El viajar sólo tiene sus contras. Está el temor o la duda de correr riesgos físicos, la imposibilidad de compartir gastos, escuchar otros criterios (además del propio) ante diversas situaciones, y otro contra bastante importante es la congoja. Que está ahí, siempre cerca para rascar con su fría uña la cabeza del acongojado viajero, provocando que le den ganas de volver a casa. Y debo confesar que después de la increíble experiencia en Jujuy, acompañado de una muy buena amiga, en vario instantes me dieron ganas de tirar la toalla, y volver al confort, a la dulce seguridad de la monotonía disfrazada de familia, de desayunos con manjar y huevos. De paso que de Tucumán, el siguiente destino, no tenía mayor información (y la que por ahí había escuchado hablaba mal de sus habitantes) y la prima que iba a visitar pasaba muy ocupada y no tenía mayor información de la ciudad donde vive. Y para rematar la capital de Tucumán no me gustó. A excepción de la Plaza Independencia, el resto me parecía sucio, sin ningún orden, y contaminado por las industrias aledañas. Fuera del centro, la mayor parte era como estar en la calle 10 de agosto de Guayaquil. Además de que llovió los días que estuve, y durante el único city tour que he pagado en todos los lugares visitados, el Cerro San Javier y otros atractivos estuvieron cubiertos por una densa capa de neblina. Así que tomando mis maletas, pero tratando de dejar el molestoso insecto de la congoja bajo la lluvia tucumana para que desaparezca, agarré un bus que señalaba como destino Tafí del Valle sin saber que esperar. Ahí, por un ruta diferente a la que te lleva de capital en capital de provincia (con sus grandes rectas y repetidos paisajes de plantaciones de soja y de forraje para alimento de animales), el entorno cambiaba para bien, hacia lo virgen, hacia lo aun no prostituido por el hombre. Pareciéndose un poco a las serranías ecuatorianas (por la predominancia del color verde y por el paso de ríos caudalosos), con un camino sinuoso, luego de dos horas llegué a Tafí. Y este tipo de pueblos desérticos y carentes de diario ajetreo, donde se puede percibir y disfrutar del silencio, donde parece que nada pasará, y muchas veces tu única compañía es la fría brisa, tienen un “no se qué” que me encanta. Al igual que ahora disfruto escribir estas líneas en la tranquilidad del parque García Lorca en Alta Gracia, a 30 kilómetros de la capital Córdoba.
En el hostal de Tafí, al parecer era el único hasta que llegó un mochilero procedente de Bélgica, junto a un mejor clima, por lo cual por fin pude hacer algo de Trekking, mientras conversábamos de la escritora belga Amelie, además de Salinger, Borges y otros más. Lo bueno de la compañía también fue que me dieron más ganas de visitar las ruinas de los Quilmes, porque la idea de caminar cinco kilómetros en el desierto hasta llegar a la entrada, era tan seductora como ponerse un panal de abejas en la entrepierna. Entonces a las 8 y 30 de la mañana del siguiente día estábamos tomando un bus, que después de 3 horas de viaje llegaría a la ruinas. Algo que rescato de viajar por Argentina (aunque sea por el norte, donde escasean los visitantes latinoamericanos), es que muchos de sus habitantes, también han viajado y disfrutado de otros países; por lo que los comentarios realizados por ellos te entusiasman mucho más acerca de los esperado en el destino elegido. Este fue el caso de una conversación con un tucumano iniciada con la pregunta de cuánto falta para llegar. El bus te deja en medio de la nada y ahí conocí también a una pareja compuesta por un holandés y una polaca, con los que caminamos por más de una hora hasta divisar la ciudad de los Quilmes, sin olvidar que de estos lugares no se pueden hace apreciaciones acerca de la estética o largas contemplaciones sobre los colores utilizados para pintar las casas, sino solo tratar de conectarse con el pasado y ser empático con una forma de vida, tan conectada con la naturaleza, que no se parece a la de uno. Otros belgas, además de un austriaco, una australiana (la mujer que estará en muchos de mis sueños) y otra polaca (además del belga, el holandés y la polaca que había conocido anteriormente), también trataron de conectarse con el lugar. Así nació una invitación para ir todos juntos hacia Cafayate y recorrer la ruta de los vinos. El excesivo peso en la kombi Volkswagen, propiedad del austriaco con más de 50 países visitados en su lista y que en este viaje pretende llegar hasta México en ella, rompió uno de los soportes de las llantas. El retraso duró más de dos horas y al termino de la tarde arribamos a la provincia de Salta, tomando rumbo directo hacia la recomendada tienda de helados de vino MIRANDA. Los helados un manjar, luego algo de camping, un asado, además de recorrer en bicicletas viñedos y degustar en un bar los vinos locales y escuchar sugerencias de otros viajeros que han decidido estancarse por un tiempo en Cafayate.
Se suponía que el plan iba a durar solo dos días, pero se extendió a cuatro, en la misma Kombi y recorriendo la ruta de los vinos hasta Cachi, pasando por la Garganta del diablo, el Sapo y otras maravillas geológicas con sus melancólicas tonalidades rojizas de otoño permanente. Después de pasar por el segundo volcán más alto de América, llegamos a la helada Salta, donde sus momias son el principal atractivo de la ciudad y es punto de partida de muchos visitantes hacia Umahuaca, Tilcara, el Tren de las nubes y otros atractivos naturales (recorridos que ya había hecho anteriormente). Ahí tuve que despedirme de los temporales compañeros, en este recorrido lleno de perros que te perseguían a todos lados esperando por ello un bocado de comida (sinónimo de que aquí la vida es más dura que en los glamorosos centros de las capitales, pero sin que sea enteramente como aquel anónimo poema de origen cubano donde la cantidad de perros en la calle es proporcional a la pobreza del lugar), sin cambiarme ni ducharme durante dos días, teniendo al almuerzo como única comida durante de 24 horas. Tal vez esta vuelta a lo primitivo, a lo minimalista y no el confort fue el remedio para la congoja.
2 comentarios:
Ya debés haber llegado a Buenos Aires. San Telmo se pone bueno los fines de semana: durante el día la Plaza Dorrego tocan tango... y de noche si te animás, te podés meter en una milonga...
Plaza Dorrego no! Me confundí el nombre! Es plaza DEFENSA sobre la calle homónima. Ahora sí.
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