De Guayaquil a Esmeraldas y de Esmeraldas a Guayaquil en tres días... 19 horas al volante por trabajo. Dos rutas distintas... Guayaquil - Balzar - Quevedo - Santo Domingo - Esmeradas - Mompiche el miércoles (11 horas por un par de choques que formaron 2 kilómetros de colas)... El viernes Mompiche - Pedernales - Jama - San Vicente - Bahía de Caráquez - Rocafuerte - Crucita - Portoviejo - Jipijapa - Guayaquil (8 horas sólo parando para poner gasofa). Hogar dulce hogar (sesión de 15 horas inenterrumpidas de sueño)... Todo por trabajo... No sé si odiarlo por sacarme la batimadre de cansancio, o agradecer por pagarme y dejamer conocer todo el Ecuador...
1012 kilómetros dice Google Maps. El tacómetro de mi auto marca 1270 km. Mi cuerpo dice varios años luz... Sigo tan cansado que la descripción tipo crónica del camino queda para otro rato...
Sin querer hacerle publicidad a las compañias de cable... Altamente recomendado. Desde ayer "The wire" por Cinemax - primer episodio -. Esa serie que es tan real como un puño viniendo a tu cara
Sobredosis de ocupación. Trabajo hasta en la cama. Casi un yuppie... Nunca creí ser una de esas personas sin tiempo para nada, pero acá estoy. Hace tres semanas que quería escribir algo de la película de J.J. Abrams, Super 8: De mis favoritas de este año. Un viaje a la infancia, a esos largometrajes ochenteros con tinte moralista aunque bien logrados, donde (a lo Gabo) desde un pequeño pueblo se quiere retratar al mundo. Sacarte de la realidad y meterte en otra cosa parecida que no es. La verdadera razón de ir al cine. Desconectarse y enchufarse con otro voltaje. Esto no es una crónica cinematográfica pero si lo fuera se trataría de la experiencia de ver Super 8, y no de lo que pasa en la pantalla. Ya pasaron más de veinte minutos. Mucho tiempo. De vuelta a la maldita madurez...
Vía intravenosa tengo metida la música de la segunda temporada de Treme. La escucho por todas partes. Baila, da giros en mi cabeza. Malabarismo. La busco. Olvido los nombres pero no los ritmos. ¿Cómo se llama esa de Louis Armstrong que empieza con un lamento y el bueno de Batiste le enseña a sus alumnos como máximo acto de creación? Algo con la palabra blues (que termina siendo West end blues, solo que no llega en el momento). Y la que toca el hijo del jefe indio Lambreux en NY. Ésa es más vieja. Por ahora recuerdo al holandés sin talento en las calles entonando Bassin street blues. Down the Mississippi... La busco en Youtube esperando encontrar algo de la vieja escuela. Cincuenta años atrás. Sorpresa a medias. Suena a clásico, pero quien canta y hace vibrar el saxofón es una niña de catorce años, contemporánea. ¿Quién diablos es Andrea Motis?Seguramente una reencarnacióndel espíritu de NOLA. Lleva el jazz en las venas. Ternura y sabiduría. De un rato acá me doy cuenta que empiezo a descargar todo lo relacionado con sus actuaciones. Piel de gallina, sensación de emoción en la nuca. Siempre es bueno llevarse sorpresas. Toca compartirlas. Altas probabilidades de maldición al no esparcir lo que vale la pena de este mundo...
Allá en la gélida Islandia, un lugar del que casi nunca nos enteramos lo que pasa por su alto estatus de vida – entre paréntesis aburrido –, un año atrás luego del fuerte azote financiero y el plan de ajuste por la recesión mundial algo curioso, aunque sabio, ocurrió: no fue el hecho de que un comediante haya la ganado la alcaldía de la capital Reikiavik prometiendo lo incumplible, sino una consecuencia: para pactar con la oposición el major sólo pedía una cosa: que sus compinches políticos se hayan visto todos los episodios The Wire. Esa novelita rusa que transcurrió y transcurre en Baltimore, Maryland (la tierra donde Edgar Allan Poe acabó con sus días en medio del delirio). Nada raro, excéntrico o descabellado (al igual que ver a Michael Williams – Omar Little – dando conferencias en la universidad de Harvard) para aquellos que hemos presenciado ese estudio de nuestra sociedad, y tal vez la gran obra de este siglo. Una serie que no es realista sino real mencionaba Rodrigo Fresán. La verdad tan dura como puños.
Cable a tierra. Cabeza fría una semana después, sin toda esa emoción que hace que uno escriba como desenfrenado, un ser irracional que habla con la emoción, recuerdo haberme sentado y preparado para ver el último episodio de The Wire, sabiendo que después de sesenta horas (de la forma recomendada: de un solo tirón porque es imposible aguantar una semana) nada iba a ser igual que antes. Un vaso de vino, un cigarro y mucha nostalgia. Tom Waits cantando Down in the hole. El final fue un disparo al pie, el dolor de haber perdido un dedo. Los personajes mejor diseñados en la historia de la televisión diciendo adiós. La maestría en el guión de Burns, Simons, Price y otros. Capítulos llenos de historias al parecer insignificantes, pero a la larga todo se conectaba. Caras que se volvían familiares y conocidas. Casi todas con un trágico destino. Y en verdad dolía cuando algo pasaba: Omar con sus aires de gitano, ese silbar y su viril homosexualidad muriendo en las manos de un niño y el espectador esperando que todo sea un juego. Bodie acribillado injustamente en una de las tantas equinas anónimas. Frank Sobotka caminando hacia el puente sin conocer su fatal destino. Cine negro con algo de western la ocasión que Omar se encuentra con Brother Muzzone. La escena de los diez mil fucks para burlarse de CSI. Los niños de la cuarta temporada sin salvación alguna. Snoop aterrorizando a Stephen King. El intento de suicidio del bueno de Bubbles - mi personaje favorito -. It´s all in the game.
Los historiadores hablan de que Marx escribió El Capital como una fábula de horror luego de haber visto las precarias condiciones de los obreros durante la Revolución Industrial. Simon hizo lo mismo con una ciudad olvidada. Entres sus crónicas periodísticas pudo observar a su ciudad desnuda, sin maquillaje, y la retrató tal cual y elaboró una obra maestra de la corrupción, doble moral e ineficacia en todos los ámbitos – desde los políticos hasta los dealers – de nuestros tiempos ante ciertos males. Y ahí es donde todo pasa: al aire libre con los ruidos de sirenas y pistolas automáticas. Pienso en Guayaquil y no estamos muy lejos: municipales persiguiendo a informales, basureros clandestinos en Bastión Popular y las mafias de la basura. Ladrones por doquier. Policías haciendo de la vista gorda y solicitando que no se los critique. Vigilantes de tránsito recibiendo coimas a diestra y siniestra. The Wire no puede ser lo que es sin poner como personaje principal a la ciudad. Que se joda el espectador promedio con series en las que todo se resuelve fácil. Mostrar la forma en que todo se conecta con todo. Atesorarla al igual que se hace con el Ulysses de Joyce o las grandes tragedias griegas. McNulty en la última frase diciéndole al vagabundo que es hora de ir a casa. Por dos meses, quien la ve, siente a Baltimore propia.