Por estas fechas, en el 2006, durante la campaña electoral para elegir Presidente de la República, en algunos círculos se discutía el modelo económico para el país, debido a que el candidato Rafael Correa ofrecía aplicar el socialismo del siglo XXI. Se criticaba al neoliberalismo, y los efectos del Consenso de Washington en los países donde se aplicaron dichas políticas (exigidas por el FMI y Banco Mundial) y de los acuerdos bilaterales de libre comercio. El libro del Premio Nobel de economía, Joseph Stiglitz: EL MALESTAR EN LA GLOBALIZACIÓN ponía de manifiesto todos los gruesos errores que tomaron estas instituciones, basados en decisiones ideológicas de perfección de los mercados y no en un análisis del contexto de la región. Señalaba como las políticas de austeridad (recorte de gastos y altas tasas de intereses) para mantener baja la inflación y los condicionamientos (liberalizar mercados financieros y privatizar las industrias) para obtener los préstamos fueron fundamentales para provocar el colapso de los países del este asiático durante la crisis que los azotó (y casi se vuelve global) y perjudicar a la población de Rusia, aumentando la pobreza, con la transición económica apresurada del comunismo a la economía de mercado. Recomendaciones tomadas según un marco estándar que supuestamente servía para cualquier crisis.
En el 2009, tres años después, no hemos firmado un TLC (el libre comercio no es malo, pero el tratado propuesto por EUA no era un acuerdo comercial sino un modelo económico que además hablaba, por ejemplo, de que las empresas extranjeras tenían inmunidad en caso de demandas), sin embargo no se explican otras decisiones como haber terminado la tercerización laboral (consta en la Constitución), sin saber que existen empleos que aumentan en su demanda de acuerdo a la temporada, o que dentro de los Objetivos del Milenio, una de las metas señala que se debe aumentar la demanda laboral para la los menores de 25 años (éste es uno de los sectores con mayor desempleo a nivel mundial); decisión que se tomó en lugar de haber encontrado una manera práctica para eliminar los abusos que generaba la flexibilización laboral (se hubiera aumentado la cantidad de inspectores del trabajo y las visitas a la fábricas – limpiando las cloacas que son las Inspectorías – y exigir que a partir del tercer año, por ejemplo, el empleado sea parte formal de la empresa). Tampoco se explica el mínimo impuesto que deberán pagar las empresas y otras medidas fiscales, ahora que no existe un importante crecimiento económico (ver el informe que el Colegio de Economistas preparó para el 2010). Ni las prohibiciones para exportar arroz y otros granos a los productores, y al mismo tiempo prohibir las importaciones de varios artículos, cuando no se está apoyando en gran medida la producción nacional ni el aumento de exportaciones. Dichas políticas no se explican porque parecen estar basadas en una ideología.
Stiglitz tenía razón cuando mencionaba que las decisiones económicas se deben tomar sin obedecer razones ideológicas y políticas. Lástima que sus consejos, pese al debate, no fueron adoptados y los efectos los estamos empezando a sentir.
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