"Creo muchísimo en la responsabilidad corporativa porque es justa y rentable" decía Francisco González, presidente de BBVA (banco español). A lo de la rentabilidad, además de la aceptación de la empresa y el ganar más consumidores, también debería sumárseles la sensación que le dan a sus clientes de que están comprando productos que no causan daño al medio ambiente o no traen repercusiones a las personas que los elaboraron. Claro que en esto de lo socialmente y ambientalmente responsable existe una brecha entre ser y aparentar ser una entidad con estas características, y el abismo parecería acrecentarse, como nos dice Rodrigo Fernández Miranda para un artículo de la Revista Pueblos, según el sector de la economía y la cantidad de países en los que una de estas compañías está presente.
Los sectores energéticos y de transporte son los que más invierten en este cambio de look, utilizando tácticas como el falseamiento y ocultamiento de información, y el brindarle bondades ecológicas a sus productos (también debería añadirse las autocertificaciones), que genera esa sensación filantrópica que tan buenos réditos financieros trae. Pero analizando más a fondo este fenómeno caritativo, se puede apreciar que un mínimo de estas acciones promovidas hacen referencia a cambiar nuestros actuales modelos de consumo, como el reducir el número de vehículos por ciudad o desistir del uso de combustibles fósiles. Lo mismo pasa con la venta de productos comestibles considerados ecológicos o con sellos sociales (fair trade), donde empresas como Wal – Mart, en la lista negra de inversiones del Gobierno noruego por no cumplir con mínimos de la legislación laboral, los promociona; u otros grandes supermercados que se jactan de tener en estanterías el 10% de sus productos con alguna certificación social, pero el 90% restante tiene dudosa procedencia.
En Ecuador aún no está en boga el consumo de productos con sellos ecológicos y sociales, los cuales si se utilizan para concienciar a las personas a que sepan de donde vienen sus compras y mejoran el bienestar de vida de los productores, deberían ser incentivados de innumerables modos (la Feria del comercio justo en el Parque de La mujer en Quito, o las promovidas por el Ministerio de Inclusión y Desarrollo social); ni los vehículos con atractivos ecológicos; pero lo que si nos quieren promocionar arduamente es el concepto de "minería sustentable". Un ejemplo podemos encontrarlo en la revista Terra incógnita, en su número de julio del 2008 con la empresa ECSA que nos promete $ 2.5 millones para rehabilitar la cordillera del Cóndor después de que concluya el proceso de extracción, que en realidad costaría más de $ 1.75 mil millones, o Ascendant Cooper que pretendía ganarse a las comunidades de Intag, Cotopaxi construyendo escuelas y universidades, pero cuando los comuneros se negaron la empresa no tuvo más remedios que recurrir a viejos trucos como el uso grupos paramilitares o la compra de tierras para separarlos.
Innumerable cantidad de quejas hubo con los "plenos poderes" de la Asamblea Constituyente, pero nada decimos de las empresas que actúan igual por no existir fuertes legislaciones que las controlen, siendo su único límite la voluntariedad de la Responsabilidad Social (sin olvidar a las firmas comerciales que no la aplican y distribuyen fertilizantes como el Mancozeb que es prohibido en EUA, pero es utilizado en Pueblo Viejo, Los Ríos con nefastos resultados para la población). Son solo negocios, ya saben, como dirían los veteranos de Pink Floyd al ritmo de máquinas registradoras: Money, its a gas/ Grab that cash with both hands and make a stash./ New car, caviar, four star daydream…
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