11 de diciembre de 2010

Los que siguen


Tuvieron la oportunidad de morir, de elegir cómo; dos la tomaron. El resto continúa andando sin saber a dónde dirigirse, caminando o conduciendo camionetas con poco combustible. Discretamente, sin hacer demasiado ruido para no provocarlos. Algunos lo hacen solos por miedo, otros prefieren ir acompañados para no enloquecer. Siempre armados, desconfiando de cualquier sonido, del crujir de las hojas caídas, de gritos de agonía a lo lejos. Buscan una pequeña esperanza, la pálida y enferma luz al final del horrible túnel, encontrarse con las últimas personas decentes que les ofrezcan un refugio en el que puedan descansar, construir un nuevo Edén. No saben que todo está perdido. Que después de un apocalipsis zombie nada es igual. Siguen porque creen no tener más opción; no pueden defraudar a sus seres queridos, si dicen “no más” piensan que Dios los castigará. Cada vez son menos los sobrevivientes.

«Su motivación: están muertos y quieren comer cerebros» les decía, en uno de los promocionales que FOX pasaba entre comerciales, Frank Darabont a un grupo de maquillados muertos vivientes durante la filmación de uno de los episodios de The Walking Dead. Con el final de la primera temporada se podría pensar que el director–guionista–productor que pensó en adaptar el cómic a la televisión les dio la misma recomendación al resto de actores, a los vivos. Al final la mayoría también morirá. Sus contratos son a muy corto plazo, por lo que los personajes que componen a los sobrevivientes – a excepción del triángulo amoroso Rick Grimes, mejor amigo y esposa – son otros zombies. Carecen de personalidad, en ningún momento sus creadores les brindan ratos de intimidad - que valgan la pena - en los que se los pueda conocer. No transmiten nada. Y esa catarsis colectiva no parece un aporte para el ambiente de la serie, sino falta de ideas, de no querer ir más allá.


Lo extraño está en que Darabont es el tipo que, años atrás, adaptó uno de los libros de Stephen King al cine – The Green Mile – y nos brindó la despiadada escena en que literalmente uno de los guardias – el que después terminará loco – cocina al reo francés que anteriormente había adoptado al ratón amaestrado. El que la veía se odiaba de formar parte de la raza humana – y eso que la descripción de la ejecución en la novela es extremadamente más visceral –. Acá, en The walking dead, sin considerarme un experto en películas de no vivos, a excepción de los dos primera episodios en los que se presenta al mundo según los ojos del policía Rick Grimmes y aparece el viejo que no puede matar a su infectada esposa, nada. Las circunstancias en cada capítulo se extienden vacíamente hasta el próximo ataque zombie, como si no supieran con qué rellenar el medio. Sólo a cortos ratos aparecen la desesperanza, la ira, la impotencia, la desesperación de los sobrevivientes, esos otros elementos intangibles que sí importan en la trama. Falta de presupuesto u otras razones, porque a lo largo de la temporada pudieron haber presentado varias historias de sobrevivientes en distintos escenarios a lo largo de USA. Ya no importa. No revivirá. Lo mejor: la banda sonora y la dirección de arte en los exteriores que aunque no va hasta los límites convence ese apocalipsis de ciudades desiertas y cuervos alimentándose de los cuerpos abandonados.

Seis capítulos en los que en diferentes escalas, de nimia o nausaebuanda, se olía el miedo, las intenciones de jugar a lo seguro. Ahora que se aprobó la segunda temporada ojalá sea el comienzo de algo memorable.

2 comentarios:

Adrián dijo...

La serie prometía mucho y lamentablemente se ha quedado en eso, en promesas, ojalá y en la segunda temporada tome otro rumbo y se parezca aunque sea un poco al cómic en el que está basada. Por cierto, interesante blog el suyo.

Saludos de un ecuatoriano en España.

Raul Farias dijo...

Si, dejó medio decepcionado... a ratos los capítulos parecían hechos solo para cumplir

Gracias por pasar por el blog

Saludos

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