17 de marzo de 2009

Cabo Blanco, Finca Vigía y otros lares

Uno a vez necesita materializar a sus héroes, a sus íconos o a sus referentes. Simplemente porque verlos en carne y hueso y al mismo tiempo conocer todas sus hazañas y saber que no fueron fáciles para ellos los engrandecen, les confieren una mayor soberanía y los vuelven respetables. Lo mismo a veces pasa con personajes de literatura y cine cuando necesitamos ponerles un rostro real a lo que antes estuvo en nuestra imaginación. Así el nefasto Edmundo Budiño de Mario Benedetti de “Gracias por el fuego” se presenta en el funesto León Febres Cordero; buscamos entre bares, viajes y sitios solitarios y oscuros a la Alejandra de Sabato en “Sobre héroes y tumbas” o en lugares alegres, algo plásticos y con buena iluminación a Mónica de Friends; y encontrarnos a coroneles sin nadie quien les escriba en buses camino a Cuenca, entre otras materializaciones.


Gus Van Sant hace varios años presentó una película acerca de la vida de un novelista, ganador del Pullitzer, claustrofóbico y su amistad con un alumno afroamericano regular en sus estudios pero con grandes dotes de escritor en “Finding Forrester”. La película no es mi favorita pero la he visto varias veces y la imagen del Sean Connery escritor siempre me resultaron lo más parecido a ver a Ernest Hemingway en movimiento y no como una foto en blanco y negro. Recientemente me entero de que la película está inspirada en el escritor J.D. Salinger, que además de ser un maestro de la literatura contemporánea calificaba a Hemingway y a Scott Fitzgerald (el mismo del “curioso caso de Benjamín Button”) de autores de segunda clase; sin embargo, aunque Ernest nunca fue claustrofóbico y Sean Connery nunca tuvo la talla de oso de 202 libras, la imagen de Bond, James Bond ya envejecido y con una canosa barba es dentro de esta imaginación, Hemingway en movimiento y cada vez que esa película pasa por la pantalla del televiso me digo: Ahí está el maestro.


No completamente por sus obras, sino por su estilo de vida y en lo que se inspiró para escribir, si alguien me dijera a quién te querrías parecer, sencillamente dijera al maestro. Es que Ernest Hemingway no se quedó en la biblioteca de su hogar natal en Oak Park, Illinios dando vueltas a su imaginación para crear mundos, sino que él se fue a descubir y a contarnos el mundo. Se alistó como reportero en el Kansas City Star y se marchó a Italia durante la Primera Guerra Mundial como conductor de ambulancias, donde fue herido de gravedad. Después de la guerra trabajó para el Toronto Star, hasta que se fue a vivir a París donde los escritores exiliados Ezra Pound y Gertrude Stein lo incentivaron a meterse en la literatura y donde García Marquez, años después, cuenta la leyenda, lo vió cruzando la calle y le gritó: Adiós maestro; además de los viajes a sus amores Cuba, España y África. Exponiendo su vida varias veces por el trabajo como los bombazos que cayeron en su hotel durante la Guerra civil española o chocar el taxi que conducía en la Segunda Guerra Mundial. “La capital del mundo” (El torero necesita la apariencia, si no de prosperidad, por lo menos de crédito, ya que el decoro y el grado de dignidad, aparte del valor, son las virtudes más apre­ciadas en España, y los toreros permanecían allí hasta gastar sus últimas pesetas…) refleja su amor por los toros (todos tenemos defectos) y por España con su estilo sereno, sólido, casi monótono y definitivamente sin sobresaltos para escribir. “Las nieves sobre el Kilimanjaro” y “Fiesta” (en París) son otras de sus herencias.


Juré que el día que en que abriría y empezaría a leer “El viejo y el mar” sería sentado en la playa de Cabo Blanco, cerca de Pimentel, Perú. Años tras año se está posponiendo el evento, y ahora que gracias a la revista Gatopardo me enteró de que se están rescatando cerca de 3,200 páginas de cartas, cuentas y manuscritos en la Finca Vigía; además de sus recuerdos de travesías como bastones de mando de tribus de África, sus veleros y balas de sus cacerías junto a sus trofeos (otro de sus defectos), la tentación por abrir “El viejo y el mar” es ya irresistible. Tal vez el próximo evento a planificar sea viajar a Cuba y no por visitar estatuas del Che Guevara o pasear por Baradero. Sino por ir a Cojimar y pescar algo imaginándome en el yate Pilar, tomarme unos tragos en el abrevadero “Floridita” y llegar hasta San Francisco de Paula donde se erige Finca Vigía, el refugio del maestro, esperando encontrarme con ese otro Hemingway que no conocemos, no ese de celebridad y errante que tanto gusta, sino ese monótono y directo que leemos en sus libros, sin olvidarme de llevar para el trayecto las páginas de “El viejo y el mar” bajo el brazo y tal vez una botella de Pisco para recordar el deseo no cumplido en Cabo Blanco, Perú. Porque la mejor y la única manera de leer a Hemingway debería ser en sitios donde aún no hemos dejado huellas en la arena.

3 comentarios:

El Apestado dijo...

Su vida era una fiesta

Raul Farias dijo...

Apestado: Coincidimos en que Hemingway es el hombre. Estaba revisando tu apestoso blog. Está bueno.

Saludos...

Anónimo dijo...

En un parte dice Cabo Blanco cerca de Pimentel..pues se equivocaron,,,cabo blanco esta en el departamento de Piura, provincia de Talara, distrito de El Alto..ese es el verdadero Cabo Blanco

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