Del amor y otros demonios está escrito a manera de crónica, con una nota del autor al principio que señala al libro como producto de una casualidad en sus tiempos de reportero, por lo que mientras lo leía no paraba de pensar que en sus páginas, el Premio Nobel colombiano, trataba de justificar que su mundo del realismo mágico alguna vez existió. Sus historias están basadas en hechos reales, en tiempos en que faltaba mucho por descubrir y a lo incierto se lo celebraba como milagro o se lo tachaba de acto satánico. Después de todo Colón, con las descripciones del paisaje mencionadas en su diario, fue el primer cronista de Indias que habló de ciudades de oro y plantas maravillosas; un nuevo mundo donde otros exploradores decían que se encontraba el Edén.
La niña de larga y rubia cabellera mordida por un perro, y su posterior encierro en un convento para ser exorcizada son en esta novela lo mismo que el McGuffin en el cine negro. Una excusa. En sus páginas el autor no hace de Dan Brown intentando revelar oscuros secretos de la iglesia; ni mostrar los efectos dañinos que causa a la sociedad el poder en manos de la religión (con la potestad de declarar endemoniado a cualquiera); ni tampoco cuenta una de terror con páginas llenas de asquerosas y sobrenaturales descripciones del tipo El Exorcista. El objetivo es el de siempre: retratar a un pueblo colonial y sus habitantes, con sus calles llenas de negros bailando y conservando sus costumbres y dioses, marqueses analfabetos poca cosa y con mucho dinero, mezclas de razas y fiestas de bullanga, médicos más alquimistas que cirujanos, monjas llenas de rencor. Personajes de un lugar parecido a Cartagena de Indias, que recuerdan a protagonistas de sus anteriores libros. Sierva María podría ser pariente de Remedios la Bella, la niña que ascendió como Jesús entre las nubes, de la misma forma que Aureliano Buendía es la versión novelada de Simón Bolívar (sin descendencia) o del Che Guevara (nunca ganó una guerra).
La novela fue publicada en 1994, diez años después de El amor en tiempos de cólera y ese genial cuento de una mujer atrapada en un manicomio de Doce Cuentos Peregrinos. Las páginas pertenecen a una época posterior a su mejor obra (no es razón para pedirle que deje de escribir; es como si se le pidiera a Ridley Scott renunciar a hacer películas después de haber dirigido Alien y Blade Runner). La excusa para abrir Del amor… es que se trata de García Márquez, y lo más probable es que al terminarla quede olvidada en algún rincón de la memoria y de la casa. Es uno de esos libros que sirve de compañía para un viaje de cuatro horas a Cuenca, por el Cajas, pasando primero por plantaciones de banano en medio de un calor que casi se puede agarrar, para después ascender por las mágicas montañas, sin saber tampoco nosotros, viendo por la ventana, cuando se acaba la realidad y empieza el realismo mágico.
Josefa Miranda, y el bachiller en artes don Cristóbal de Eraso, que había consagrado media vida a fabricar los artesonados. Había una cripta cerrada con la lápida del segundo marqués de Casalduero, don Ygnacio de Alfaro y Dueñas, pero cuando la abrieron se vio que estaba vacía y sin usar. En cambio los restos de su marquesa, doña Olalla de Mendoza, estaban con su lápida propia en la cripta vecina. El maestro de obra no le dio importancia: era normal que un noble criollo hubiera aderezado su propia tumba y que lo hubieran sepultado en otra.
En la tercera hornacina del altar mayor, del lado del Evangelio, allí estaba la noticia. La lápida saltó en pedazos al primer golpe de la piocha, y una cabellera viva de un color de cobre intenso se derramó fuera de la cripta. El maestro de obra quiso sacarla completa con la ayuda de sus obreros, y cuanto más tiraban de ella más larga y abundante parecía, hasta que salieron las últimas hebras todavía prendidas a un cráneo de niña. En la hornacina no quedó nada más que unos huesecillos menudos y dispersos, y en la lápida de cantería carcomida por el salitre sólo era legible un nombre sin apellidos: Sierva María de Todos los Ángeles. Extendida en el suelo, la cabellera espléndida medía veintidós metros con once centímetros.
El maestro de obra me explicó sin asombro que el cabello humano crecía un centímetro por mes hasta después de la muerte, y veintidós metros le parecieron un buen promedio para doscientos años. A mí, en cambio, no me pareció tan trivial, porque mi abuela me contaba de niño la leyenda de una marquesita de doce años cuya cabellera le arrastraba como una cola de novia, que había muerto del ¡ mal de rabia por el mordisco de un perro, y era venerada en los pueblos del Caribe por sus muchos milagros. La idea de que esa tumba pudiera ser la suya fue mi noticia de aquel día, y el origen de este libro.
Gabriel García Márquez.
Cartagena de Indias, 1994.