….Mi medio de transporte era un
comet del 62. la señorita de la casa de enfrente se ponía furiosa con miviejo cacharro. tenía que aparcarlo delante de su casa, porque era una de
las pocas zonas llanas de losalrededores y mi coche no podía arrancar cuesta
arriba. a duras penas arrancaba en llano; y yo tenía que darleal pedal y a la puesta en marcha una y otra vez y
el humo salía en nubarrones por debajo del coche y elestruendo era incesante y horroroso. la dama
empezaba a gritar como si hubiera enloquecido. era una de las pocas
ocasiones en que me avergonzaba de ser pobre. allí sentado, dándole al pedal y
rezando para que elcomet del 62 arrancara, e intentando ignorar los
gritos furiosos que daba la mujer desde su casa de puta madre.yo le daba y le
daba al pedal. el coche arrancaba, andaba unos metros y se paraba. —
¡Quite ese cacharro asqueroso de delante de mi
casa o llamo a la policia!
Luego, empezaba con largos y
enloquecidos alaridos. por último, salía en quimono; era una jovencitarubia,
guapa, pero al parecer estaba completamente loca. se acercaba corriendo a la
puerta del coche dandogritos y se le salía un pecho. se lo metía y se le
salía el otro. luego, asomaba una pierna por el quimono. —por favor,
señora —le decía yo—, estoy intentándolo. por
fin, conseguía que el coche se pusiera en marcha y ella se quedaba allí
plantada en el centro de lacalle con los pechos al aire, gritando:
— ¡No vuelva a aparcar aquí su coche jamás,
jamás, jamás!
En ocasiones como ésta era cuando
yo consideraba la posibilidad de buscar trabajo. sin embargo,doreen, mi dama,
me necesitaba. tenía problemas con el chico de las bolsas, en el supermercado.
yo laacompañaba,
me plantaba a su lado y le daba sensación de seguridad. ella era incapaz de
hacerle frente sola ysiempre acababa
tirándole un puñado de uvas en la cara o quejándose de él al encargado o
escribiendo unacarta de seis folios al propietario del super. yo podía manejar
perfectamente al chico de las bolsas. hasta meresultaba agradable, sobre todo
por aquella habilidad suya de abrir una gran bolsa de papel, con un simple ygracioso
giro de muñeca.
¡Hola, Ron! Soy Alex. Te escribo desde Carthage. Ya hace casi dos
semanas que estoy trabajando aquí. Tardé tres días en llegar desde que nos
despedimos en Grand Junction. Espero que tu viaje de regreso a Salton City
transcurriera sin contratiempos. El trabajo me gusta y todo va bien. Las
temperaturas son suaves; cuesta creerlo, pero hay días en que no hace nada de frío.
Algunos granjeros incluso ya salen a trabajar al campo. Supongo que en
California el calor aprieta cada vez más. Me pregunto si tuviste ocasión de ir
a las fuentes termales el 20 de marzo y llegaste a ver la cantidad de gente que
se congrega allí para la reunión del Arco iris. Por lo que sé, podría haber
sido muy divertido, aunque la verdad es que no creo que una cosa así encaje
demasiado con tus gustos.
No voy a quedarme mucho tiempo en Dakota del Sur. Mi amigo, Wayne,
quiere que siga trabajando en el elevador de grano durante el mes de mayo y que
luego lo acompañe todo el verano con el grupo de cosechadoras, pero mi mayor
ilusión es emprender mi odisea; antes del 15 de abril espero estar camino de
Alaska. Eso quiere decir que me marcharé dentro de poco, de modo que si he
recibido correspondencia necesito que me la mandes a la dirección que figura al
pie de esta carta.
Los momentos que hemos pasado juntos han sido muy agradables y te
agradezco de todo corazón la ayuda que me has prestado. Espero que nuestra
separación no te haya deprimido demasiado. Puede que pase mucho tiempo antes de
que nos veamos de nuevo. Pero, si consigo superar la prueba de mi viaje a
Alaska y todo sale como espero, te prometo que volverás a tener noticias mías.
Quiero repetirte los consejos que te di en el sentido de que deberías cambiar
radicalmente de estilo de vida y empezar a hacer cosas que antes ni siquiera
imaginabas o que nunca te habías atrevido a intentar. Sé audaz. Son demasiadas
las personas que se sienten infelices y que no toman la iniciativa de cambiar
su situación porque se las ha condicionado para que acepten una vida basada en
la estabilidad, las convenciones y el conformismo. Tal vez parezca que todo eso
nos proporciona serenidad, pero en realidad no hay nada más perjudicial para el
espíritu aventurero del hombre que la idea de un futuro estable. El núcleo
esencial del alma humana es la pasión por la aventura. La dicha de vivir
proviene de nuestros encuentros con experiencias nuevas y de ahí que no haya
mayor dicha que vivir con unos horizontes que cambian sin cesar, con un sol que
es nuevo y distinto cada día. Si quieres obtener más de la vida, Ron, debes
renunciar a una existencia segura y monótona. Debes adoptar un estilo de vida
donde todo sea provisional y no haya orden, algo que al principio te parecerá
enloquecedor. Sin embargo, una vez que te hayas acostumbrado, comprenderás el
sentido de una vida semejante y apreciarás su extraordinaria belleza. En pocas
palabras, deja Salton City y ponte en marcha. Te aseguro que sentirás una gran
alegría si lo haces. Aunque sospecho que harás caso omiso de mis consejos. Sé
que piensas que soy testarudo, pero tú lo eres aún más. En el viaje de regreso
tuviste la oportunidad de contemplar una de las grandes maravillas de la
Tierra, el Gran Cañón del Colorado, algo que todo americano debería ver al
menos una vez en la vida. Sin embargo, por alguna razón que no alcanzo a
comprender, todo lo que querías era salir corriendo hacia casa tan rápido como
fuera posible y volver a una situación donde siempre experimentas lo mismo.
Mucho me temo que en el futuro seguirás teniendo las mismas inclinaciones y te
perderás todas las maravillas que Dios ha puesto en este mundo para que el
hombre las descubra. No eches raíces, no te establezcas. Cambia a menudo de
lugar, lleva una vida nómada, renueva cada día tus expectativas. Aún te quedan
muchos años de vida, Ron, y sería una pena que no aprovecharas este momento
para introducir cambios revolucionarios en tu existencia y adentrarte en un
reino de experiencias que desconoces.
Te equivocas si piensas que la dicha procede sólo o en su mayor
parte de las relaciones humanas. Dios la ha puesto por doquier. Se encuentra en
todas y cada una de las cosas que podemos experimentar. Sólo tenemos que ser
valientes, rebelarnos contra nuestro estilo de vida habitual y empezar a vivir
al margen de las convenciones.
Lo que quiero decir es que no necesitas tener a alguien contigo
para traer una nueva luz a tu vida. Está ahí fuera, sencillamente, esperando
que la agarres, y todo lo que tienes que hacer es el gesto de alcanzarla. Tu
único enemigo eres tú mismo y esa terquedad que te impide cambiar las
circunstancias en que vives.
Espero que abandones Salton City tan pronto como puedas, enganches
un pequeño remolque a tu camioneta y empieces a contemplar la gran obra que
Dios ha creado en el Oeste americano. De verdad, Ron. Aprenderás mucho de todo
lo que veas y de las personas que conozcas. Lleva una vida austera, no vayas a
moteles, prepárate tú mismo la comida. Ten como norma gastar lo menos posible y
la satisfacción con que vivirás será mucho mayor. Espero que la próxima vez que
nos veamos seas un hombre nuevo y hayas acumulado un sinfín de aventuras y
experiencias. No lo pienses dos veces. No intentes encontrar justificaciones
para aplazarlo. Sólo tienes que salir y hacerlo. Así de simple. Sentirás una
gran alegría por haber emprendido un nuevo camino. Cuídate, Ron,
ALEX
(Carta de Christopher McClandess a un buen octogenario amigo suyo, previo el viaje del primero a la recóndita Alaska)
Las crónícas-beatnik-punk-autobiográficas de Patti Smith, Éramos unos niños, son consideradas (¿cada vez más?) una guía para recorrer un New York que ya no está. Su lado B. Esa ciudad de mierda en los setenta que se caía a pedazos (primeros planos cortesía de la BBC en el tercer episodio de su documental Las Siete eras del rock), pero donde a la vez se creó harto...
Una o dos semanas después,
entré en El Quixote buscando a Harry y Peggy. Era un bar restaurante contiguo
al hotel que estaba comunicado con el vestíbulo por una puerta, por eso lo
considerábamos nuestro bar, como les había ocurrido a muchos desde hacía
décadas. Dylan Thomas, Terry Southern, Eugene O'Neill y Thomas Wolfe eran algunos
de los clientes que habían bebido más de la cuenta en El Quixote. Yo llevaba un
vestido azul marino de lunares blancos y un sombrero de paja, mi conjunto de Al
este del Edén. A mi izquierda, Janis Joplin estaba conversando con su banda
en una mesa. A mi derecha vi a Grace Slick con Jefferson Airplane y a
componentes de Country Joe amp; The Fish. En la última mesa, delante de la
puerta, estaba Jimi Hendrix con la cabeza gacha, comiendo con el sombrero
puesto, delante de una rubia. Había músicos por doquier, sentados a las mesas
con montañas de gambas con salsa verde, paella, jarras de sangría y botellas de
tequila. Pese a mi asombro, no me sentía una intrusa. El Chelsea era mi casa y
El Quixote mi bar. No había guardias de seguridad ni ningún trato de
privilegio. Estaban allí por el festival de Woodstock, pero yo estaba tan
encerrada en el hotel que no era consciente del festival ni de qué significaba.
Grace Slick se levantó y pasó por mi lado. Llevaba un vestido indio hasta los
pies y tenía los ojos violetas como Liz Taylor. —Hola —dije, advirtiendo que yo
era más alta. —Hola —respondió ella. Cuando regresé a mi habitación, sentí una
inexplicable afinidad con aquellas personas, aunque no tenía forma de
interpretar tal sentimiento. Jamás habría podido predecir que un día tomaría su
camino. En aquella época, aún era una larguirucha dependienta de librería de
veintidós años que lidiaba con varios poemas inconclusos.
...jodíamos mucho
y, para suerte mía, Linda tenía
un polvo magnífico. Todo aquel hotel estaba lleno de gente como nosotros, que bebían vino y jodían y no sabían después qué. De vez en cuando, uno de ellos se tiraba por la ventana. pero el dinero siempre nos llegaba de algún sitio; justo cuando todo parecía indicar que
tendríamos que comernos nuestra propia mierda, una vez trescientos dólares de una tía muerta, otra un reembolso fiscal demorado.
otra vez, iba yo en autobús y en el asiento de enfrente aparecen aquellas monedas de cincuenta centavos.
yo no sabía, ni lo sé todavía, qué significaba
aquello, quién lo había dejado allí. Me cambié de asiento y empecé a guardarme las monedas. cuando llené los bolsillos,
apreté el timbre y bajé en la primera parada. Nadie dijo nada ni intentó detenerme. en fin, cuando estás borracho, sueles ser afortunado; aunque no
seas un tipo de suerte, puedes ser afortunado...