20 de marzo de 2011

Maldita vida la mía


Ree vive en un lugar que es parecido al mundo pero no es el mundo que conocemos, al menos el que muestran las películas de adolescentes. Casi apocalíptico. Frío. Hostil. Estéril. Desierto. De colores muertos, casas en escombros, perros encadenados. Desesperanzado y algo cruel. Ninguno de sus habitantes sonríe, nadie se ve feliz, los niños juegan solos. Un lugar alejado de los ojos de Dios, en lo más profundo de la América Profunda; en los bosques Ozark, Missouri. Debe tener algo (sino mucho) en común con el helado pueblo de Minnesota de donde Bob Dylan escapó, de las solitarias y desoladoras cumbres de Montana, con hombres trabajando dieciocho horas al día, de las que se arraigó Jim Harrison para escribir sus novelas y poemas, aunque a quien más se parece es al escenario del fin del mundo de la The road de Viggo Mortensen. La vida es siempre dura. Los inviernos mortales. Tierra de hombres que forman su carácter y su propia moral en tiempos de vacas flacas, sólo que acá no hay al final sueño americano, únicamente sobrevivientes (y muertos vivientes). Y como siempre las cosas pueden ir peor, Ree deberá continuar luchado a contracorriente, haciéndose cargo de lo que no le corresponde. Heredando la carga de los padres.

Winter’s bone debe ser de las pocas películas que al verla me han dado ganas de ir corriendo a comprar la novela. Pasando por alto ciertos momentos que sobran como el de su protagonista queriendo alistarse en la marina, o sin poder transmitir toda la carga emocional que se quiere (Teardrop al romper el vidrio delantero de uno de los autos del mafioso del pueblo), y hasta divagar sin saber qué camino tomar, resultó una agradable sorpresa encontrarla. No literalmente agradable que es un término que incluso suena irónico para este caso, porque la cinta de Debra Granik no te suelta, no te da ninguna oportunidad para tomar aliento, recuperarte y seguir con la lucha. Cine negro en los bosques. De igual forma que mencionaban en Página 12: un macabro cuento de hadas. Acá no es necesaria la violencia para mostrar el terror, bastan las expresiones de la sublime Jennifer Lawrence. Y esa crueldad en cada uno de los cuadros exhala una belleza casi invisible, que se mezcla con el vaho que sale del frío suelo.


Se mueve a paso lento la historia contada en el cine, como si Daniel Woodrell estuviera leyendo su obra en alguna cafetería desconocida, con la cámara siempre sobre Jennifer Lawrence, siguiéndola a todas partes, describiendo su atroz cotidianeidad. Después de todo Winter’s bone (la película) parece una novela actuada, de dos horas, siguiendo el ritmo de la literatura, donde el entorno habla mucho del carácter de los protagonistas. “Nunca pidas lo que te debe ser ofrecido” sólo puede salir de la boca de alguien sobre quien recae una pesada carga, de quien debe criar a otras parecidos a ella y que fue criada entre constantes amenazas y ningún privilegio, y que a la hora de elegir el camino escogió el más difícil, el correcto.

El CD pirata que el dealer de confianza me vendió es una copia del DVD original. Con escenas alternas, comentarios, subtítulos sin errores, excelente edición. Un buen regalo. No es épica, difícilmente se propagará y quedará en la memoria de grandes audiencias (tipico de Sundance), y por sus oscuras (casi psicópatas) intenciones es probable que no la ponga por una tercera ocasión en el televisor. Sin embargo me gusta saber que tengo ahí mi copia, sobre el escritorio, como un objeto de culto que no lo es… ¿?

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