11 de octubre de 2009

Aquellas pequeñas cosas*

Resulta algo curioso, para los no residentes en países desarrollados, escuchar al Premio Nobel, Al Gore, además de explicar el porqué del cambio climático y cómo los seres humanos somos los responsables (el actor Leonardo Di Caprio en, The eleventh hour, muestra con imágenes sus efectos), en su oscarizado documental, The Awful Truth, recomienda prevenirlo apagando las luces, cerrando bien el grifo, o utilizando recipientes no perecederos en lugar de botellas plásticas (también lo recomienda el hijo de Jacques Costeau para evitar las contaminaciones en los mares), en lugar de adoptar causas más grandes a nivel mundial como evitar el saqueo de los océanos, aplicar sanciones fuertes a las industrias altamente contaminantes, evitar el uso de químicos en la agricultura; y en el caso ecuatoriano el freno a la expansión de la frontera agrícola, el cuidado de la biodiversidad (iniciativa Yasuní), alcanzar la eficiencia energética, mejorar la legislación ambiental, entre muchas otras soluciones. Por lo que es probable que estas sugerencias individuales tengan resultados positivos en naciones industrializadas donde el consumo supera con creces a los países en desarrollo (el impacto de sus acciones en el medio ambiente es menor - los ciudadanos de países del sur estamos subsidiando la huella ecológica de los del norte -, con agricultores sin recursos para comprar pesticidas químicos y semillas modificadas, con industrias menos contaminantes - a excepción de China e India - y con bienes esenciales, el agua, que no llegan a toda la población).

Sin embargo no debemos dejar aquellas pequeñas cosas en las que una acción individual sí tiene un impacto. Esto recordando el artículo de Sergio Sotelo, El vicio de descartar, que trata acerca de la negativa de la ciudad de Seattle, en un referéndum, de ponerle un impuesto a cada bolsa de basura que expenda un local comercial, señalando que “la propuesta… buscaba fomentar alternativas ecológicas a uno de los productos emblema de nuestra rampante cultura de usar y tirar”, por las razones de que cada funda “su fabricación a partir del petróleo, un bien escaso y costoso, implica un despilfarro de agua y energía difícil de justificar si se tiene en cuenta que su vida ronda los doce minutos… [y] que tarda en descomponerse hasta 400 años”. Porque analizando estadísticas del país, a pesar de estar por debajo de la media de usos de plásticos per cápita al año (12 kg. en Ecuador – 182 millones de kg. anuales -, 24 kg. en América Latina y el Caribe y 40 kg. a nivel mundial), únicamente en las cadenas comerciales más grandes (10% de las compras a nivel nacional), se consumen 1200 millones de fundas anuales (100 fundas por ecuatoriano).

Varias empresas, al no existir industria petroquímica en Ecuador, están fabricando sus fundas reciclando el plástico. Por otro lado lástima que el Municipio de Guayaquil no esté llevando a cabo ninguna actividad de reciclaje, porque al parecer no está interesado en iniciativas que protejan el medio ambiente (ni siquiera una sencilla como la del 22 de septiembre, día mundial sin automóviles – Cuenca y Quito si lo practicaron -). Debe ser porque para el alcalde y algunos guayaquileños el pedir el número de fundas que uno quiere es una expresión de libertad.
* El título lo pone Serrat.




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