Tom Wolfe escribía (lo aprendí de Jesse – Ethan Hawke –, el escritor enamorado de una francesa en Before the sunset) en su Nota al lector al principio de El Ángel que nos mira, que somos la sumatoria de todos los momentos de nuestra vida, y nadie se sienta a escribir sin utilizar el barro de su propia vida, es imposible evitarlo. A Benjamín Espósito le sucede lo mismo. Alguien que parece un maestro de escuela rural o un pediatra que le gusta pasar el tiempo con niños, un buen tipo que hace las cosas correctas, y no un oficial judicial que debe lidiar todos los días con colegas corruptos, tipos con uniformes (la clase de tipo más agrandado, prepotente que puede existir), y con muerte y violencia. Alguien que no debería estar en el lugar donde está, pero al menos estando ahí hace su trabajo mejor que el resto. Espósito se ha jubilado y ha decidido dedicarle su tiempo libre a escribir y publicar una novela. La novela trata de la Causa Morales. Escarbar hasta el fondo la historia de un crimen. Más que del lado de Tom Wolfe, la historia está del lado de David Lynch o los hermanos Coen en Fargo.
Benjamín Espósito y la Causa Morales son los temas centrales de la película argentina que está causando sensación, con nominación a mejor película extranjera incluida en los próximos premios Oscar, El secreto de sus ojos (basado en la novela La pregunta de sus ojos del escritor Eduardo Sacheveri). Que no es exactamente un thriller, ni un drama, ni un romance, ni una comedia. Dividida por 25 años, vemos en algunas secuencias a Ricardo Darín (Espósito) con canas en 1999 y sin ellas en 1974, a quien le encargan la investigación del asesinato y violación de una joven esposa, sin saber que este hecho formará parte importante de su vida y lo arrastrará a lo largo de ella.
No es exactamente un thriller, ni un drama, ni un romance, ni una comedia, porque El secreto… tiene un poco de todo. Además de la investigación de La Causa Morales (el toque de thriller) está la relación de Espósito con su superior (Irene) , la encargada del juzgado y con quien mantienen algo a lo largo de 25 años, así este se haya ido a Jujuy y se haya casado, al igual que ella en la capital (el toque romántico); la amistad con su borracho colega Fonseca (un Guillermo Francella, irreconocible y excelente), casi un Sancho Panza que habla con total honestidad y al igual que El Quijote mete sin querer a sus amigos en problemas (le da el toque cómico); y los testimonios y el amor del esposo Morales que busca justicia y busca entre Retiro y Constitución al asesino de su esposa (el toque dramático y lo mejor de las dos horas son los diálogos de Rago con Darín). Una película con altas pretensiones que muestra secuencias, como la escena en la cancha de Huracán, jamás filmadas en la historia del tercermundista cine latinoamericano y con un final de loco-austríaco-secuestra-hijos que nadie se ha atrevido a hacer por acá para no herir susceptibilidades.
Juan José Campanella (El hijo de la novia, Luna de Avellaneda), es un director bastante cursi y lo sabe, es más, explota su cursilería, la moldea y su obra termina siendo algo digerible, incluso disfrutable. Sabe lo que hace y lo que pasa a su alrededor (creo que muy pocos argentinos muestran su realidad de una forma tan irónica y fácil de entender como él - que un asesino condenado a perpetua trabaje después para una dictadura es bastante creíble en cualquier país sudamericano -). Otra vez recurrió a Ricardo Darín y a Francella para crear algo eclético y creíble. Cursi (aunque en las escenas donde hay que mostrar crudezas, las imágenes son impecables) pero como pocos directores de esta región puede mencionar que dos de sus películas han sido nominadas a un Oscar. Muchos detractores podrá tener El secreto... y algo de razón tienen en que está sobrevalorada (la música es inaguantable a ratos), pero también mucho de bueno tiene.
La escena: El encuentro en el ascensor entre el detective, la secretaría del juzgado y el asesino ahora trabajando para Isabelita Perón.
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