Ok… Confieso que sólo los escuché porque en 500 days of summer les hacen una de esas referencias tan evidentes como únicamente el cine indie es capaz de hacer. Era una de las canciones favoritas del personaje de Zooey Deschanel; y Zooey fue tan imperfectamente perfecta en la película que debías saber lo que le gustaba, irresistible pasar por alto sus recomendaciones. Un par de días. Un par de canciones. La del chico con la correa árabe. Ahí quedaron. Antes que a Belle & Sebastian prefiero a Los Smiths.
Muy feliz incluso en la melancolía. Muy coral para mi gusto. Demasiado bajo perfil. Dueños de canciones perfectas para final de temporada de una serie con alto cometido romántico. Y sin embargo en la penúltima edición de Página 12 me encuentro con Rodrigo Fresán dedicándole varios párrafos que a cualquier otra agrupación le gustaría que le dediquen: Una apocalíptica historia, la recomendación de un libro y el remake argentino de una gringa comedia romanticona de los ochentas. De lo último el soundtrack a cargo de Belle & Sebastian, para recordar cómo eran los momentos perfectos antes de la gran nevada. En la prehistoria un concierto en el Luna Park de Buenos Aires que ya pasó.
Abro las primeras páginas de las Lecturas tatuadas de Jorge Velasco Mackenzie y pienso que debería acompañarla con algo de Julio Jaramillo, o salsa de estilo “Cabo Rojeño” para adentrarme en las letras de alguien siempre obsesionado con retratar a Guayaquil y sus personajes. Lo hago escuchando Belle & Sebastian. No sale un arcoíris pero la luna está intensamente redonda y amarilla. Viva como un queso. Podría ser peor.
Muy feliz incluso en la melancolía. Muy coral para mi gusto. Demasiado bajo perfil. Dueños de canciones perfectas para final de temporada de una serie con alto cometido romántico. Y sin embargo en la penúltima edición de Página 12 me encuentro con Rodrigo Fresán dedicándole varios párrafos que a cualquier otra agrupación le gustaría que le dediquen: Una apocalíptica historia, la recomendación de un libro y el remake argentino de una gringa comedia romanticona de los ochentas. De lo último el soundtrack a cargo de Belle & Sebastian, para recordar cómo eran los momentos perfectos antes de la gran nevada. En la prehistoria un concierto en el Luna Park de Buenos Aires que ya pasó.
Abro las primeras páginas de las Lecturas tatuadas de Jorge Velasco Mackenzie y pienso que debería acompañarla con algo de Julio Jaramillo, o salsa de estilo “Cabo Rojeño” para adentrarme en las letras de alguien siempre obsesionado con retratar a Guayaquil y sus personajes. Lo hago escuchando Belle & Sebastian. No sale un arcoíris pero la luna está intensamente redonda y amarilla. Viva como un queso. Podría ser peor.
Melodys:
Por Rodrigo Fresán
Por fin, poco antes de la Gran Nevada y de la Primera Mudanza hacia ese nuevo gran planeta tan parecido a como alguna vez fue el nuestro, alguien tuvo la buenísima mala idea o la malísima buena idea de encarar una remake de ese clásico del cine púber conocido como Melody. Hubo, claro, muchas discusiones en cuanto al casting (hasta se intentó la recuperación de muestras de ADN de los restos del reparto original). Y resultó gracioso que la producción fuera idea y responsabilidad de Argentina (una de las contadas potencias ecológicas económicas, donde el film original había tenido tanto éxito en los años grises de su estreno, a principios de los años ‘70) y que, por un par de meses, los estudios de Patagonywood se disfrazaran de una Londres que ya no existía, una Londres que había desaparecido bajos las frías aguas del calentamiento global tanto tiempo atrás.
Abundaron las polémicas, las peleas, los enfrentamientos varios en las calles de fans fundamentalistas y progres; pero nadie discutió que el soundtrack de la nueva versión estuviera compuesto por canciones de esa vieja banda eternamente juvenil conocida como Belle and Sebastian. Y es que la elección era perfecta: esas melodías traviesas, esas vocecitas juguetonas, esa perfecta capacidad para cantar y rimar y musicalizar el acto de enamorarse: de caer dentro y fuera del amor.
Alguien recordó entonces que Belle & Sebastián había visitado y tocado en Buenos Aires en la primavera del 2010. Pocas semanas antes habían editado el perfectamente titulado Belle & Sebastian Write About Love. Por entonces –esas fotos en el cuadernillo, con miembros del combo eternamente estudiantil bautizado a partir de un clásico francés para niños líricos posando leyendo a Keats– la “banda/idea” liderada por Stuart Murdoch había experimentado varias fracturas internas (maldita sea la histérica traidora Isobel Campbell) y perdido algo del apoyo cool-intelectual externo. De hecho, para muchos –síntoma terrible e inevitable que suele enfermar a toda buena idea pop– Belle & Sebastian era una especie de parodia involuntaria de Belle & Sebastian. No era tan así; pero algo de eso había y la historia fue primorosa y dolorosamente contada en el libro Belle & Sebastian: Just a Modern Rock Story de Paul Whitelaw (2005) y en el DVD Fans Only (2003). Una cosa sí era verdad: Belle & Sebastian ya no era lo que había sido por los tiempos de Tigermilk (1996), If You’re Feeling Sinister (también de 1996) y The Boy with the Arab Strap (1998). No podía serlo y posiblemente ya no le interesara serlo. Belle & Sebastian había aumentado la paleta de sus sonidos trabajando con productores más sofisticados y su inocencia afrancesada había caído ante la ferocidad entrópico-nihilista de Arcade Fire y su The Suburbs. Tampoco había en Belle & Sebastian Write About Love algo tan sentidamente perfecto como “Dress Up In You” (incluido en The Life Pursuit by Belle & Sebastian, del 2006). Y es que no es lo mismo ser cult que ser indie. Ser indie es ser cult con comodidades. Pero, aun así, en Belle & Sebastian Write About Love estaba esa preciosa “Calculating Bimbo” que es lo que vuelve a sonar, ahora, mientras en las pantallas de las salas de cine de las naves que nos llevan hacia la Nebulosa de Nim, Daniel Latimer y Melody Perkins se protegen de la lluvia y se besan en un cementerio.
Por Rodrigo Fresán
Por fin, poco antes de la Gran Nevada y de la Primera Mudanza hacia ese nuevo gran planeta tan parecido a como alguna vez fue el nuestro, alguien tuvo la buenísima mala idea o la malísima buena idea de encarar una remake de ese clásico del cine púber conocido como Melody. Hubo, claro, muchas discusiones en cuanto al casting (hasta se intentó la recuperación de muestras de ADN de los restos del reparto original). Y resultó gracioso que la producción fuera idea y responsabilidad de Argentina (una de las contadas potencias ecológicas económicas, donde el film original había tenido tanto éxito en los años grises de su estreno, a principios de los años ‘70) y que, por un par de meses, los estudios de Patagonywood se disfrazaran de una Londres que ya no existía, una Londres que había desaparecido bajos las frías aguas del calentamiento global tanto tiempo atrás.
Abundaron las polémicas, las peleas, los enfrentamientos varios en las calles de fans fundamentalistas y progres; pero nadie discutió que el soundtrack de la nueva versión estuviera compuesto por canciones de esa vieja banda eternamente juvenil conocida como Belle and Sebastian. Y es que la elección era perfecta: esas melodías traviesas, esas vocecitas juguetonas, esa perfecta capacidad para cantar y rimar y musicalizar el acto de enamorarse: de caer dentro y fuera del amor.
Alguien recordó entonces que Belle & Sebastián había visitado y tocado en Buenos Aires en la primavera del 2010. Pocas semanas antes habían editado el perfectamente titulado Belle & Sebastian Write About Love. Por entonces –esas fotos en el cuadernillo, con miembros del combo eternamente estudiantil bautizado a partir de un clásico francés para niños líricos posando leyendo a Keats– la “banda/idea” liderada por Stuart Murdoch había experimentado varias fracturas internas (maldita sea la histérica traidora Isobel Campbell) y perdido algo del apoyo cool-intelectual externo. De hecho, para muchos –síntoma terrible e inevitable que suele enfermar a toda buena idea pop– Belle & Sebastian era una especie de parodia involuntaria de Belle & Sebastian. No era tan así; pero algo de eso había y la historia fue primorosa y dolorosamente contada en el libro Belle & Sebastian: Just a Modern Rock Story de Paul Whitelaw (2005) y en el DVD Fans Only (2003). Una cosa sí era verdad: Belle & Sebastian ya no era lo que había sido por los tiempos de Tigermilk (1996), If You’re Feeling Sinister (también de 1996) y The Boy with the Arab Strap (1998). No podía serlo y posiblemente ya no le interesara serlo. Belle & Sebastian había aumentado la paleta de sus sonidos trabajando con productores más sofisticados y su inocencia afrancesada había caído ante la ferocidad entrópico-nihilista de Arcade Fire y su The Suburbs. Tampoco había en Belle & Sebastian Write About Love algo tan sentidamente perfecto como “Dress Up In You” (incluido en The Life Pursuit by Belle & Sebastian, del 2006). Y es que no es lo mismo ser cult que ser indie. Ser indie es ser cult con comodidades. Pero, aun así, en Belle & Sebastian Write About Love estaba esa preciosa “Calculating Bimbo” que es lo que vuelve a sonar, ahora, mientras en las pantallas de las salas de cine de las naves que nos llevan hacia la Nebulosa de Nim, Daniel Latimer y Melody Perkins se protegen de la lluvia y se besan en un cementerio.
Vimos Melody, Too tantas veces, flotando entre estrellas muertas y agujeros negros.
Y fue durante este largo viaje que se me ocurrió la idea de revisitar la saga de Antoine Doinel en versión musical con las canciones de Lloyd Cole mutadas al francés. Pero ésa es otra historia, otra película, otra música, otro planeta.
Belle & Sebastian se tocan en Buenos Aires mañana, lunes 15, en el Luna Park (Bouchard 465) a las 21.30 hs.
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