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1 de mayo de 2013

Foster-Wallace



Me acuerdo de que en el instituto me pasaba Dexedrinas un chico a cuya madre se las recetaron para subirle el estado de ánimo, y me acuerdo del sabor tan raro que tenían, y de aquel efecto tan notable que producían de hacer que desapareciera mi problema de contar mientras leía o hablaba — las llamaban bellezas negras —, pero de que al cabo de un rato te provocaban un dolor en la baja espalda y un aliento realmente asqueroso. La boca te sabía igual que esas ranas que ya llevan mucho tiempo muertas dentro de sus frascos empañados en la clase de biología, cuando abrías el frasco por primera vez. Solo recordarlo me entran náuseas. También me acuerdo de cuando mi madre se enfadó muchísimo porque Richard Nixon saliera reelegido con tanta facilidad, y me acuerdo porque fue por esa época cuando probé el Ritalin, que le compré a un chico de la clase de Culturas del Mundo que tenía un hermano pequeño en la escuela primaria a quien se lo recetaba un médico que no llevaba muy bien la cuenta de sus recetas, y había gente que pensaba que el Ritalin no era gran cosa comparado con las bellezas negras, pero a mí me gustó mucho, al principio porque conseguía que me resultara posible y hasta interesante sentarme y estudiar durante periodos largos de tiempo, y  de verdad que me encantaba, pero costaba de conseguir en grandes cantidades, el Ritalin, sobre todo después de que al parecer al hermano pequeño se le fuera la pelota un día en su escuela primaria por no tomarse el Ritalin y los padres y el médico descubrieran lo que estaba pasando con las recetas, y de pronto dejara de haber un tipo con granos y gafas de color rosa vendiendo a cuatro dólares pastillas de Ritalin que sacaba de su taquilla del pasillo de primero y segundo.

(El Rey pálido, David Foster Wallace.)

23 de junio de 2012

De haber leído Missing de AF


La culpa la tiene Foster Wallace. Después haber estado metido durante cuatro meses en ese devastador-hermético-apocalíptico-y-chupa-almas mundo llamado La broma infinita no tuve ganas de leer nada en mucho tiempo. No estaba preparado. Y después de todo cuatro meses sin coger libro alguno a excepción de uno al que le tiene algo parecido al terror es mucho. Al menos para mí. Entonces Missing (una investigación), a pesar de sus muchos desesperantes errores de imprenta, fue la luz al final del túnel, incluso más que eso, uno de los mejores libros que he leído en los últimos años. Una gran crónica que empieza con el yo de Alberto Fuguet.  

Estar perdido, desaparecido, olvidado, con una segunda oportunidad es algo a lo que muchos sueñan pero pocos (aunque son más de los que creemos) se atreven, tiene su toque romántico, seduce, y como el mismo autor chileno decía, es parte del sueño americano. Ej. El final de la serie House M.D. termina así, con el filántropo doctor y su escudero Wilson en alguna parte escondida de la Costa Este de USA disfrutando de la libertad – y House es el espejo retorcido de las fantasías que por tener la maldición de buen tipo nunca se pudieron volver realidad –. Carlos Fuguet con su relato te dice que no creas todo lo que ves en televisión. Y eso que no la pasó siempre mal…

Missing (una investigación) empieza como la bitácora de un detective, un detective-periodista-novelista que busca a su tío perdido décadas atrás en el Oeste de Estados Unidos, y poco a poco se va convirtiendo en el relato personal del autor que va describiendo a la familia con todos sus oscuros secretos, debilidades y defectos (el abuelo Fuguet es un personaje tan complejo, revelando al igual que un iceberg sólo la décima parte de su figura), sin mirar atrás, sin que importen las consecuencias. La introducción de una saga familiar, tratando de buscar el por qué y cómo, hasta que nos topamos con el mismísimo Carlos, que nos cuenta (a través de AF) su historia  de manera tan intimista y personal que no recuerdo haber visto hace mucho en documentales y biografías, y que debería ser clase obligatoria para aspirantes a directores y escritores.

Y ahí está el nervio, el mojo de Missing (una investigación), en que se siente tan personal, tan puertas adentro. Recuerda historias cercanas, recuerda a una de esas películas de seres anónimos en sitios anónimos de David Lynch, como los de su proyecto-web Interview Project que en un minuto trataban de relatar sus vidas y por su sinceridad (no siempre es Thunder Road) causaban empatía. Juan Fernando Andrade en su blog, con mucha razón, nos dice que Carlos Fuguet se está convirtiendo en uno de los personajes más relevante de la literatura de este siglo. “Carlos es real, existe, y es justamente eso, saber que todavía anda por ahí, que es de carne y hueso, lo que conmueve y emociona”

La cámara enfoca al vasto desierto. El sol incandescente no deja ver nada y el polvo baila de izquierda a derecha. Sabato decía que para nosotros es más real un dolor de cabeza que un millón de africanos siendo asesinados. Tantos personajes anónimos. Un presidente fue derrocado y seguimos nuestras vidas al igual que ayer. El seguir queriendo leer hasta los papeles que encuentro en el piso volvió (frase plagiada a Roberto Bolaño). Muchas cosas no cambian.   

era como el paraíso
así lo veo a la distancia al menos,
como que me expulsaron del lugar
donde estaba cómodo,
de donde era,
donde entendía todos los códigos,
donde era uno más,
pero esto te lo cuento ahora,
ahora que ha pasado tanto tiempo,
que me han pasado tantas cosas,
si me hubieras preguntado en 1964
si pensaba que vivía en el paraíso,
no sé que hubiera dicho
tampoco hubiera dicho en el infierno,
para nada,
tenía diecisiete, dieciocho años,
era un pendejo…

21 de junio de 2010

Belleza americana (Leyendo a David Foster Wallace)

El 12 de septiembre del 2008 Karen Green regresaba de una exposición que había inaugurado en San Francisco a su casa en Claremont, California. La luz del patio estaba encendida y su esposo, el escritor David Foster Wallace, colgaba de una viga. A Alberto Fuguet el mundo no se le vino abajo, mientras que para otros, los fanáticos de su obra, su muerte era comparable a la de Kurt Cobain. En el perfil “El escritor inconcluso”, del periodista D.T. Max, se menciona que en 1987, después haber terminado “La niña de pelo raro”, DFW se mudó a Tucson y empezó a tener cambios de humor, beber de más y deambular por el campus de la universidad. Quiso hacerse daño. Su madre fue a buscarlo, «rentaron una camioneta para mudanzas y se turnaron al volante, y leyeron en voz alta una novela de Dean Koontz a lo largo de los más de dos mil quinientos kilómetros de camino a casa». Con las anécdotas de su vida podrían filmarse películas tipo David Lynch, como la del viaje de un anciano en su podadora de césped tratando de encontrar a su hermano al otro lado del país.


"Hablemos de langostas" no es ficción, sino un texto de crónicas, ensayos y reseñas de otros libros en las versiones originales del escritor y no las editadas por las revistas donde se publicaron originalmente, y al mundo wallaciano quería ingresar por la puerta de sus novelas; sin embargo no debería darle mayor importancia a esto, al final de cuentas su gran obra “La broma infinita” es una pintura de los Estados Unidos, y Rodrigo Fresán escribía que resulta difícil precisar el punto exacto en el que sus ficciones se convierten en no-ficciones». Leerlo es como uno de esos juegos de muñecas en los que dentro de una se esconde otra más pequeña. La cantidad de datos (fechas, estadísticas, tendencias) e información técnica difícil de calcular que abarca, y que una idea reproduzca exponencialmente otras, puede hacer el milagro de que una reseña de cuarenta páginas de un nuevo diccionario resulte más que digerible: interesante (y que termina en un debate ideológico entre conservadores y liberales por el uso del lenguaje); incluso más que una crónica acerca de la gala celebrada en Las Vegas para premiar a lo mejor de la pornografía (un show cada vez más parte de la cultura estadounidense y que para mantener su cuota de rebeldía ha aumentado el sadismo y la violencia).

También están los graciosos textos de Kafka como una razón para escribir acerca del sentido del humor de los estadounidenses; “La vista desde la casa de la señora Thompson” es casi un manual de costumbres de un pueblo del medio oeste retratado el día de la caída de las Torres Gemelas; la campaña de McCain en el 2000 para preguntarse si esa era la última oportunidad de confiar en alguien que se presentaba como un líder; una reseña de la última novela de Updike para expresar el temor a la soledad de las personas; la autobiografía de una tenista para explicar lo imposible que resulta traducir en palabras la sensación de triunfo y la genialidad de los actos de un campeón; la feria de langostas de Maine un telón de fondo para mostrar cómo podemos comer (y disfrutar) un animal que al parecer sufre mientras se lo hierve; una biografía de Dostoievski para tratar de responder el porqué los actuales novelistas no crean ideologías; y un presentador de radio que muestra como el egocentrismo, el desprecio y la mordacidad son las claves para alcanzar altos niveles de audiencia, son los mundos en los que se sumergió Foster Wallace.

Su final se lo podía prever en las tristes fotos en blanco y negro que le fueron tomadas. Sus textos fueron el autorretrato que nos dejó. Describía a la sociedad a partir de un hecho o personaje, pero entre su opinión ante lo que veía terminaba revelando su lucha para superar las adicciones, mostrándose como alguien más conservador de lo que parece con su pañuelo blanco, extremadamente sensible, con deseos de hacernos sentir mejor con cada cosa que publicaba, amante del lenguaje que experimentaba con el uso de las notas al pie y recuadros en sus publicaciones, con un ácido sentido del humor y pesimista forma de ver a su país. En “Hablemos de langostas” hay tanto de su persona que después de todo es recomendable escuchar Come as you are de Nirvana, en versión unplugged, mientras se lo lee.

P.D. Acá la versión online de "Hablemos de langostas.

De "Gran hijo rojo":

Para un hombre normal sin relación con este mundo, estar en una suite de hotel con actrices porno es una situación tensa y emocionalmente compleja. Está en primer lugar el asunto de haber visto previamente en vídeo las diversas partes anatómicas y actividades íntimas de esas actrices, lo cual hace (extrañamente) que a uno le dé un poco de vergüenza conocerlas. Pero también hay una compleja tensión erótica. Porque los mundos de las películas porno están tan sexualizados, y todo el mundo parece estar tan al borde mismo del coito todo el tiempo, de manera que solamente haría falta un ligero codazo o cualquier mínima excusa —que se estropee el ascensor, que la puerta no esté cerrada con llave, que alguien enarque una ceja, que se produzca un apretón firme de manos— para que todos se precipitaran a un enredo de manos, piernas y orificios, que existe una grotesca ex- pectación/temor/esperanza de que es eso lo que podría pasar en la habitación de hotel de Max Hardcore. A estos enviados especiales les resulta imposible insistir demasiado en el hecho de que esto es una mera ilusión.

De "La vista desde la casa de la señora Thompson":

La dura realidad es que en esta ciudad no queda una sola bandera. Está claro que robar una del jardín de alguien es impensable. Me encuentro de pie dentro de un KWIK'N'EZ iluminado por lámparas fluorescentes y tengo miedo de irme a casa. Con tanta gente que ha muerto, y yo estoy histérico por una bandera de plástico. Las cosas no se ponen realmente feas hasta que la gente empieza a acercarse a mí y a preguntarme si me encuentro bien, y yo tengo que mentir y decirles que es una reacción a la difenhidramina (que es verdad que puede pasar).

De "Como Tracy Austin me rompió el corazón":


El verdadero secreto que hay detrás de la genialidad de los deportistas de élite, por tanto, puede ser tan esotérico y obvio y tedioso y profundo como el mismo silencio. La respuesta verdadera y cubierta de muchos velos a la pregunta de qué es lo que le pasa por la mente a un gran jugador mientras está en el centro de una multitud hostil y orienta la dirección del tiro libre que va a decidir el partido podría ser muy bien: nada de nada.

De "Arriba, Simba":

Intenten imaginar la sensación. Todos los perfiles aparecidos en prensa hablan de que McCain sigue sin poder levantar los brazos por encima de la cabeza para peinarse, y es verdad. Pero intenten imaginarlo entonces, pónganse en su lugar, porque es importante. Piensen en lo diametralmente opuesto a su interés personal que sería que les acuchillaran los cojones y les recompusieran los huesos rotos sin anestesia general y luego los tiraran en una celda para que yacieran allí y soportaran el dolor, que fue lo que ocurrió. McCain se pasó semanas delirando de dolor y adelgazó hasta pesar cuarenta y cinco kilos, y los demás prisioneros de guerra estaban convencidos de que se moriría; y entonces, después de pasar así varios meses y de que con los huesos ya casi soldados pudiera más o menos tenerse en pie, los de la prisión vinieron y se lo llevaron al despacho del comandante y cerraron la puerta y le ofrecieron dejarlo marchar sin más explicaciones. Simplemente le dijeron que podía... marcharse. Resultaba que el almirante de Estados Unidos John S. McCain II acababa de ser nombrado jefe de las fuerzas navales del Pacífico, que incluía Vietnam, y por tanto los norvietnamitas querían dar un golpe de efecto de imagen liberando a su hijo, el asesino de niños. Y John S. McCain III, de cuarenta y cinco kilos de peso y apenas capaz de tenerse en pie, rechazó el ofrecimiento

De "Hablemos de langostas":

Por muy aturdida que esté una langosta como resultado del viaje a casa, suele volver alarmantemente a la vida cuando uno la mete en agua hirviendo. Si uno está volcando el recipiente dentro de la olla humeante, a veces la langosta intentará agarrarse a los lados del recipiente o incluso enganchar las pinzas en el borde de la olla como una persona que intenta no caerse desde el borde de un tejado. Y es peor cuando la langosta está completamente sumergida. Hasta cuando tapas la olla y te das la vuelta, por lo general puedes oír el repicar y el claqueteo de la tapa mientras la langosta intenta levantarla a empujones. O bien las pinzas de la criatura arañan los costados de la olla mientras se retuerce. La langosta, en otras palabras, se comporta más o menos como nos comportaríamos ustedes y yo mismo si nos echaran en agua hirviendo (con la excepción
obvia de gritar).

De "El Dostoievski de Joseph Frank":

Por supuesto, el hecho de que Dostoievski sepa contar historias jugosas no basta para hacerlo genial. Si lo fuera, Judith Krantz y John Grisham serían narradores geniales, y la verdad es que salvo por el criterio puramente comercial ni siquiera son muy buenos. Lo que hace que Krantz y Grisham y otros muchos autores que cuentan buenas historias no sean buenos desde el punto de vista artístico es que no tienen talento para (ni tampoco interés en) la construcción de personajes: sus apasionantes tramas están habitadas por monigotes toscos y poco convincentes. (Para ser justos, también hay autores a quienes se les da bien construir personajes humanos complejos y bien trazados pero luego no parecen capaces de insertar esos personajes en una trama creíble e interesante. Y otros —a menudo entre la vanguardia académica— que no parecen expertos/interesados ni en las tramas ni en los personajes, sino que el movimiento y el atractivo de sus libros se basa por completo en enrarecidas intenciones metaestéticas.)

De "Presentador":

Tal como suele pasar en las tertulias políticas radiofónicas, las emociones a las que se llega con mayor facilidad son la furia, el escándalo, la indignación, el miedo, la desesperación, el asco y una especie de regocijo apocalíptico, todo lo cual se puede encontrar a carretadas en la historia de Nick Berg. El señor Ziegler, cuyo programa solamente lleva cuatro meses en la KF1, ha tenido suerte en el sentido de que el año 2004 ha estado abarrotado de Monstruos: la captura de Saddam, el escándalo de Abu Ghraib, el juicio a Scott Peterson por asesinato, el juicio a Greg Haidl por violación colectiva, y las vistas preliminares del juicio a Kobe Bryant por violación. Pero esta noche es la más furiosa, indignada, asqueada y apasionada que el señor Z. ha tenido en antena hasta el momento, y en la sala de mezclas en directo hay consenso acerca del hecho de que está teniendo lugar una tertulia radiofónica de primera.

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