En la economía también existe distinción a la hora de hacer cumplir las reglas. Uno como individuo puede estar altamente endeudado y el Estado difícilmente vendrá a pagar tus cuentas; pero si eres un CEO o accionista de alguna gran empresa en apuros, no tienes porque angustiarte, el Estado estará ahí para salvarte con la vieja y efectiva fórmula: socializamos las pérdidas (pero las ganancias siempre serán privadas).
Y esta ley de que los grandes siempre son rescatados se cumple a carta cabal.
Así queda como una gran mentira aquello de la “independencia de los bancos centrales”, porque con los salvatajes y planes de reactivación económica en los Estados Unidos y los países europeos podemos apreciar, con lujo de detalles, como estas instituciones nacionales han seguido subordinadas a los necesitados de capital financiero.
Y los únicos beneficiados, o por los menos ilesos a esta debacle financiera, han sido aquellos que quebraron las instituciones ahora rescatadas con el dinero de todos los contribuyentes. Estos personajes salieron tranquilos por la puerta de atrás con sus estratosféricas indemnizaciones (golden parachutes).
El reportaje del diario EL PAIS de España: Culpables, millonarios e impunes, escrito por Ramón Muñoz, nos muestra como estos directivos y consejeros de las grandes corporaciones, además de sus grandes sueldos, planes de incentivos, vacaciones, jets de campos y clubs privados a costa de la empresa, han podido retirarse a descansar a sus hogares con grandes sumas de dinero. Las cinco mayores firmas de Wall Street (y casi todas estas salvadas por el Gobierno norteamericano): Merryl – Lynch, JP Morgan, Lehman Brothers, Bear Stearns y Citigroup han pagado más de tres mil millones de dólares en los últimos cinco años a sus ejecutivos.
Stanley O´Neill de Merryl - Lynch recibió 161 millones de dólares por salir de la firma una vez que fue absorbida y Charles Prince de Citigroup se llevó 40 millones de dólares por hacer lo mismo; algunos de los directivos de AIG se fueron a celebrar a Monarch Beach, con dinero público, que el Departamento del Tesoro Estadounidense había decido inyectar 85 mil millones de euros en sus arcas; y como estadística macro, mientras que en los últimos 10 años el salario de los empleados norteamericanos se ha incrementado en un 7%, los ingresos de los directivos han crecido en un 45% (esto gracias a la total libertad que se les daba para inflar los valores de las empresas. A alguno ejecutivos no se les pagaba un sueldo sino que sus incomes dependían del valor de la acción de la compañía, así se justifica la ambición de la gran mayoría).
El FBI ya ha abierto algunas actas de investigación pero hasta la fecha no existen indicios de sanciones contra los responsables, y lo más probable es que no pase nada; ¿o acaso fueron acusados de negligencia los directivos del FMI que acentuaron las crisis financieras en Rusia y los países asiáticos, o las calificadoras de riesgo que el mismo día que algunos bancos se declaraban en bancarrota daban puntajes “Triple A “ a estas instituciones financieras (y ahora debemos creerle la cifra de riesgo país que da para el Ecuador)? Ante esta cíclica impunidad nada más queda que citar a los sabios de Joaquín y Fito: llueve sobre mojado.
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