12 de agosto de 2009

Óleo de mujer con sombrero

Continuamente me la encontraba en la puerta, a la entrada o a la salida, de una película en el Maac Cine (ahora, con nuestra manía de resaltar héroes, llamado: Centro Cultural Simón Bolívar o algo así); digamos, después de ver por ejemplo: EL TOPO de Jodoroswky, o alguna función de los EDOC (Encuentros De Otro Cine). También la recuerdo en la fila de atrás, mientras en los incómodos sillones de la Casa de la Cultura, veía una proyección brasileña. Trataba sobre un viejo que había sido galán en la década de los setentas y ahora vivía en un mundo de sueños, en el pasado, enamorándose de la hija, que era el vivo retrato, del amor de su juventud. Una de las mejores películas que he visto pero cuyo nombre no recuerdo. La vi también a ella, siempre acompañada por un hombre algo mayor, de pelo largo y canoso, con cola de caballo y pose de intelectual, mientras compraba el boleto para ver la adaptación de la novela de Margarita Duras: Hiroshima mon amour. Ella estaba atrás mío y le decía a su acompañante que hace cuarenta años fue la última vez que vio la proyección francesa. No resistí más, me viré e ignorando al encargado de la taquilla, que pretendía entregarme los boletos, embadurnado por su encanto, tal vez el mismo que proyecta seres como Sofía Loren y uno, pobre mortal, sometido a aquellas pócimas, no puede creer la atracción que todavía mantiene, le dije que me parecía una de las más hermosas mujeres que había visto. Me sonrió y me contestó que se sentía halagada. Un leve rubor que no se notaba en su oscura piel la invadió por unos segundos. Unas semanas después la volví a encontrar en el festival “un cerro de cuentos”, en el barrio Las Peñas. Me reconoció y me volvió a sonreír. Pasaron un par de años y no la he visto otra vez, y no sé si me recuerde, en caso de darse la ocasión de volver a encontrarla.


Se llama Hilda Thomas y tiene más de setenta años, pero su hermosura y esa intriga que despierta perdura con el tiempo. Nunca pasa desapercibida. Siempre la reconocerán por su atuendo de largos vestidos floreados y turbantes en la cabeza. Su porte imponente de más de un metro y setenta y cinco centímetros, que mantiene aún un garbo mezcla de juventud con experiencia, su piel brillosa por el sol, su nariz de nudo de corbata y su amplia sonrisa. Fue la primera mujer que posó desnuda para artistas en una ciudad aún mojigata bañada por el manso Guayas. Recorrió el mundo junto a su marido, artista él y ella su musa, y tuvo la oportunidad de posar para el maestro Picasso. Ahora se la ve siempre apoyando a pintores y proyectos culturales. Forma parte de esa sazonada mezcla, así como lo es Héctor Napolitano, con sus frases “llorando en el chifa Taiwán”, como lo mencionaba Xavier Flores Aguirre, de ingredientes del plato de bandera de irreales, urbanas y exóticas estampas vivas de la ciudad. Lo que más disfrutamos al recorrerla.

Desde meses atrás, que estoy de vuelta en Guayaquil, he tenido ganas de encontrarmela. No he tenido oportunidad pero mi imaginación la ve en todas partes, y ahora con este retrato de diario EL TELÉGRAFO de Fredda Moreno, la vuelvo a recordar. Así como ella, me recuerda con su vestimenta y sus historias, la historia negra que ya está incorporada a Guayaquil con sus colores, ritmos y leyendas. Cultura que me transporta a Atacames y al resto de la provincia de Esmeraldas, y a las palabras que Esteban Michelena le dedica a esa playa llena de cocoteros, calles sin asfaltar, calentadas por un sol que castiga:



… Como en los últimos diez años de mi vida, miro lentamente, una y otra vez, queriendo entender a mi amada playa Las Palmas. Me viene una puñalada nostálgica. Tanta vibra y embale, tanto feeling, vértigo, buena onda y gozadera, en esta Esmeraldas, en este malecón impredecible y bárbaro…

En la mañana repleta de peloteros, tarde y noche saturada de bomberos. He aquí playa Las Palmas, sede mayor de esta Esmeraldas, guarachera, punta en blanco, caliente, ansiosa, pura finta. Desde acá te veo, mi tierra, que nadie me la dio ni prometió ni nada de vainas. Esmeraldas, Perla del olvido. Con tus negros. Los que andan volando bajo, aguantando cerca de los bailaderos o vacilándose el rap que se cae de las flamantes Dodge Ran. Y los que han levantado algún billete, orondos y ostentosamente felices, apoyándose en las caderas de sus negras coquetas y radiantes.

Pasan mulatas, miembros de la Latin King buscando pleito, marines en pos de estos, rateros ubicando un candidato. El clásico cuentero, drogadote, ofreciendo la enloquecedora yohimbina y la clásica, venerable y potenciadota brocha china. O el bazuco de rigor, para salir de la juma de ayer. Niños de nadie, decenas de negritos silvestres paseando de la mano de la muerte. Siempre agazapados, entre su sonrisa cada vez más inexplicable y ese charolito de tabacos, donde camuflado, el afilado chuzo espera. Listo pa´ que lo libre de todo mal.

De pronto, tipo doce de la noche, el mar cae en quiebra, baja la marea y la rumba, como seducida por una fuerza inexorable, se baraja mar abajo, cielo adentro. Siempre me pasa estos por unos segundos en los que, paradójicamente, el tiempo también se me escapa. Es cuando desembarca la hora parda. De súbito, por instantes, Esmeraldas se me cae en un silencio funerario. A lo lejos, los pitos de un barco saludando al puerto, el ronquido de los borrachos, una bala perdida, una guitarra mal rasgada, los cien metros planos de un choro en ley de fuga. Y ese jadeo de los que no llegaron al motel ni al callejón ni a la camioneta ni bajo los bailaderos. Y se aman urgentes, bestiales, entre jaibas, mosquitos y vasitos de prensados.

Por el puerto, de un mar lejano va entrando una tristeza de segunda, tibia y lamentable como una cama recién usada; larga como las piernas de La Niña, espesa y malherida como las selvas de Borbón. Va llegando la hora parda. Densos, sordos y eternos minutos que toda Esmeraldas recala y desaparece de pronto, como un coletazo de lagarto. O se queda quieta, con la boca abierta, como animal cazado. Como recién muerta por olvido o causa natural, velada solo por fantasmas que resoplan bajo los toldos, ríen por las hendijas de guadúa y espían entre los techos de hojalata. Ahí se oyen de lejos los lamentos, los alabaos. Va llegando la hora parda. Por La Boca, por el Pampón, por Isla Piedad, Puerto Limón, por La Rivera. Sonando grave, tenaz, distante. Como un bajo eléctrico, con el músico muerto. Y el dedo quieto para siempre. En clave de re.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La bella Esmeraldas...cuantos recuerdos de mi niniez 46 anios atras...Las Palmas paisaje de postal de lejanos mundos que mis ojos no se abastecian a grabar en mi memoria a la misma velocidad que mi emosion al descubrirlo. El sol besando las cabezas de las palmeras inquietas por la suave brisa, el cielo azul como regazo protector de arena, mar, ninios negros panzoncitos curiosos y sonrientes amigables, fraternales en el juego...nosotros 8 hermanos quitenios primera vez metiendonos al mar...con un papa delfin y una mama gallina...que felices fuimos l i b r e s! libres de correr sin final y sin temor a caer...todo plano y el agua refrescando mis pies...Sua...Atacames...
Culpable me siento por no saber como luchar para protejer tu suelo ahora manchado de petroleo, del abuso de los de los turistas irrespetusos, esos que beben todo en botella plastica cocacola pepsi o seven y las tiran vacias por doquier. De esos enfermos aberrados que atropellan ninias y ninios negros sin que nadie proteja, sin que nadie reclame... Mi bella Esmeraldas...por siempre en mi recuerdo...
Saludos desde Toronto

Raul Farias dijo...

Anónimo: hace un par de meses fui a Atacamen, lástima que el viaje lo hice con amigos que esperaban ser recibidos con jacuzzis y piñas coladas al pie de la piscina. Sin embargo por algún rato pude caminar debajo de cocoteros y hablar con personas que brillaban por la sal en sus cuerpos

Saludos

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