No sé si sea por esa borrachera que en este momento llevo por dentro, a cuestas y orgulloso, con tanta mierda laboral encima y varias pérdidas de gente que he conocido; pero releyendo este post que escribí dos años atrás de la fenecida Amy Winehouse - iniciando con un poema que le dedicó el mismísimo Joaquin Sabina -, lo que le dedique a ella pienso que es de las pocas cosas de las que me siento orgulloso. Verdadero amor para la mejor voz de esta generación. Así que no quisiera poner algo nuevo sino recapitular. Clavado de cabeza con el Black to back y mandándolo a la casa de la reverenta verga a todos aquellos que se interesan más en los pleítos que en el arte que nos dejó.
La chica de la casa de los vinos:
La mosquita muerta de nariz judía,
piernas de alfiler, pezón de silicona,
caracola en bolas, amapola umbría,
zulo de entretiempo, culo de persona.
Detesta la gloria dulce fracasita
Detesta la gloria dulce fracasita
porque la memoria le provoca estrés,
temprano es muy tarde y
las casas de citasa ciegas
se mueren dos citas después.
Porque el caso es que zapeando mi rutina
entre gran hermano, Alaska y Mickey Mouse
entre gran hermano, Alaska y Mickey Mouse
yo me quedo con la basca sin gomina
que alucina con los pedos de Winehouse.
Patrona del último, ebria satanasa,
Patrona del último, ebria satanasa,
más negra que el negro que te hace los coros,
se queda tan corta que siempre se pasa
saltando peldaños del apaño al foro.
Tu viejo en el taxi, tu Blake en la trena,
tu agente sudando, tu gente contigo,
la vida es un grano de pus con verbenas
blues del alma en pena, corazón amigo.
Virus del oído, nido de cualquiera,
novia de Carpanta, fan de Mortadelo,
sigue siendo tú pero no te nos mueras,
sigue siendo tú pero no te nos mueras,
canta, canta, canta, marujita en celo.
Así la describe Sabina, en un poema publicado en la revista Interviú, a aquella veinteañera de vida intrépida y desordenada que solo se siente a gusto con un vaso de licor en una mano y sosteniendo el micrófono con la otra. Y tal vez alguna sustancia psicotrópica en la intimidad de su alcoba. Una especie de híbrido de Janis Joplin y Nina Simone que con su extravagante peinado y sus enclenques piernas y brazos llenos de tatuajes, con bizarro estilo pineup girl de los cincuentas, te resulta imposible de creer que de sus cuerdas vocales salgan esas poderosas melodías de estilo soul que es lo mejor que se escucha actualmente.
En la resaca de ayer del día de San Valentín, después de tanto mercantilismo sentimental y ambiente decorado de rojo, con ganas de escuchar algo realmente verdadero, un concierto de Amy Winehouse pasado por cable fue un surrealista regalo. En un íntimo escenario con candelabros, tenues luces, su mestiza banda y un recatado público, a través de la pantalla, Amy se pasó. Mezclando indie con soul y mucho jazz, creando esa música atrayente y con cierto toque nostálgico, te paralizas por dos horas, aguantando incluso los comerciales, cada dos temas, del irrespetuoso canal, pensando de donde puede salir tanta belleza.
Mi lado ortodoxo y conservador siempre ha estado ligado con la música. Pocas veces acepto las mezclas (a excepción de Los fabulosos cadillacs), y lo clásico (entiéndase por Eric Clapton, The Rolling Stones, The Beatles y otros grandes) es lo único que está guardado en mi laptop. Un purista por falta de fe. Pero Amy Winehouse es una grata sorpresa entre tanta Kate Perry, Spears, Aguilera y el grupo de figuritas que piden que otros les escriban sus canciones (lo nuevo de ACDC y Metallica al ser ellos viejitos, es otra cosa).
Cada vez que la Winehouse se mete en problemas por agresiones o por su consumo de drogas y los medio de prensa lo aprovechan como primicia, pienso, al igual que otros lo hacen con Charly García (Amy y Charly comparte ese estilo demoledor de hoteles), que si algo le pasa a ella, nosotros estaremos perdiendo a la mejor voz femenina de esta generación. Y su talento no termina en su majestuosa voz que perdurará más que los desechables músicos de hoy, también es capaz de escribir canciones tan punzantes y emotivas como back to black (que le da nombre a su disco) y tears dry on their own, que actualmente se están utilizando para enseñar poesía en Cambridge y se están comparando con los poemas de Walter Raleigh del siglo XVI. Solo escuchen la emotividad de Love is a losing game que, misericordemente entre tanta basura, nos regala la chica judía de la casa de los vinos.
Así la describe Sabina, en un poema publicado en la revista Interviú, a aquella veinteañera de vida intrépida y desordenada que solo se siente a gusto con un vaso de licor en una mano y sosteniendo el micrófono con la otra. Y tal vez alguna sustancia psicotrópica en la intimidad de su alcoba. Una especie de híbrido de Janis Joplin y Nina Simone que con su extravagante peinado y sus enclenques piernas y brazos llenos de tatuajes, con bizarro estilo pineup girl de los cincuentas, te resulta imposible de creer que de sus cuerdas vocales salgan esas poderosas melodías de estilo soul que es lo mejor que se escucha actualmente.
En la resaca de ayer del día de San Valentín, después de tanto mercantilismo sentimental y ambiente decorado de rojo, con ganas de escuchar algo realmente verdadero, un concierto de Amy Winehouse pasado por cable fue un surrealista regalo. En un íntimo escenario con candelabros, tenues luces, su mestiza banda y un recatado público, a través de la pantalla, Amy se pasó. Mezclando indie con soul y mucho jazz, creando esa música atrayente y con cierto toque nostálgico, te paralizas por dos horas, aguantando incluso los comerciales, cada dos temas, del irrespetuoso canal, pensando de donde puede salir tanta belleza.
Mi lado ortodoxo y conservador siempre ha estado ligado con la música. Pocas veces acepto las mezclas (a excepción de Los fabulosos cadillacs), y lo clásico (entiéndase por Eric Clapton, The Rolling Stones, The Beatles y otros grandes) es lo único que está guardado en mi laptop. Un purista por falta de fe. Pero Amy Winehouse es una grata sorpresa entre tanta Kate Perry, Spears, Aguilera y el grupo de figuritas que piden que otros les escriban sus canciones (lo nuevo de ACDC y Metallica al ser ellos viejitos, es otra cosa).
Cada vez que la Winehouse se mete en problemas por agresiones o por su consumo de drogas y los medio de prensa lo aprovechan como primicia, pienso, al igual que otros lo hacen con Charly García (Amy y Charly comparte ese estilo demoledor de hoteles), que si algo le pasa a ella, nosotros estaremos perdiendo a la mejor voz femenina de esta generación. Y su talento no termina en su majestuosa voz que perdurará más que los desechables músicos de hoy, también es capaz de escribir canciones tan punzantes y emotivas como back to black (que le da nombre a su disco) y tears dry on their own, que actualmente se están utilizando para enseñar poesía en Cambridge y se están comparando con los poemas de Walter Raleigh del siglo XVI. Solo escuchen la emotividad de Love is a losing game que, misericordemente entre tanta basura, nos regala la chica judía de la casa de los vinos.