Larry Gopnik es un buen tipo. Dispuesto siempre a colaborar dentro de su comunidad, aplica la moral en cada decisión que toma, se aleja de las tentaciones y evita los conflictos. Es lo más cercano a la versión carne y hueso del Ned Flanders de los Simpsons. Un marido afectuoso y comprensivo, un padre dedicado al bienestar de sus hijos y un profesor correcto que disfruta de dar clases, dispuesto a apoyar a sus alumnos. Larry es judío y pretende, gracias a su fe espiritual y la obediencia de los mandamientos, convertirse en un hombre serio, alguien intachable que lleva una vida correcta, y de paso que esta way of life también lo mantenga por un sendero de infinita prosperidad. Sin embargo esto no impide que su vida esté libre de baches, amargos momentos, experiencias similares a caer en el vacío sin llevar paracaídas, inseguridades y dudas respecto a todo en lo que ha creído. Larry Gopnik es el personaje principal de la película A serious man y lo que vemos de su vida es como a partir de un día todo se va en picada. Su esposa le comenta que lo engaña con un colega y le pide el divorcio, su hijo le roba dinero para comprar marihuana y su hija para financiar una cirugía de la nariz, su hermano se aprovecha de él quedándose en su casa por un largo tiempo, su vecino no lo respeta, uno de sus estudiantes intenta sobornarlo y luego demandarlo, entre otras plagas que disminuirán su fe y harán que busque el consejo de rabinos llenos de sabiduría pero pocas respuestas.
Los hermanos Ethan y Joel Coen deben ser los mayores referentes del cine independiente en Estados Unidos. Hacen, prácticamente, lo que quieren. Son aclamados por la crítica (otras veces odiados), los diálogos en los guiones (la mayoría de propia autoría) utilizan mucho humor negro, sus escenas reflejan el quehacer diario interrumpido por algún evento extraordinario (muchas veces violento) y cada vez que pueden homenajean el cine de los años cuarenta y cincuenta. Nos han regalado películas como Fargo (entre las mejores cien de todos los tiempos) y la aclamada No country for old men, y a un gran Jeff Bridges (The dude) en The Big Lebowsky. Y en A serious man nos muestran su obra con más referencias autobiográficas. Porque al igual que Larry Gopnik, los Coen también son judíos y vivieron (y crecieron) en un suburbio de Minnesota en 1967, el año en que se desarrolla la historia. En una casa rodeada de césped sin separaciones físicas a la de su vecino, asistiendo a colegios donde viejos profesores con apariencia de caricaturas enseñan hebreo, pasando el rato en los soleados días en que las mujeres les gustas usar sus floreados vestidos veraniegos. Seguramente también aprendiendo a vivir, al igual que el protagonista, de acuerdo a una doctrina para convertirse cada día en un hombre mejor.
Job es alguien que tiene su propio libro dentro de La Biblia. Job fue perfecto ante los ojos de Dios. Estuvo lleno de riquezas y bendiciones hasta que un día Dios lo probó y destruyó todas sus cosechas, mató a todos sus hijos, un torbellino se llevó su ganado y su piel empezó a caerse producto de la sarna. Su esposa le dijo que maldijese a Dios pero Job clamó por una explicación. Se sentía inocente. En los versículos finales Dios hace acto de presencia pero nunca esclarece el porqué de las maldiciones. Al igual que el corto presentado al principio de la película, donde la pareja de cualquier forma está maldita, en otras partes de la Biblia se menciona que tanto justos como pecadores serán juzgados. A serious man es un retrato de la vida. Una historia del diario trajinar contada con mucho ritmo e ironía. Creas o no creas, sigas o no sigas una religión, en algún rato nadie se escapa de estar jodido.
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