se había convertido en una vieja costumbre. A los dieciséis años, desnudarse es un acto de inusitada violencia.

De regreso en mi habitación, me desnudé ante el gran espejo y me contemplé: de la cabeza a los pies, aquel cuerpo me insultó. Me pareció que Christa no la había criticado lo suficiente.
Desde mi pubertad, detestaba mi físico. Constaté que la mirada de Christa había empeorado la situación; ya sólo podía verme a través de sus ojos y me odiaba a mí misma.

No hay mal que por bien no venga: en mi casa, había recuperado mi habitación y mi derecho a la lectura. Nunca leí tanto como en aquel periodo: devoraba, tanto para compensar las carencias pasadas como para afrontar la inminente crisis. Aquellos que creen que leer es una evasión están en las antípodas de la verdad: leer es verse confrontado a lo real en su estado de mayor concentración; lo cual, extrañamente, resulta menos espantosa que vérsela con perpetuas diluciones.
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