22 de julio de 2011

Una feria

Vi a Skármeta firmando docenas de libros con un toque de casi profesionalidad. Su actitud parecía más la de un comerciante de puerta a puerta que la de un escritor. Cristina Reyes a dos stands ofreciendo poemas. Me cagué de la risa… Bonil, sabiendo que le pasaba tocar toda la mañana y tarde, tenía actitud de burócrata atrapado en su cubículo. El ambiente con la apariencia de ese cuento del detective salvaje de Roberto Bolaño en el que se burla de las convenciones literarias, premios y ferias. El precio a pagar. El círculo vicioso. La metamorfosis: de creadores a sellsmen. «No solo de letras vive el hombre». La pérdida del romanticismo – más para ellos que para los visitantes –. Igual que después de haber escrito hace casi tres años algo sobre Julian Beever y sus dibujos de tiza, pensando que sus obras eran más del estilo guerrilla, transgresoras, adueñándose de la calle, cuando vino a Guayaquil a lo que se asemejó su visita fue a una estrategia de merchadinsing. La señora corta sueños llamada realidad.

Sábado de julio soleado por el centro. Tanto calor que los depredadores de Arnold podrían tomarse toda la bahía y avanzar hasta Las Peñas; y yo al igual que el mismo Bolaño de arriba cuando le decía a Javier Cercas, en Soldados de Salamina, que él es de los que leen hasta los papeles que encuentra tirados en la calle, con ganas de agenciarme algo de literatura a bajo precio, me dirigí a la anual Feria del Libro. La que no recuerdo si he visitado antes porque creo no hay nada que valga recordar. Sin pena ni gloria, con aires de una de esas demostraciones de productos que cada año se dan en el Aguirre Abad, aunque acá en un sitio mucho más simpático. La crítica no va tanto por el lado de un programador o poeta que denuncia la falta de editoriales, temas o anunciantes, sino de un consumidor de letras.

Poca gente – en Buenos Aires, en la Rural la fila daba vuelta a la cuadra para ver y escuchar a Sabater y a Saramago –, stands de autores que han escrito uno o medio libro en su vida. Política por doquier y ficción costosa. Richard “The Wire” Price a 30 dólares. Océano ofreciendo la biografía de Mile Davis a 38 dólares. Harry Potter tratando de hacer economías a escala. Tan solo 10% de descuento en Mr. Books y nada de Bukowski o Fontanarrosa. WTF? con lo de internacional. Cuando llegué a una señora con apariencia de punk y el resto de sus amigos con pinta de amantes de Allan Poe, creyendo que iba a sacar algo bueno de ahí, la historia del rock a 40, Zodiac a 29. A sacar plata del cajero si quieres llevar más de uno. El bolsillo como el mejor indicador para conocer si alguien realmente ama a las letras. Más allá obras cristianas, superación personal y Barney anunciando una tienda de disfraces. No podían faltar los “for dummies”. Hora de almuerzo y al rato jugaban Perú con Colombia. 90 minutos contados y tiempo de sacárselas... A la salida un guardia que de ley anteriormente trabajó como robaburros pedía todas las facturas mientras te veía con la misma desconfianza que a un exconvicto. Nuestra cultura porteña.


Al final lo de siempre – como en esa otra Feria del Gobierno que suelen hacer en Octubre –: a la campaña Eugenio Espejo con el mismo quiteño de cabello largo atendiendo, comprando algo de Huilo Ruales y una colección de cuentos que incluye a Leonardo Valencia, y en la Casa de la cultura a precio de remate haciéndome de los cuentos de Fernando Jaramillo y de la historia de la cinematografía ecuatoriana que a algún tesista le servirá.

Por cuestión de costos Puro Sabor Nacional – otro wtf? con lo de internacional –. Peor es nada. Puede que si no hubiera sido por la feria nunca hubiera encontrado a esos autores. Al igual que librerías, lectores y libros en esta ciudad.

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