31 de marzo de 2011

La maldición


Una gigantesca lagartija, llamada Godzilla, que aparece del fondo del océano de vez en cuando para destruir Tokio – la que apareció en NY en una patética película con Mathew Broderick no es la misma de acuerdo a un comentario nipón en otra cinta – no puede ser más que una ironía, sarcamo, a las prueblas nucleares realizadas en la isla Bikini y a las catástrofes de Hiroshima y Nagasaki. Las consecuencias. Lo que es totalmente real es el dolor y el drama sufrido por las víctimas de época de segunda guerra mundial, los pescadores del relato de Kenzaburo Oe que apareció en el Página 12, y todos los actuales evacuados de Fukushima que deben comer cierto tipo de algas con yodo que supuestamente los protegerá. Pareciera que cada generación japonesa de los últimos cien años está expuesta a una especie de maldición radioctiva. Amelie Nothomb mencionaba en su libro Ni de Eván ni de Adán, durante su viaje a Hiroshima, que ninguna nación podría mostrar con tanta solemnidad, con tantas pocas ganas de generar lástima, el horror vivido con el Proyecto Manhattan. Con el terremoto y tsunami no se vieron saqueos, ni ningún tipo de vandalismo o caos, aunque de acuerdo a Ryu Murakami (también en Página 12) los comestibles sí escasearon y la gasolina se acabó. Nadie duda que Japón volverá.

Respecto a lo que hoy sucede en Fukishima, específicame en los reactores nucleares; porque los diarios nacionales publiquen cada vez más cortas noticias acerca de la situación, no significa que la crisis esté controlada, sino que la historia va pasando de moda. En el caso de Chernóbil, los liberales a favor del uso de la energía atómica culpaban al comunismo por el desastre con total razón; su irresponsabilidad para tomar las medidas correctas no salvó millares de vidas. En la crisis actual de Japón, ¿se debe culpar al capitalismo? Después de todo es una compañía privada la responsable. Tampoco es motivo de celebración para los activistas de Greenpeace y el resto de ecologistas, así el partido verde haya derrotado al de Angela Merkel en Alemania. Ni jactarse porque tenía razón en la cuestión de riesgos. Por muy limpia que resulte la energía nuclear quedan las dudas de si estamos preparados para asumir el reto.
En materia ambiental hay algo llamado el principio de precaución, que según Wikipedia – quien mejor para resumir – “es un concepto que respalda la adopción de medidas protectoras cuando no existe certeza científica de las consecuencias para el medioambiente de una acción determinada”. Concepto de locos para los pensadores de libre mercado que creen que con eso se les está quitando su libertad. Según los hechos actuales en Japón a quien no se respetó fue al ser humano, exponiendo a millares de vidas a posibles futuros problemas de salud. Oe en su artículo continuaba diciendo que cuando Japón fue derrotado en la guerra, con la nueva Constitución se declararon “tres principios no nucleares” (no poseer, manufacturar ni introducir en el territorio armas nucleares). Los cuales no se cumplieron desde que EEUU empezó a introducir bombas atómicas en el archipiélago. “Una nación pacifista amparada bajo el paraguas nuclear de los Estados Unidos”. Como lo pensaba Murakami, queda la esperanza… de que termine la maldición.

28 de marzo de 2011

Mi enfermedad


La voz en off dice que por fin está haciendo lo que siempre ha querido. Termina con un final feliz. Se queda con la chica y el empleo. Aparecen los créditos y no dejo de preguntarme ¿por qué no dirigió Love and other drugs Cameron Crowe? El tipo que mejor cuenta historias sencillas, que baja de las nubes y convierte en realidad los pequeños sueños, que llena de música cada escena. La película daba para tanto y se quedó a medias. A ratos una comedia juvenil, a ratos bastante sexual, extremadamente cursi en alguna escenas, inaguantable en pequeños pasajes y brillantes en otros, por momentos quiere ser una crítica al sistema. Una independiente chica con Parkinson y un ganador que puede con los que se venga. A Ed Zwick, acostumbrado en apologías al hombre blanco como Blood diamond y The last samurai, no le resultó jugar a lo Jason Reitman (aunque Up in the air resultó un asco), tratando de crear en Jake Gyllenhaal a un nuevo Jerry "show me the money" McGuire. Le resultó muy grande la tarea. Sin embargo hay que agradecerle por mostrar a Anne “Catwoman” Hathaway por varios deleitables minutos como Dios la trajo al mundo. De mis favoritas. Mi enfermedad.

24 de marzo de 2011

Niños malditos

Noventa pesos me dijo el vendedor de la librería de la calle Corrientes mientras se amarraba una coleta. Hice cuentas y eran casi treinta dólares para la época. Noventa mangos resultaba mucho si todavía me faltaba recorrer kilómetros y kilómetros de la avenida repleta de novelas y cuentos a precio de liquidación. Quise hacer la de muchos de esos argentinos en la misma situación que yo, que lo hacen para pasar la tarde o por una verdadera pasión. Hacer eso de quitarle el envoltorio de plástico a la novela, sentarme en alguna escalera, en completa soledad, y empezar a leer lo escogido. Se veía muy delgado, más pretencioso de lo que parecía o me imaginaba que podía hacer, y poco memorable. Quería algo que si iba a pesar en mi mochila y recorrer medio continente sea de tanta importancia como llevar un pulmón de transplante para un familiar, o como la maleta de metal que llevaba por toda Francia el tipo en Ronin. El nombre de Tim Burton no me convenció en esa ocasión. Ahora me arrepiento.

La melancólica muerte del chico ostra es un poemario (¿o libro de cuentitos?) que se puede leer en poco más de una hora. Me arrancó una sonrisa. Ahora todo lo digo y veo en rimas. Y eso que no es tan divertido. Aunque sus personajes son niños, no son relatos para infantes. Son para mayores que quieren recordar los viejos tiempos, la infancia. Burton crea un mundo lleno de crueldad, ironía, histeria; de niños malditos, pocos normales, totalmente freaks con los que te identificas de una. El dolor y la muerte siempre están presentes. Pocos finales felices hay (antídoto para la cursilería de los cuentos de hadas). Sin embargo sirve para cualquier rato de amargura, para desconectarse de la realidad y olvidar los fondos de reserva, la mala atención en el IESS, las deudas, porque lo que se ve y lee (demoníacos gráficos de trazo sencillo) tiene esa esencia de un pequeño de diez años que ha vivido siglos, que habla con la verdad, llenando hojas de personajes malditos.

No resulta indispensable pero es una suerte (como aire fresco, perfecto para esos viajes de trabajo) que Scribd lo haya publicado en su versión completa…


P.D. Por equidad de género dejo dos buenos. Uno de niños y otro de niñas...
CHICA VUDÚ:



CHICO MOMIA:

20 de marzo de 2011

Maldita vida la mía


Ree vive en un lugar que es parecido al mundo pero no es el mundo que conocemos, al menos el que muestran las películas de adolescentes. Casi apocalíptico. Frío. Hostil. Estéril. Desierto. De colores muertos, casas en escombros, perros encadenados. Desesperanzado y algo cruel. Ninguno de sus habitantes sonríe, nadie se ve feliz, los niños juegan solos. Un lugar alejado de los ojos de Dios, en lo más profundo de la América Profunda; en los bosques Ozark, Missouri. Debe tener algo (sino mucho) en común con el helado pueblo de Minnesota de donde Bob Dylan escapó, de las solitarias y desoladoras cumbres de Montana, con hombres trabajando dieciocho horas al día, de las que se arraigó Jim Harrison para escribir sus novelas y poemas, aunque a quien más se parece es al escenario del fin del mundo de la The road de Viggo Mortensen. La vida es siempre dura. Los inviernos mortales. Tierra de hombres que forman su carácter y su propia moral en tiempos de vacas flacas, sólo que acá no hay al final sueño americano, únicamente sobrevivientes (y muertos vivientes). Y como siempre las cosas pueden ir peor, Ree deberá continuar luchado a contracorriente, haciéndose cargo de lo que no le corresponde. Heredando la carga de los padres.

Winter’s bone debe ser de las pocas películas que al verla me han dado ganas de ir corriendo a comprar la novela. Pasando por alto ciertos momentos que sobran como el de su protagonista queriendo alistarse en la marina, o sin poder transmitir toda la carga emocional que se quiere (Teardrop al romper el vidrio delantero de uno de los autos del mafioso del pueblo), y hasta divagar sin saber qué camino tomar, resultó una agradable sorpresa encontrarla. No literalmente agradable que es un término que incluso suena irónico para este caso, porque la cinta de Debra Granik no te suelta, no te da ninguna oportunidad para tomar aliento, recuperarte y seguir con la lucha. Cine negro en los bosques. De igual forma que mencionaban en Página 12: un macabro cuento de hadas. Acá no es necesaria la violencia para mostrar el terror, bastan las expresiones de la sublime Jennifer Lawrence. Y esa crueldad en cada uno de los cuadros exhala una belleza casi invisible, que se mezcla con el vaho que sale del frío suelo.


Se mueve a paso lento la historia contada en el cine, como si Daniel Woodrell estuviera leyendo su obra en alguna cafetería desconocida, con la cámara siempre sobre Jennifer Lawrence, siguiéndola a todas partes, describiendo su atroz cotidianeidad. Después de todo Winter’s bone (la película) parece una novela actuada, de dos horas, siguiendo el ritmo de la literatura, donde el entorno habla mucho del carácter de los protagonistas. “Nunca pidas lo que te debe ser ofrecido” sólo puede salir de la boca de alguien sobre quien recae una pesada carga, de quien debe criar a otras parecidos a ella y que fue criada entre constantes amenazas y ningún privilegio, y que a la hora de elegir el camino escogió el más difícil, el correcto.

El CD pirata que el dealer de confianza me vendió es una copia del DVD original. Con escenas alternas, comentarios, subtítulos sin errores, excelente edición. Un buen regalo. No es épica, difícilmente se propagará y quedará en la memoria de grandes audiencias (tipico de Sundance), y por sus oscuras (casi psicópatas) intenciones es probable que no la ponga por una tercera ocasión en el televisor. Sin embargo me gusta saber que tengo ahí mi copia, sobre el escritorio, como un objeto de culto que no lo es… ¿?

16 de marzo de 2011

Jazzología 2.0


Una vez hubo un Louis Amstrong que tocaba sus hermosas frases en el barro de Nueva Orleans; antes que él, estaban los músicos locos que habían desfilado en las fiestas oficiales y convertido las marchas de Sousa en ragtime. Después estaba el swing, y Roy Eldridge, vigoroso y viril, que tocaba la trompeta y sacaba de ella todas las ondas imaginables de potencia y lógica y sutileza... miraba su instrumento con ojos resplandecientes y amorosa sonrisa y transmitía con él al mundo del jazz. Después había llegado Charlie Parker, un niño en la cabaña de su madre en Kansas City, que tocaba su agudo alto entre los troncos, que practicaba los días lluviosos, que salía para escuchar el viejo swing de Basie y Benny Molten, en cuya banda estaban Hot Lips Page y los demás... Charlie Parker dejó su casa y fue a Harlen y conoció al loco de Thelonius Monk y al más loco aún de Gillespie... Charlie Parker en sus primeros tiempos cuando flipeaba y daba vueltas mientras tocaba. Era algo más joven que Lester Young, también de Kansas City, ese lúgubre y santo mentecato en quien queda envuelta toda la historia del jazz; mientras mantuvo el saxo tenor en alto y horizontal era el más grande tocándolo, pero a medida que le fue creciendo el pelo y se volvió perezoso y despreocupado, el instrumento cayó cuarenta y cinco grados, hasta que finalmente cayó del todo y hoy lleva zapatos de suelas muy gruesas y no puede sentir las aceras de la vida y apoya el saxo contra el pecho y toca fríamente y con frases muy fáciles. Esos eran los hijos de la noche bop americana.

En el Camino, Jack Kerouac.

13 de marzo de 2011

Tres oscarizadas

EL REY HA HABLADO.
Bonita. Mona. Arreglada, correctamente maquillada, con la bisutería apropiada, vestida de época, acompañada de emotivas notas de piano, sin importar que quien rellenará el atuendo sea una cualquiera, The King's speech es el tipo de película hecha para agradar a los críticos y llevarse premios. Los productores felices por el bajo presupuesto invertido y los logros alcanzados (tiene el aval de la Reina). Apuesta segura. No importa que la historia sea inmediatamente olvidada, la de un rey tartamudo, y se vea a una realeza de carne y hueso, motivo para continuar venerándola y hablar de ella, como ahora que son tiempos de boda.

Comienza como una fina comedia que a ratos se burla de la monarquía, con un rey tratando de superar todos sus impases y defectos físicos, para convertirse en una de esas películas de boxeadores que se preparan para el gran combate por el título mundial, sólo que en este caso la música de fondo es clásica. Ahí se lo ve a Jorge VI entrenando al estilo de Rocky, blasfemando y realizando ejercicios para mejorar la pronunciación, y un Geofrey Rush en su papel del irreverente y amante de la obra de Shakespeare terapista de lenguaje Lowe, transformado en un pseudo Mickey que poco a poco va moldeando a su pupilo hasta llegar al momento cumbre, al discurso de tiempos de guerras, que es sublimemente interpretado por Collin Firth, en los únicos minutos que erizan la piel (bien merecido el Oscar pero el año pasado por A single man).

El Rey recibe felicitaciones y todos contentos. Pareciera que nadie se da cuenta de lo que vendrá con la II Guerra Mundial. Ni siquiera el mísmisimo Winston Churchill…



FAMILIA MODERNA.


¿Punk? Por lo irreverente y no tanto por lo violento. Anarquista en el buen sentido. Lo que agrada en Sundance o cualquier festival de cine independiente. The kids are alright es una de esas películas que trata de mostrar la vida cotidiana de las familias de los suburbios norteamericanos, cada uno de sus miembros con sus problemas propios y problemas en conjunto. Sólo que en este caso quienes están a cargo de este hogar, las cabezas, son un par de lesbianas. Un par de lesbianas que utilizan camisetas “cools” y bastante progresistas a primera vista, que han criado a un buen par de hijos para la ira de los republicanos y los miembros del Club 700.

La directora Lisa Cholodenko supo definir a los personajes, los llenó de personalidad y singularidad, únicos (hippie a su manera en el caso de Mark Ruffalo que se pasa en su papel, madres punk, hija llena de valores y futura congresista, hijo competitivo y deportistas). A cada uno los puso en situaciones distintas y después los unió, pasando todos con calificación notable. El punto más destacable en el guión, al que lo acompaña una muy buena banda sonora. Annette Bening tiene a otra familia perfecta, luego de American Beauty, a punto de derrumbarse, y se hubiera llevado de largo el Oscar tan sólo con el cautivante momento en que canta All I want de Joni Mitchell, si Aranofsky no le hubiera ofrecido un papel de doble personalidad a Natale Portman.

Como la pasajera visita del egoísta donante de esperma, todos los problemas son temporales…



LUCHAS EN LA CALLE, NO TANTAS EN EL CUADRILÁTERO.


Las películas de boxeo más que del deporte hablan sobre un momento particular en la vida de los estadounidenses (el entorno), historias de crisis económicas, de tipos que vienen de abajo, de las calles, de bares donde se fabrican sueños y se buscan salidas. A The fighter lo que menos le interesa son los ring. Pareciera que David O. Russell y los guionistas se encontraron con un par de anécdotas de luchadores y quisieron ver hasta donde llegaban. Desembarcaron en el pueblito de Lowell en Massachusetts (donde nació el mismísimo hombre beat Jack Kerouac) y le agarraron tanto cariño a los personajes (los hermanos Ward) y al lugar que no podían salir sin algo de allí. Involucrando en el camino (más Kerouac) a Christian Bale, Melissa Leo, Walhberg, Amy Adams (cada vez más guapa) y cada uno de los que iban formando parte del proyecto.

Con The fighter lo primero que se viene a la mente es Christian Bale. La del, también, caballero de la noche debe ser una de las mejores interpretaciones de los últimos veinte años. Se come la pantalla. Simplemente genial, demente, acelerado en revoluciones. Hace lo que quiere y es quien dirige el show; aunque Walhberg (Micky) es el protagonista, de quien queremos saber más y que salga en cada escena es Dick. En el discurso del Oscar Bale le agradeció al personaje real por ser como es. Siempre vale la pena conocer gente llena de errores. En Lomas de Sargentillo trabajaba en un proyecto de cultivos orgánicos y el organizador del recinto era un tipo igual a Louis Armstrong, que se ganaba la confianza de cualquiera y al final terminó fugándose con su cuñada, pidiéndome un par de dólares sin saber yo para qué era. Algún cuento, crónica o perfil que valga la pena debe salir de ahí. Sin juzgar está a disposición la materia prima de todos esos desconocidos que pasan frente a sus ojos.

David O. Russell no sabe dónde a dónde dirigirse ni que terminará contando con su película. El campeonato es un simple relleno. El reparto es el que se hace presente.




9 de marzo de 2011

Ya nada importa


Ésta es la crónica de una muerte anunciada: Walter White es un buen tipo. Un buen vecino. Un buen profesor. Un buen padre (casi ejemplar). Un buen esposo. Nunca se aprovecha de nadie. Deja las cosas pasar. No le pone mala cara a la mierda que lo rodea y bombardea. No se queja. Tuvo la oportunidad de ser rico, más joven, y no la tomó (por orgullo, por no confrontar, por pendejo). Ahora endeudado, con la hipoteca persiguiéndolo, su hijo con parálisis cerebral y su esposa embarazada en un momento no conveniente, a los cincuenta años la vida le regala un cáncer. Al pulmón. Inoperable. Ese punto de inflexión es lo que vemos. Lo que queda de su corta existencia, el comienzo, lo que vale la pena contar. La historia de un hombre dispuesto a hacer cualquier cosa para dejarle algo a su familia, una herencia, un futuro, tranquilidad; y de paso para vengarse de todo el tiempo que desperdició, coger al fin al toro de los cuernos y arrastrarlo al matadero. El más grande antihéroe que la televisión ha visto anda suelto produciendo metanfetaminas en el vasto desierto de Nuevo México.

Breaking bad es una serie de culto por excelencia. Una serie de cambio. Un cuadro en lento movimiento de una metamorfosis, de un tipo que tras subir una empinada cuesta, su castigo, su cruz, llegará al dark side por voluntad propia. Resulta incomprensible entender cómo una historia que cuenta poco muestra tanto, y al final siempre termino con un ¡QUE DEL HIJUEPUTA ESTA HUEVADA!, levantándome del sofá como si me hubieran inyectado adrenalina directo al corazón. Cada temporada parece una larga película que se extiende por horas y por semanas, aunque todo lo que se relata sucede en un puñado de días, meses, en contado escenarios. Una novela desesperada. Deprimente y con humor negrísimo. No es facilona a lo CSI o Bones donde todo se resuelve rápido, se ajusta a la perfección para televidentes a los que les da pereza pensar. Acá hay mucho en medio y el relleno está bueno. Los capítulos mezclan ese estilo, a veces innecesario pero diferente, a lo Tom Scott en Hombre en llamas de cámaras en alta velocidad, mucho zoom y efectos visuales, con el silencio, esterilidad, la monotonía de la vida común, los pasillos llenos de sueros y enfermos de cáncer, los planos del desierto, dándole un estilo de los hermanos Coen: Entre cocinar drogas caseras y llevar una vida decente. Lleno de secretos. Bryan Cranston (anteriormente el jocoso padre desesperado de Malcolm y ahora Walter White) tiene el papel de su vida en una serie llena de elogios y que en dos temporadas no se ha vendido ni suavizado.



Lo mejor de Breaking Bad está en que termina pareciéndose a la química que tanto menciona, otro personaje principal. Toda acción tiene su reacción. Y su director ejecutivo Aaron Spelling (guionista de The X Files) muestra todos los daños colaterales y el proceso de aceptar las consecuencias. La adicción, la vida de los vagabundos, lo que es meterse con dealers dementes, una hermana cleptómana, ver a todos tus compañeros de la DEA morir en el desierto de Sonora, un esposo siendo abandonado por su mujer, un hijo siendo rechazado por sus padres, un padre devastado que estrella dos aviones por accidente, un conserje que es acusado injustamente por narcotráfico. Walter al principio se mete a algo que desconocía, que sólo había visto en películas. En el primer capítulo ya debe matar a un traficante. En el tercero, sin haber cocinado nada de metanfetaminas desde entonces, asesina a sangre fría a otro, asfixiándolo lentamente con el seguro de una bicicleta. Deja morir de sobredosis a la novia de su compinche, Jesse Pinkman; un estudiante que dejó los estudios y que se mete en un montón de problemas, que al contrario de lo que todo el mundo cree de esa vida llena de glamour y dinero con la venta de drogas, en más una ocasión ha terminado embarrado en mierda (una literalmente), y que quien lo interpreta, Aaron Paul, se gradúa de actor en el episodio en el que deben hacerse cargo para que el negocio no se les vaya de las manos, cuando siendo productores y distribuidores un frecuente consumidor le roba a uno de sus vendedores la mercadería, poniéndolo en el altar en uno de los mejores momentos de la televisión que he visto. Jesse empieza a simpatizar y a Walter es imposible no perdonarle todo por mucho de que sus actos carezcan totalmente de moralidad. Poco a poco nos van llevando también al lado oscuro.

Ver como se desarrolla el guión es tener un palco directo al patíbulo, esperando el momento de una ejecución. Nada bueno puede suceder al final, y lo que presenciamos es cómo poco a poco los personajes van descendiendo, manchando todo lo que tienen a su alrededor con sus cadáveres descompuestos. El dinero es otra droga a perseguir. La adrenalina la de los espectadores.

Dos domingos más y se estrena nueva temporada…




6 de marzo de 2011

Generación F


Lo notable de The social network es que con muchos factores e influencias en contra mantuvo la dignidad, no se rebajó. Pudieron haberla hecho fácil como James Cameron con Titanic, que terminó grabando una historia de amor al estilo The Big Gatsby, sólo que sin alcanzarla, cuando puedo haber dirigido la mejor película de todos los tiempos con semejante trama (el hundimiento del barco). Imaginen un romance de dos desconocidos con gustos similares que pertenecen a un mismo grupo, luego se agregan como amigos y empiezan a comentarse sus estados; o un desquiciado que acosa a mujeres por la información y fotos que publican en sus perfiles. Blockbusters seguros. Pero no fue así. Se nota que sus realizadores, protagonistas y todo el equipo de trabajo la quisieron y cuidaron. Que David Fincher y el guionista Aaron Sorkin a pesar de toda la burla, escepticismo y decepción previa que existía en el ambiente se tomaron en serio el proyecto. Lo único que se le puede reprochar es que termina en la mejor parte, cuando uno está más que acomodado en el asiento y espera que se prolongue por horas y horas.

Sin grandes efectos, de una manera sobria, limpia The social network retrata a una generación. Si se hubiera estrenado un par de años atrás tal vez le hubiera quitado el título de “Película de la década” a la historia de carreteras de David Lynch, Mullholland Drive. Más que una competencia por la puesta en escena, la belleza de los cuadros, la capacidad en la dirección y lo afilado de los diálogos la pugna la hubiese ganado TSN por mostrar los tiempos de hoy en día casi que en directo. La creación del Facebook es el McGuffin para ahondar en el mundo en que vivimos. Puede que Mark Zuckerberg en la vida real sea un buen tipo y no un imbécil que se esfuerza en serlo, pero lo que se ve en la pantalla no deja de ser verdadero. La ambición, traiciones, los empresarios transformándose en rockstars, los geeks como nuevos yuppies, la creencia del sentido de amistad aunque esto sólo sea escarcha, los millones de dólares, la doble moral, la falta de comunicación (hablar) y pérdida de privacidad, pudiendo cualquier post o publicación en internet destruir una reputación, cagar una vida. La soledad impuesta. Bienvenidos al siglo XXI.

David Fincher, injustamente, no obtuvo el Oscar a Mejor Director, pero a punta de historias contadas se ha ganado el título de uno de los grandes cronistas de los actuales tiempos; y en The social network se encuentra su mejor trabajo. Destila arte por donde se mire. Con la película todos se gradúan, desde Jesse Eisenberg en su papel de acelerado genio con más de dos gigas de memoria RAM y un Andrew Garfield lleno de personalidad, pasando por la visceral composición de Trent Reznor (“The perfect drug” de NIN es un himno) que es la soledad pura y dura, y el guión sin fisuras de Aaron Sorkin que está acompañado con esos planos de Harvard (la élite) y lo que sucede en el inaccesible interior, para muchos, del campus, el lugar (los dormitorios, salas de estar y no tanto las aulas) donde se cocinan las ideas y empiezan las disputas.

El primer pensamiento con la palabra Facebook que hoy en día viene a la mente es el de las protestas en Egipto, Bahréin, Túnez y Libia. ¿Mark Zuckerberg habrá tenido la visión de que su idea iba a servir hasta para derrocar a casi monarquías que se habían instalado en el poder por décadas?... Para los que hubieran preferido una película con este entorno sólo queda decir que tranquilos, ya vendrán algunos buenos documentales...


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