31 de marzo de 2009

Macondo: Cerrado por derribo*

El plan del fin de semana era estar solo en casa. Puertas adentro. Resetear el disco duro, no apagar totalmente las neuronas pero sí dejarlas divagar, volar, flotar. Que gocen del libre albedrío. Así que el plan era cocinar algo tratando de inventar (o por lo menos mezclar) nuevos aliños para darles otros sabores a las ensaladas; terminar de leer “Cien años de soledad”; echarme sobre el sofá y acabar de un solo tirón “Soy el que pude” del Pájaro Febres – Cordero; y alguna noche, no de bohemia, verme los dos discos de “No direction home”, documental de Scorsesse sobre la vida de Bob Dylan.




Tanto querer abarcar solo en 48 horas no dio sus frutos. Lo que pude hacer fue terminar la ópera prima de García Márquez y experimentar un aliño que llevó curry, algo de vino, mostaza, cebolla perla, tomates y pimientos rojos, y bañar a unos cortes de carne con la pócima descrita. Sobre “Cien años de soledad” quería escribir algo sin intentar dejar de sentirme, sin ninguna culpa, como el imbécil que creyó haber descubierto el agua tibia; pero creo que terminar de leer Cien años… es todo un acontecimiento personal y algo que sé que no se puede dejar de hacer en la vida, así haya sido un libro que me infundió temor y varias veces creí que me vencería, pavor como el que aún siento por los textos Borges, del que solo he leído algunos cuentos del “Informe Brody” y nada más, hasta sentir, en un futuro, ya estar preparado para el reto.

Recuerdo cuando en la universidad, como texto de curso, teníamos que leer “Las venas abiertas de América Latina” de Eduardo Galeano. Al principio, cuando en la “fiebre del oro y de la plata” se describe como en los años posteriores al descubrimiento de América, una vez que ya supieron que estaban en un nuevo continente, muchos de los exploradores creían que habían llegado al Edén, al paraíso terrenal o como quieran llamarle. “Colón quedó deslumbrado, cuando alcanzó el atolón de San Salvador, por la colorida transparencia del Caribe, el paisaje verde, la dulzura y la limpieza del aire, los pájaros espléndidos y los mancebos ‘de buena estatura’ y ‘harto mansa’ que allí habitaba…” y el abogado Antonio de León Pinelo se dedicó a demostrar que el Edén estaba en América en El paraíso en el Nuevo Mundo (Madrid, 1656), donde incluyó un mapa de la ubicación exacta del jardín custodiado por ángeles y regado por el Amazonas, el Río de la plata, el Orinoco y el Magdalena.






He escuchado, por ahí, varias veces que el realismo mágico empezó con el diario de viajes de Colón. Lo de realismo mágico creo que fue inventando solo para denominar lo que otros no entienden, pero para nosotros es cotidiano y nada más que rutina; porque ese Edén, ese paraíso siempre ha estado presente (ahora en peligro por la deforestación o tala indiscriminada) y Macondo es su centro, una invención relatada en crónica porque es la mejor forma de describir la realidad. Macondo y su mundo es la misma historia que nos contaban nuestros abuelos y Macondo son esos viajes que hacemos a rincones desconocidos pero a pocos kilómetros de distancias de nuestras casas. Es un mundo de nostalgia donde todos parecen freaks, pero al final de cuentas nuestros abuelos con sus historias serían unos freaks en la actualidad de cemento, celulares y laptops; un mundo donde el tiempo se repite, y a veces se pierde o se distrae en cumplir lo que está escrito.

Compré la edición especial, la editada por la Real Academia Española, la misma que tiene los comentarios de Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Claudio Guillén y otros. Así que los análisis están para más, lo único que puedo decir es que aunque disfruto más las novelas escritas en primera persona, con fuertes dosis existencialistas o de un género que se lo podría describir como cine negro, ese de hombres queriendo salvar el mundo pero al final no pueden salvarse ni a ellos mismos, de femme fatales controladoras, manipuladoras y de corazón de hielo, algo de la totalidad de Cien años… es cautivante y atrapante y siempre habrá cosas, eventos o recuerdos donde las semblanzas no nos permitirán conocer el fin de la realidad y el inicio del realismo mágico.

El texto está redactado casi todo en el mismo ritmo trepidante, y aunque subraye muchas partes del libro, pienso que solo algunas se separan del resto, aquí esas:

Aureliano Buendía durante los treinta y dos levantamientos armados, diecisiete hijos y los catorce atentados:

Extraviado en la soledad de su inmenso poder, empezó a perder el rumbo. Le molestaba la gente que lo aclamaba en los pueblos vencidos, y que le parecía la misma que aclamaba al enemigo. Por todas partes encontraba adolescentes que los miraban con sus propios ojos, que hablaban con su propia voz, que lo saludaban con la misma desconfianza con que él los saludaba a ellos, y que decían ser sus hijos. Se sintió disperso, repetido y más solitario que nunca. Tuvo la convicción de que sus propios oficiales le mentían. Se peleó con el duque de Marlborough. «El mejor amigo – solía decir entonces – es el que acaba de morir». Se cansó de la incertidumbre, del círculo vicioso de aquella guerra eterna que siempre lo encontraba a él en el mismo lugar, solo que cada vez más viejo, más acabado, más sin saber por qué, ni cómo, ni hasta cuándo. Siempre había alguien fuera del círculo de tiza. Alguien a quién le hacía falta dinero, que tenía un hijo con tos ferina o que quería irse a dormir para siempre porque ya no podía soportar en la boca el amargo sabor a mierda de la guerra y que, sin embargo, se cuadraba con sus últimas reservas de energía para informar: «Todo normal, mi coronel». Y la normalidad era lo más espantoso de aquella guerra infinita: que no pasaba nada. Solo, abandonado por los presagios, huyendo del frío que había de acompañarlos hasta la muerte, buscó un último refugio en Macondo, al calor de sus recuerdos más antiguos…



Macondo en tiempos de huelga y previo a la masacre:

… Eran tres regimientos cuya marchas pautada por tambores de galeotes hacía trepidar la tierra. Su resuello de dragón multicéfalo impregnó de un vapor pestilente la claridad del mediodía. Eran pequeños, macizos, brutos. Sudaban con sudor de caballo y tenían un olor de carnaza macerada por el sol, y la impavidez taciturna e impenetrable de los hombres del páramo. Aunque tardaron más de una hora en pasar, hubiera podido pensarse que eran unas pocas cuadras en redondo, porque todos eran idénticos, hijos de la misma madre, y todos soportaban con igual estolidez el peso de los morrales y las cantimploras, y la vergüenza de los fusiles con las bayonetas caladas, y el incordio de la de la obediencia ciega y el sentido del honor. Úrsula los oyó pasar desde su lecho de tinieblas y levantó las manos con los dedos en cruz. Santa Sofía de la Piedad existió por un instante, inclinada sobre el mantel bordado que acababa de planchar, y pensó en su hijo, José Arcadio Segundo, que vio pasar sin inmutarse los últimos soldados por la puerta del Hotel de Jacob.

Macondo después de la compañía bananera y después del diluvio de cuatro años, once meses y dos días:

…También por esa época volvieron los gitanos, los últimos herederos de la ciencia de Melquíades, y encontraron el pueblo tan acabado y a sus habitantes tan apartados del resto del mundo, que volvieron a meterse en las casas arrastrando fierros imantados como si de veras fueran el último descubrimiento de los sabios babilónicos, y volvieron a controlar los rayos solares con la lupa gigantesca, y no faltó quien se quedara con la boca abierta viendo caer peroles y rodar calderos, y quienes pagaban cincuenta centavos para asombrarse con una gitana que se quitaba y se ponía la dentadura postiza. Un desvencijado tren amarrillo que no traía ni se llevaba a nadie, y que apenas se detenía en la estación desierta, era lo único que quedaba del tren multitudinario en el cual enganchaba el Señor Brown su vagón con techo de vidrio y poltronas de obispo, y de los trenes fruteros de ciento veinte vagones que demoraban pasar toda una tarde. Los delegados curiales que habían ido a investigar el informe sobre la extraña mortandad de los pájaros y el sacrificio del Judío Errante, encontraron al padre Antonio Isabel jugando con los niños a la gallina ciega, y creyendo que su informe era producto de una alucinación senil, se lo llevaron a un asilo. Poco después mandaron al padre Augusto Ángel, un cruzado de las nuevas hornadas, intransigente, audaz, temerario, que tocaba personalmente las campanas varias veces al día para que no se aletargaran los espíritus, y que andaba de casa en casa despertando a los dormilones para que fueran a misa, pero antes de un año estaba también vencido por la negligencia que se respiraba en el aire, por el polvo ardiente que todo lo envejecía y atascaba, y por el sopor que le causaban las albóndigas del almuerzo en el calor insoportable de la siesta.



* El título además de ser un verso de “Nos sobran los motivos”, canción de Joaquín Sabina, vino gracias a un aporte de Manu, visitante de este blog, de la cual pienso que tiene mucho por decir y no entiendo como ella no tiene una bitácora/. Las fotografías (exceptuando la del libro y la de García Márquez) son de la ciudad de Aracataca, lugar donde nació Gabriel García Márquez, realizadas por el venezolano Luis Cobelo.

28 de marzo de 2009

Ecuapitalistas

El 9 de agosto, fecha en la que alguien declaró oficialmente quebrado a medio mundo, las bolsas ecuatorianas ni se despeinaron (Luis Tapia).

En la edición número 74 de la Revista Soho, Luis Tapia escribió un notable artículo acerca del mercado de valores ecuatoriano. Además de la cita señalada arriba y de como el subdesarrollo nos salvó de la quiebra de grandes empresas en el país, también hace mención a varias características del espíritu empresarial ecuatoriano, donde el riesgo no existe porque los negocios se resuelven en parrilladas y los nuevos accionistas llegan junto a la paca de pañales, cerrando así la puerta de la empresa para que esta no se llene de longos, ironiza Tapia. Porque al patrimonio, la otra forma de llegar es por el matrimonio, cuidando mucho a los hijos, sin dejar que se cole una secretaria y se lleve una parte del esfuerzo realizado por los patriarcas.

Recuerdo años atrás como en el ahora confiscado canal de televisión CN3, cuando la familia Isaías era dueña, mostraba al primogénito, recién graduado (de universidad norteamericana, claro está), como el nuevo heredero de todo el imperio familiar. En una revista Vistazo de hace un par de años también se promocionaba un curso para empresas familiares, donde a los futuros retoños, a través de contratos legales se les exige un mínimo de requisitos en estudios, conducta moral, cargas familiares y otros, para heredar el capital accionario y la gerencia de la compañía en testamento. Y es verdad que tal vez el deseo de todo padre sea dejarle a su hijo (no digo hija porque con el machismo ecuatoriano imperante no he visto muchos casos) lo que tantos años trabajó, pero lo irónico aquí es que muchas de esos empresarios, a través de su condición de socios de cámaras de comercio quieren hablarnos de libertad económica sin seguir a carta cabal los pasos que esta predica. Es una libertad económica solo para hacer negocios sin pagar tantos impuestos o sin estar sometidos a cierta legislación, digamos que ambiental o social porque parecen las menos necesarias, porque las acciones de la compañía están cerradas a cal y canto para el resto de los mortales que no lleven tal apellido.

Y lo de la libertad económica a la ecuatoriana puede continuar con la inexistencia de fusiones (aunque he leído que en Estado Unidos han sido las causantes de muchos despidos en el personal administrativo o de que se tome la decisión de llevar las fábricas a China o México) o de consorcios para entrar a nuevos mercados o realizar investigaciones para mejorar productos. De esto último el único caso que he presenciado (no digo: “el único que existe”) es el de un trío de empresas madereras que se unieron para prestarse equipos en caso de daños o para compartir gastos en asesoría técnica, consorcio conformado, además de los dueños pertenecer al mismo rubro de negocio, coincidentemente porque todos compartían sangre libanesa. Y con los empleados se tiene a la responsabilidad social como principal oferta, porque los trabajadores no necesitan salarios mínimos o seguridad alguna si tienen de su lado el altruismo de sus empleadores, y no hay mayor derecho humano de que una persona trabaje por el salario que sea, porque el mercado lo regula todo y el obrero y jefe según estas leyes están en igualdad de condiciones.


La libertad económica ecuatoriana también es para los consumidores, porque no existe la necesidad de instituciones que atiendan sus reclamos o exijan garantías en los productos adquiridos. Con la libertad económica la competencia lo hace todo, por eso los letreros que abundan en supermercados o locales en centro comerciales con la leyenda: “No se aceptan devoluciones”, son innecesario porque los negocios que sí acepten devoluciones tendrán claramente un valor agregado. Y para los bancos o monopolios, la necesidad de la entrada de competencia extranjera (que no es lo mismo a un TLC porque no se puede comparar la diferencia de competencia entre un productor de arroz ecuatoriano con uno norteamericano subsidiado por su estado) es inútil porque con los estándares que ellos manejan, el público está más que complacido

Luis Tapia termina su artículo “La bolsa más aburrida del mundo” diciendo que cuando el ecuatoriano – empresario busca riesgos invierte con el notario Cabrera o con cualquier otra pirámide. El otro riesgo que podría añadirse es un casamiento entre familiares y que el primogénito salga con cola de puerco, acabando así con el legado de accionistas.

24 de marzo de 2009

Yo

Las dos palabras más hermosas del mundo no son “te amo” sino “es benigno”. (Woody Allen).
Hasta ahora lo más grave que me descubrió fue un quistecito sebáceo. Eso es muy poco para pagar treinta pesos por cada consulta. Uno los paga con gusto cuando el médico dice: Querido amigo, cuánto lo lamento, usted tiene cáncer. (Mario Benedetti).

A través de sus ojos, saliendo de la oscuridad ante la majestuosidad del amanecer, puede verse la primera escena de esta película con predecible final. Después de algunas imágenes borrosas y lagañas despegadas de lo que ahora sirve como una cámara orgánica de video, sobresalen una botella de whisky barato, que días atrás tranquilamente pudo haber sido calificada como veneno para ratas, en una mesita apolillada junto a diecisiete colillas de cigarrillos y tres más enteros aún dentro de la caja con la leyenda escrita en mayúsculas: FUMAR CAUSA CÁNCER, y tres pornos norteamericanas, pudiéndose ver únicamente de la primera el pezón de una rubia vestida de cuero y recostada sobre una Chopper. Al salir de su cama después de que el sol entró con fuerza autoritaria y lo sacó de su lecho, como nadie lo había podido lograr en el último tiempo, podemos ver una sala al parecer decorada por una mujer pero prácticamente abandonada, donde las partículas de polvo se pelean por el espacio y a la vez juegan en la claridad del lugar. FOREVER YOUNG de Bob Dylan apenas puede escucharse entre los ladridos de los perros y el llanto de los hijos de los vecinos, y justo cuando aquel protagonista, el centro de la escena, saca su cabeza por la ventana ante la curiosidad, podemos notar que la vida aún existe en otros lugares del mundo. Tipos con corbata, cabellos cortos y zapatos lustrados van a sus oficinas; niñas con trenzas, diademas y loncheras, todas agarradas de las manos se dirigen hacia alguna educativa actividad. En ese instante, dentro de su pecho, empieza a sentir algo de lo que ya se había olvidado y cuando sus ojos empezaban a agrandarse y volverse acuosos, y sus rodillan seguían un trémulo ritmo que lo hizo asirse de la pared, el timbre de la puerta sonó.

Meses atrás la imagen era una blanca clínica, con un olor a enfermedad, pus y putrefacción que removía el estómago, pero además de esos aromas todo en el lugar podía considerarse estéril. Enfermeras vestidas con sus blancos y menuditos vestidos, doctores con sus imponentes batas, camas con aires de limpieza y paredes como un pizarrón necesitados de color. El ambiente era el prefacio para los minutos posteriores, porque definitivamente la atmósfera que se sentía era la del limbo, de la nada, de la muerte. Entra a la oficina después de haber esperado cuarenta y cinco minutos exactos, porque ese es el protocolo del lugar, el doctor que lo había atendido desde cuando empezó a notar que cada vez se sentía más débil y que le costaba respirar. El médico le habló por otros quince minutos, otra vez debido al protocolo, con una profesionalidad que generaba confianza pero al mismo tiempo con la frialdad que te puede dar un título para decir sin ninguna vacilación: TE ESTAS MURIENDO. El hombre del estetoscopio y de la bata blanca quiso seguir hablando y explicarle la causa del futuro viaje sin retorno que le esperaba a su paciente. Pero interrumpiendo, el hombre con la sala llena tiempo después de la música de Bob Dylan lo único que pudo preguntar fue: ¿cuánto? Otra vez la respuesta fue parsimoniosa, ceremoniosa y profesional: Tres meses. El médico quiso continuar el diálogo que le habían enseñado otras personas con más canas pero con la misma corbata e igual estetoscopio. Pero antes de que pueda aconsejarlo según el manual de cómo podría aliviar el dolor, el personaje que meses después estaría caminando a abrir la puerta al haber escuchado el desusado sonido del timbre, agarró el abrigo sin saber nunca, y sin importarle, lo que lo estaba matando.

Al abrir la puerta un desconocido se presenta y señalándose a sí mismo dice: Este eres tú. Nuestro personaje no lo duda porque una apariencia, un garbo le dice que el extraño no está mintiendo, y que el único que podría encontrase a sí mismo en otro cuerpo es él. Lo invita a tomar algo que no es el whisky con sabor a veneno que está en su habitación, sino uno de los buenos, uno de esos que guardaba para alguna ocasión importante, sin saber que la ocasión importante sería el día que lo bebiera en un vaso de cristal con dos cubos de hielos geométricamente perfectos. Ambos beben lo mismo, sienten lo mismo cuando el líquido traspasa sus gargantas y los dos quieren empezar a hablar. «¿Por qué estás aquí?» es la primera pregunta. «Porque nos estás cagando» es la respuesta del extraño. «No ves que me estoy muriendo y lo que tú recuerdas no soy yo, ahora eres tú» continua el enfermo personaje. El desconocido le recuerda la vez que se fracturó la pierna por subirse al árbol de mangos para ver a Isabelita en calzones o la vez que comió pegamento simplemente para que la maestra lo cuide por unas horas y se olvide del resto de sus alumnos. La ocasión a los catorce años en que se metió al cine con sus amigos y casi aguantan una paliza solo para ver una teta. Una teta más hermosa que aquella que ahora levemente sobresale en la revista que acompaña a las colillas de cigarro y al whisky con sabor a veneno para ratas en la mesita apolillada junto a su cama. «Ese eres tú, ese ya no soy yo» le vuelve a decir con el mismo enérgico y resignado tono al extraño con igual semblante que él. «Ya que yo soy tu pasado, ¿te ha venido a visitar tu futuro?». «No seas imbécil, no ves que yo ya no tengo futuro» dice el personaje que vio una teta a sus catorce años, cada vez más al borde de un ataque de cólera que se podía notar claramente en el tamaño de la vena que sobresalía de su frente. «¿Y si tu futuro eres tú mismo ahora?» fue el final de la conversación. El extraño fue casi echado a patadas de la casa porque el personaje que huyó del médico meses atrás no podía creer que una versión de él, así fuera de un pasado cursi, con esperanza y recuerdos, dijera tamaña estupidez.

Se revolcó, después de varios años desde que su ex lo abandonó llevándose todo menos la desconocida enfermedad, con la vecina que le había empezado a coquetear desde que su prominente barriga comenzó a achicarse debido a que algo estaba alimentándose de él y de paso matándolo. Los encuentros con la vecina no los realizó por ningún temor, reflexión o congoja por su pasado. Lo hizo solo porque creyó así que nunca más vería al extraño imbécil que le había dicho que el futuro era él en este instante. Se llevó a la vecina a una playa, que fuera de las fechas que los protocolos dictan que se debe ir a la playa pasaba desierta, por temor a un nuevo encuentro. Solo pescadores que salían cuando la noche empezaba a morir y sus mujeres e hijos que preparaban la comida y tejían redes eran las únicas siluetas que veía y en pocas ocasiones les hacía un saludo a la distancia con la mano. Durante ese mes la pareja solo comió lo que ellos mismos atrapaban, bebían coco hasta que se transformaba en laxante y vestían ropas que habían improvisado con el mismo material con que se hacían las redes para pescar, además de aretes elaborados con conchas o con caracoles que fueron los regalos de un catorce de febrero atrasado, aniversarios inventados, reconciliaciones y despedidas. Una noche antes de acostarse en la hamaca el moribundo recordó a su versión del pasado y se cagó de la risa porque desde su aparición hizo lo que siempre había querido hacer previo a su muerte. Y eso que no pensaba mucho en su muerte. El doctor, que meses atrás lo había atendido con su estéril profesionalidad, lo buscó con una pasión no propia de un tipo que te dice sin tapujos que te estás muriendo. Finalmente lo encontró y tocó la puerta de la rudimentaria casa. Gritó antes de que lo atendieran que tenía excelentes noticias. Ante la futura decepción nuestro personaje se encerró en el baño y lo único que se pudo escuchar fue una sorda explosión y el seco sonido de un objeto grande cuando cae al piso. La vecina abrió la puerta y ante la cara de estupor del médico, ella le dijo mirando el inerte cuerpo de su amante: «Nunca supe su nombre pero siempre supe que era un sabio», mientras recordaba donde había guardado aquella soga de marineros que pidió prestada desde el mismo día en que lo conoció.

23 de marzo de 2009

Sabor a media


Una nueva cafetera destruye el patético y descolorido equilibrio del ambiente de oficina que ronda por estos lares desde hace más de nueve meses. La chica que trabaja a mi lado se ofrece a prepararme una taza de café “pasado”. Acepto con gusto la propuesta. Después de rutinarias y conocidas tareas el café aparece en el escritorio pero no servido en una taza sino en un jarrón. Lo pruebo y su extraño sabor, tal vez debido al agua utilizada o a la mala preparación, me transporta en el tiempo. En ese recuerdo imprevisto me encuentro en España, cuatro días atrás había arribado a Madrid en pleno desconocido invierno y apenas hace dos días me había instalado en una residencia universitaria, en Puerto-Palos, esperando permanecer allí los próximos tres meses. La soledad de vivir en aquel claustro apartado del bullicio de la ciudad y la intimidad de ser todos desconocidos permitió que a los dos días un grupo de extraños ya estemos tratando de hacer café “pasado” utilizando una media nylon como colador. Ese deja vu de sabores gracias al recuerdo, que luego se transformaron en olores y en sensaciones como estar tomando mate días después gracias a un uruguayo, como es debido en el frío mediterráneo y no con los treinta y cinco grados de Guayaquil como fue la primera vez que lo probé; y el estar sentado en un ferry con el sol golpeando el lado izquierdo de mi rostro camino a Marruecos son las primeras percepciones de esa cascada de olores y sensaciones que lentamente se convierten en nostalgia.


Volviendo a la realidad y al extraño sabor del café que no se despega del paladar, aquella nostalgia produce estragos en lo hondo de mis entrañas que terminan produciendo grietas en los huesos; y la ansiedad de tener un pasaje para el seis de mayo con destino a Buenos Aires y un caótico cronograma de dos meses de recorrido desde Jujuy hasta Chubut provoca una ansiedad que no deja pensar en el trabajo, no deja leer el periódico ni pensar en el diario quehacer, solo sentir la impotencia que es tratar que pase el tiempo volando, que alguien se robe el mes de abril para ya estar ahí y cumplir y disfrutar para lo que trabajo, que no es comprar un auto, o una casa, o un microondas, o pastillas para no soñar. Sino simplemente conocer, tal vez explorar y recordar algo de la nostalgia que al igual que el café con sabor a media no se despega del paladar. Y no es una nostalgia por volver a repetir momentos sino por volver a sentir ese aire que todo lo cambia, porque después de Buenos Aires lo más seguro es que le diga adiós a lo común, adiós a Cuenca y adiós trabajo porque se acabó el contrato, en una época donde lo desconocido, lo que a uno lo pone nervioso viene de afuera y no de uno mismo. En el cine día atrás vi un anuncio que decía “Revolutionary road” con la misma pareja de la cursi “Titanic”: Di Caprio y la mejor actriz de esta generación junto a Cate Blanchett, Kate Winslet. La pareja es lo de menos, lo atractivo de comprar el boleto es ir a ver en la pantalla cómo alguien siente lo mismo que uno. Sentir que te obliguen con una fuerza más grande que la gravedad a pensar en decirle adiós a los planes y adiós a los anhelos, todo por trabajar como una puta, solo por el dinero para comprar autos, microondas, refrigeradores, el éxito de tener posesiones y por ese confort que sirve de placebo para borrar la nostalgia, esa nostalgia con sabor a media de la que no me quiero despegar y por la que trabajo muchas veces como aquellas putas que solo lo hacen por el dinero. Una nostalgia que viene en empaque de café con sabor a media que cada vez que aparece es un designio de destrucción del patético y descolorido equilibrio que quiere apoderarse de los nostálgicos. Por eso una vez que llegue a casa brindaré en soledad con otro café.


20 de marzo de 2009

El rock´n´roll de los idiotas

Woody Allen ironiza con su singular estilo que cada vez que escucha una composición de Wagner (utilizadas por el nacional socialismo para incentivar a sus tropas y ciudadanía en tiempos de II Guerra Mundial) a él también le dan ganas de invadir Polonia.






Es posible que para un romántico la música sea la forma de expresión de sus sentimientos, para un idealista la inspiración de sus sueños, para alguien con síntomas de depresión una cura para dejar atrás el pasado; pero para los políticos la música se trata únicamente de un medio más de comunicación. Y al fin y al cabo música y política están y han estado más unidas de lo que parece. La diferencia está en que cuando la primera utiliza a la segunda puede generar melodías que valen la pena escuchar y que nos muestran un reflejo de la realidad, pero cuando sucede lo contrario lo más probable es que el único producto a obtener sea demagogia en do, re, mi, fa, sol, la, si…

Cuando la música utiliza a la política, en los casos que he presenciado (mejor dicho, escuchado) no se exalta a personajes de la actualidad, tal vez a varios del pasado, sino que se habla de realidades como exclusión, marginación, discriminación, pobreza y protesta contra cualquier tipo de violencia, es decir en la mayoría de casos en disonancia con la política actual. La música de estilo protesta cantada por trovadores como Silvio Rodríguez, Luis Fernando Aute, o Víctor Jara; o las letras de Los Fabulosos Cadillacs con “mal bicho” (… es de Paz lo que te canto/. Que me hablás de privilegios/ de una raza soberana/ superiores e inferiores/ ¡minga de poder!) o Bersuit Vergarabat con “Sr. Cobranza” (… Te persiguen si sos pobre, te persiguen si fumás, si tomás, si vendes…/ ¿Ahora que nos queda? Elección o reelección/ para mí es la misma mierda ¡Hijos de puta!..) como ejemplos actuales son solo una pequeña muestra. La música escrita y cantada en idioma inglés que puede causar la impresión de ser más comercial no se queda atrás en estas disonancias con la política, sobre todo durante el período en que Bush estuvo sentado en la Casa Blanca. Bruce Springteen, Billy Joel, Neil Young, entre otros le pusieron la banda sonora a los movimientos sociales en contra de la guerra en Irak, al igual que décadas antes Edwin Starr cantaba la mítica “War” (… Ohhh, war, I despise/ because it means destruction/ of innocent lives/ war means tears/ to thousands of mothers eyes/ when their sons go to fight/ and lose their lives…) en contra de la guerra de Vietnam, y a él se le suman los maestros del folk y la prosa Peter Seeger (Siempre que haya alguien luchando por ser libre, mira en sus ojos madre, y me verás reflejados en ellos), Bob Dylan y Leonard Cohen (Miro en el periódico/ Te hace querer gritar/Nadie se preocupa si la gente vive o muere/ Y el negociante quiere que pienses que es o negro o blanco…). Y años antes la semilla que se tradujo en estos genios, empezó con el góspel, el jazz y el blues en un periodo de extrema miseria para los afroamericanos. Donde además de Dylan, Cohen y Seeger surgieron Billy Holiday cantando “Strange fruit”, Duke Ellington y John Coltrane tocando para movimientos civiles, Aretha Franklin coreando “Freedom” y James Brown gritando: Say it loud, I´m black and I´m proud.





Pero cuando cuando se invierten los papeles y la política utiliza a la música, lo más probable es que todo termine en mera propaganda. Durante la última campaña presidencial de los Estados Unidos, Will.Im.Am (vocalista de Black Eyed Peas) escribió “Yes we can” para Barack Obama y el cantante country John Rich compuso “Raisin´ McCain” para el cowboy perdedor. Canciones dedicadas expresamente para los candidatos. En Ecuador es difícil de entender como el Gobierno sin pedir permiso alguno y respetar las leyes de derecho de autor utilice el ritmo de “Hey Jude” de los Beatles durante un comercial de dos minutos, una canción, la original, que habla sobre cómo recuperarse de un mal momento (Nebot también años atrás utilizó "Color esperanza" y a Los Iracundos ya nadie los podrá escuchar sin recordar a Abdalá Bucaram). Light the darkness diría Bob Marley para abrirnos los ojos ante semejante blasfemia.

P.S. Y sobre músicos: Estuve leyendo las columnas que Bono escribe para el NY Times. Esperaba que hablara sobre África o alguna de las realidades que ha conocido en sus viajes. Pero en su primer artículo: “Notes from the chairman” la sorpresa fue grata al leer sobre el poder de la música y cómo la canción “My way” de Sinatra puede ayudar a olvidarnos por unos minutos los incesantes y abyectos actuales momentos de crisis. Todo escrito en un delirante estilo lleno de sinceridad.



17 de marzo de 2009

Cabo Blanco, Finca Vigía y otros lares

Uno a vez necesita materializar a sus héroes, a sus íconos o a sus referentes. Simplemente porque verlos en carne y hueso y al mismo tiempo conocer todas sus hazañas y saber que no fueron fáciles para ellos los engrandecen, les confieren una mayor soberanía y los vuelven respetables. Lo mismo a veces pasa con personajes de literatura y cine cuando necesitamos ponerles un rostro real a lo que antes estuvo en nuestra imaginación. Así el nefasto Edmundo Budiño de Mario Benedetti de “Gracias por el fuego” se presenta en el funesto León Febres Cordero; buscamos entre bares, viajes y sitios solitarios y oscuros a la Alejandra de Sabato en “Sobre héroes y tumbas” o en lugares alegres, algo plásticos y con buena iluminación a Mónica de Friends; y encontrarnos a coroneles sin nadie quien les escriba en buses camino a Cuenca, entre otras materializaciones.


Gus Van Sant hace varios años presentó una película acerca de la vida de un novelista, ganador del Pullitzer, claustrofóbico y su amistad con un alumno afroamericano regular en sus estudios pero con grandes dotes de escritor en “Finding Forrester”. La película no es mi favorita pero la he visto varias veces y la imagen del Sean Connery escritor siempre me resultaron lo más parecido a ver a Ernest Hemingway en movimiento y no como una foto en blanco y negro. Recientemente me entero de que la película está inspirada en el escritor J.D. Salinger, que además de ser un maestro de la literatura contemporánea calificaba a Hemingway y a Scott Fitzgerald (el mismo del “curioso caso de Benjamín Button”) de autores de segunda clase; sin embargo, aunque Ernest nunca fue claustrofóbico y Sean Connery nunca tuvo la talla de oso de 202 libras, la imagen de Bond, James Bond ya envejecido y con una canosa barba es dentro de esta imaginación, Hemingway en movimiento y cada vez que esa película pasa por la pantalla del televiso me digo: Ahí está el maestro.


No completamente por sus obras, sino por su estilo de vida y en lo que se inspiró para escribir, si alguien me dijera a quién te querrías parecer, sencillamente dijera al maestro. Es que Ernest Hemingway no se quedó en la biblioteca de su hogar natal en Oak Park, Illinios dando vueltas a su imaginación para crear mundos, sino que él se fue a descubir y a contarnos el mundo. Se alistó como reportero en el Kansas City Star y se marchó a Italia durante la Primera Guerra Mundial como conductor de ambulancias, donde fue herido de gravedad. Después de la guerra trabajó para el Toronto Star, hasta que se fue a vivir a París donde los escritores exiliados Ezra Pound y Gertrude Stein lo incentivaron a meterse en la literatura y donde García Marquez, años después, cuenta la leyenda, lo vió cruzando la calle y le gritó: Adiós maestro; además de los viajes a sus amores Cuba, España y África. Exponiendo su vida varias veces por el trabajo como los bombazos que cayeron en su hotel durante la Guerra civil española o chocar el taxi que conducía en la Segunda Guerra Mundial. “La capital del mundo” (El torero necesita la apariencia, si no de prosperidad, por lo menos de crédito, ya que el decoro y el grado de dignidad, aparte del valor, son las virtudes más apre­ciadas en España, y los toreros permanecían allí hasta gastar sus últimas pesetas…) refleja su amor por los toros (todos tenemos defectos) y por España con su estilo sereno, sólido, casi monótono y definitivamente sin sobresaltos para escribir. “Las nieves sobre el Kilimanjaro” y “Fiesta” (en París) son otras de sus herencias.


Juré que el día que en que abriría y empezaría a leer “El viejo y el mar” sería sentado en la playa de Cabo Blanco, cerca de Pimentel, Perú. Años tras año se está posponiendo el evento, y ahora que gracias a la revista Gatopardo me enteró de que se están rescatando cerca de 3,200 páginas de cartas, cuentas y manuscritos en la Finca Vigía; además de sus recuerdos de travesías como bastones de mando de tribus de África, sus veleros y balas de sus cacerías junto a sus trofeos (otro de sus defectos), la tentación por abrir “El viejo y el mar” es ya irresistible. Tal vez el próximo evento a planificar sea viajar a Cuba y no por visitar estatuas del Che Guevara o pasear por Baradero. Sino por ir a Cojimar y pescar algo imaginándome en el yate Pilar, tomarme unos tragos en el abrevadero “Floridita” y llegar hasta San Francisco de Paula donde se erige Finca Vigía, el refugio del maestro, esperando encontrarme con ese otro Hemingway que no conocemos, no ese de celebridad y errante que tanto gusta, sino ese monótono y directo que leemos en sus libros, sin olvidarme de llevar para el trayecto las páginas de “El viejo y el mar” bajo el brazo y tal vez una botella de Pisco para recordar el deseo no cumplido en Cabo Blanco, Perú. Porque la mejor y la única manera de leer a Hemingway debería ser en sitios donde aún no hemos dejado huellas en la arena.

14 de marzo de 2009

Otra vez la "mala hora"

A Macondo ha llegado la “mala hora”, la hora de la desgracia. La comarca ha sido pacificada después de la guerra civil, pero esa paz es desagradable. Los conservadores son los ganadores, que se dedican a perseguir cruelmente y pertinazmente a sus adversarios liberales. Pasquines pegados en la entrada de las casas con secretos que no son políticos, pero son verdades sin confirmar, despiertan la violencia en el pueblo.


A Ecuador, el día martes (cada seis meses), llegó la “mala hora”. Al ritmo de la aberración de Hey Jude, don't make it bad/. Take a sad song and make it better/. Remember to let her into your heart/. Then you can start to make it better… (debería existir una campaña para apagar el televisor cada vez que aparece esta versión politiquera, así como lo debieron haber hecho los fanáticos de Diego Torres cuando Nebot y compañía plagiaron una de sus canciones o cuando Abdalá utilizaba a Los Iracundos) en un comercial que se transmite por radio y televisión, de casi dos minutos, empezó la campaña electoral para todas la dignidades. Y las estrategias para ganar los votos serán las mismas: Camisetas, calendarios, gorras, fundas de víveres con la foto del candidato de turno, caminatas, marchas, caravanas motorizadas; y tal vez los más originales regalando reglas, abanicos para el calor (en Cuenca estamos casi a 30 grados) o cuadernos, que con un voto obligatorio y universal serán estímulos para rayar el espacio con la cara de la señorita, señora o señor que más ha dado.

En Ecuador “la mala hora” se sentirá cuando empiecen los discursos de insultos con propuestas de los opositores de acabar con el gobierno actual y la propuesta del gobierno actual (con insultos incluidos, faltaba más) actual de no volver al pasado (entiéndase como larga noche neoliberal). Discursos que aunque no han empezado es casi seguro que sean así porque después de haber leído un par de los planes de gobierno en sus páginas de internet, de esos que por abarcar tanto no dicen nada, es lo más previsible. Y en caso de debate, así este sea con panelista extranjero, se debatirá quién es más hombres según la estatura.

Y la “mala hora” continuará esparciéndose para todas las dignidades, con el alcalde de Guayaquil llamando payasos a sus opositores que se encuentran en una carpa; además de congresistas (asambleístas), concejales, prefectos (Fiscal Vanegas es un digno caso a analizar) y otros. Las encuestadoras también se contagiarán de la “mala hora” al venderse al mejor postor e incluso los medios con sus analistas que basarán los resultados en torno al poder que ha ganado cada partido y no sobre el beneficio que recibirían los ciudadanos no están exentos de la “mala hora”. Como decía Juan José Millas, los resultados en realidad deberían calificarse sobre lo que los ciudadanos individualmente y en conjunto ganan de por ejemplo: ¿Qué las iglesias decidan, así sean no creyentes, cuestiones referentes al aborto o la eutanasia?; ¿De privatizar nuestros recursos naturales?; ¿De firmar acuerdos de libre comercio en supuesta igualdad de condiciones?; ¿De estatizar la banca?; ¿De contaminar ríos por actividades mineras sin regulación?; ¿De meternos en una lucha declarada contra las FARC?; ¿De quitar subsidios?; entre otras.

The answer my friend is blowind in the wind... quisiera que fuera lo dicho por alguien con la misma credibilidad de Bob Dylan para acabar con la “mala hora”. Pero eso no va a ser así.



12 de marzo de 2009

From Pyongyang with love

Son más que conocidos los planes armamentísticos de Corea del Norte por probar un nuevo misil de largo alcance en su territorio y las amenazas a Estados Unidos y Japón en caso de que este sea interceptado. No tan conocidas son las condiciones en la que viven los habitantes de este país, principalmente por el monopolio de la información que el gobierno ejerce según Amnistía Internacional. Información que es restringida limitando la libertad de movimientos de visitantes y periodistas del resto del mundo (se permite el ingreso de mil extranjeros en el año), censurando la correspondencia que entra y sale, impidiendo volver al país a refugiados norcoreanos (se castiga con cárcel y pena de muerte a los ciudadanos que huyen), además de prohibir la mezcla entre nativos y extranjeros (aparte del matrimonio también en reuniones y conversaciones).


José María Guillén, ciudadano español y empresario residente en Vietnam, en el año 2006 tuvo la oportunidad de visitar por quince días Corea del Norte. Señala en un escrito que durante su estadía después de arribar a la capital, Pyongyang en uno de los dos únicos vuelos internacionales, provenientes de Beijing, que llegan al aeropuerto, la ciudad le recordaba a la Albania de hace quince años (colores y olores homogéneos, monumentalidad en los edificios, personas desplazándose a pie y en bicicleta, e inexistencia de publicidad). En sus opiniones, Guillén también escribe que no todo le parecía como lo descrito por los medios: los niños no están desatendidos y tienen un óptimo sistema de educación, ni la gente va llorando por las calles; y además subraya que si durante la hambruna a mediados de los noventas el sistema aguantó, es imposible que en estos momentos se derrumbe, cuando las colas de abastecimiento son cosa del pasado y la prostitución, drogas y crímenes son invisibles. Todo esto gracias a la protección de valores ante la "amenaza extranjera" (además del gobierno norteamericano: Michael Jackson, Madonna y otros).


Los que no estén de acuerdo con la opinión de JMG tendrán siempre la excusa de que todas las visitas a Corea del Norte son guiadas por representantes del régimen. Paul Warrow otro de los afortunados que visitó Corea del norte menciona que después de lograr evadir a los guías, anduvo por su cuenta por el centro de Pyongyang y caminó 500 metros desde su hotel hasta la estación de trenes, parando en un puesto de comida a comprar un refrigerio, donde pagó con un billete de 5 euros y recibió 13,500 wons (1 euro = 170 wons) como cambio. Este hecho sucedió a pesar de la prohibición de utilizar moneda extranjera fuera de los establecimientos autorizados. Y el uso de moneda extranjera no es lo único prohibido como lo señala Pablo Diéz para ABC en español (en el mismo artículo donde se menciona la historia de Warrow), sino todo el comercio privado; aunque en las calles se pueden ver a mujeres ofreciendo vegetales cultivados en sus huertos o vendedores de cigarrillos que huyen cuando ven a un extranjero acompañado por su guía. Esta falta de un mercado es compensada por el Sistema Público de Distribución de Comida (del que depende el 70% de la población) que reparte mensualmente a cada persona 15 kilos de arroz, tres kilos de carne y 15 huevos, que no son gratuitos sino que deben cambiarse por cupones que representan el salario medio de 1,700 wons percibido por cada norcoreano (durante las fechas patrias, el 15 de abril y el 16 de febrero, hay la posibilidad de que también se distribuyan galletas y bizcochos de chocolate). Y en caso de que a un norcoreano se le hayan acabado sus cupones o desee comprar más cosas puede dirigirse a una "tienda de consumo", también controlada por el gobierno aunque algunos señalan de se trata de un mercado negro, donde a un tipo de cambio de 1 euro por 3 mil wons se pueden adquirir el resto de productos. La compra de automóviles están restringidas para la mayoría de ciudadanos (a excepción de las eminentes figuras públicas, deportistas y científicos), siendo las bicicletas y carretas el transporte común en las amplias avenidas de la capital, donde también se pasean tanques y aterrizan aviones de uso militar.


Definitivamente las condiciones de vida de los norcoreanos han mejorado desde la gran hambruna, pudiéndose ver ahora a familias o parejas realizando picnics en parques, además de varias reformas agrícolas realizadas por parte del gobierno; sin embargo los constantes cortes de electricidad y del suministro de agua dificultan la vida de numerosos ciudadanos. Problemas que suceden mientras el régimen destina gran parte del presupuesto a la política “songun”, que consiste en la primacía militar para contener un ataque de los Estados Unidos (además de su mayor fuente de ingresos al suministrar de armas a países como Birmania, Etiopía, Yemen, Ruanda, Libia, Sudán, Irán, Pakistán, entre otros).

“Que el único país que ha atacado a civiles con armas nucleares (Estados Unidos) es quién más presiona a Corea del Norte en su campaña militar o que gracias a estas restricciones se ha podido evitar que multinacionales ingresen a Corea del Norte y desaten una ola de consumo”, no creo que sean excusas para que el Gobierno niegue toda información, plantee tantas restricciones a sus habitantes y limite el número de visitantes. Tal vez algo de lo que encontré en internet puede no ser totalmente real. Y tal vez nunca lo sabré porque el régimen norcoreano jamás me dará la visa de turismo.

10 de marzo de 2009

Tres cadáveres exquisitos

A la hora de comprar libros que no pertenezcan a célebres literatos, osea cuando no compramos a Hemingway, o a Borges, o a Camus, o a Dostoievksy, o a cualquier otro que no aparece dentro de alguna enciclopedia en la lista de los grandes, los consejos que te pueden animar a leerlos son limitados y de poco fiar: Tener amigos intelectuales desempleados que se leen un libro diario, hacerle caso a las críticas proporcionadas por extraños que escriben en la Soho o en la Rolling Stone, o ir a la librería y leer el final del libro para ver si te convence, entre otras excentricidades.

Viendo y leyendo la página web de la mejor revista de crónicas que en mi pequeño mundo existe, Etiqueta negra, me encuentro con un link que permite bajar primeros capítulos de libros, de nuevos autores, recomendados. Últimamente me he estado dedicando a leer estos entremeses para ver si encuentro algunas delicias literarias que me hagan trajinar entre librerías, donde al preguntar por estos desconocidos textos en el medio, los empleados me verán con incrédulos ojos que revelaran su vergüenza e ignorancia al no saber de qué diablos les estoy hablando. Como las versiones estaban en PDF, acá dejo lo más suculento de tres cadáveres exquisitos.

EL PASEADOR DE PERROS: De Sergio Galarza Puente, N.P.I., es decir ni puta idea y la verdad es que no me interesa mucho buscarlo en Google, lo único que sé, por casualidad, es que escribió El paseador de perros. Un libro que lo encontré bastante simpático sin llegar a ser bacán, aunque lo bacán puede estar en que las hojas sangran sinceridad y crudeza. La historia está contada en primera persona como esas películas existencialistas de cine negro, con femme fatales y personajes al borde de un precipicio. Trata de un tipo que junto a su pareja escapan hacia Madrid, y ese Madrid relatado es el de barrio, el de residente y no el del turista; y se nos muestra también como ese sueño de migrante que no es lo que uno espera, pero no por racismo o discriminación, sino porque un misántropo es un misántropo tanto en Lima como en Madrid.




Madrid es como una maternidad para los viajeros. Aquí todo empieza y yo tenía ganas de borrar el Lado A de un disco sin éxitos…/.Tuve la suerte de que unas estudiantes danesas me eligieran como compañero de piso al lado de la plaza Dos de Mayo, el alma de Malasaña, donde los niños corretean y trepan entre los juegos de un pequeño parque infantil, mientras bandas de adolescentes latinos matan las horas disfrazados de pandilleros del Bronx y los gringos convertidos en madrileños artificiales comparten las terrazas de los bares con los jóvenes españoles que se mudan al barrio de moda (por siempre)…/. Cuando uno se enamora escribe un diccionario de tonterías que nadie imagina que es capaz de pronunciar. Los diminutivos se convierten en un lugar común, se pierde la vergüenza y se reivindica el derecho al ridículo… ese que me faltó para estar con ella su último cumpleaños, cuando aún manteníamos el título de novios, o más bien yo el de sponsor, porque, es cierto, me sentía como su sponsor…/. Empecé a ir a la cancha solo, todos los sábados, cuando entendí que esta me proveía de la dosis justa de sufrimiento que yo necesitaba, porque el Alianza es un club fundado sobre desgracias…/. No me disgusta hablar. Lo que me jodía entonces era que mi soledad fuera perturbada por alguien a quien no había invitado…/. Mis recuerdos de esos años son gigantografías de detalles borrosos...





ELOGIOS CRIMINALES: Julio Villanueva Chang es creador, editor y cronista de Etiqueta negra. El tipo es un genio de la crónica y en este libro esboza perfiles de personajes extraordinarios realizando cosas comunes. Los elogios conferidos son a través de humanizar al personaje. García Márquez, Kapuczinsky y otros más son los retratados. El capítulo disponible trata del cocinero más innovador del planeta y como su personalidad se refleja en su obra. El Bulli, su restaurante.




Un plato que cae al piso es una obra maestra del ruido. Pero cuando estalla en El Bulli, el eco se prolonga hasta decibeles de culpabilidad en el expediente de un ayudante de cocina…/. Hoy para un cocinero ir a El Bulli es como ir a Disney World… Quieres tomarte una foto con Mickey Mouse.../ Hoy los cocineros son famosos y los cocineros famosos casi nunca cocinan: dan entrevistas, ganan dinero y se preocupan por la dieta de los niños…/. “La creatividad es dura, una bestia mala que no tiene compasión. Enamorarme de la creatividad no es lo mío”…/. Ser chef de un restaurante de alta cocina es como trabajar en un manicomio de prestigio. “Comparado con otros trabajos creativos, la diferencia es que siempre, todos los días, estás en el filo de la navaja”…/. Adrià había hecho de los puntos suspensivos un ingrediente de su cocina…/. De mil que citan a Adrià en una cena, uno ha ido a su restaurante; de mil que han ido a cenar a su restaurante, uno lo entiende…/. ¿Alguien podía saber qué se necesitaba para ser el cocinero ideal en El Bulli? Quizás un mamífero que pone huevos y tiene pico de pato, patas de rana, pelo de topo, cola de castor, bolsa de canguro y un voraz apetito. Todo eso vestido de cocinero…/. “El ritmo es aquí como de una banda rock”…/. “Lo que cuenta en mi cocina no es el plato, es la experiencia de ir a mi restaurante. Es necesario conseguir una reserva, esperar con excitación la llegada del día, tomar el avión para llegar a una bahía perdida y comer treinta platos”…/. “Para ser anárquico, tienes que ser organizado”…/. “Venir a comer solo es un poco como masturbarte”/. Fotografío cada plato. Otros clientes filman cada escena. Todo es novedoso e irrepetible: escribo notas para no olvidarme. “Comer es la experiencia más multisensorial que existe”, declaró el chef…/. A veces se pone filosófico y define el silencio como “el momento en que todos se miran para pagar la cuenta en El Bulli y nadie dice nada”…



Sexografías: Gabriela Wiener escribe en estilo gonzo, que consiste más o menos en realizar crónicas solo de las cosas que uno ha experimentado, es decir contar la historia de otros pero a través de lo vivido con ellos. Lo que yo sentí. Es bastante bizarro que la introducción a este libro la haga otro autor en estilo Gonzo, contando todo lo vivido con Gabriela y el porqué ella es así. Y sería aún más bizarro hacer gonzo lo escrito por mí en estas líneas. Mencionando lo que sé de Javier Calvo, autor de la introducción, o lo que pienso del gonzo, tal vez podría hacerlo pero mejor no, porque el capítulo que tuve chance de leer habla de sexo y de sexo nunca escribiré, menos aún de poligamia porque no conozco a ningún gurú, menos a uno como Badani.

Mi obra muestra las olas que llegan a la orilla del lago; la de ella muestra al monstruo que vive en el fondo…/. Si Badani fuera un electrodoméstico, sería uno que corta, pica y raya a su interlocutor a miles de revoluciones por segundo…/. Badani huele tus intenciones, adivina tus preguntas, interpreta tus gestos, sospecha de tus palabras…/. Ellas pasan a ser parte de él y él se juega la vida por ellas. Parece una reciclada pero revolucionaria fórmula para ser feliz…/. A los machos y a las hembras los unen sus carencias, por eso la familia es para Badani la obvia integración de complementarios…/. Nada de periodistas, según Badani, mercaderes de gente…/. Vivir con una mujer es difícil, con dos es peor, imagínate con seis. El tipo es un genio…/. Dice Badani que nació en el clan de los “catolocos”. Léase católico=loco. Me explica que era demasiado inteligente para seguir prendiéndole cirios a la trasnacional más grande del mundo, que pide limosnas a los pobres mientras bebe en cálices de oro…/. Para las Badani ha sido una cuestión de elección. Tuvieron la oportunidad de ser mujeres emancipadas a la manera de las demás, pero escogieron esta singular manera de ser libres…/. Badani ha hecho realidad sus sueños, según él prefirió ser un loco como Don Quijote a morir de empacho en una cama a lo Sancho Panza…/. A veces Badani está en la cama haciendo el amor con dos de ellas y entra una tercera con galletitas y algo de beber para los fatigados amantes. Si alguien llama, una cuarta puede contestar al teléfono y disculpar al esposo que está muy ocupado. Son los siete mosqueteros: uno para todas y todas para uno, o todas para todas…

8 de marzo de 2009

Los dos ángulos de Mugabe

Coincidencias: Karl Marx estaba tan desesperado con el inicio de la revolución del proletariado, que al final de su vida apoyó (mediante escritos) grupos que atentaban contra los zares en Rusia; y Milton Friedman asesoró a Pinochet durante su cruel y sanguinaria dictadura, solo porque el difunto militar creía en el libre mercado como motor de desarrollo.


Un año atrás, el hombre que Pinochet utilizó como ejemplo de su descargo y al que Andrew Young lo definió como: “una combinación de pensador marxista y jesuita”, celebró, a través del fraude electoral (cuando la oposición por primera vez aparecía como favorita), 28 años en el poder. Este hombre es el octogenario Robert Mugabe. En el excelente artículo escrito por Miguel Ángel Morales Solís (Doctor en Relaciones Internacionales y Estudios Africanos), Robert Mugabe: Retrato del ídolo caído, Zimbabwe, lo curioso es que en la ascensión de este político, cuando asume el poder de Zimbabwe en 1980, recibió el apoyo de varios frentes occidentales, y sus primeros mandatos eran considerados como una real manera de hacer política en África.

Esto a pesar de que Mugabe siempre ha mantenido una visión particular de la democracia: No cree en el multipartidismo, lo considera un lujo del que debe librarse el tercer mundo; además de su radicalidad mostrada desde que era miembro de la guerrilla por la liberación de su nación. Aunque se debe reconocer que durante la época de oro del denominado “granero de África”, con altibajos, Mugabe generó estabilidad en el país, que fue vista y aplaudida incluso por ideólogos liberales como un signo de responsabilidad política. Y es que Mugabe no solo ha recibido felicitaciones o reconocimientos de Fidel Castro o del Primer Ministro iraní, otros personajes e instituciones también lo han reconocido. Fue nominado para el Premio Nobel de la Paz en 1981, fue presidente de la Organización para la Unidad Africana, Doctor Honoris Causa de la Universidad de Edimburgo en 1984, y uno de sus ministros: Bernard Chiderezo estuvo dentro de la terna de candidatos en la que se eligió, finalmente, a Koffi Annan como Secretario General de las Naciones Unidas.

El acoso de a la oposición y el encarcelamiento a los líderes eran cuestiones nimias para los medios e instituciones de izquierda (mayoritariamente) y de derecha. Sus esfuerzos y participación en la mediación de los conflictos en Mozambique, Ruanda o Los Grandes Lagos lo ponían en la palestra de los líderes del continente africano. Sus opiniones eran obligadas en cualquier periódico en temas como la nueva izquierda africana, el control de natalidad (Zimbabwe era un ejemplo a seguir) o el apartheid sudafricano. Con el ascenso de Mandela, en 1994, la luz de Mugabe empezó a apagarse.


El inicio del fracaso de los gobiernos (algunos supuestamente ganados por fraude) de Mugabe comenzó con su negativa a involucrarse en estrecha alianza con Rusia y dedicar sus esfuerzos a que Zimbabwe sea considerada como una nación no alineada. Con los Estados Unidos su enemistad se dió por la participación en la mediación de la Guerra civil del Congo, y el hundimiento económico del país se acentuó con la huída y el asesinato de los propietarios de tierras blancos, lo que llevó a los intentos de embargos, retiro de títulos honoríficos y las críticas por falta de democracia.


Morales termina su artículo señalando que noticias que antes parecían pequeñas como las protestas por el alza de precios o la cruzada homofóbica de Mugabe son ahora tratadas con mayor atención. Su modo de gobernar no ha cambiado mucho, sin embargo la imagen que presentan los medios occidentales (y eso si la presentan porque ya nadie se acuerda de Zimbabwe) está muy distante del líder africano democrático (China y Rusia aún lo respaldan).

El analista africano Masipula Sithole mencionaba en el año 2002 que el empeño de Mugabe a la educación (85% de la población alfabetizada) era cavar su propia tumba. Masipula se equivocó, porque en la actualidad Zimbabwe tiene una inflación de 2,2 millones por ciento, una tasa de desempleo del 80%, varias crisis sanitarias que afectan a parte de la población. Sin embargo el 21 de febrero Mugabe celebró su cumpleaños número 85 con una fiesta que incluyó 4 mil porciones de caviar, 3 mil patos, 16 mil huevos, 8 mil cajas de bombones y varios de sus compinches.

4 de marzo de 2009

¡Mierda!

Aunque aquel brutal vidrio con apariencia de pecera nos separaba en supuesta igualdad de condiciones, ella sabía más que yo, porque a través del redondo y profundo hueco el trámite exigía preguntarme el nombre y que yo se lo dijese. No sé porqué menciono esto, tal vez su profesional indiferencia inicial y su posterior inocente, inexperto y gastado coqueteo para pedirme “sueltos”, de alguno forma (primitiva y cavernosa, dentro una terminal de buses, sitio con similares atributos) me atrajo. Al inocente, inexperto y gastado coqueteo lo trueque a cambio de un asiento alejado del final del bus, donde se encuentra aquel fétido sanitario ambulante “solo para hacer pis y para niños que se marean mientras el vehículo tambalea entre montañas y precipicios”. El sitio prometido era el número 6 y la persona a mi lado era un señor entrando al ocaso de su vida, de tostada piel por, tal vez, cansinas aventuras y largos trajines; grandes y vivaces ojos que denotaban sabiduría o al menos camino ya vivido; manos de ave rapiña o de dragón de Komodo; una nariz infinita, que le daba un aire de águila a punto de emprender el vuelo, terminada en un oscuro lunar de carne. Estaba vestido con una juvenil camisa a cuadros, pantalón de pana y sombrero color tierra que acentuaba su condición de amante del campo. Durante el viaje, al mismo tiempo que veía como el cielo caía y se iba transformando parsimoniosamente, el teatro formado de nubes cambiaba sus formas y desesperados viajeros se impacientaban por llegar a sus destinos (tan común el día de hoy, sin disfrutar el camino), observaba como aquel viejo ahora con rasgos de cóndor ni se inmutaba ante el trayecto. Pensé que la monotonía varios años atrás ya había echado raíces y se había apoderado de él, y su tufo con aroma a nostalgia que emanaba de sus casi sincronizados bostezos era una gratuita corroboración. Pensé también hablarle varias veces durante las cuatro horas en que estuvimos sentados en el bus. Preguntarle qué lugares había recorrido, qué había hecho en sus años o si tenía algún consejo para mí. Pero todo lo que se me ocurría me hacía parecer un idiota. Debo reconocer que el viejo con aires de ave carroñera inspiraba cierta soberanía. Sin embargo, al haber dejado atrás el trémulo páramo, me armé de valor para decirle algo. Lo que sea. Y cuando empezaba a balbucear ese algo, ese LO-QUE-SEA, su teléfono celular sonó. Cuando colgó preferí quedarme callado porque la fantasía se había roto, Macondo se había desvanecido y lo único que podía pensar era en qué tan viejos son los libros que al menos por cuatro horas despiertan y hacen volar la curiosidad y la imaginación de monótonos viajeros.


Mientras esperaba que hirviera la infusión, sentado junto a la hornilla de barro cocido en una actitud de confiada e inocente expectativa, el coronel experimentó la sensación que nacían hongos y lirios venenosos en sus tripas. Era octubre. Una mañana difícil de sortear, aun para un hombre como él que había sobrevivido a tantas mañanas como esa. Durante cincuenta y seis años – desde cuando terminó la última guerra civil – el coronel no había hecho nada distinto que esperar. Octubre era una de las pocas cosas que llegaban.


En Sevilla me hice de una copia de la película de Arturo Ripstein, El coronel no tiene quien le escriba, basada en el libro del mismo nombre escrito por Gabriel García Márquez. En Quito también hace un par de años tuve la chance de ver la obra de teatro, sin embargo en ninguna de las dos me convenció la personificación que hacían del coronel. En la primera el militar retirado era una mezcla entre Einstein y un pobre diablo, y en la segunda parecía alguien afectado por Alzheimer. Ambas interpretaciones carecían de esa mezcla que provoca ver en el presente un retrato patético de una persona que inspira soberanía por su pasado, como alguien perdido en el tiempo que cree vivir una época lejana. El viejo del bus, aunque solo fue en mi imaginación, es el retrato que tendré del anciano personaje que cuida a un gallo, única herencia de su hijo (que al parecer está vivo), más que a su esposa en una casa donde nada sirve y que todos los viernes camina hasta el puerto, con cansada esperanza, en busca de su pensión de veterano de guerra.




Ha pasado un mes en Macondo, es ahora Octubre, pero sin saber en qué espacio de tiempo se nos cuenta la historia. El pueblo mantiene su monotonía de lenta decadencia y algunas costumbres no extintas sobreviven. Y la trama, al igual que en La hojarasca, empieza con una muerte. Y si en esta última obra se hacía referencia a la muerte económica de Macondo, en El coronel… se hace presente con metáforas del clima, como una fría y filosa uña de depredador que te va rascando la espalda, a la violencia, porque ahora todos están en estado de sitio. (De pronto interrumpieron las trompetas del mambo. Los jugadores se dispersaron con las manos en alto. El coronel sintió a sus espaldas el crujido seco, articulado y frío de un fusil al ser montado. Comprendió que había caído fatalmente en una batida de la policía con la hoja clandestina en el bolsillo).

El coronel... con su historia extremadamente personal, sus pocos personajes, su intransigencia del tiempo, a veces parece más un cuento más que una novela, y sobre todo da esta impresión porque Gabo, a través de su patético héroe, se ha decidido a ganar esta pelea por K.O. y no por puntos con su inesperado final.


El coronel necesitó sesenta y cinco años – los sesenta y cinco años de su vida, minuto a minuto – para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder:

- Mierda.

(Shit en inglés, merde en francés, merda en italiano, Scheibe en alemán).

1 de marzo de 2009

Manual del curuchupa

Un fantasma recorre Cuenca: el fantasma del curuchupismo. Todas las fuerzas de la vieja guardia “progresista” se han unido en laica cruzada para acosar a ese fantasma: el MPD, los Socialistas, los liberales, los masones, los newagers y los machomorlacos-correístas.

Curuchupas del cantón, ¡uníos!


A la voz del manifiesto comunista escrito por Karl Marx, uno de los mejores blogs que he leído: El pub de Cuenca, aunque ya cerraron el kiosko, por sus contenidos humorísticos y que reflejan la realidad de la sociedad cuencana (y que me sirvió de guía para entender a los morlacos en estos casi siete meses de estadía), presenta dentro de las costumbres del cantón azuayo el Manual del Curuchapa como sátira al predominante conservadurismo dogmático y con el propósito de orientar al cuencano de alta sociedad hacia un nuevo modus vivendi en donde quienes tuvimos la suerte de haber nacido en cuna de oro podamos tener el sitial que nos merecemos en la estructura de la sociedad; y que ahora en tiempo de elecciones, vale la pena echarle un ojo (para reír y no llorar).

Pero antes (para entender el asunto): Curuchupa: (…) Nombre con el que, de modo enteramente general, se designa a los ecuatorianos que forman en el Partido Conservador. Conservador: (Políticamente) se considera a aquellas opiniones de centro-derecha y derecha. Especialmente favorables a la continuidad en las formas de vida colectiva y adversas a los cambios bruscos o radicales. En lo social, los conservadores defienden los valores tradicionales como la familia tradicional, las creencias religiosas… y aspiran a que se reflejen sus creencias en las leyes. En lo económico, tienden a ser liberales siendo la libertad económica y financiera, y la fiscalidad reducida los baluartes de la política económica conservadora.

Ahora lo más relevante de lo escrito por el Taita Honorato, máximo representante del curuchupismo cuencano. La versión completa, acá.



Dios es el centro del universo: Y también está en las periferias… Yendo a las estadísticas, quienes recibimos una educación católica en tan reconocidos centros de estudios, hemos triunfado en la vida: tenemos los mejores sueldos, los mejores trabajos, hemos viajado, hemos conseguido una pareja top-model y continuamente la sección de sociales de “El Mercurio” nos busca para fotografiarnos…

Privilegiar la casta hispánica: Las familias tradicionales (de origen español) construyeron la Cuenca de nuestros días: una ciudad culta, educada, universitaria y auto sustentable… Todo curuchupa exitoso tiene la obligación moral de colocar en sus empresas a cuencanos, dignos representantes de nuestra tradición. Ante esto, se recomienda seguir incluyendo en los formularios de trabajo: foto, nombre y apellido del padre, nombre y apellido de la madre (para clarificar su linaje).

Promover la economía neo-liberal: El curuchupa cree y defiende la propiedad privada, pues es un derecho inalienable que tiene cada familia y cada individuo. En lo concerniente a la “solidaridad”, no es que los curuchupas seamos egoístas, sino que preferimos atender a los sectores pobres a través de nuestras fundaciones y no a través del Estado…

Defensa de la naturaleza: “Erradicar los movimientos ‘ecológicos’ o ‘ambientalistas’ que atenten contra la vida de los cuencanos.”

La Educación: …Es indispensable que la Iglesia Católica nuevamente asuma la noble responsabilidad de educar, sembrando claros valores como la “abstinencia”, “el respeto a la iglesia” y “el odio a los partidos de izquierda”.

Educación Sexual: La única educación que deben recibir los párvulos es: ¡Just say no! En este sentido, es un verdadero atentado el nuevo “Código de Salud” que quieren instaurar en nuestro país. Condenamos el hecho de que se quiera repartir preservativos a nuestros pequeños.

La Pobreza: En una sociedad curuchupista no podría existir pobreza. Lo más cercano sería ser un pobre izquierdista

La mujer: La mujer debe volver a su oficio tradicional de ama de casa, o como muy modernamente lo llamamos: “gestora del hogar”. Su principal deber es educar en valores a sus hijos, limpiar el hogar y cocinar –impecable- para su marido.

Además, dentro del manual, se recomienda a los curuchupas saber seleccionar el cómo se visten, qué leen, qué lugares frecuentan, qué escuchan, y en caso de ser hombres elegir la pareja ideal: Virgen, de religión apostólica románica y un apellido de raigambre española.



Para ser un pequeño burgués, ciertamente hay que estar preparado, aprender un poquito de inglés y modales de superdotado. Por aquello de ser o no ser, es preciso tender muchas redes, habitar un coqueto chalé y soñar con un nuevo Mercedes.

Alberto Cortez.

P.S. El Pub de Cuenca es (o fue) un blog incluyente por lo que también hay un manual para el socialista (no solo del siglo XXI). Ese próximamente.

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