Recuerdo años atrás como en el ahora confiscado canal de televisión CN3, cuando la familia Isaías era dueña, mostraba al primogénito, recién graduado (de universidad norteamericana, claro está), como el nuevo heredero de todo el imperio familiar. En una revista Vistazo de hace un par de años también se promocionaba un curso para empresas familiares, donde a los futuros retoños, a través de contratos legales se les exige un mínimo de requisitos en estudios, conducta moral, cargas familiares y otros, para heredar el capital accionario y la gerencia de la compañía en testamento. Y es verdad que tal vez el deseo de todo padre sea dejarle a su hijo (no digo hija porque con el machismo ecuatoriano imperante no he visto muchos casos) lo que tantos años trabajó, pero lo irónico aquí es que muchas de esos empresarios, a través de su condición de socios de cámaras de comercio quieren hablarnos de libertad económica sin seguir a carta cabal los pasos que esta predica. Es una libertad económica solo para hacer negocios sin pagar tantos impuestos o sin estar sometidos a cierta legislación, digamos que ambiental o social porque parecen las menos necesarias, porque las acciones de la compañía están cerradas a cal y canto para el resto de los mortales que no lleven tal apellido.
Y lo de la libertad económica a la ecuatoriana puede continuar con la inexistencia de fusiones (aunque he leído que en Estado Unidos han sido las causantes de muchos despidos en el personal administrativo o de que se tome la decisión de llevar las fábricas a China o México) o de consorcios para entrar a nuevos mercados o realizar investigaciones para mejorar productos. De esto último el único caso que he presenciado (no digo: “el único que existe”) es el de un trío de empresas madereras que se unieron para prestarse equipos en caso de daños o para compartir gastos en asesoría técnica, consorcio conformado, además de los dueños pertenecer al mismo rubro de negocio, coincidentemente porque todos compartían sangre libanesa. Y con los empleados se tiene a la responsabilidad social como principal oferta, porque los trabajadores no necesitan salarios mínimos o seguridad alguna si tienen de su lado el altruismo de sus empleadores, y no hay mayor derecho humano de que una persona trabaje por el salario que sea, porque el mercado lo regula todo y el obrero y jefe según estas leyes están en igualdad de condiciones.
La libertad económica ecuatoriana también es para los consumidores, porque no existe la necesidad de instituciones que atiendan sus reclamos o exijan garantías en los productos adquiridos. Con la libertad económica la competencia lo hace todo, por eso los letreros que abundan en supermercados o locales en centro comerciales con la leyenda: “No se aceptan devoluciones”, son innecesario porque los negocios que sí acepten devoluciones tendrán claramente un valor agregado. Y para los bancos o monopolios, la necesidad de la entrada de competencia extranjera (que no es lo mismo a un TLC porque no se puede comparar la diferencia de competencia entre un productor de arroz ecuatoriano con uno norteamericano subsidiado por su estado) es inútil porque con los estándares que ellos manejan, el público está más que complacido
Luis Tapia termina su artículo “La bolsa más aburrida del mundo” diciendo que cuando el ecuatoriano – empresario busca riesgos invierte con el notario Cabrera o con cualquier otra pirámide. El otro riesgo que podría añadirse es un casamiento entre familiares y que el primogénito salga con cola de puerco, acabando así con el legado de accionistas.
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