18 de noviembre de 2008

Antes que la prohíban

En Cuenca, entre aburrimientos y monotonía de una ciudad taciturna, desde el jueves pasado hasta el jueves que sería pasado mañana, se está realizando el 7mo festival internacional de cine (FICC). Más de 40 películas, la mayoría latinoamericanas; es decir una chance para ojear al nuevo y viejo cine que difícilmente llega a esta localidad rodeada de valles.

Por motivos de sorna, recién ayer decidí asistir, ahora arrepintiéndome de no haber presenciado las funciones de fin de semana. Los rincones cuencanos apartados para el festival son el Teatro Sucre y el Park Cuenca (un antiguo cine demolido para convertirse en parqueadero, todo en aras del progreso, pero con la condición de dejar un pequeño cubo en el 4to piso para que los cinéfilos conserven un ghetto).

El menú de comienzo de semana te ofrecía seis filmes para disfrutar, lamentablemente, por motivos de rutinario trabajo, mis opciones se vieron reducidas a tres películas. De las que no tenía ninguna chance estaban: Surfing favela (brasileña), Bolivia para todos (boliviana) e Historias extraordinarias (argentina, la cual ya había visto anteriormente y recomiendo a aquellos que les gustan los relatos sencillos). Y de las opcionadas la lista consistía en: Carmen la que contaba 16 años (venezolana), El colombian dream (colombiana) e Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo (mexicana).

La elegida fue la colombiana, por la razón de que no tenía mayor interés en escuchar los relatos de un asesino en serie de México D.F., menos una historia de un policía que asesina a la muchacha que antes había salvado (me suena a culebrón venezolano). Así que sin más preámbulos, y con ganas de algo diferente a las pelis de Arturo Ripstein, a las 21 horas me dirigí al estacionamiento convertido en cine para ver El colombian dream.



La historia te la cuenta Lucho, un feto abortado hace 14 años, que como todos los muertos, todo lo puede ver. La película comienza en el Colombian Dream (un antro de propiedad de Lola, la madre Lucho, que le puso ese nombre a su local porque a ella le negaron la visa a EUA y nunca pudo lograr el American Dream), con una música pegajosa y vertiginosas escenas que te invita a seguir expectante de la trama.

El Colombian Dream entonces vendría a ser ese sueño de colombiano (expandiéndolo a latinoamericano) de tener un negocio propio y hacer plata fácil (así como en Colombia ahora hay protestas por esas pirámides, que así como las hormigas pueden levantar varias veces su peso, estas te devuelven tres veces el valor que depositaste).

Pepe y Enrique Arango (gemelos, hijos de un español que le teme a la muerte y por eso vive del sexo, y sobrinos de Lola) y Rosita (hija de Lola), además de formar un triángulo amoroso, un día conocen, en el American Dream, a un, denominado por Lucho, “Ángel” y este último, a los tres, les presenta una pastillitas de felicidad, curiosamente amarillas (la riqueza de nuestras tierras), azules (el vasto mar que rodea a las tierras) y rojas (la sangre de los próceres).

Este acercamiento a las drogas, conducirá a estos teenagers a una historia de narcotráfico, sicarios, cuernos y más.


Pero lejos de ser un drama al estilo de “El cartel” u otras de esas novelas colombianas que tratan una problemática social, Colombian dream está llena de recursos técnicos que la vuelven surrealista y psicodélica, parecida a una alucinación por consumo de éxtasis, LSD o a algún video musical de los tiempos de Beavis & Butthead, e hilarante, aunque después de los primeros cuarenta minutos la película resulta agobiante por el abuso del humor y chiste fácil.

El director Felipe Aljure, con la trillada, pero brutal, temática de las drogas, trata de alejarse del realismo mágico colombiano de Macondo (claro está que no logra superarlo) y ser pionero en una nueva narrativa en Colombia (dejando mucho que desear con este segundo intento) sobre los valores de la nueva generación.

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