El viernes quince de febrero del 2008, varios grupos anti guerra (El Mundo no Puede Esperar, Código Rosado. A.N.S.W.E.R., Veteranos para la Paz y otros) desde antes del amanecer se situaron en las afueras de la estación de reclutamiento de la localidad, asumiendo la responsabilidad como parte de la sociedad civil de decirle ¡no! a la guerra. Sin embargo los reclutadores no se asomaron a sus puestos de trabajo, mientras los activistas convocaban a una rueda de prensa que invitaba a participar en una resistencia pacífica, donde el objetivo era cerrar esta dependencia del ejército. En ese instante, por el lugar solo se encontraban algunos manifestantes que formaban parte de las organizaciones y sus familiares junto a la música de public enemy, rage against the machine y la canción “war” de Edwin Starr, sujetos encapuchados y vestidos de naranja simulando presos de la Bahía de Guantánamo era lo que más llamaba la atención; con el transcurso del día más personas se fueron añadiendo a la protesta (estudiantes de la universidad de Berkeley) y una mayor cantidad de reporteros fueron cubriendo la manifestación.
Al tratar de regresar los manifestantes a las oficinas de reclutamiento, luego del intento de ir ganando más adeptos recorriendo calles de la ciudad, la policía con el pretexto de que se habían pegado ciertos carteles con cinta adhesiva en los vidrios, declararon una “alerta civil” en la cual participaron cerca de cuarenta policías antimotines, los cuales utilizaron métodos nada respetuosos para disuadir la manifestación. Lastimosamente para ellos esto no se pudo dar y los conductores y personas que pasaban por el lugar, manifestaban su apoyo a la protesta, al grito de “luchen contra los que tienen el poder”. Estas acciones en contra de la guerra y el gobierno de Bush se reprodujeron en Los Ángeles, Nueva York, Chicago y otras ciudades.
La Corte Europea de Derechos Humanos determina que “la libertad de expresión constituye uno de los pilares esenciales de una sociedad democrática y una condición fundamental para su progreso y para el desarrollo personal de cada individuo. Dicho derecho no solo debe garantizarse en lo que respecta a la difusión de información o ideas que son recibidas favorablemente o consideradas como inofensivas o indiferentes, sino también en lo que tocan a las que ofenden, resultan ingratas o perturban al Estado o a cualquier otro sector de la población. Tales son las demandas del pluralismo, la tolerancia y el espíritu de apertura, sin las cuales no existe una sociedad democrática”.
La Relatoría para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos señala que “los sectores más empobrecidos de nuestro hemisferio confrontan políticas y acciones discriminatorias, su acceso a la información sobre la planificación y ejecución de medidas que afectan sus vidas diarias es incipiente y en general los canales tradicionales de participación para hacer públicas sus denuncias se ven muchas veces cercenados. Ante este escenario, en muchos países del hemisferio, la protesta y la movilización social se han constituido como herramientas de petición a la autoridad pública y también como canal de denuncias públicas sobre abusos o violaciones a los derechos humanos”.
Sin ser un experto en asuntos concernientes a derechos humanos o libertades civiles, pienso que el derecho a la libertad de expresión y a la manifestación como un instrumento de denuncia y cambios son inalienables a cada ser humano, así los gobiernos los denominen “forajidos”, “terroristas”, “piqueteros” u otros. Recordando lamentables e injustos hechos como Dayuma, los manifestantes de la metrovía en Guayaquil, las protestas en contra de la minería en la provincia del Azuay, estas en Ecuador y a nivel internacional las que se están dando en Birmania o el Tibet. La manifestación no camina de la mano con el vandalismo. Esta nos permite abrir los ojos y ver las cosas que pasan en el mundo.
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