18 de noviembre de 2010

¿Los ricos también lloran?

Katy Perry inhalando coca en una fiesta en la playa. Lauren Conrad y las demás rubias plásticas de The hills armando una orgía, llevando en sus costosos bolsos correas y otros juguetes sados. – California gurls –. Anthony Kiedis y el resto de los Red Hot Chilli Peppers convertidos en vampiros, violando y golpeando a una quinceañera. Leyendo The informers tengo la sensación de estar presenciado – aunque nunca las vi – el dark side de los jóvenes de Beverly Hills 90210, Melrose Place. Sin perdón ni oportunidad para la redención. Charlie Harper, residente de Malibu, no es un tipo divertido, parece un demonio que se alimenta de almas.



Bret Easton Ellis antes de los veinticinco, gracias a Less than zero, se convirtió en millonario y se volvió famoso. El escritor de la Generación X. En The informers, después de haber publicado la amada y odiada American Psycho, vuelve al mundo donde se siente cómodo, que conoce bien. Retorna a personajes de anteriores historias. Nostalgia. Sus protagonistas son proyectos de celebridades. Con todas las comodidades, atractivos, bronceados, autodestructivos, adictos, pasan sentados en la piscina o viendo MTV, todo el día sin quitarse sus gafas Wayfayer. Tienen los trabajos soñados en estudios de cine y en compañías disqueras. Dueños del mundo. Cero responsabilidades. Y sin embargo lo que se cuenta resulta lacónico, aburrido.

Una docena de relatos cortos que tratan de formar una gran historia. Los protagonistas saltan entre cuentos, en unos son protagonistas en los otros sombras. La versión ochentera de las Nine Stories de Salinger. Los narradores seres anónimos que viven en un gran monstruo llamado Los Ángeles, de los que casi no se sabe nada, lo que vemos son flashes. El autor pretende desnudar a la clase alta californiana, pero las casi 150 páginas terminan engendrando un gran chisme donde se menciona cuantos millones tiene cada uno. A ratos drama y melodrama donde no pasa nada, en los márgenes tipos degollados, en el centro momias caminando sin saber que están muertas; en otros ratos un vampiro yendo al psiquiatra. El día a día de una madre de Bel Air: Me acuesto con un veinteañero, se me descompone el Porsche, hablo con una amiga que tiene una hija bulímica, paso por Brentwood, quiero inyectarle una burbuja de aire a mi esposo y ver como su cara se va a arrugando… Odio por leer esto. No es la trama sino lo tedioso del ritmo. Me pregunto si es esa la intención.

Empieza lento, muy lento. Una llamada por teléfono para recordar un verano que acabó. Acelera poco a poco, con un ritmo en gran parte aburrido y muy pobre, lleno de pereza, como si fuera el escritor un adicto al Valium, para continuar un poco más acelerados – el estilo sin esfuerzos se mantiene –, con personajes más oscuros contando su rutina, con una estrella de rock que disfruta golpeando a las groupies. Entre tanto desencanto y desolación vale rescatar la reunión del grupo amigos que han olvidado la muerte de uno de sus compañeros; frases que suenan a un ahogado silbido y que encantan de la manera en que puede encantar la actitud de alguien que espera que la vida se esfume; y las cartas de aquella chica venida de la Costa Este, cabello negro y algo snob, que termina convirtiéndose en una barbie californiana más, presenciando su metamorfosis.

Dudo repetirlo. Nauseas. No recomendable para conocer a Easton Ellis. Seguramente lo escribió a la maldita sea, mientras se masturbaba y pensaba en la beautiful people y en que necesitaba dinero. La cita de John Fante al principio del libro, resolviendo sus problemas acostándose en la cama, sin pensar mover un dedo, más que una cita debería ser una advertencia. El texto podría resumirse en dos frases: Nada pasa. El mundo no vale la pena.



...fue Dirk el que tuvo que sacar el cuerpo destrozado y ensangrentado del coche de Jamie, y el que hizo señas de que se detuviera a un tipo que iba camino de Las Vegas para construir una cancha de tenis y el tipo fue en coche al hospital más cercano y la ambulancia llegó setenta minutos después y Dirk la esperó allí sentado en el desierto con la vista fija en el cadáver. Dirk nunca habló mucho de ello, se limitó a darnos unos pocos detalles una semana después de lo que pasó: el modo en que fue dando tumbos, el BMW se deslizó por la arena, estrellándose contra un cactus, y cómo asomaba por el parabrisas la parte de arriba del cuerpo de Jamie; el modo en que Dirk tiró de él, lo puso a un lado, registró los bolsillos de Jamie para hacerse otro canuto. Muchas veces he tenido la tentación de ir hasta donde tuvo lugar el accidente y echar un ojo pero ya nunca voy a Palm Springs porque siempre que estoy allí me siento fatal y es un coñazo.

Por el amor de Dios, necesito un pico —dice él—. ¿Podrías prepararme tú la jeringuilla? La insulina está ahí —dice, haciendo un gesto. Se quita la chaqueta, se desabrocha la camisa. Mientras lleno una jeringuilla de plástico con insulina, tengo que resistir el impulso de llenarla de aire y luego clavársela en una vena y ver cómo se le contrae la cara, cómo se derrumba el cuerpo al suelo. Lleno la jeringuilla de insulina. Él deja al aire el antebrazo. Cuando clavo la aguja, digo:
—Eres un cabrón.
William mira al suelo y dice:
—No tengo ganas de seguir hablando.
Terminamos de vestirnos, en silencio, y luego salimos en dirección a la fiesta.

Recuerdo la película que hicieron sobre el grupo y la película era bastante ajustada a no ser porque los que la rodaron se olvidaron de añadir las interminables demandas por paternidad, la vez que yo le rompí el brazo a Kenny, el líquido claro de las jeringuillas, a Matt llorando durante horas, los ojos de las fans y las «vitaminas», la cara que puso Nina cuando pidió un Porsche nuevo, la reacción de Sam cuando le dije a Roger que quería hacer un disco en solitario, unos cuantos datos que pasaron por alto los que rodaron la película. Los que rodaron la película al parecer eliminaron la vez en que llegué a casa y encontré a Nina sentada en el cuarto de baño de la casa de la playa, con unas tijeras en la mano, y cortaron el plano de la cama de agua agujereada y vaciándose. El montador pareció situar equivocadamente la escena en la que Nina trató de ahogarse una noche durante una fiesta en Malibú y cortaron la secuencia que seguía donde le apretaban el estómago y también lo siguiente, donde se acercaba a mí y decía: «Te odio», y apartaba de mí su cara pálida, hinchada, con el pelo todavía empapado y pegado a las mejillas.

Acabo de ir a la cocina a por una Perrier y oí que un productor gordo y viejo le decía a un joven que se parece sorprendentemente a Matt Dillon que le desea y le necesita. ¿Por qué no me sorprende eso? Llevo mucho tiempo en Los Ángeles, Sean. Ya no me sorprende nada (!). ¿Me escribirás?

—No querrás quedarte embarazada, ¿verdad? Terminarías pariendo algún espanto. Un monstruo. Una especie de bestia. ¿Eso es lo que quieres? — pregunto—. Dios santo, hasta el que te practicara el aborto perdería la cabeza.

Luego, por fin su joven y perfecto cuerpo está desnudo y me mira a los ojos que tengo completamente empañados, negros y sin fondo, y ella se echa hacia delante, sollozando incrédula, y me toca la cara y yo sonrío y le toco el coño liso y sin pelo y ella dice: —Ten mucho cuidado. No me dejes marcas, ¿eh? Y luego yo suelto un grito y salto sobre ella y le abro el cuello y luego la follo y luego juego con su sangre y luego le desgarro el coño, de hecho se lo arranco del cuerpo, y chupo su estómago, intestinos, por la gigante cavidad rojinegra que acabo de formar, arrancando montones de carne, que uso de lubricante para masturbarme y después de eso, en principio, todo está perfecto.

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