Córdoba tiene el encanto de un pequeño pueblo, de una estancia, de naturaleza, un mate, una hamaca y la brisa del viento; pero también hay caos, congestión, aceleración, bulla. Como un niño que a la fuerza tuvo que crecer. Sólo que dijo: Ok, ¿hay que crecer?, entonces a mi manera. Y esa dualidad también se refleja en que a la vez es una ciudad vieja mezclada con nueva. Tal vez se deba a que está en el centro de todo y por eso allá se dirigían los jesuitas en la colonia, los alemanes después de la Segunda Guerra Mundial, donde vivió el Che Guevara; y ahora los estudiantes de todas partes de Argentina, muchas mujeres (el superávit es de más de 80 mil féminas), los folcloristas y sus festivales, y todo aquel que pasa unos días en el país gaucho.
No es la ciudad más hermosa del mundo, lo que queda es la sensación de que vivir en Córdoba te debe dar una buena vida. Capital Cultural Iberoamericana hace un par de año, llena de peatonales, librerías, disquerías, cines, cafés, bares, músicos, escritores. No le huye a la historia (uno de los antiguos centros de tortura durante la dictadura es ahora un centro cultural) y se muestra tal como es. Como cuando te amarras con una pelada que no se maquilla y se ve tan hermosa en las mañanas con esa luz del día, y todo sus actos tiene un aroma a sinceridad.
* La última es La Poderosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario