10 de noviembre de 2010

Cortes


Desde la época en que se debatía la Ley de Aguas en la Asamblea Constituyente, y cada vez que ha podido, el Alcalde de la ciudad, como si se tratara de una cuestión personal, ha defendido la gestión de INTERAGUA, advirtiendo que se llegarían hasta las últimas consecuencias si en algo se ve afectada. Pobre. La empresa no le ha devuelto el favor. Es casi media noche y desde la mañana gran parte de Guayaquil sigue sin el servicio. Además del diseño de planes en que se ha puesto en último lugar a los sectores populares y que han demorado lustros en llegar a zonas marginales, y las críticas en varios barrios por el olor del líquido, los extensos cortes del suministro – de casi 24 horas – se han vuelto comunes. El viernes antes del megaferiado un día sin el servicio. Hoy es otro. En menos de quince días. Abro el diario y ninguna notificación, solo una pequeña noticia redactada por el mismo medio de comunicación. Mencionaba que la suspensión era hasta las cuatro de la tarde. Que se jodan.

En años de escuela recuerdo un boom en la construcción de cisternas y la compra de bombas para los hogares. “Diarrea y vomito” decía la propaganda del títere acerca de la prevención del cólera. Una razón. La otra los constantes cortes. Ahora parece que toca agrandar la cisterna. En Guayaquil con su pesado calor un día sin agua es una mierda. Podrán decir los de INTERAGUA – y el alcalde – que las incomodidades de ahora permitirán un mejor acceso y servicio en el futuro. En algo tienen razón. Sin embargo no pueden negar la pésima planificación, la poca comunicación, y el irrespeto y nulo interés hacia los habitantes de la ciudad. Con privatizadoras como estas quienes proponen las ideas de Gobiernos más pequeños - servicios públicos en manos de empresas - quedan en ridículo. Valdría citar una columna del no tan gracioso Rafael Lugo, publicada en Soho, que parafraseando señalaba que en Ecuador las buenas, nobles, justas y eficientes iniciativas como los sindicatos y la tercerización laboral, las hemos terminado corrompiendo, volviéndolas veneno, en un producto tóxico que ya nadie quiere tocar. Hasta encontrar y exigir algo mejor baldazo.

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