23 de marzo de 2009

Sabor a media


Una nueva cafetera destruye el patético y descolorido equilibrio del ambiente de oficina que ronda por estos lares desde hace más de nueve meses. La chica que trabaja a mi lado se ofrece a prepararme una taza de café “pasado”. Acepto con gusto la propuesta. Después de rutinarias y conocidas tareas el café aparece en el escritorio pero no servido en una taza sino en un jarrón. Lo pruebo y su extraño sabor, tal vez debido al agua utilizada o a la mala preparación, me transporta en el tiempo. En ese recuerdo imprevisto me encuentro en España, cuatro días atrás había arribado a Madrid en pleno desconocido invierno y apenas hace dos días me había instalado en una residencia universitaria, en Puerto-Palos, esperando permanecer allí los próximos tres meses. La soledad de vivir en aquel claustro apartado del bullicio de la ciudad y la intimidad de ser todos desconocidos permitió que a los dos días un grupo de extraños ya estemos tratando de hacer café “pasado” utilizando una media nylon como colador. Ese deja vu de sabores gracias al recuerdo, que luego se transformaron en olores y en sensaciones como estar tomando mate días después gracias a un uruguayo, como es debido en el frío mediterráneo y no con los treinta y cinco grados de Guayaquil como fue la primera vez que lo probé; y el estar sentado en un ferry con el sol golpeando el lado izquierdo de mi rostro camino a Marruecos son las primeras percepciones de esa cascada de olores y sensaciones que lentamente se convierten en nostalgia.


Volviendo a la realidad y al extraño sabor del café que no se despega del paladar, aquella nostalgia produce estragos en lo hondo de mis entrañas que terminan produciendo grietas en los huesos; y la ansiedad de tener un pasaje para el seis de mayo con destino a Buenos Aires y un caótico cronograma de dos meses de recorrido desde Jujuy hasta Chubut provoca una ansiedad que no deja pensar en el trabajo, no deja leer el periódico ni pensar en el diario quehacer, solo sentir la impotencia que es tratar que pase el tiempo volando, que alguien se robe el mes de abril para ya estar ahí y cumplir y disfrutar para lo que trabajo, que no es comprar un auto, o una casa, o un microondas, o pastillas para no soñar. Sino simplemente conocer, tal vez explorar y recordar algo de la nostalgia que al igual que el café con sabor a media no se despega del paladar. Y no es una nostalgia por volver a repetir momentos sino por volver a sentir ese aire que todo lo cambia, porque después de Buenos Aires lo más seguro es que le diga adiós a lo común, adiós a Cuenca y adiós trabajo porque se acabó el contrato, en una época donde lo desconocido, lo que a uno lo pone nervioso viene de afuera y no de uno mismo. En el cine día atrás vi un anuncio que decía “Revolutionary road” con la misma pareja de la cursi “Titanic”: Di Caprio y la mejor actriz de esta generación junto a Cate Blanchett, Kate Winslet. La pareja es lo de menos, lo atractivo de comprar el boleto es ir a ver en la pantalla cómo alguien siente lo mismo que uno. Sentir que te obliguen con una fuerza más grande que la gravedad a pensar en decirle adiós a los planes y adiós a los anhelos, todo por trabajar como una puta, solo por el dinero para comprar autos, microondas, refrigeradores, el éxito de tener posesiones y por ese confort que sirve de placebo para borrar la nostalgia, esa nostalgia con sabor a media de la que no me quiero despegar y por la que trabajo muchas veces como aquellas putas que solo lo hacen por el dinero. Una nostalgia que viene en empaque de café con sabor a media que cada vez que aparece es un designio de destrucción del patético y descolorido equilibrio que quiere apoderarse de los nostálgicos. Por eso una vez que llegue a casa brindaré en soledad con otro café.


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