27 de noviembre de 2010

De la vez que quise conocer a Velasco Mackenzie

De un libro de la fundación Manuela Espejo, que costaba cinco dólares y de a poco se va desarmando – despegándose la pasta y saliéndose las hojas –, me hice en la última Feria del Libro porque quería conocer a Jorge Velasco Mackenzie, su obra. A un autor que según lo que he podido escuchar respira a Guayaquil y la suda por todas partes, llenando tinteros para tatuar hojas blancas de papel. Y cuando compré, sin antes haberlo planeado, Lecturas tatuadas tenía ganas de de sumergirme en mi ciudad, de escuchar a alguien hablar de ella, pero no de esa cursi manera didáctica, para inculcar valores y civismo, sino contando historias de personajes comunes en situaciones extrañas que transcurren acá, con un estilo urbano, descubriendo sitios pocos transitados e interesantes, dándole rostro a desconocidos seres que contradictoriamente se han convertido en mitos. No pasó. Lo siento, será para la próxima. Voy por la página ochenta y aparte de las veinte primeras que cumplen su propósito, las LT de JVM son una recopilación de ensayos y críticas literarias con aires de memorias.

Especialmente de escritores ecuatorianos. Entre tributos llenos de feeling y trabajos en el que se usa el políticamente correcto lenguaje académico las páginas están dedicadas a quienes influyeron a Velasco Mackenzie, lo atraparon, le ayudan a hablar de él mismos. Y aunque no es una novela para disfrutar, con una historia para desenmarañar, es de esa clase de texto s que terminan convirtiéndose en casi recomendaciones para saber de los desconocidos, de esos que no se ha tenido la oportunidad de leer, y de paso estas casi memorias sirven de referencias que dejan un par de citas que por extraños motivos se pasaron por alto, se olvidaron o no se habían hablado de ellas. Acá aunque no conocí la obra de VM sí pude conocer algo de Medardo Angel Silva y de Hugo Mayo, poetas de un país en el que siempre los de su clase han sido mayoría frente a los novelistas.

No soy mucho de poesía, es algo totalmente personal. No he leído a García Lorca. Ni siquiera a Borges. Sólo a Sabina y Serrat. Sin embargo, no sé si sea por cuestión nacionalista, de cercanía, a MAS y HM pude entenderlos. VM hace de tramitador, de Mr. Wolf para llegar a ellos. Si se tratara de un profesor de literatura intentaría meterlos como supositorio, como el cumplimiento de un deber. El autor de las Lectura tatuadas los presenta como se presenta a un demente – Silva muriendo a la Poe, sin saber nadie todavía el cómo, quebrando la realidad en su obra; y Hugo Mayo nunca queriendo ser publicado, tomando su nombre de Víctor Hugo y del mes en que empieza la primavera – , a un loco con el que quizá el que lo lea tenga algo en común.

El par de poemas quedan al menos para el par de estudiantes a los que les enviaron la típica tarea de literatura nacional.

EL AVISO.
Por Medardo Ángel Silva.


Jorge subió tambaleando los escalones sombríos de su casa. Como hombre perseguido por algo espantoso, imposible de precisar en lenguaje humano, atravesó los corredores silenciosos a su cuarto de soltero. Entró; y como si fuera a cometer un crimen, dio doble vuelta a la llave.

¡Al fin solo!... Intentó poner un poco de orden en el mar agitado de su cerebro…

Comenzó a precisar la escena:

En el salón tapizado de rosa pálido, la luz de las áureas arañas de cristal, indolente en el sofá de terciopelo rojo, como una evocación oriental de las estampas de Scherezada, estaba Ella excelsa de gracia juvenil, jugando distraídamente, con volubilidades de chiquilla engreída, con los sedosos rizos de su nocturna cabellera perfumada. A su lado, devorando con sus pupilas negras y tristes el tesoro vernal de la belleza. Él, con la voz opaca de contenida amargura, le decía frases lentas, como quisiera besarla con cada sílaba dulce como el sabor de una caricia furtiva.

Y si aquel hombre renunciara a la vida antes de renunciar a su amor, si se matara ante la imposibilidad de su pasión ¿le creería usted entonces?

-¡Quién lo sabe!...
- Y si aquel hombre fuera yo, si…

Ella lo dijo lanzándole una fría mirada de conmiseración, de piedad, de ironía. Aquella leve y desesperante sonrisa con que subrayó su frase de vitriolo, quemó el alma de Jorge y no quiso, o no pudo oír más. Le martilleaba, alguien las sienes… Y, correcto, crispado, mudo, abandonado el salón… Hasta la asistencia oyó, como una burla postrera, la musical sonrisa de fontanera enloquecida de Ella…

Estaba resuelto… ¡Oh sí! Él le probaría lo contrario…

- ¡Chiquillo!

Esa es una ofensa de las que se lavan con sangre y, en la imposibilidad de matarla, se mataba ¿había algo más lógico?

Entró de puntillas en su cuarto, que estaba contiguo a la alcoba de su madre; encendió la luz. Como quien despierta de un sueño en el sitio donde nos quedó dormido, miró con asombro y placer su cuartito de soltero: la mesita escritorio, los cuadros, casi todos copias de los maestros contemporáneos; los retratos, el plafond de azul pálido con su cadena pastoril – Arcadia, ninfas y sátiros en una danzarina ronda – y (cosa rara que Él no se pensó) la halló tan confortable, tan bien, que se detuvo acariciando todo con voluptuosidad nunca gastada y gozándose en dirigir amorosas miradas hasta al más simple detalle.

Súbita, la idea, la mala idea que, como la tentación de que habla el actor místico, en caliente ráfaga soplada por el mismo Satanás, tornó a azotar su espíritu… No, no titubeo más: una serenidad horrible se señoreaba en su alma. Nada de escrituras póstumas – pensó –. Aquello le pareció la última palabra de de lo cursi.

Abrió su escritorio; tiró de un cajón; de un estuche de plata sacó una jeringuilla, la aguja de Parvas; fríamente, poniendo un cuidado máximo comenzó a llena de líquido el tubo… cinco… diez centigramos… la morfina penetraba, lenta y segura, al ascender del émbolo. Ya había una dosis para asesinar a tres hombres… y el alcaloide seguía entrando y el émbolo seguía retrocediendo…

Cuando hubo terminado la operación se acostó en el diván, se desnudó el brazo; con un suave impulso consiguió hacer pasar la ajuga en la desnuda carne; oprimió el émbolo… Werther… Silva… Acuña… Leopordi…

En ese instante, rasgando el trágico, el absoluto silencio de la noche, se oyó un suspiro, uno de aquellos suspiros que lanzan las personas dormidas al despertar. El suspiro partió de la vecina alcoba, de la de su madre.

Jorge tembló, la aguja maldita con la jeringuilla preñada del alcaloide rodó por los suelos. Aquel suspiro de su madre adormecida; aquel aviso, dado en sueños, por el alma omninavegante de la dulce dueña de sus días, lo desconcertó. Como un ladrón sorprendido a mitad de su criminal tarea, no supo qué hacer… Se incorporó, con el pie estrujó la jeringuilla contra la alfombra, tal el santo, su patrono, el radiante San Jorge de las estampas nobiliarias inglesas, humillando dragones policéfalos… Apagó la luz… Y se metió en la cama, como un hombre al que no le ha pasado nada…

Poema de El zaguán de aluminio.
Por Hugo Mayo.



Poned un nunca más
A la altura de un hombre
Ya la vida con su mueca
se arrima en demasía.
Con mi risa desbrozo
los andurriales de mi angustia.
Y aunque mi sobra
es un disfraz sin dedos
a veces soy biforme
cambio como si no durmiera
y estoy quince segundos
A mi nariz la visto con la duda
Pongo mis oídos en silencio.
Y no sé por qué me arrugo.
Siempre estuve restándome del cero
Pero me inquieto.
Ladra un perro faldero.
El viento trae el olor
de una mucama viuda.

Bonus track: Ya que hablamos de poesía, y es uno de los pocos posts del tema, algo de uno de los más grandes poetas, y que es una buena opción para acompañar la lectura de los textos de los dos de arriba.

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