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19 de abril de 2010

Crónicas culinarias

El poeta, cronista y amante de la ciudad Jorge Martillo escribía en su “Viaje por la gastronomía ecuatoriana” que «en las deliciosas noches veraniegas de Guayaquil, acudo a la marisquería de Ochipinti, me acomodo en una mesa al aire libre y ordeno un par de cangrejos a la criolla (cocinados a fuego lento con yerbas, condimento y sal en grano), arroz blanco y una cerveza bien helada para matizar la espera. Es cuando doy por cierta la historia bíblica de Adán y Eva expulsados del Paraíso por probar el fruto prohibido ». JM tiene razón. Pocas cosas hay comparables a una buena comida, mejor si es con amigos y para celebrar. Preparar un plato y leer historias de cocinas, chefs y de los alimentos favoritos en una región son también para disfrutar.


Edmundo Paz Soldán, en su blog, comentaba acerca de la poca literatura gastronómica existente en español, siendo personas que disfrutamos de hablar durante y después de la comida, luego de varias conversaciones con el también escritor Diego Salazar. A diferencia de EUA, y otros países, en nuestro continente las letras sobre este tema se reducen a recetarios, críticas de restaurantes o relatos, tipo revista Soho, donde se compara al cocinar con el sexo (más del lado del jazz y lejos de los sartenes y las hornillas). Lástima porque siempre preferiré una buena crónica culinaria (biografía de un chef o las vivencias en la cocina de un restaurante, por ejemplo) a cualquier buena crónica deportiva, histórica o undeground con mucho realismo sucio. Razones: 1) Redactar la comida es sumamente descriptivo, se necesita precisión, se juega con los sentidos y los recuerdos. 2) Los ingredientes son algo vivo (o lo estuvieron), con una historia, que se plantaron y la naturaleza hizo lo suyo o encontrarlo requirió sacrificio, y mezclándose adecuadamente resultan en algo delicioso. 3) Muchos de de los célebres cocineros o empleados en una famosa cocina son excéntricas y frustradas estrellas de rock trabajando cerca de cuchillos, excesivos y pálidos seres que pasan cerca catorce horas diarias preparando platos, que se echan a llorar en los congeladores por malas críticas. 4) El ambiente de un restaurante, además de la competencia y camaradería, podría ser tan estresante como una sala de control de tráfico aéreo, despachando pedidos con el riesgo de quemarse, a contrarreloj y siendo exactos en la preparación. Y 5) una de las mejores cosas de viajar es probar lo que comen los lugareños y cómo esos alimentos y recetas son parte de su identidad.

Donde mejor he comido fue en el Mercado del Puerto en Montevideo. Probé carne de llama en un pueblito de Jujuy (el sabor es dulce aunque algo dura de masticar). Mientras estuve en Argentina pude comparar las empanadas de cada provincia y me quedo con las de Santiago del Estero. En Moguer comí cerdo ibérico criado con bellotas, en Lisboa mucho bacalao con cerveza negra y en Tánger la versión original del gazpacho español. Alrededor del Ecuador podría recomendar lugares como un pueblito cerca de Cuenca llamado Sertag donde el Sancocho es una ríquisima bomba, buenos cangrejos en Naranjal, empanadas negras en Guaranda, cevichocho (uno de mis favoritos) en Otavalo o los ceviches del mercado de Libertad. No sería yo el indicado pero hay tantas suculentas historias para escribir sobre estos sitios, y las personas que prepararon. Tal vez la razón de mi gusto por las historias de cocina es por lo poco que hay de las mismas. A disposición, a destacar, está el perfil de Julio Villanueva Chang al cocinero Ferran Adriá, la edición de la revista Etiqueta Negra “El diablo en la cocina” con las excelentes crónicas de Diego Salazar, pasando un mes en un restaurante de Madrid, y de DT Max retratando al célebre chef Gran Achatz, que sigue inventando platos a pesar de haber perdido el sentido del gusto por un cáncer de lengua, y la extensa novela: Calor.

Pequeñas porciones en letras que no llenan. Para eso están también Ratatouille en el cine y el mejor reality de tv: Anthony Bourdain No reservations (también autor del libro Confesiones de un chef), que hace poco estuvo en Ecuador para grabar un show (poniendo la música Rocola Bacalao en la capital y Los Niñosaurios en Guayaquil) y con su mordaz humor y cinismo nos retrató. La carne del cuy le pareció una delicia y mencionó a esta como solución para el hambre mundial, y el tour culinario por el país le resulto una clase de Magical mistery soup por la cantidad de sopas típicas que probó. Una vista de los ecuatorianos según los extranjeros. Poco sabía del país antes de su llegada. La comida como una ventana para descubrir una cultura.




Un extraterrestre en la cocina:

Adrià les exige la concentración, el ritmo y la precisión de un cirujano en el quirófano, de un mecánico de Fórmula Uno en los boxes de una carrera, de un modisto de alta costura durante el desfile principal. En un restaurante que busca la perfección hasta en sus actos microscópicos, romper un plato no es un asunto de mal agüero. Es la caída del equilibrista durante el show: la función debe continuar, pero jamás se van a olvidar de ti.

Días después de la charla, el chef renunciaría al bolero para declarar con un espíritu heavy metal: «La cocina es un trabajo de psicópatas». Había un antecedente psiquiátrico: meses después de que apareciera en The New York Times como el general de la nueva armada de cocineros españoles, el chef Bernard Loiseau se suicidó disparándose con una escopeta en la boca. Un artículo en Le Figaro había desatado el rumor de que a Côte d’Or, su restaurante tres estrellas Michelin, le iban a eliminar una estrella. En Francia, un país obsesionado por el estatus de su gastronomía, una mala crítica en el periódico puede producirle una úlcera mental a un chef.

Había nacido en México y tenía un pasado en otros altares de la cocina. En el Arzak del País Vasco, donde treinta cocineros trabajaban para ciento diez clientes. En el restaurante de Daniel Boulud, en la Gran Manzana, donde quince cautivos cocinaban para trescientos diez comensales. El estrés hacía que los cocineros de Boulud descendieran hasta las cámaras frigoríficas para desahogarse a gritos contra unas moles de carne helada.

El cocinero que no podía dormir y su persistente aprendiz de cocina:

Pienso en uno de los consejos que da Anthony Bourdain en Confesiones de un chef: «Nunca faltes con la excusa de estar enfermo. Excepto en casos de desmembramiento, hemorragia arterial, neumotórax o la muerte de un familiar inmediato. ¿Se murió la abuela? Entiérrala en tu día libre». Parece una estupidez, pero es mi estupidez. Sé que soy un egoísta, pero un egoísta con chaquetilla de cocinero y delantal, metido en una cocina que en noviembre del 2008 recibió su primera estrella Michelin.

Una vez allí, sobre el tablero de mármol donde suele trabajar, Xabi hace unas rebanadas de pan muy finas usando la máquina de cortar embutidos. Andrés coloca dos rebanadas sobre un plato formando una cruz, las dobla sobre sí mismas para comprobar si el pan resiste. Resiste. Xabi casca un huevo, separa la yema y la coloca sobre otra cruz de pan. Espolvorea sal, dobla las rebanadas, echa un poco de aceite y cierra el ravioli. Andrés sugiere añadir parmigiano por encima para que selle el pan al derretirse. Xabi lo coloca sobre papel manteca dentro de una sartén y lo mete al horno durante tres minutos. La alta cocina es un ejercicio de precisión. No basta con el talento y el mejor producto. Son imprescindibles, pero además hay que ser exacto. La diferencia entre correcto y estupendo puede estar en unos cuantos segundos. Y aquí no se espera que un plato sea correcto.

Los gastos que implica un restaurante son, a todas luces, desorbitados. Más allá de los sueldos de los empleados y la materia prima, que supone más del treinta por ciento del presupuesto, todo cuesta dinero. Un día, durante mi estancia en la cocina, pude espiar la factura de la nueva cubertería, que aún no había llegado: 41.457 euros, donde, por ejemplo, cada tenedor valía sesenta y tres euros y las cucharas de postre cincuenta y cinco euros cada una. Hay que sumar el alquiler del local, la factura del gas, el agua, la luz, teléfono y un largo etcétera de impostergables. No es de extrañar que los grandes chefs necesiten de empresarios que pongan ya no sólo el capital, sino los mecanismos para mantener el negocio andando. «No es fácil encontrar ese empresario, o grupo de empresarios, que apueste por un proyecto que no lo va a llenar de dinero. Pese a lo que la gente pueda creer, un sitio como éste no te va a hacer millonario».

El último Chef genio de Chicago no puede probar su comida:

En abril del 2001, con veintiséis años, Achatz presentó una solicitud para el trabajo de chef en Trio, un conocido restaurante en Evanston, Illinois, un suburbio de Chicago. El dueño lo contrató luego de que hiciera una prueba con una cena de siete platos. Rápidamente ganó reconocimiento en el mundillo gastronómico gracias a un plato llamando Explosión de Trufa. El comensal mordía un trozo de ravioles y era recompensado con un torrente de intenso jugo de trufa negra. En el 2002, el crítico del Chicago Tribune le dio cuatro estrellas a Trio; un año después, la Fundación James Beard nombró a Achatz como Cocinero Revelación. Un mes o dos después, una pequeña lesión aparecía a la mitad del lado izquierdo de la lengua de Achatz.

La influencia de Adrià era inconfundible cuando comí en el mes de marzo en Alinea. La comida era casi cómica de tan elaborada, se hallaba constituida por veinticuatro platos y costó trescientos setenta y cinco dólares, vino incluido. Empezaba en el final salado del espectro de sabores y, lentamente, se iba volviendo dulce, para terminar con café, en forma de un caramelo cristalizado. La mayoría de las cosas podía comerse en uno o dos bocados, pero la procesión tomó cuatro horas y media. Tomé pop corn dulce licuado en un vaso de shot, y un plato de frijoles que vino en una bandeja con un cojín relleno de aire de esencia de nuez moscada. El plato de frijoles estaba situado sobre la almohada, presionando para que el aroma saliera. Probé una «espuma de té de arbusto de miel en cascada sobre pudín de brioche de esencia de vainilla». Había también un plato con un arándano al centro, que había sido hecho puré para luego ser esculpido en su forma original. El arándano era luego preparado en un aparato llamado Antiplancha, que Achatz ayudó a diseñar. La Antiplancha congela el arándano por debajo, pero deja la parte superior suave.

Debido a que su sentido del gusto ha vuelto con el tiempo, Achatz siente que ahora entiende este sentido de una nueva manera, la manera en que uno vería si pudiera ver sólo en blanco y negro y de pronto recupera los colores. Dice: «Cuando probé por primera vez un milkshake de vainilla –tras el final del tratamiento– sabía muy dulce, porque no había ningún gusto salado o ácido. Tan sólo sabía dulce. Ahora que ya ha vuelto el amargo, estoy entendiendo la relación entre el dulce y el amargo, cómo trabajan juntos, cómo se equilibran. Y conforme vuelve lo salado, empiezo a entender la relación entre los tres componentes».

P.D. Maldigo a Anthony Bourdain porque tiene el trabajo que siempre quise tener (viajar, comer y escribir) pero acá dejó el episodio entero de su paso por Ecuador.











10 de marzo de 2009

Tres cadáveres exquisitos

A la hora de comprar libros que no pertenezcan a célebres literatos, osea cuando no compramos a Hemingway, o a Borges, o a Camus, o a Dostoievksy, o a cualquier otro que no aparece dentro de alguna enciclopedia en la lista de los grandes, los consejos que te pueden animar a leerlos son limitados y de poco fiar: Tener amigos intelectuales desempleados que se leen un libro diario, hacerle caso a las críticas proporcionadas por extraños que escriben en la Soho o en la Rolling Stone, o ir a la librería y leer el final del libro para ver si te convence, entre otras excentricidades.

Viendo y leyendo la página web de la mejor revista de crónicas que en mi pequeño mundo existe, Etiqueta negra, me encuentro con un link que permite bajar primeros capítulos de libros, de nuevos autores, recomendados. Últimamente me he estado dedicando a leer estos entremeses para ver si encuentro algunas delicias literarias que me hagan trajinar entre librerías, donde al preguntar por estos desconocidos textos en el medio, los empleados me verán con incrédulos ojos que revelaran su vergüenza e ignorancia al no saber de qué diablos les estoy hablando. Como las versiones estaban en PDF, acá dejo lo más suculento de tres cadáveres exquisitos.

EL PASEADOR DE PERROS: De Sergio Galarza Puente, N.P.I., es decir ni puta idea y la verdad es que no me interesa mucho buscarlo en Google, lo único que sé, por casualidad, es que escribió El paseador de perros. Un libro que lo encontré bastante simpático sin llegar a ser bacán, aunque lo bacán puede estar en que las hojas sangran sinceridad y crudeza. La historia está contada en primera persona como esas películas existencialistas de cine negro, con femme fatales y personajes al borde de un precipicio. Trata de un tipo que junto a su pareja escapan hacia Madrid, y ese Madrid relatado es el de barrio, el de residente y no el del turista; y se nos muestra también como ese sueño de migrante que no es lo que uno espera, pero no por racismo o discriminación, sino porque un misántropo es un misántropo tanto en Lima como en Madrid.




Madrid es como una maternidad para los viajeros. Aquí todo empieza y yo tenía ganas de borrar el Lado A de un disco sin éxitos…/.Tuve la suerte de que unas estudiantes danesas me eligieran como compañero de piso al lado de la plaza Dos de Mayo, el alma de Malasaña, donde los niños corretean y trepan entre los juegos de un pequeño parque infantil, mientras bandas de adolescentes latinos matan las horas disfrazados de pandilleros del Bronx y los gringos convertidos en madrileños artificiales comparten las terrazas de los bares con los jóvenes españoles que se mudan al barrio de moda (por siempre)…/. Cuando uno se enamora escribe un diccionario de tonterías que nadie imagina que es capaz de pronunciar. Los diminutivos se convierten en un lugar común, se pierde la vergüenza y se reivindica el derecho al ridículo… ese que me faltó para estar con ella su último cumpleaños, cuando aún manteníamos el título de novios, o más bien yo el de sponsor, porque, es cierto, me sentía como su sponsor…/. Empecé a ir a la cancha solo, todos los sábados, cuando entendí que esta me proveía de la dosis justa de sufrimiento que yo necesitaba, porque el Alianza es un club fundado sobre desgracias…/. No me disgusta hablar. Lo que me jodía entonces era que mi soledad fuera perturbada por alguien a quien no había invitado…/. Mis recuerdos de esos años son gigantografías de detalles borrosos...





ELOGIOS CRIMINALES: Julio Villanueva Chang es creador, editor y cronista de Etiqueta negra. El tipo es un genio de la crónica y en este libro esboza perfiles de personajes extraordinarios realizando cosas comunes. Los elogios conferidos son a través de humanizar al personaje. García Márquez, Kapuczinsky y otros más son los retratados. El capítulo disponible trata del cocinero más innovador del planeta y como su personalidad se refleja en su obra. El Bulli, su restaurante.




Un plato que cae al piso es una obra maestra del ruido. Pero cuando estalla en El Bulli, el eco se prolonga hasta decibeles de culpabilidad en el expediente de un ayudante de cocina…/. Hoy para un cocinero ir a El Bulli es como ir a Disney World… Quieres tomarte una foto con Mickey Mouse.../ Hoy los cocineros son famosos y los cocineros famosos casi nunca cocinan: dan entrevistas, ganan dinero y se preocupan por la dieta de los niños…/. “La creatividad es dura, una bestia mala que no tiene compasión. Enamorarme de la creatividad no es lo mío”…/. Ser chef de un restaurante de alta cocina es como trabajar en un manicomio de prestigio. “Comparado con otros trabajos creativos, la diferencia es que siempre, todos los días, estás en el filo de la navaja”…/. Adrià había hecho de los puntos suspensivos un ingrediente de su cocina…/. De mil que citan a Adrià en una cena, uno ha ido a su restaurante; de mil que han ido a cenar a su restaurante, uno lo entiende…/. ¿Alguien podía saber qué se necesitaba para ser el cocinero ideal en El Bulli? Quizás un mamífero que pone huevos y tiene pico de pato, patas de rana, pelo de topo, cola de castor, bolsa de canguro y un voraz apetito. Todo eso vestido de cocinero…/. “El ritmo es aquí como de una banda rock”…/. “Lo que cuenta en mi cocina no es el plato, es la experiencia de ir a mi restaurante. Es necesario conseguir una reserva, esperar con excitación la llegada del día, tomar el avión para llegar a una bahía perdida y comer treinta platos”…/. “Para ser anárquico, tienes que ser organizado”…/. “Venir a comer solo es un poco como masturbarte”/. Fotografío cada plato. Otros clientes filman cada escena. Todo es novedoso e irrepetible: escribo notas para no olvidarme. “Comer es la experiencia más multisensorial que existe”, declaró el chef…/. A veces se pone filosófico y define el silencio como “el momento en que todos se miran para pagar la cuenta en El Bulli y nadie dice nada”…



Sexografías: Gabriela Wiener escribe en estilo gonzo, que consiste más o menos en realizar crónicas solo de las cosas que uno ha experimentado, es decir contar la historia de otros pero a través de lo vivido con ellos. Lo que yo sentí. Es bastante bizarro que la introducción a este libro la haga otro autor en estilo Gonzo, contando todo lo vivido con Gabriela y el porqué ella es así. Y sería aún más bizarro hacer gonzo lo escrito por mí en estas líneas. Mencionando lo que sé de Javier Calvo, autor de la introducción, o lo que pienso del gonzo, tal vez podría hacerlo pero mejor no, porque el capítulo que tuve chance de leer habla de sexo y de sexo nunca escribiré, menos aún de poligamia porque no conozco a ningún gurú, menos a uno como Badani.

Mi obra muestra las olas que llegan a la orilla del lago; la de ella muestra al monstruo que vive en el fondo…/. Si Badani fuera un electrodoméstico, sería uno que corta, pica y raya a su interlocutor a miles de revoluciones por segundo…/. Badani huele tus intenciones, adivina tus preguntas, interpreta tus gestos, sospecha de tus palabras…/. Ellas pasan a ser parte de él y él se juega la vida por ellas. Parece una reciclada pero revolucionaria fórmula para ser feliz…/. A los machos y a las hembras los unen sus carencias, por eso la familia es para Badani la obvia integración de complementarios…/. Nada de periodistas, según Badani, mercaderes de gente…/. Vivir con una mujer es difícil, con dos es peor, imagínate con seis. El tipo es un genio…/. Dice Badani que nació en el clan de los “catolocos”. Léase católico=loco. Me explica que era demasiado inteligente para seguir prendiéndole cirios a la trasnacional más grande del mundo, que pide limosnas a los pobres mientras bebe en cálices de oro…/. Para las Badani ha sido una cuestión de elección. Tuvieron la oportunidad de ser mujeres emancipadas a la manera de las demás, pero escogieron esta singular manera de ser libres…/. Badani ha hecho realidad sus sueños, según él prefirió ser un loco como Don Quijote a morir de empacho en una cama a lo Sancho Panza…/. A veces Badani está en la cama haciendo el amor con dos de ellas y entra una tercera con galletitas y algo de beber para los fatigados amantes. Si alguien llama, una cuarta puede contestar al teléfono y disculpar al esposo que está muy ocupado. Son los siete mosqueteros: uno para todas y todas para uno, o todas para todas…
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