UNO. Guayaquil, dos sábados atrás: La chica de Puerto Rico es bastante simpática. No parece ser de las que se arreglan por horas, se visten apretadas - combinándolo todo - y huelen a Victoria´s Secret, con Black Berry a la mano y el Pa Panamericano sonando con cada mensaje; más bien es un poco llenita, usa lentes de carey, arete en la ceja, y lleva puesta una holgada chompa y un cintillo de colores. Le dan un aspecto rasta sólo que sin las rastas. De forma tranquila y buena onda, en su stand de la Feria del libro, habla acerca del movimiento cartonero y explica que por esta vía cualquiera puede publicar un libro, levantar su editorial. La cosa es saber promocionarlo. El trabajo de ella. Pienso en Lisa Simpson creando su propio periódico.
«No me gusta la poesía» le digo a Marcela discretamente. La editorial sólo publica a poetas. Marcela tampoco es de versos, pero se enamora de la idea y compra un poemario: LSD. Una francesa adquiere otro que de la portada sobresale la mitad de un ala. No sé cómo lo llevará a Francia. No le digo nada. Es hora de irse. Damos las gracias a la puertorriqueña y aparece uno de los organizadores, con tono de “así es la vida”, preguntándole si es cierto lo del secuestro express. Fernando Balseca en su columna escribe del hecho, en el que él también estuvo. Nos quedamos callados. Nos vamos. Caminamos y Marcela me susurra que turro que le pase eso a un turista extranjero. Le pongo la expresión del organizador. Buscamos la salida. Me hago de las memorias de Velasco Mackenzie y firmamos, con pocas esperanzas, el libro para salvar el Yasuní. A Marcela le revisan el bolso. Estamos con las justas para cruzar el MAAC y llegar a Los amantes del cine – o algo así –, que en movida underground proyecta películas que rara vez se exhiben en la ciudad. Comento que el próximo año tengo ganas de ir al Cuyabeno. Es probable que no exista en la siguiente década. Hacer turismo para la nostalgia. Se lo propongo. Salimos.
DOS. Cuenca, durante un muy largo feriado: «6 y 30 de la mañana» se advierte. Quejas. Bromas. «¡Que hijueputa!». Quedamos así. Salir temprano. Domingo, 7 y 15, y nada. Llamo. En veinte por tu casa me contestan. Abro LA REVISTA y encuentro un especial de turismo gastronómico. Penipe, Cayambe y Puerto Hualtaco. Tortillas de piedra, locros y platos de mariscos son los productos estrellas. De los sitios he estado sólo en Cayambe. Comí los biscochos. Muy secos. A los productos los he probado todos. En otros lugares. Sigo esperando… Vamos para Cuenca, la ciudad con la mejor comida en el Ecuador, pienso. 111.92 kilómetros como dicen los letreros de la Revolución Ciudadana a partir de Tamarindo. Vías para volar. Llegamos en menos de tres horas.
Full Guayacos. Morlacos cabreados. Morlacos felices. ¡Vivan las fiestas! Pongamos todo caro. El Cafecito de ocho a quince dólares. Las discotecas, farándulas para monos, por entrar, sin consumo mínimo, veinticinco dólares. Viví más de un año en Cuenca. Primera vez que me siento turista. Yendo a sitios con hiper – inflación. Tiremos la plata en farra. Consuelo: Ruinas de Ingapirca. Visitar el Cajas. Despejar la mente. Resetearse. Buen paisaje. Hartos cigarros. Suerte, también, por la comida. De lo mejor para probar: Tigrillo cerca de la Artes del Fuego. Humitas en la Plaza de las Flores. Hot – dogs y pizza buenísima por el estadio. Hornado en Gualaceo y Sertag. No debe haber mejor ceviche que el manaba. Fritada que la de Atuntaqui. Pero en conjunto Cuenca, no por ser amante del cerdo y el cuy, sin precios exagerados, debe tener la mejor gastronomía ecuatoriana. Excelente sazón. Todo parece cocinado por artistas. Desde el mortal San Cocho hasta platos hindús en el centro. No hay economías a escalas.
Cinco días es exagerado para un feriado. Julio Verne decía que un hombre puede estar máximo dos años de vacaciones. Por lo económico un feriado debería tener límite de tres días. Cuatro para carnaval. Disfrutar el silencio de las afueras. Casi que regalar la plata durante las noches. Al regreso tocó reunir monedas para pagar el peaje. La cuenta del banco tiene un obeso cero. Se me ríe.
Full Guayacos. Morlacos cabreados. Morlacos felices. ¡Vivan las fiestas! Pongamos todo caro. El Cafecito de ocho a quince dólares. Las discotecas, farándulas para monos, por entrar, sin consumo mínimo, veinticinco dólares. Viví más de un año en Cuenca. Primera vez que me siento turista. Yendo a sitios con hiper – inflación. Tiremos la plata en farra. Consuelo: Ruinas de Ingapirca. Visitar el Cajas. Despejar la mente. Resetearse. Buen paisaje. Hartos cigarros. Suerte, también, por la comida. De lo mejor para probar: Tigrillo cerca de la Artes del Fuego. Humitas en la Plaza de las Flores. Hot – dogs y pizza buenísima por el estadio. Hornado en Gualaceo y Sertag. No debe haber mejor ceviche que el manaba. Fritada que la de Atuntaqui. Pero en conjunto Cuenca, no por ser amante del cerdo y el cuy, sin precios exagerados, debe tener la mejor gastronomía ecuatoriana. Excelente sazón. Todo parece cocinado por artistas. Desde el mortal San Cocho hasta platos hindús en el centro. No hay economías a escalas.
Cinco días es exagerado para un feriado. Julio Verne decía que un hombre puede estar máximo dos años de vacaciones. Por lo económico un feriado debería tener límite de tres días. Cuatro para carnaval. Disfrutar el silencio de las afueras. Casi que regalar la plata durante las noches. Al regreso tocó reunir monedas para pagar el peaje. La cuenta del banco tiene un obeso cero. Se me ríe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario