30 de junio de 2010

Memoria y verdad

Charly García cantaba “los amigos del barrio pueden desaparecer… los que están en los diarios pueden desaparecer” en su tema Los dinosaurios (1983), inspirado en el tiempo que vivió la dictadura de Videla con líderes de oposición encarcelados y luego fusilados, cuerpos que aparecían flotando en los ríos, prisioneros lanzados desde aviones y una lista de miles de desaparecidos, en la que desde 1977 consta Rodolfo Walsh, periodista, escritor y activista político, que en uno de sus libros (anterior al new journalism de Capote) relata la historia real de siete sobrevivientes, civiles, que fueron fusilados en junio de 1956 durante un intento de golpe de estado al Gobierno (dictadura) de Aramburu.



Termino de leer ese intento de buscar justicia y advertencia de lo que está por venir que es “Operación Masacre”, y no puedo dejar de pensar en el Informe de la Comisión de la Verdad recientemente publicado en el país con todas las opiniones y comentarios que ha generado.

Pedro Valverde, de pobre y despectiva pluma, en su columna “¿Más leña para el fuego?” escribe acerca de si era necesaria la conformación de la Comisión para investigar los casos atentatorios a los derechos humanos, porque esto nos costará dinero por posibles demandas. ¿El Estado no debe acaso responsabilizarse y procurar que se tomen las medias para que estos sucesos no vuelvan a ocurrir? El Arzobispo de Portoviejo, José Mario Ruíz Navas, recomienda algo parecido con su mejor olvidar para perdonar en su editorial “La justicia extrema se toca con la injusticia”. ¿No es igual a dejar en la impunidad estos actos para no revivir hechos traumáticos?
Recientemente se discutía acerca de los excesos de la justicia indígena, que pueden llevar a castigos semejantes a la tortura o incluso la pena de muerte. ¿El Estado impartiendo justicia propia no se compara con lo actuado en varias comunidades indígenas que ha generado rechazo? ¿O por haber sido órdenes provenientes del Gobierno de turno estuvo justificado privar de sus derechos a las personas? Y además, ¿el Informe únicamente debía investigar casos de violación de derechos perpetrados por el Estado? Revista Vistazo elaboró un especial en el que después de relatar cronológicamente los hechos, le dedica un espacio a los capítulos olvidados por la Comisión de la Verdad, donde se menciona el asesinato a policías cometidos por miembros de Alfaro Vive Carajo; ¿o al estar constituida dicha Comisión por familiares y antiguos activistas (resaltado por Ana María Raad en su editorial “La mala memoria”) de grupos beligerantes estos no pueden aparecer? ¿Los integrantes de las investigaciones no deberían ser personas alejadas a los hechos para no causar sospechas como las que actualmente se tienen?

Estoy empezando a leer el Informe con sus más de dos mil páginas, (supuesta) parcialidad al tener una visión única, acusaciones de ser un instrumento político y otras polémicas que generaron con su presentación, semejantes a las que surgieron en el resto de las más de treinta Comisiones de la Verdad en países como Argentina (presidida por Ernesto Sabato), Chile, Perú y Guatemala, en el que esperaba que la mirada al pasado más oscuro ayude a mejorar el sistema de justicia (situaciones en cárceles por ejemplo), evitar la impunidad y en el respeto de los derechos humanos por parte de las instituciones, para que los sucesos redactados jamás se repitan; pero por el momento la sensación que queda con el debate surgido, a diferencia de Roberto Walsh que lo tenía todo claro en su investigación, es que al igual que estas líneas quedan más preguntas que respuestas.
P.D. Acá la versión online de "Operación masacre".


Los hacen salir a la calle, de a uno. Y allí los está esperando el jefe, que no tarda en repartir nuevos gritos, trompadas y culatazos a medida que los suben en el colectivo. A Livraga le martilla fuertemente el estómago con el cañón de la pistola, gritando: –¿Así que vos ibas a hacer la revolución? ¿Con esa facha? A Carlitos Lizaso le ha dicho lo mismo. A todos les va preguntando el nombre. La mayoría no le significan nada, se adivina en el gesto desdeñoso, en el “¡Anda, seguí!” con que los empuja hacia el colectivo. Pero el de Gavino parece toda una revelación para él. Se le ilumina la cara de alegría. Lo sujeta fuertemente por el cuello y de un golpe le introduce el cañón de la pistola en la boca. –¡Así que vos sos Gavino! –aulla–. ¡Así que vos...!

4.45. Parece que Rodríguez Moreno estuviera tratando de ganar tiempo. No ha de resultarle muy agradable salir con semejante noche para matar a diez o quince infelices. Personalmente está convencido de que más de la mitad no tienen nada que ver. Y aun los otros le inspiran dudas. Nerviosos partes se cambian entre él y el jefe de Policía, que ya ha llegado a La Plata. Las instrucciones son terminantes: fusilarlos. La alternativa: quedar incluido él mismo en la ley marcial. Parece que hasta se habla de mandarle un delegado con tropas.

Benavídez salta. Siente los dedos de Carlitos que se deslizan entre los suyos. Con desesperada impotencia comprende que el chico se le queda, sepultado bajo los tres cuerpos que se le echan encima. Abajo, los policías oyen el tiro a retaguardia y por una fracción de segundo titubean. Algunos se dan vuelta. Giunta no espera más. ¡Corre! Gavino hace lo mismo. El rebaño empieza a desgranarse. –¡Tírenles! –vocifera Rodríguez Moreno. Livraga se arroja de cabeza al suelo. Más allá, Di Chiano también se zambulle. La descarga atruena la noche. Giunta siente una bala junto al oído. Detrás oye un impacto, un gemido sordo y el golpe de un cuerpo que cae. Probablemente es Garibotti. Con prodigioso instinto, Giunta hace cuerpo a tierra y se queda inmóvil. A Carranza, que sigue de rodillas, le apoyan el fusil en la nuca y disparan. Más tarde le acribillan todo el cuerpo. Brión tiene pocas posibilidades de huir con esa tricota blanca que brilla en la noche. Ni siquiera sabemos si lo intenta. Vicente Rodríguez ha hecho cuerpo a tierra una vez. Ahora oye los vigilantes que se acercan corriendo. Trata de levantarse, pero no puede. Se ha cansado en los primeros trein-ta metros de fuga y no es fácil mover el centenar de kilos que pesa. Cuando al fin se incorpora, es tarde. La segunda descarga lo voltea. Horacio di Chiano dio dos vueltas sobre sí mismo y se quedó inmóvil, como si estuviera muerto. Oye silbar sobre su cabeza los proyectiles destinados a Rodríguez. Uno pica muy cerca de su rostro y lo cubre de tierra. Otro le perfora el pantalón sin herirlo. Giunta permanece unos treinta segundos pegado al suelo, invisible. De pronto salta como una liebre, zigzagueando. Cuando presiente la descarga, vuelve a tirarse. Casi al mismo tiempo oye otra vez el alucinante zumbido de las balas. Pero ya está lejos. Ya está a salvo. Cuando repita su maniobra, ni siquiera lo verán. Díaz escapa. No sabemos cómo, pero escapa.* Gavino corre doscientos o trescientos metros antes de pararse. En ese momento oye otra serie de detonaciones y un alarido aterrador, que perfora la noche y parece prolongarse hasta el infinito. –Dios me perdone, Lizaso –dirá más tarde, llorando, a un hermano de Carlitos–. Pero creo que era su hermano. Creo que él vio todo y fue el último en morir.

–¡Si avanzas un paso, te levanto la tapa de los sesos! –le informaba a intervalos regulares–. ¡Si hablas, te levanto la tapa de los sesos! ¡Si haces un gesto, te levanto la tapa de los sesos! Su vocabulario era más bien limitado, pero convincente. De a ratos, sin embargo, lo incitaba: –Anda, movete, así te puedo pegar un tiro. El prisionero no ensayaba el menor ademán. De tanto en tanto el otro parecía cansarse y enfundaba el arma. Pero después volvía a su divertido juego. Lo empujaban deliberadamente a la locura. En los cambios de guardia se producían conversaciones en voz baja, calculadas para parecer secretas y al mismo tiempo para que el detenido alcanzara a oírlas: –Esta noche “sale”... –murmuraba uno. –¿Para dónde! –contestaba otro con una risita. –Dos veces no se salva ninguno. No le daban de comer, salvo algún sandwich, con intervalos de horas. Cuando quiso dormir, tuvo que tenderse en las heladas baldosas. Gritos que llegaban de afuera le cortaban el penoso sueño. –¡Cuidaaado, que se escaaapa! ¡Cierren todas las ventanas! Parece que lo incitaban a la fuga. Al fin y al cabo no era tan difícil. No estaba en un verdadero calabozo. Giunta no se dejó tentar.

27 de junio de 2010

Todos tenemos una oportunidad...

Está más allá de la lógica el hecho de que siempre se les desea lo mejor a las personas cercanas con las que se tiene algún vínculo y con las que se ha compartido algún buen rato, así las cosas no vuelvan a ser igual y exista la posibilidad de no volverlas a ver. Lo mismo me pasa con los personajes de una serie o una película que realmente me ha parecido buena (épica, memorable) y no puedo sacármela de la cabeza. Después de todo, por encima de cualquier escenario, efecto especial, fotografía o dirección de arte, es la mejor forma para saber que lo proyectado por la pantalla en serio me ha gustado. Tal vez la excepción: el jueves terminó la sexta temporada de House M.D., la mejor serie que existe, y con ese esperanzador y romántico desenlace, siendo lo más racional que puedo ser, no estoy seguro si deseaba que a Gregory House, alter ego de Sherlock Holmes, le vaya bien.

En ese genial inicio de dos horas de duración de la última temporada, con el misántropo médico internado en un hospital psiquiátrico, durante las sesiones que mantenía con su doctor confiesa sus deseos de ser feliz. Abrirse a sus emociones, establecer vínculos con las personas y reducir las dosis de sarcasmo fueron parte de la receta. Veinte episodios después, en otra consulta, le dice a su psiquiatra lo miserable que se siente mientras el resto de personas son felices, al ver a Wilson regresar con su esposa (y echarlo de la casa para vivir con ella) y Cuddy mudarse con su novio, a pesar de haber hecho todo lo que le indicaba. Para el último capítulo las cosas parecían volver a la normalidad. A la autodestrucción: otra vez a consumir Vicodin como caramelos, a alejar a todos sus conocidos y hacer sentir miserables e idiotas a cualquiera que esté dentro de su radio de desprecio. Error. Cada final de temporada es un dilema dentro de la vida de House que cambia radicalmente lo que pasa en la serie. No hay que olvidar cuando además de contar el origen de su discapacidad tuvo que enfrentarse a los fantasmas del pasado; o la ocasión, en uno de los momentos más memorables de la historia de la televisión, que le dispararon y gracias a un medicamento recuperó el uso de su pierna, pero a riesgo de perder la capacidad para resolver los acertijos con su mente; o la vez que renuncia todo su equipo de trabajo y en otra incluso casi pierde a su mejor y único amigo; o cuando su mente empezó a imaginar cosas.
Sin embargo la forma en que terminó esta última es la más radical de todas, incluso más que haber dejado el Vicodin es empezar una relación con Cuddy. Preguntas: ¿Cómo será la serie ahora que su principal personaje está en camino a ser feliz? ¿De House M.D. a Full House de familia perfecta y feliz con las promiscuas gemelas Olsen? ¿O harán con su noviazgo con Cuddy como en la temporada pasada cuando se esperaba ver a House pasar un largo rato en el hospital psiquiátrico y no en una versión pasteurizada (lo robo de Charly) tratando de adaptarse a su trabajo y al resto del mundo alejado de su adicción, que fue de lo que finalmente se trataron los episodios a partir del segundo? La única certeza: por el momento el ya no tan amargado doctor podrá cantar con más alma esa You can´t always get what you want/ and if you try sometime you find/ you get what you need que tanto le gusta

24 de junio de 2010

Acerca de lo decepcionante que es ver jugar a la selección de Inglaterra

Antes que la vuvuzelas empezaran a destrozar oídos con el comienzo de la Copa Mundial en Sudáfrica, menospreciando totalmente lo que aquí ofrecen (si lo hacen) el Casino del Sol o el del Hilton Colón, si viviera en Las Vegas, Montecarlo, Londres o cualquier lugar con una respetable casa de apuestas, le hubiera puesto todas mis fichas para campeón a Inglaterra; y en caso de una crisis en la que careciera de la convicción del desesperado personaje de Dostoievski que arriesgaba todo su dinero jugándole al cero (0) en la ruleta así las probabilidades sean mínimas aunque las ganancias excesivas, prefiriendo la teoría del portafolio para la diversificación de riesgos, de igual forma el mayor porcentaje de dinero en las predicciones se me hubiera ido en la selección con la mejor liga del mundo.



Los motivos tienen nombres y apellidos: Ferdinand (Carragher que lo reemplaza es un símbolo del Liverpool) y Terry en el centro de la zaga son solidez asegurada, más Ashley Cole que debe ser uno de los mejores laterales izquierdos de la actualidad; el mediocampo los conforman Carrick, Lampard y Gerrard, tres jugadores que cualquier equipo los quisiera porque arman jugadas, defienden como guerreros y disparan a puerta con terrible efectividad, sumándoseles Joe Cole o Aaron Lennon que pueden aparecer en cualquier lugar y son muy veloces (este es el mediocampo que usaría, no el de Capello que sólo alinea a Gerrard y Lampard); adelante Rooney que es un toro en el United y uno de los mejores jugadores del momento con Heskey que por su físico es una referencia; y en el banquillo Don Fabio Capello, un ganador de raza. Seleccionados que en su mayoría están vinculados al Arsenal, Liverpool, Chelsea y Manchester United, equipos que en los último años, al menos tres llegan a las semifinales de las Champions League.

John Carlin escribía que en la selección de España, un jugador de las características de Cesc Fábregas estaba condenado al banquillo por la presencia y nivel de juego de Xavi e Iniesta. Alguien que sería titular indiscutible si su pasaporte fuera inglés, y sin embargo la mayoría de periodistas e hinchas británicos desde el año pasado se sienten campeones mundiales, a pesar de un arquero que transmita confianza y de los escándalos en los que se han visto involucrados sus seleccionados, casi vanidosas y caprichosas estrellas celebridades (¿han visto a las novias de Peter Crouch, Gerrard o Ashley Cole? A primera vista parecen modelos de Victoria Secrets). Tal vez de ese mismo síndrome de precipitación favoritista sufrí, porque después de ver el partido amistoso contra Japón (empató con autogol de los nipones); el deslucido empate, gracias al infantil gol que se hizo el arquero Green, con Estados Unidos; el cero que mantuvo con Argelia gracias a la carencia de un nueve de área para los africanos; y la sufrida victoria a Eslovenia quemando tiempo en el banderín del corner, dejaron ver un equipo totalmente aburrido, sin ideas, con miedo al balón, que no se atreve a enfrentar el arco rival y que en síntesis no juega a nada. Después de todo: ¿Quién clasifica a octavos de final convirtiendo únicamente dos goles en la fase de grupos? Probablemente Ghana y Suiza (esperando que Chile le gane a España). No los esperamos de un candidato al título.


El domingo Inglaterra se enfrentará con Alemania. Tal vez pase, tal vez se quede. No deberíamos sorprendernos si el 11 de julio llega a la final. Dos años antes todos los periodistas españoles criticaban el estilo de juego del Real Madrid cuando lo dirigía Capello, y lo sacó bicampeón. En este Mundial de pocos goles y partidos calculados al exceso no sé si debería quitarle todas mis fichas. Eso como negocio, porque en el fondo espero cuatro semifinalistas sudamericanos.

21 de junio de 2010

Belleza americana (Leyendo a David Foster Wallace)

El 12 de septiembre del 2008 Karen Green regresaba de una exposición que había inaugurado en San Francisco a su casa en Claremont, California. La luz del patio estaba encendida y su esposo, el escritor David Foster Wallace, colgaba de una viga. A Alberto Fuguet el mundo no se le vino abajo, mientras que para otros, los fanáticos de su obra, su muerte era comparable a la de Kurt Cobain. En el perfil “El escritor inconcluso”, del periodista D.T. Max, se menciona que en 1987, después haber terminado “La niña de pelo raro”, DFW se mudó a Tucson y empezó a tener cambios de humor, beber de más y deambular por el campus de la universidad. Quiso hacerse daño. Su madre fue a buscarlo, «rentaron una camioneta para mudanzas y se turnaron al volante, y leyeron en voz alta una novela de Dean Koontz a lo largo de los más de dos mil quinientos kilómetros de camino a casa». Con las anécdotas de su vida podrían filmarse películas tipo David Lynch, como la del viaje de un anciano en su podadora de césped tratando de encontrar a su hermano al otro lado del país.


"Hablemos de langostas" no es ficción, sino un texto de crónicas, ensayos y reseñas de otros libros en las versiones originales del escritor y no las editadas por las revistas donde se publicaron originalmente, y al mundo wallaciano quería ingresar por la puerta de sus novelas; sin embargo no debería darle mayor importancia a esto, al final de cuentas su gran obra “La broma infinita” es una pintura de los Estados Unidos, y Rodrigo Fresán escribía que resulta difícil precisar el punto exacto en el que sus ficciones se convierten en no-ficciones». Leerlo es como uno de esos juegos de muñecas en los que dentro de una se esconde otra más pequeña. La cantidad de datos (fechas, estadísticas, tendencias) e información técnica difícil de calcular que abarca, y que una idea reproduzca exponencialmente otras, puede hacer el milagro de que una reseña de cuarenta páginas de un nuevo diccionario resulte más que digerible: interesante (y que termina en un debate ideológico entre conservadores y liberales por el uso del lenguaje); incluso más que una crónica acerca de la gala celebrada en Las Vegas para premiar a lo mejor de la pornografía (un show cada vez más parte de la cultura estadounidense y que para mantener su cuota de rebeldía ha aumentado el sadismo y la violencia).

También están los graciosos textos de Kafka como una razón para escribir acerca del sentido del humor de los estadounidenses; “La vista desde la casa de la señora Thompson” es casi un manual de costumbres de un pueblo del medio oeste retratado el día de la caída de las Torres Gemelas; la campaña de McCain en el 2000 para preguntarse si esa era la última oportunidad de confiar en alguien que se presentaba como un líder; una reseña de la última novela de Updike para expresar el temor a la soledad de las personas; la autobiografía de una tenista para explicar lo imposible que resulta traducir en palabras la sensación de triunfo y la genialidad de los actos de un campeón; la feria de langostas de Maine un telón de fondo para mostrar cómo podemos comer (y disfrutar) un animal que al parecer sufre mientras se lo hierve; una biografía de Dostoievski para tratar de responder el porqué los actuales novelistas no crean ideologías; y un presentador de radio que muestra como el egocentrismo, el desprecio y la mordacidad son las claves para alcanzar altos niveles de audiencia, son los mundos en los que se sumergió Foster Wallace.

Su final se lo podía prever en las tristes fotos en blanco y negro que le fueron tomadas. Sus textos fueron el autorretrato que nos dejó. Describía a la sociedad a partir de un hecho o personaje, pero entre su opinión ante lo que veía terminaba revelando su lucha para superar las adicciones, mostrándose como alguien más conservador de lo que parece con su pañuelo blanco, extremadamente sensible, con deseos de hacernos sentir mejor con cada cosa que publicaba, amante del lenguaje que experimentaba con el uso de las notas al pie y recuadros en sus publicaciones, con un ácido sentido del humor y pesimista forma de ver a su país. En “Hablemos de langostas” hay tanto de su persona que después de todo es recomendable escuchar Come as you are de Nirvana, en versión unplugged, mientras se lo lee.

P.D. Acá la versión online de "Hablemos de langostas.

De "Gran hijo rojo":

Para un hombre normal sin relación con este mundo, estar en una suite de hotel con actrices porno es una situación tensa y emocionalmente compleja. Está en primer lugar el asunto de haber visto previamente en vídeo las diversas partes anatómicas y actividades íntimas de esas actrices, lo cual hace (extrañamente) que a uno le dé un poco de vergüenza conocerlas. Pero también hay una compleja tensión erótica. Porque los mundos de las películas porno están tan sexualizados, y todo el mundo parece estar tan al borde mismo del coito todo el tiempo, de manera que solamente haría falta un ligero codazo o cualquier mínima excusa —que se estropee el ascensor, que la puerta no esté cerrada con llave, que alguien enarque una ceja, que se produzca un apretón firme de manos— para que todos se precipitaran a un enredo de manos, piernas y orificios, que existe una grotesca ex- pectación/temor/esperanza de que es eso lo que podría pasar en la habitación de hotel de Max Hardcore. A estos enviados especiales les resulta imposible insistir demasiado en el hecho de que esto es una mera ilusión.

De "La vista desde la casa de la señora Thompson":

La dura realidad es que en esta ciudad no queda una sola bandera. Está claro que robar una del jardín de alguien es impensable. Me encuentro de pie dentro de un KWIK'N'EZ iluminado por lámparas fluorescentes y tengo miedo de irme a casa. Con tanta gente que ha muerto, y yo estoy histérico por una bandera de plástico. Las cosas no se ponen realmente feas hasta que la gente empieza a acercarse a mí y a preguntarme si me encuentro bien, y yo tengo que mentir y decirles que es una reacción a la difenhidramina (que es verdad que puede pasar).

De "Como Tracy Austin me rompió el corazón":


El verdadero secreto que hay detrás de la genialidad de los deportistas de élite, por tanto, puede ser tan esotérico y obvio y tedioso y profundo como el mismo silencio. La respuesta verdadera y cubierta de muchos velos a la pregunta de qué es lo que le pasa por la mente a un gran jugador mientras está en el centro de una multitud hostil y orienta la dirección del tiro libre que va a decidir el partido podría ser muy bien: nada de nada.

De "Arriba, Simba":

Intenten imaginar la sensación. Todos los perfiles aparecidos en prensa hablan de que McCain sigue sin poder levantar los brazos por encima de la cabeza para peinarse, y es verdad. Pero intenten imaginarlo entonces, pónganse en su lugar, porque es importante. Piensen en lo diametralmente opuesto a su interés personal que sería que les acuchillaran los cojones y les recompusieran los huesos rotos sin anestesia general y luego los tiraran en una celda para que yacieran allí y soportaran el dolor, que fue lo que ocurrió. McCain se pasó semanas delirando de dolor y adelgazó hasta pesar cuarenta y cinco kilos, y los demás prisioneros de guerra estaban convencidos de que se moriría; y entonces, después de pasar así varios meses y de que con los huesos ya casi soldados pudiera más o menos tenerse en pie, los de la prisión vinieron y se lo llevaron al despacho del comandante y cerraron la puerta y le ofrecieron dejarlo marchar sin más explicaciones. Simplemente le dijeron que podía... marcharse. Resultaba que el almirante de Estados Unidos John S. McCain II acababa de ser nombrado jefe de las fuerzas navales del Pacífico, que incluía Vietnam, y por tanto los norvietnamitas querían dar un golpe de efecto de imagen liberando a su hijo, el asesino de niños. Y John S. McCain III, de cuarenta y cinco kilos de peso y apenas capaz de tenerse en pie, rechazó el ofrecimiento

De "Hablemos de langostas":

Por muy aturdida que esté una langosta como resultado del viaje a casa, suele volver alarmantemente a la vida cuando uno la mete en agua hirviendo. Si uno está volcando el recipiente dentro de la olla humeante, a veces la langosta intentará agarrarse a los lados del recipiente o incluso enganchar las pinzas en el borde de la olla como una persona que intenta no caerse desde el borde de un tejado. Y es peor cuando la langosta está completamente sumergida. Hasta cuando tapas la olla y te das la vuelta, por lo general puedes oír el repicar y el claqueteo de la tapa mientras la langosta intenta levantarla a empujones. O bien las pinzas de la criatura arañan los costados de la olla mientras se retuerce. La langosta, en otras palabras, se comporta más o menos como nos comportaríamos ustedes y yo mismo si nos echaran en agua hirviendo (con la excepción
obvia de gritar).

De "El Dostoievski de Joseph Frank":

Por supuesto, el hecho de que Dostoievski sepa contar historias jugosas no basta para hacerlo genial. Si lo fuera, Judith Krantz y John Grisham serían narradores geniales, y la verdad es que salvo por el criterio puramente comercial ni siquiera son muy buenos. Lo que hace que Krantz y Grisham y otros muchos autores que cuentan buenas historias no sean buenos desde el punto de vista artístico es que no tienen talento para (ni tampoco interés en) la construcción de personajes: sus apasionantes tramas están habitadas por monigotes toscos y poco convincentes. (Para ser justos, también hay autores a quienes se les da bien construir personajes humanos complejos y bien trazados pero luego no parecen capaces de insertar esos personajes en una trama creíble e interesante. Y otros —a menudo entre la vanguardia académica— que no parecen expertos/interesados ni en las tramas ni en los personajes, sino que el movimiento y el atractivo de sus libros se basa por completo en enrarecidas intenciones metaestéticas.)

De "Presentador":

Tal como suele pasar en las tertulias políticas radiofónicas, las emociones a las que se llega con mayor facilidad son la furia, el escándalo, la indignación, el miedo, la desesperación, el asco y una especie de regocijo apocalíptico, todo lo cual se puede encontrar a carretadas en la historia de Nick Berg. El señor Ziegler, cuyo programa solamente lleva cuatro meses en la KF1, ha tenido suerte en el sentido de que el año 2004 ha estado abarrotado de Monstruos: la captura de Saddam, el escándalo de Abu Ghraib, el juicio a Scott Peterson por asesinato, el juicio a Greg Haidl por violación colectiva, y las vistas preliminares del juicio a Kobe Bryant por violación. Pero esta noche es la más furiosa, indignada, asqueada y apasionada que el señor Z. ha tenido en antena hasta el momento, y en la sala de mezclas en directo hay consenso acerca del hecho de que está teniendo lugar una tertulia radiofónica de primera.

16 de junio de 2010

El mojo de Leave of grass

Habría que empezar diciendo que esto no se trata del poema de Walt Whitman con el mismo título que tiene versos como este: Quien camina una milla sin amor, se dirige a su propio funeral/ envuelto en su propia mortaja; / Y yo y tú, sin tener un centavo, / podemos comprar lo más precioso de la tierra… Bueno, aunque al final aparece el libro en una mesa de jardín. Tampoco va de la forma descrita en la sinopsis (parafraseando): La historia de dos hermanos gemelos que idean un plan para engañar a un traficante de drogas. Ok, la marihuana está siempre presente, es casi un actor de reparto; pero no, esto no es de junkies y dealers. Es difícil decirlo. La película a primera vista parece simplona, sin saber para donde llevarnos y a ratos resulta forzada, sin embargo la he visto tres veces porque esconde algo más profundo de lo que parece mostrar en su primera capa de piel, a diferencia de, digamos, la tan promocionada, predecible, aburrida, insipida The Bounty Hunter de Jennifer Aniston y el tipo de 300.


En pocas palabras podría tratar acerca de, sin ser una historia a lo Salinger, una familia disfuncional del excéntrico estado de Oklahoma que se ha separado por varios años: Está el padre asesinado décadas atrás por mafiosos, al involucrarse en negocios ilícitos y tomar decisiones estúpidas, a pesar de tener el IQ de un genio; la madre drogadicta y ex - hippie que le toleró todo a sus hijos y ahora vive en una cárcel porque no quiere ver en lo que se han convertido estos; el hermano gemelo número uno que desde pequeño leyó a Shakespeare, siempre se comporta racionalmente, ha tratado de borrar todo su pasado (incluido el acento) e imparte exitosamente clases de filosofía en una de las universidades Ivy League de la Costa Este; y el hermano gemelo número dos que se dedica a producir y comercializar marihuana con un nuevo sistema de cultivo, inventado por él mismo, que al parecer la vuelve mucho más potente y orgánica. O la otra opción para saber lo que tiene Leave of grass podría estar en la doble actuación camelónica de Edward Norton, alguien que no ha tenido la suerte de Val Kilmer (ha interpretado a Batman, a Jim Morrison y al Elvis Presley del porno, John Holmes), pero que sabe elegir sus personajes, sino recordemos al neurótico narcotraficante en su última día de libertad en The 25th hour, el racista de American History X o al narcoléptico trabajador de una aseguradora en el día y anarquista radical en la noche en The fight club; y que acá, a lo Nicolas Cage en Adaptation, es el hermano uno y el hermano dos que se encontrarán en una peculiar situación. Una actuación que no es la mejor de su carrera, pero que al representar personajes tan diferentes, tiene la oportunidad de hacer lo que quiera: Excéntrico, sarcástico, ignorante, demasiado culto, asustadizo, provocador, racional, inconsciente. Razones válidas, sumadas a que LOG me gustó porque aparece la guapísima y perdida Keri Russell o por la casi perfecta y sencilla banda sonora llena de música del Sur de pocos acordes, con canciones como la de Steve Earle, Lonely are the free.


El director y actor Tim Blake Nelson nació en Oklahoma. Es lo que, además de lo mencionado en el párrafo anterior, define el mojo de la película: Una historia casi personal contada con mucho humor negro (por algo la serie Weeds es una comedia con toques delirantes al punto de parecer una alucinación, al igual que un viaje de hierba), con personajes, costumbres y estereotipos que conoció y con los que vivió durante gran parte de su vida. Sin elegancia, con mucho empuje y corazón (y con razones para sentirse orgulloso por el trabajo realizado) nos recuerda que del pasado no se puede escapar, hay que lidiar con él, agarrar lo bueno y seguir en paz, sabiendo que en casa siempre nos esperan. Como cantaban los extintos Cruks: uno vuelve, uno vuelve, uno vuelve a su interior/ uno vuelve, uno vuelve, uno vuelve al lugar en que nació...




12 de junio de 2010

Lo que pasa cada cuatro años

Varios años atrás el periodista John Carlin escribió acerca de la Ruanda post-genocidio, que para mantener la paz, recibir el perdón y reunir a las tribus tutsis y hutus (víctimas y victimarios, respectivamente), después de que los prisioneros realizaran trabajos en las aldeas a cambio de amnistía, se organizaban partidos de fútbol entre ambos bandos con las gradas llenas de aficionados de los dos grupos. El fútbol como un instrumento para la reconciliación, y una Copa Mundial en Sudáfrica como motivo de alegría y orgullo para todo un continente azotado que muchas veces ha utilizado a este deporte de opio, como símbolo de esperanza ante toda la corrupción y horrores vividos; un deporte que además es la vuelta a la niñez para cualquier persona y la llave a la felicidad para todos los atentos y despistados, de la forma en que el Negro Fontanarrosa nos decía que a su tía le gustaba ver a la selección gaucha jugar porque en una de esas, de imprevisto, su esposo la abrazaba.



El día de ayer empezó un nuevo Mundial de fútbol. Un mes entero que se espera por cuatro cansinos y monótonos años. Este es el quinto que disfrutaré plenamente. Clavado frente a la televisión lo mejor que he visto sucedió en el certamen anterior cuando Zidane, casi solo, le dio un baile a Brasil en cuartos de final, el equipo que jugaba al 4-2-4 porque no sabía dónde meter tantas figuras de ataque; el favorito fue eliminado por un hombre. Y aunque muchos veteranos podrán decir que no se compara con Platiní, Zico, Pelé, Maradona y compañía, a mi favor está recordarle que somos la generación que no se asusta con la escena de la ducha en Psicosis. Son muchos recuerdos que empezaron con el torneo celebrado en Estados Unidos, el mismo donde Salenko metió cinco goles en un partido, Romario hizo de las suyas con la defensa, Rumania me parecía el mejor equipo y la final la vi una tarde de julio con el brazo enyesado porque el día anterior me lo habían quebrado jugando fútbol; y sintiéndome parte del momento en Corea-Japón, llegando tarde a clases de la universidad porque los partidos terminaban a las ocho de la mañana, cuando por fin Ecuador logró la clasificación; momento que se repitió en Alemania, cuando incluso el jefe de tan buen humor te dejaba salir temprano o llegar temprano para que además de ver los juegos de la selección puedas salir a celebrar.

Madrugamos por ver a los equipos jugar y no por la cantidad de comodidades en un hotel, los accesos en infraestructura, el nivel desarrollo en varios barrios, los lujos que se dan algunos en este mes futbolero, las celebridades asistentes, o por la puta Copa de la vida de Ricky Martin o el Waka-waka de Shakira, actores de reparto (importantes pero no los principales) que varios periodistas, más sociólogos o antropólogos en sus comentarios que analistas de fútbol, utilizan para desestimar la primera Copa del mundo celebrada en África. Son esos juegos los que nos hacen parte de la historia, un momento colectivo que llega cada cuatro años (cambiamos de presidente en menos tiempo), instantes donde se concentran varios momentos de la vida, y entre la graduación de la universidad, un diplomado, una pelea con la novia está el gol del Tin a México, el remate mal pateado, en octavos de final, de Carlos Tenorio con el arco frente a él, la falta inexistente que luego sería gol de Beckham y la amargura de no haber estado entre los ocho mejores.



8 de junio de 2010

Una chica Almodóvar (mas guapa que cualquiera)

En una isla paradisíaca, dentro de un hotel lujoso de egipcias sábanas blancas, la femme fatale ve a su amante paralizado, en un gesto petrificado de lucha por su vida, producto del exceso de pasión (seis polvos seguidos en alguien con más de sesenta años puede causar la mejor forma de morir existente), mientras ella sale del baño. No intenta revivirlo ni llama a urgencias esperando salvarle la vida. No hay signos de angustia, desesperación en su rostro. Se sienta tranquilamente junto al reciente cadáver, enciende un cigarrillo y al mismo tiempo que sus mejillas se iluminan, arquea su ceja en señal de «¡que se le va a hacer!». El hombre que está a su lado no está muerto, pero todos los que vemos la escena en el cine sentimos que el corazón se nos detiene. Así es: Penélope Cruz nos puede matar en cualquier instante con solo una mirada.

Cada vez que Pedro Almodóvar se encuentra filmando una película no me mata el saber que lo está haciendo, ni la trama; pero al final de cuentas la termino viendo. Cuando era pequeño lo recuerdo como el tipo que vistió de mujer a Miguel Bosé en Tacones lejanos, y con varios amigos a veces nos topamos discutiendo cuál es la mejor entre toda su filmografía. Algunos dicen Todo sobre mi madre, otros Mujeres al borde de un ataque de nervios. Yo me quedo con Hable con ella por lo surrealista del guión (PC no actúa). Lo que no se puede discutir es que cada vez sus películas son más detalladas, con esa estética pop art tan calibrada que parece que sus personajes viven en una realidad de ensueño. Y al igual que en Los abrazos rotos, donde cada plano es casi perfecto (sin por esto olvidar que es su trabajo más light), el director español ha sabido pulir a su musa al máximo, creándole un personaje casi irresistible.

Aunque en una frase de su película, al describirla, se menciona que es demasiado guapa para ser graciosa, personalmente, no me parece tan guapa como Eva Green o Scarlett Johansson; y en las primeras actuaciones de renombre que tuvo, como Vanilla sky o Pretty horses, con su pésimo inglés, casi daba lástima. Sin embargo, los últimos años, cada vez que Almodóvar la usa es un regalo poder verla. En Los abrazos rotos, tan acostumbrada a realizar papeles marginales, la película más cinéfila del director, hace de la chica humilde metida en problemas (un clásico del cine) queriendo ser actriz. Y ahí la podemos ver en la película que está dentro de la película vestida a lo Audrey Hepburn, con peluca rubia lacia y platino con rizos a lo Marylin Monroe. Cada una es una fotografía para enmarcar, y sus gestos pareciera que ocurrieran en cámara lenta, robándose toda la atención, resplandeciendo sobre el resto en una historia donde los chicos Almodóvar, en esta ocasión, son más importantes que las féminas.


Cantaba Sabina, Calamaro y Fito que aunque no era la más guapa del mundo/ juro que era más guapa que cualquiera. Habría que dedicarle esa canción a Penélope, que parece una actriz de cine clásico. Alguien a la que no tiraríamos por las escaleras, a diferencia de su inescrupuloso amante en esa bendita escena, que ya es un patrimonio audiovisual por las tantas cosas que han pasado en los peldaños, y que es el momento cumbre de la otra Chica Almodóvar que es su película.

6 de junio de 2010

Born to be wild


«Sentirte como Jim Morrison no te convierte en Jim Morrison, pero no sentirte como Jim Morrison te convierte en casi nada. Yo nunca saldría a la calle sin sentirme como Jim Morrison o Dennis Hopper por lo menos» nos dice Ray Loriga en su novela Días extraños. Lo conocía y sabía que era un gran actor de una contestataria generación, sin embargo no entendía la parte de Dennis Hopper hasta que vi Easy Rider. Una road-movie, un western en motocicletas acerca de dos personajes que deciden recorrer los Estados Unidos, conociendo a varias personas y conociendo la discriminación, deseando llegar al Mardi Grass en New Orleans luego de ganar dinero y su libertad gracias a la venta de varios kilos de cocaína. Encontrarse a uno mismo en las carreteras acompañado de la música de Steppenwolf, Jimmy Hendrix, Jefferson Airplane y otros marcó una época, y DH, que era un hipster (siempre adelantándose a los hechos), se transformó en la cara de la contra-cultura norteamericana con la película que dirigió, escribió y co-protagonizó.

Pero no sólo era Easy Rider, ni el eterno actor secundario que podía sin problemas meterse en la piel de personajes extremadamente complejos como el psicópata gánsgter Frank Booth en Blue Velvet y el perturbado fotógrafo seguidor del coronel Kurtz (Marlon Brando) en Apocalipsis now; o los villanos que interpretó en los noventas como el vengativo terrorista de Speed y el serbio General antiguamente servidor de Milosevic que buscaba la muerte de David Palmer y Jack Bauer en la primera temporada de 24. Ni tampoco el fotógrafo que retrató la cultura de los sesentas llenas de psicodelia, happenings entre celebridades, las marchas por los derechos civiles y las rutas de su país (recientemente se publicó un libro con las imágenes que capto con su cámara); ni el coleccionista amigo de Warhol y Basquiat. Hopper respiraba y vivía por el arte (actor, director, guionista, fotógrafo, escultor). Tal vez eso fue lo que lo salvó y lo convirtió en un sobreviviente.
Conocido por sus extravagantes fiestas y sus excesos con el alcohol y las drogas, llegando a decir que diariamente consumía dos litros de ron, 28 cervezas y tres gramos de cocaína, fue amigo de James Dean, con el que filmó Rebeld without case, Giant y además lo introdujo en la fotografía, y del cual dijo que su muerte lo impactó como pocas cosas lo habían hecho; compañero de juergas de Elvis Presley cuando El Rey recién arribaba a California; republicano amante de las armas que en una ocasión con su metralladora M-16, luego de una pelea con su novia, casi demuele a tiros las paredes de su residencia en Taos (y por lo cual varios de sus amigos decidieron llevarse sus colecciones de fotos y varias obras de arte para preservarlas); tachado en la lista negra de Hollywood en los setentas, al parecer muerto al igual que su personaje que vuela de su Harley Davidson al final de Easy Rider; Hopper renació de entre las cenizas, después de haber sido encontrado desnudo en las selvas de México en un viaje alucinógeno que lo llevó a plantearse la rehabilitación, iniciando a partir de los ochentas su carrera más prolífica en el cine.

Se sorprendió de haber llegado a los 70 años porque no pensaba siquiera que alcanzaría los 30. En su funeral su hijo recitó el poema de Walt Whitman Leave of grass, ese que dice (maltraduciéndolo al español): Y yo y tú, sin tener un centavo, podemos comprar lo más precioso de la tierra… Y no hay oficio ni profesión en los cuales el joven que los sigue no pueda ser un héroe… Esperamos que haya alcanzado la paz en el final de ese viaje que fue su vida y que empezó con las guitarras de Born to be wild y el estribillo (otra vez mal traducidas): Como un auténtico hijo de la naturaleza/ Nacimos para ser libres/ Podemos escalar muy alto/ No quiero morir nunca/ Nacido para ser libre/ Nacido para ser libre…


2 de junio de 2010

Un viaje que terminó


Ha pasado un año desde que compré un diario Página 12 en Bs. As. Violeta Gorosdicher trataba de explicar el intento de captar la “América Profunda” de David Lynch, después de un viaje por carretera alrededor de los Estados Unidos, en Interview Project. La idea: entrevistar a personajes anónimos que encontraban en la ruta. Demasiado sencillo. La realidad pura y dura. Desde el mes de junio del 2009, en la página web del director (no dirige las entrevistas pero se ve su mano en la edición), se colgaba cada tres días un episodio nuevo. El jueves pasado se proyectó el último; y ahora finalizado el recorrido, y que al comenzar con cierta incertidumbre no sabía que esperar del mismo (incluso escribí algo en ese entonces), no me queda nada más que transmitir en pocas líneas algo acerca de lo que vi de los Estados Unidos.

Los lugareños de Arizona son verdaderos camaleones tratando de enmendar sus errores; en Utah se respira tranquilidad; los texanos tienen en su mayoría historias duras; la excentricidad de los residentes de Oklahoma es capaz de perturbar a cualquiera; en Arkansas y Georgia Dios está en primer lugar; Alabama es un rincón que se niega a dejar el pasado; en las Carolinas son tolerantes, aventureros y soñadores; Virginia, Pensilvania, Michigan y Ohio son lugares de gente pesimista y recta en su comportamiento; en New York las personas tienen algo de bohemio; en Tennessee la tradición manda; para los de Indiana el mundo es el paraíso; en Wisconsin los sueños no existen, sólo trabajar; Iowa parece una película de motociclistas con un bar abierto 24/7; en Minnesota las leyendas se toman en serio; Wyoming es un desierto de casas donde sus habitantes no paran de irse; y los de Montana no le encuentran sentido al materialismo.


Retratos comunes que sin generalizar muestran rasgos de un estilo de vida, el alcanzar el sueño americano o morir en el intento; y que además de varias películas tipo Away We Go, Into the wild, Elizabethtown y Easy Rider (ojalá Dennis Hopper siga cabalgando su Harley en rutas celestiales y tenga varias conversaciones con Marlon Brando), a pesar de que tuve mi rato de anti-norteamericano-lector-de-Las-venas-abiertas-de-América-Latina, y si me dan la visa, espero hacer un recorrido por EUA (exceptuando Miami, que con palmeras y pésimas series de tv ambientadas en sus playas me trae algo de repulsión). Teniendo como sitios seguros Louisiana por el jazz, Carolina del Sur por sus solitarias playas, toda la Costa Este por sus verdes senderos y sus ferias de langostas, Tennessee por Nashville, Oregon por el grunge y sus cocineros, sin importar quedarme por un largo tiempo en Dakota del Sur, un lugar en el que al parecer terminan las personas con buenas historias según IP.

Son 121 episodios contados en primera persona. El entrevistado habla acerca de su pasado, lo que es vivir en su localidad, sus arrepentimientos, esperanzas y la forma en la que le gustaría ser recordado; con primeros planos de sus rostros, sus manos, además de tomas de sus hogares, de las calles llenas de secretos, objetos que podrían decir mucho de su vida, acompañada de música folk que le da el toque estético a cada video que dura entre tres y cinco minutos. Desde personas que les gustan los cachorritos hasta mujeres que han sido violadas por sus padres, pasando por veteranos de Vietnam y la Segunda Guerra Mundial, otros que dedican su día a ver las nubes y uno que intentó prenderse fuego. «La gente cuenta sus historias. Es tan fascinante mirarlos hablar, conocerlos. Es algo humano, no pueden quedarse afuera de eso» nos explica David Lynch en la presentación. Pasando del conócete a ti mismo de su libro Atrapando al pez dorado a conocer al resto. La materia prima de sus obras, como tan bien lo menciona VG, tratando de captar lo bizarro del american way of life.

Thoreau decía que «en vez de amor, dinero o fama, dame la verdad». ¿Cómo encontrarla? ¿Viajando igual que él? ¿Construyendo una cabaña en la mitad del bosque? ¿Y si es así en qué bosque, a través de qué carretera? Lynch está ayudando a contestar esas preguntas y espera que nos unamos en su recorrido.

P.D. En Youtube se encuentran pocos videos de Interview Project, acá la página con el viaje completo.



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