Una gigantesca lagartija, llamada Godzilla, que aparece del fondo del océano de vez en cuando para destruir Tokio – la que apareció en NY en una patética película con Mathew Broderick no es la misma de acuerdo a un comentario nipón en otra cinta – no puede ser más que una ironía, sarcamo, a las prueblas nucleares realizadas en la isla Bikini y a las catástrofes de Hiroshima y Nagasaki. Las consecuencias. Lo que es totalmente real es el dolor y el drama sufrido por las víctimas de época de segunda guerra mundial, los pescadores del relato de Kenzaburo Oe que apareció en el Página 12, y todos los actuales evacuados de Fukushima que deben comer cierto tipo de algas con yodo que supuestamente los protegerá. Pareciera que cada generación japonesa de los últimos cien años está expuesta a una especie de maldición radioctiva. Amelie Nothomb mencionaba en su libro Ni de Eván ni de Adán, durante su viaje a Hiroshima, que ninguna nación podría mostrar con tanta solemnidad, con tantas pocas ganas de generar lástima, el horror vivido con el Proyecto Manhattan. Con el terremoto y tsunami no se vieron saqueos, ni ningún tipo de vandalismo o caos, aunque de acuerdo a Ryu Murakami (también en Página 12) los comestibles sí escasearon y la gasolina se acabó. Nadie duda que Japón volverá.
Respecto a lo que hoy sucede en Fukishima, específicame en los reactores nucleares; porque los diarios nacionales publiquen cada vez más cortas noticias acerca de la situación, no significa que la crisis esté controlada, sino que la historia va pasando de moda. En el caso de Chernóbil, los liberales a favor del uso de la energía atómica culpaban al comunismo por el desastre con total razón; su irresponsabilidad para tomar las medidas correctas no salvó millares de vidas. En la crisis actual de Japón, ¿se debe culpar al capitalismo? Después de todo es una compañía privada la responsable. Tampoco es motivo de celebración para los activistas de Greenpeace y el resto de ecologistas, así el partido verde haya derrotado al de Angela Merkel en Alemania. Ni jactarse porque tenía razón en la cuestión de riesgos. Por muy limpia que resulte la energía nuclear quedan las dudas de si estamos preparados para asumir el reto.
Respecto a lo que hoy sucede en Fukishima, específicame en los reactores nucleares; porque los diarios nacionales publiquen cada vez más cortas noticias acerca de la situación, no significa que la crisis esté controlada, sino que la historia va pasando de moda. En el caso de Chernóbil, los liberales a favor del uso de la energía atómica culpaban al comunismo por el desastre con total razón; su irresponsabilidad para tomar las medidas correctas no salvó millares de vidas. En la crisis actual de Japón, ¿se debe culpar al capitalismo? Después de todo es una compañía privada la responsable. Tampoco es motivo de celebración para los activistas de Greenpeace y el resto de ecologistas, así el partido verde haya derrotado al de Angela Merkel en Alemania. Ni jactarse porque tenía razón en la cuestión de riesgos. Por muy limpia que resulte la energía nuclear quedan las dudas de si estamos preparados para asumir el reto.
En materia ambiental hay algo llamado el principio de precaución, que según Wikipedia – quien mejor para resumir – “es un concepto que respalda la adopción de medidas protectoras cuando no existe certeza científica de las consecuencias para el medioambiente de una acción determinada”. Concepto de locos para los pensadores de libre mercado que creen que con eso se les está quitando su libertad. Según los hechos actuales en Japón a quien no se respetó fue al ser humano, exponiendo a millares de vidas a posibles futuros problemas de salud. Oe en su artículo continuaba diciendo que cuando Japón fue derrotado en la guerra, con la nueva Constitución se declararon “tres principios no nucleares” (no poseer, manufacturar ni introducir en el territorio armas nucleares). Los cuales no se cumplieron desde que EEUU empezó a introducir bombas atómicas en el archipiélago. “Una nación pacifista amparada bajo el paraguas nuclear de los Estados Unidos”. Como lo pensaba Murakami, queda la esperanza… de que termine la maldición.